domingo, 4 de noviembre de 2012

Códice Calixtino Libro I (Traducción) parte I


Prólogo

Justamen te signado, Santiago este libro es llamado. Sea para el escritor la gloria y para el lector
Comienza la carta del Santo Papa Calixto
Calixto Obispo, siervo de los siervos de Dios, a la muy venerable comunidad de la basílica cluniacense, sede de su elección apostólica, y a los ilustrísimos señores Guillermo, Patriarca de Jerusalén, y Diego, Arzobispo de Compostela, ya todos los fieles salud y bendición apostólica en Cristo. Como en ninguna parte del mundo pueden hallarse varones más excelentes que vosotros en dignidad y honor, a vuestra paternidad envío este códice de Santiago para que si pudiéseis hallar en él algo que deba corregir-se lo emmiende vuestra autoridad con diligencia por amor del Apóstol.
Pues en verdad he pasado innumerables angustias por este códice. Mientras era escolar, amando al Apóstol desde la niñez, al recorrer por espacio de catorce años tierra y regiones extranjeras todo lo que acerca de él hallaba escrito lo copiaba con diligencia en unas pocas hojas ásperas y ruines, a fin de exponerlo en un volumen para que los amantes de Santiago hallasen más a mano y reunido lo que debe leerse en los días festivos. ¡Oh admirable fortuna! Caí en poder de ladrones y despojado de todo sólo me quedó el manuscrito. Fuí encerrado en prisiones y perdida toda mi hacienda, sólo me quedó el manuscrito. En mares de profundas aguas naufragué muchas veces y estuve a punto de morir, y al salir yo salió el manuscrito sin estropearse. Se quema una casa en la cual yo estaba y consumido mi ajuar escapó conmigo sin quemarse el manuscrito. Por eso di en pensar si ya este códice que deseaba llevar a cabo con mis manos sería grato a Dios. Y pensando así con gran afán, arrebatado en éxtasis, una noche vi en un regio y brillante salón a un joven dotado de inefable belleza, rodeado de luz esplendorosa, maravillosamente vestido con regia vestidura, coronado con láurea real, que entraba por la puerta oriental de dicho salón con algunos acompañantes, uno de los cuales dijo así: -He aquí el Hijo del Rey. Y sentándose El en sguida en el mejor asiento, me dijo a mi que lo estaba a sus pies: -Enseñame los guantes que tienes en las manos. Yo se los presenté de buena gana y habiéndolos tomado en las suyas y entrado en su cámara, uno de sus acompanyantes que era como su mayordomo me dijo de El: -Es el Hijo del más alto Rey. Y agregó: -Así como ha recibido de tus manos los guantes, recibirá de buena gana y complacido el códice del Apóstol cuando lo tengas acabado. Otra vez, mientras meditaba el sermón de la traslación del Apóstol El día venerado y tenía entre las manos el cuaderno de tal escrito, se me apareció El mismoSantiago en un éxtasis y me dijo: -No difieras el escribir esos preceptos que nos son gratos y que han de observar todos. Escribe lo que has comenzado, censurando los delitos de los malos hospederos que moran en el camino de mi Apóstol. Y nadie piense, pues, que yo he escrito algo de mi propia invención, sino que de libros auténticos, a saber, de uno y otro Testamento y de los santos doctores Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Gregorio, Beda, Máximo, León y otros católicos, entienda que he extractado el contenido del primer libro como en él está patente. A su vez las demás cosas que en los libros siguientes están escritas como historia o las vi yo con mis propios ojos, o las hallé escritas, o me enteré de ellas por relato veracísimo y las escribí como mías. Nadie menosprecie tampoco este libro cuando encuentre en él estilo llano. Porque hemos escrito en estilo llano nuestros sermones para que estuviesen abiertos tanto a los no entendidos; como a los entendidos. Muchos desprecian lo que no entienden; los francese desprecian a los alemanes y los romanos a los griegos, porque no entienden sus lenguas. Si oigo a diario predicar en griego o en alemán y no entiendo, ¿¿que provecho saco? Por eso hicieron exposiciones hace tiempo los santos acerca de los cuatro evangelios y sobre los profetas, porque no se entendían. Si me pones a la mesa pan sin partir lo acepto contento. Si partido, más contento lo recibo. Poco aprovecha la corteza hasta que aparece la miga. La bebida pura mustra más claramente lo que en sí oculta. El ojo limpio y abierto ve más claro que el turbio y cerrado. La vela clara que da luz a todos los circunstantes vale más que la que a unos la da y a otros la niega. Así, pues, está obrita está abierta a todos para que aproveche tanto a los entendidos en letra como a los que no enteinden mucho.
Pero debemos indicar lo que debe leerse de él en la iglesia. Todo lo que está escrito en los dos primeros libros, hasta el signo igual a ése que significa Jesucristo, cántese y léase en las iglesias en los maitines y misas, conforme está ordenado. Porque es auténtico y está expuesto con gran autoridad. Y todfo lo que va escrito en los siguientes después de dicho signo léase en los refectorios durante las comidas. Es también de mucha autoridad, pero lo contenido en los dos primeros libros es suficiente para leer en los maitines. Y si todos los sermones y milagros de Santiago que contiene este códice no pueden leerse en la iglesia en los días de las fiestas de aquél por su gran extensión, léanse después al menos en el refectorio cada semana el día en que cayó su festividad.
Los responsorios y cánticos de misas que de los evangelios hemos sacado y escrito en este libro, nadie dude de cantarlos. Hay quienes dicen que son apócrifos los responsorios de la pasión de Santiago, El apóstol de Cristo Santiago entrando en las sinagogas, porque no todo lo que está escrito en las pasiones de los apóstoles lo tienen todos muy autorizado. Unos lo cantan y otros no. Sin embargo, en la ciudad en que fueron compuestos no se cantan por entero.
Unos cantan sin orden responsorios compuestos hace tiempo por un obispo leonés. Otros cantan para Santiago el R) de un mártir o confesor, Santiago, apostol de Cristo, oye los siervos que ruegan; otros cantan igualmente el R) de San Juan Bautista, Oh especial honor, otros el R) de San Nicolás: como si no tuviera responsorios propios, los cantan abusivamente.
Cierto canónigo de Santiago, chantre de la basílica, llamado Juan Rodriz, mientras estaba una vez de semana y llenaba su bolsa de las ofrendas del altar, se acordó de que en un responsorio de San Nicolás se canta Supo ofrecer estos bienes a su siervos. Por lo cual solía cantar en el coro en día de fiesta de Santiago este mismo R), quitando el nombre del confesor y diciendo en cambio: Santiago ya triunfante supo ofrecer esto bienes a sus siervos. Mas como la costumbre eclesiástica prohibe cantar un R) de los apóstoles para cualquier confesor, así también prohibe cantar el R) de un confesor o de un máritr, o de San Juan BAutista, o de cualquier santo para cualquier apóstol.
En la misa de Santiago cantan unos el introito Alegrémonos todos en el Señor, que la Iglesia suele cantar propiamente sólo para las santas vírgenes, a saber, Agueda, la virgen María y María Magdalena; otros, el introito Regocijémonos todos en el Señor; otros, Demasiado para mí; otros cantan sus estrofas a su gusto, por decirlo así. Por lo cual ordenamos que nadie más se atreva a cantarle un R) a su capricho, sino los auténticos R) de los evangelios, que coniene este libro, Habiendo andado el Salvador un poco, o el R) He aquí que os envío. Igualmente en su misa nadie cante más otro introito que Jesús llamó a Santiago, hijo de Zebedeo con los cánticos que le siguen, o Demasiado para mí. Porque todo cuanto se cante de Santiago debe ser de gran autoridad. Tambien debe tenerse muy en cuenta por los fámulos que la devoción del clero celebre los maitines de Santiago. Y sea triple la lección con sus responsorios. Y no falten las horas. Y que oigan esto los peregrinos.
Ordenamos hacer esto al clero de Santiago en su basílica todos los días, exceptuando el de la Natividad del Señor, los de la Cena, la Parasceve y el sábado siguiente, y de Pascua y Pentecostés. Asimismo cántese la primera misa propia de Santiago todos los días a los peregrinos, fuera de los antedichos. Y después de las primeras preces de la misa, cuídese de que siga esta oración por los peregrinos: Te rogamos, Señor, que se abran los oídos de tu misericordia a las oraciones de los peregrinos suplicantes de Santiago, y que a los que piden... (busca en el libro I). Así, pues, todo el que con vanos argumentos o vacuas disputas quite valor a lo que este libro contiene, o lo desprecie, o se atreva a hablar contra él, sea anatema con Arrio y Sabelio. Salud a todos en el Señor.
Dada en Letrán a trece de enero

Libro I Capítulo I

VEINTICUATRO DE JULIO. VIGILIA DE SANTIAGO

Lección de laEpístola de Santiago Apóstol. Santiago siervo de Dios y de nuestro Señor JEsucristo, a las doce tribus de la dispersión, salud, etc.

Sermón de San Beda, el venerable presbítero.

Puesto que la vigilia de Santiago, amadísimos hermanos, estamos ya celebrando con los deseados cultos y convenientes ayunos, cosa digna es que en su honor no dejen nuestras lenguas de pregonar las alabanzas de Cristo. Se declara Santiago siervo de Dios y de nuestro Señor Jesucristo en el comienzo de su epístola y promete la salvación a los fieles, para demostrar que todo el que perseverare hasta el fin en servir a Dios se salvará sin duda para siempre. Dijo acerca de este Santiago el apóstol Pablo: "Santiago, Cefas y Juan, que parecían ser las columnas, nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión, para que nosotros entre los gentiles y ellos entre los circuncisos, solamente de los pobres nos acordásemos". Pues como había sido ordenado apóstol entre los circuncisos, se preocupó por los que circuncisos estaban, y así como por hablarles presentes, también por consolarlos, instruirlos, reprenderlos y corregirlos ausentes con su carta. "A las doce tribus de la dispersión", dice. Leemos que muerto por los judíos San Esteban, "aquel día comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerualén y todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria, fuera de los apóstoles". Pues a estos dispersos que padecieron persecución por causa de la justícia, envía su carta Santiago. Y no sólo a ellos, mas también a los que habiendo recibido la fe de Cristo no procuraban aún ser perfectos en sus obras. Así lo atestigua lo que sigue de la epístola. Y también a los que permanecían todavía fuera de la fe y que hasta procuraban perseguirla y perturbarla cuanto podían en los creyentes. Pues todos ellos estaban en la diáspora, desterrados de la patria por diversos azares, y dondequiera eran oprimidos por sus enemigos con innumerables violencias, muertes y trabajos, como lo expone cabalmente la Historia Eclesiástica. Pero también leemos en los Hechos de los Apóstoles que ya en el tiempo de la Pasión del Señor andaban dispersos por todas partes, pues dice San Lucas: "residían en Jerusalén judíos, varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo el cielo", de las que hasta se indican muchas por sus nombres cuando se añade más abajo: "partos, medos alamitas y los que habitan la Mesopotamia", etcétera. Así, pues, Santiago anima a los buenos para que no les faltase la fe en las tentaciones; reprende y amonesta a los pecadores para que se abstuvieran de pecar y progresaran en las virtudes, a fin de no hacerse estériles para sí mismos e incluso condenables por haber recibido los sacramentos de la fe; aconseja a los incrédulos para que hicieran penitencia de la muerte del Salvador y de todos los crímenes en que estaban enredados, antes que la venganza divina, cayendo visible o invisiblemente, los abatiese.
"Tened por la mayor alegría - dice - , hermanos míos, veros rodeados de diversas tentaciones". Comienza por los más perfectos para llegar por orden a los que veía imperfectos y dignos de corregir y de elevar a la cumbre de la perfección. Y es de observar que no dice simplemente alegráos o tened por una alegría, sino "tened por la mayor alegría veros rodeados de diversas tentaciones". Como si dijese: Tened por cosa digna de toda alegría que por la fe de Cristo os toque resisitir las tentaciones. Esta es la gracia, que por el conocimiento de Dios sufra uno lo que padezca injustamente, pues dice el Apóstol: "No tienen punto de comparación los sufrimientos del tiempo presente con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros". Y todos los apóstoles "se fueron contentos de la presencia del Consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús". No debemos, pues, contristarnos si somos tentados, mas solo si fuéramos vencidos por las tentaciones, 2sabiendo que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia". Por eso quiere que seáis tentados por las adversidades, para que aprendáis la virtud de la paciencia y podáis demostrar y probar con ella qué fe tan firme en la retribución futura lleváis en el corazón. Y no debe tenerse por opuesto a este pasaje, sino más bien entenderse como concorde, lo que dice San Pablo: "Sabedores de que la tribulación produce la paciencia y la paciencia la virtud probada"; pues la paciencia produce prueba de virtud, porque demuestra ser perfecto aquel cuya paciencia no puede ser vencida. Cosa que también se enseña aqui a continuación cuando se dice: "Mas tenga obra perfecta la paciencia". Y al revés: "La prueba de la fe engendra la paciencia", porque la razón que hace a los fieles ejercitarse en la paciencia es que por ella se demuestra cuán perfecta es su fe.
"Si alguno de vosotros se halla falto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da largamente y sin reproche, y le será otorgada". Efectivamente, toda sabiduría saludable debe pedírsele al Señor, porque como dice el Sabio: "Toda sabiduría viene del Señor y con El estuvo siempre". Y nadie por su libre albedrío, sin auxilio de la divina gracia, puede entender y saber, por más que esto sostengan los pelagianos. Pero aquí parece que se trata especialmente de aquella sabiduría de la que necesitamos hacer uso en las tentaciones. "Si alguno de vosotros -dice- no sabe comprender la utilidad de las tentaciones, que les sobrevenga a los fieles como prueba, pida a Dios que le dé entendimiento para discernir con cuánta piedad castiga un padre a sus hijos a quienes procura hacer dignos de un herencia eterna". E intencionadamente dice: "Que a todos da largamente". Para que nadie, consciente de su fragilidad, por ejemplo, desconfíe de poder recibir si pide, antes bien recuerde cada cual que "el Señor escuchó las preces de los humildes". Y como también se dice en otra parte: "Bendijo el señor a todos los que le temen, pequeños y grandes". Mas como muchos piden al Señor muchas cosas que no merecen recibir, añade Santiago cómo deben pedir si desean alcanzar. "Pero pida con fe y sin vacilar en nada". Esto es, pórtese en su vida de tal forma que sea digno de ser oído cuando pide. Porque quien recuerda que no ha obedecido a los preceptos del Señor, con razón desespera de que el Señor le atienda en sus súplicas. Pues está escrito: "Es abominable la oración del que endurece su oído para no oír la Ley". "Porque quien vacila es semejante a las olas del mar, movidas por el viento y llevadas de una parte a otra". El que al remorderle la conciencia del pecado duda de recibir el premio celestial, en cuyo sosiego parecía servir a Dios, y es arrebatado por las sendas extraviadas de los vicios a capricho del enemigo invisible como al soplo del viento.
"El varón de alma noble es insconstante en todos sus caminos". En todos sus caminos, dice, en los adversos y en los prósperos. Es hombre de alma doble el que dobla la rodilla para rogar al Señor y pronuncia palabras de súplica, y sin embargo desconfía de poder impetrar alguna cosa, por acusarle interiormente la conciencia. Es hombre de alma doble el que quiere gozar aquí con el mundo y reinar allí con Dios. Asimismo tiene doblez de alma el que al hacer el bien no busca la íntima recompensa, sino el favor externo. Por esto dice cierto sabio: "¡ Ay del pecador que va por dos caminos!" Pues por dos caminos va el pecador cuando hace sotentación de las cosas de Dios con sus obras y busca las del mundo con el pensamiento. Y todos éstos son inconstantes en todos sus caminos, porque muy fácilmente se atemorizan en las adversidades del mundo y se enredan en las prosperidades, tanto que se apartan del camino de la verdad.
"Gloríese el hermano humilde en su exaltación". Por esto, dice Santiago, debéis tener por suma alegría veros rodeados de diversas tentaciones, porque todo el que sufre humildemente adversidades por el Señor, recibirá de El arriba el premio celestial. "El rico en su humillación". Sobreentedemos del versículo anterior "gloríese". Lo cual se ve que está dicho con la burla que con nombre griego se llama ironía. Así, dice, recuerde que ha de acabarse la vanagloria con que se enorgullece de los vicios y desprecia a los pobres o hasta los oprime, para caer para siempre humillado con aquel rico vestido de púrpura, que despreció a Lázaro en su necesidad. "Porque como la flor del heno pasará". La flor del heno deleita con su aroma y con su vista, pero pierde muy pronto la gracia de su encanto y suave olor. Por eso está muy bien comparada con ella la felicidad presente de los impíos, que nunca puede ser duradera. "Porque salió el sol con sus ardores y secó el heno, y cayó su flor". Llama ardor del sol a la sentencia del riguroso juez, donde al fin se consume la gloria temporal de los réprobos. Y florecen también los elegidos, mas no como el heno. "Porque el justo florecerá como la palma". Florecen los injustos temporalmente, "porque presto se secarán como el heno y como la hierba tierna se marchitarán". Florecen los justos como fruto perenne. Su raíz o sea su caridad permanece fija e inmutable. Por eso dice el Sabio: "Yo como la vid produje suave aroma y mis flores dieron magníficos y honrosos frutos", Y en fin, el varón justo Nabot prefirió morir antes que la viña de sus padres fuese convertida en huerto de legumbres. Porque transformar la viña de los padres en huerto de legumbres equivale a mudar la firme práctica de las virtudes, que hemos sacado de la enseñanza de nuestros padres, por los frágiles deleites de los vicios. Mas los justos prefieren perder la vida antes que elegir los bienes terrenos por los celestiales. Por lo que bien se canta acerca de ellos: "Pues serán como el árbol que fué plantado a la vera de un arroyo, qua a su tiempo dará frutos", etc. Pero lo que dice del injustos: "y pereció su belleza, así también el rico se marchitará en sus empresas", no se refiere a todo rico, sino al que confia en la inseguridad de las riquezas. Porque quien a un hermano humilde ha contrapuesto un rico, demuestra que habla del rico que no es humilde. Pues también Abraham, aunque había sido rico en el mundo, acogió al pobre después de muerto en su seno y dejó al rico en los tormentos. Mas no le dejó por ser rico, lo cual había sido él mismo, sino porque había desdeñado ser compasivo y humilde, como también él lo había sido. Y al revés, no acogió a Lázaro por ser pobre, lo cual no había sido él, sino porque procuraba ser humilde y honrado. Tal rico, pues, es decir, el soberbio e impío, que antepone los goces terrenos a los celestiales, "se marchitará en sus empresas", o sea que perecerá en sus inicuas acciones, por haberse descuidado de entrar por el recto camino del Señor. Pero cuado él cae como el heno bajo el ardor del sol, en cambio, el justo, como el árbol frutal soporta inalterable el ardor del mismo sol, que es la severidad del Juez, y además lleva los frutos de sus buenas obras por los que será recompensado eternamente. Por eso se agrega con razón: "Bienvaneturado el varón que soporta la tentación, porque cuando haya sido probado recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman". A estos se parece aquello del Apocalipsis: "sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida que prometió Dios - dice - a los que le aman". Así advierte claramente que tanto más conviene alegrarse entre las tentaciones cuanro más cierto es que Dios ha de darla a quienes ama. Pues muchas veces impone una carga mayor de tentaciones para que, desde luego, ejercitados en ellas, salgan probados los perfectos en la fe, pues una vez probados por veraderamente fieles, es decir, perfectos, íntegros, en nada deficientes, recibirán en justicia la prometida corona de la vida eterna.
"Nadie cuando es tentado diga que es tentado por Dios". Hasta aquí ha tratado de las tentaciones que padecemos exteriormente como pruebas permitidas por el Señor; ahora pasa a referirse a las que interiormente soportamos por instigación del demonio o también a incitación de nuestra frágil naturaleza. Donde en primer lugar destruye el error de los que piensan que así como es cierto que los buenos pensamientos nos los inspira Dios, también los malos se engendran en nuestra mente a instigación suya. "Nadies, pues, cuando es tentado diga que por Dios es tentado". Es, a saber, con aquella tentación en la que cayendo el rico se marchita en sus empresas. Es decir, nadie cuando haya cometido robo, hurto, falso testimonio, homicidio, estupro u otras cosas parecidas, diga que ha tenido que perpetrarlas necesariamente porque Dios quiso, y por lo mismo nu pudo evitar su ejecución. "Porque Dios no es tentador de malas -tentaciones, se entiende- , pues El no tienta a nadie" con tales tentaciones, naturalmente, que engañen a los infelices para que pequen. Porque hay dos géneros de tentación; uno que engaña y otro que prueba. con el que engaña, Dios no tienta a nadie. Con el que prueba, tentó Dios a Abraham. También éste pide el profeta: "ponm,e a prueba, Señor, y tiéntame". "Pero cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le arrastra y seduce". Le arrastra del camino recto y le seduce hacia el malo. De esta tentación y concupiscencia dígnese librarnos por los méritos y con la intercesión del bienaventurado Santiago nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

Libro I Capítulo II

24 DE JULIO. VIGILIA DE SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO, APOSTOL DE GALICIA, QUE DEBE CELEBRARSE DIGNAMENTE CON APLICACION DE AYUNO Y DE OFICIO DIVINO PROPIO
(p. 18) Leccion del Santo Evangelio segun S. Marcos. En aquel tiempo, subiendo Jesús nuestro Señor a un monte, llamó a los que quiso y vinieron a El. Y designó a doce para que le acompañasen y para enviarlos a predicar, etc.
Sermón del Santo Papa Calixto sobre esta lección. La noche de vísperas de la muy santa festividad de Santiago el hijo de Zebedeo y Apóstol de Galicia nos ha llegado hoy, carísimos hermanos: en este día debemos abstenernos de todo mal y perseverar en las buenas obras, así como alegrarnos con el íntimo afecto de la divina caridad. Pues justo es, sin duda que procuremos salir al encuentro de tal festividad con el ayuno y la vigilia, y que hasta donde podamos limpiemos las manchas de nuestros pecados con llantos, lágrimas y limosnas, amemos la concordia y la caridad, despreciemos los pasajeros deleites del mundo, deseemos con toda el ansia del espíritu los verdaderos goces de la patria celestial. Y para que a nosotros nos sean perdonadas las deudas por el justo Juez, perdonemos por su amor a nuestros deudores, a fin de que podamos hallarnos limpios en la gran solemnidad para la víspera de las festividades de los mayores santos abstinencia de manjares ilícitos, ayuno y vigilia, para que en estos días, maltratada un poco la carne con la continencia, haga expiación de las infamias del pecado. Y aunque todos los días sean (p. 19) convenientes la oración y la abstinencia, en éste sin embargo conviene más aún entregarse a los ayunos, limosnas y oraciones. Y para no ser lentos, carísimos, en esto que os aconsejamos, tomad ejemplo de las cosas profanas. Seguramente si debiérais recibir a un ministro de algún poderoso de la tierra, cuidaríais de hacer limpiar con diligente solicitud la casa en que le diéseis hospitalidad. Si, pues, por recibir dignamente a un ministro poderoso que ha de morir, de un rey de la tierra, andáis solícitos, ¿cómo no sóis negligentes para recibir a un soldado del Eterno? Si para que entre un hombre se limpia la casa material, ¿¿Como no se prepara sobre todo la casa del alma, con el mayor cuidado en la limpieza al venir a ella Dios? Pues debe saberse que quien limpia y dignamente recibe al soldado del Eterno, con oficio solemne, recibe en el soldado al propio eterno Rey. El mismo lo atestigua en el Evangelio, diciendo: "Lo que hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis". Si, pues, lo que se le hace a uno de los hermanos más pequeños de Cristo se le hace a El mismo, está claro que las cosas que se le hagan a uno de sus santos a El se le hacen. A esto nos anima la voz del Apóstol cuando dice: "Hora es ya de levantarnos del sueño". Puesto que en el sueño estamos mientras nos embotamos en los placeres de la carne y persistimos en el hábito de pecar. Porque así como el cuerpo en el sueño se engravece, así con los placeres de la carne y el hábito de pecar el alma se deprime. Por eso está escrito: "Volved en vosotros justamente y no pequéis". Pues de un sueño tal nos levantamos cuando pospuesto el placer de la carne y abandonando la costumbre de pecar, estamos pronto a servir y amar a Dios. Y de este sueño ahora sobre todo es tiempo de que nos levantemos, ya que vamos a celebrar mañana la venerada solemnidad de Santiago el Mayor, cuyas vísperas estamos ya celebrando. De aquí que el Señor nos exhorte también por Isaías diciendo: "Laváos, limpiáos".. Así, pues, debemos lavar el mal que hemos hecho con la confesión, la penitencia, el llanto y la aflicción y perseverar en la pureza sin mancharnos de nuevo con nada prohibido. Porque así como el que se lava de haber tocado a un muerto y le toca de nuevo se impurifica, el que repite un pecado vuelve a (p. 20) mancharse. Por eso dice el Salmista: "Apártate del mal y haz el bien". De donde también resulta claro que no basta al hombre abstenerse del mal si no hace lo que es bueno. Lo cual se manifiesta nuevamente cuando se dice por boca de Isaías: "Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien". Porque como obrando mal nos desligamos de Dios, obrando bien nos ligamos a El. Sabed, carísimos hermanos, que así como no es decente que un hombre que va a comer a la mesa de un rey de la tierra llegue con el vestido sucio, así también es vergonzoso para el alma del cristiano presentarse con pecados en la celebración de tan alto apóstol. Y así como sería molesto para un rey de la tierra si viese algo sucio o reprensible en quien se siente a su mesa, es también deshonesto a las miradas de Dios si por acaso lleva en sí algo repelente y pecaminoso el cristiano que celebra las fiestas de Santiago. Por esto conviene que no sólo nos guardemos en sus días de caer en los vicios, sino que nos abstengamos también de ellos mucho antes, para llegar a las fiestas de tan gran apóstol, no sólo no manchados de culpa grave, sino además adornados con las flores de las buenas obras. Que no se nos diga lo que al réprobo que entró en las bodas vacío de obras buenas dice el Señor: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí no trayendo vestido de boda?" Y el enmudeció. Entonces dijo el rey: "Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes2. Observad, carísimos hermanos, que así como éste fué arrojado de la compañía de los comensales por no llevar vestido de boda, temo que también se haga ajeno a la comunión de los santos el que se acerque a celebrar las festividades de éstos vacío de buenas obras. Y si el que sin buenas obras se acerca a celebrar las fiestas de los santos es apartado de su comunión, ¿qué será entonces del que se acerca con obras malas y sin arrepentimiento? Temo que sean castigados con la misma pena. Debe, pues, saberse que quien celebrare justa y dignamente la festividad de Santiago, participará sin duda con el mismo cuyo día triunfal festeja en la perenne solemnidad de los santos ángeles. Porque si en el mundo celebramos sus fiestas, mucho más excelsamente las celebrarán los ángeles en el cielo. ¡Oh qué bueno y qué glorioso es, carísimos hermanos, celebrar las fiestas de los santos con los ángeles, cuyo reino hemos (p. 21) de recibir en los cielos justamente con ellos! Así, pues, todo el que haya caído en fornicación, o en homicidio, o en adulterio, o en otras culpas, recurra a la medicina de la penitencia para hacerse digno de celebrar la solemnidad de tan gran apóstol de Cristo, a fin de que, celebrada dignament esta solemnidad, merezca tener parte en la eterna gloria de los santos. Porque si alguno por si acaso cayere en alguna culpa en esta sagrada solemnidad de Santiago, o llegare a ella con algún delito perpetrado antes sin haber hecho penitencia, o dejare de obrar bien en ella, o estuviese ocupado en cosas del mundo, si no se arrepintiere celebrará en vano la fiesta, porque ha hecho vanas sus oraciones ante Dios. Por eso nos mandó el Señor por medio del profeta abstenernos no sólo de malas acciones, sino aun de malos pensamientos, diciéndonos: "Quitad de delante de mis ojos la inquidad de vuestros pensamientos". Por que celebrar las festividades de los santos es demostrar la perpetua paz del cielo. Pues cuando en tales días descansamos de las actividades de la tierra, ponemos de manifiesto que así como aquel cuya solemnidad festejamos goza del eterno descanso, también nosotros descansaremos perennemente en el paraíso en su compañía, por don de Dios, si dejamos de hacer malas obras y nos aplicamos a las buenas. Y cuando en sus vigilias ayunamos, hacemos ver que, así como nos abtenemos de alimentos corporales, debemos abstenernos también de obras nocivas. Porque en tanto que Adán se abstuvo de los manjares prohibidos y peligrosos permaneció en el paraíso, y así que comió fué expulsado al instante. Con lo que se da a entender que si uno santificare las vigilias de los santos con ayunos, oraciones y limosnas en la vida presente, participará de la gloria en la futura. Mas que el que no ayunare en ellas o se apartare del bien, como antes hemos dicho, o hiciere cosas ilícitas, de cierto será ajeno a la comunión de los santos. Y quien otros días ayuna y se abstiene del mal y obra bien tendrá su corona; mas quien no ayuna este día ni obra bien tendrá su corona; mas quien no ayuna este dia ni obra bien ni se abstiene del mal tendrá que sentir el castigo. Pero lo que es peor, el diablo envidioso y proveedor de vicios, que tentó Adán en el paraíso y que nunca cesa en su empeño de apartar a los justos del buen obrar, precisamente en las solemnidades de los santos suele tentar más que en otros días a los diligentes con sus engañosos es (p. 22) tímulos. Hay también algunos, lo que es más grave aún, que suelen malearse más en los días festivos que en otros, en vez de mejorar. Ciertamente no celebra las fiestas de los santos el que en los días festivos incurre en envidia, o maledicencia, o embriaguez, o excesiva juerga, o fornicación, u ocupación en cosas mundanas, o en homicidio, o en cacería de aves o de bestias, o en juegos de dados o de ajedrez, o en asedio o venganza o combate con enemigos, o en opresión de hermanos, o en cualquier falta grave; sino quien se ocupe y fuere hallado en repartos a los padres, o dando hospitalidad, o en castidad, o visitando enfermos, o en lecturas sagradas, o en oración, o poniendo paz entre desavenidos, o en cualquier obra buena. Así está claro en el caso de Moisés y del pueblo israelita cuando Moisés permanecía en el monte Sinaí con el Señor y el pérfido pueblo fabricaba el becerro fundido. Pues ¿qué significa el que Moisés esté con el Señor en la contemplación divina y el pueblo adore el becerro, sino que todos los devotos que desean celebrar dignamente las foestas de los santos y permanecer en contemplación se abstienen de vicios mucho tiempo antes y en cambio, los perversos, que antes se abstuvieron por mucho días, dejando de obrar bien ahora cometen pecados ? Por eso dice la Escritura: "Mal celebra el sábado quien cesa en las buenas obras". Y el Salmista dice: "Trocaron su gloria por la imagen de un becerro que come hierba. Se olvidaron de Dios, que los salvó". Truecan su gloria por la imagen de un becerro los perversos, que festejan las solemnidades apostólicas a la manera de las bestias, que sirven en ellas a los vicios o se atreven a celebrarlas con sus fechorías y sin hacer penitencia. Y dice bien: "Se olvidaron de Dios, que los salvó"; porque ignoran a Dios los que desean celebrar las sagradas festividades de los santos no con buenas acciones, sino con borracheras y excesos deshonestos y palabras ociosas. El pueblo hebreo realmente no cometió muchos pecados en Egipto y después en el desierto cayó en la adoración del becerro. ¿Qué significa entonces si leemos que en Egipto no pecó mucho el pueblo que después en el desierto se dice que ofendió a Dios por medio del becerro, sino que hay algunos que antes de las fiestas de (p. 23) este santo apóstol del Señor, de Santiago, se abstienen de vicios y ahora se enredan en los lazos del diablo, obrando mal? Impida Dios, hermanos, que esto ocurra con vosotros. He aquí, carísimos, de qué modo podemos celebrar dignamente la festividad apostólica. He aquí de qué manera debemos festejar su celebridad grande y gloriosa y prepararnos con la mayor pureza. Debemos, pues, pensar en purificarnos de nuevo cuanto podamos por la abstinencia, para asistir en forma conveniente a los oficios del día celebérrimo de su fiesta, a fin de que cuando venga en el último día con los doce apóstoles a juzgar a las doce tribus de Israel, merezcamos con su ayuda salir bien del juicio de la venganza y reinar sin fin con él en los reinos celestiales.
La costumbre de la iglesia de celebrar las vísperas de los mayores santos con confesiones y velas encendidas por la noche en los templos, tuvo principio en los antiguos padres de la vieja Ley. Conviene, pues, limpiar la basílica el día de las vísperas con escobas y plumeros, adornarla con tapices, paños, cortinas y junco para que más cómodamente puedan entregarse a la oración en ella el clero y el pueblo. Que el pueblo fiel debe recibir penitencia de los sacerdotes en la iglesia el día antes de la vigilia, lo expone el libro del Exodo cuando dice: "Y habiendo lavado el pueblo sus vestidos, díjoles Moisés: Apartaos durante tres días y no toquéis a vuestras mujeres". Luego así como el pueblo hebreo para recibir la Ley lavó sus vestidos y se abstuvo de sus mujeres, lo mismo debe el pueblo cristiano para celebrar las fiestas de los apóstoles no sólo lavar sus vestidos, sino también sus corazones y cuerpos con la penitencia recibida de los sacerdotes el día de las vísperas y abstenerse de la mujeres legítimas, ¡cuánto más de ilícitas poluciones! Que toda la noche el pueblo debe orar en la iglesia ante el altar, tener en la mano velas encendidas, estar en pie y no sentarse, velar y no dormir, lo afirma el Señor diciendo: "Tened ceñidos vuestros lomos y lámparas encendidas en las manos". Manda ceñir los lomos para demostrar que debe contenerse la lujuria que en ellos radica. Manda tener lámparas en las manos para indicar que son necesarias las buenas obras. Que deben estar en pie los que velan y no sntados, sino por algún tiempo, lo ates (p. 24) tigua San Pablo, que dice: "estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad". Y el Señor le dijo al profeta: "ponte de pie". Son muchos los que se han quemado la cara con las velas encendidas ara no dormirse al venirles el sueño. Porque prefirieron que les ardiera la barba y el pelo a manchar su mente con torpes imaginaciones ante el altar de Dios. Que la vela de cada cual debe arder desde la tarde hasta la terminación de la primera misa lo testimonia el pueblo israelita, que andando por el desierto mereció ser alumbrado por la columna de fuego que a manera de nube aparecía de noche sobre él, pues duraba desde la entrada de la noche hasta el lucero o estrella de la mañana. Mas ha de saberse, entre otras cosas, que el cirio que tiene entre las manos el que vela expresa la fe en la Trinidad; en la cera está el Espíritu Paráclito que procede de ambos. Y esta fe debe tenerla firmemente en el corazón el que tiene la vela en la mano por la noche. Los paños, sedas y tapices y demás ornamentos que en tales días se cuelgan en las iglesias, aluden a la fe, esperanza y caridad y a las demás virtudes con que debemos adornar el tálamo de nuestro pecho para que merezcamos recibir al sumo Huésped, es decir, al sempiterno Rey Jesucristo. El junco que con otras hierbas se esparce bajo los pies significan la soberbia, que con los otros vicios que la siguen debemos hollar con nuestras plantas obrando bien. Tales vigilias ofrece el pueblo pascual en Egipto que, deseando escapar de la aflicción de este país y entrar en la tierra de promisión, se ciñe los riñones velando por la noche, se calza los pies, empuña los báculos y consagra las puertas de sus casas con la sangre de un cordero. Pero si aquel pueblo celebra por la noche su Pascua, o sea el paso de Egipto a la tierra de promisión, es decir, de lo temporal a lo temporal, ¿ Cuánto más no debemos celebrar velando también nosotros el día de Santiago, en el cual pasó de lo temporal a las moradas paradisíacas? Porque con su favor esperamos pasar también al paraíso desde el destierro de esta carne. Y si el mismo pueblo comía un cordero terreno, aunque simbólico, por cada familia y casa por la noche, ¿cuánto más no debemos también nosotros, al amanecer del día de nues (p. 25) tro Santiago, en las iglesias, deshechas ya las tinieblas de la culpa, sacrificar y comulgar con el verdadero cordero inmaculado que quita los pecados del mundo? Si velaban de noche los que deseaban librarse de los enemigos por la mano de Moisés, ¿cuánto más no debemos velar también nosotros en la noche del santo Apóstol, que deseamos con su guarda vernos libres de vicios y enemigos demoníacos? Si ellos se ponían el calzado, ¿Cuántomás no debemos nosotros proteger nuestros pasos con las predicaciones y ejemplos de los animales muertos, esto es, de los antiguos padres, y narrar sus hechos? si los que se apresuraban a emprender la marcha se apoyaban en báculos, ¿cuánto más no debemos también nosotros pedir a los santos que nos ayuden en el camino del reino clestial? Si teñían con la sangre de un cordero las jambas de las puertas de sus casas, ¿cuánto más no debemos defender también nosotros con ojo atento la morada de nuestro corazón por medio del signo de la cruz contra las tentaciones del demonio? Y si el pueblo hebreo, que deseaba entrar en la tierra de promisión, se ceñía los riñones, bien debe, pues, el pueblo cristiano, que desea entrar en la patria celestial que Dios le ha prometido, ceñir sus riñones mientras vela y refrenar la lujuria para poder velar a Santiago con mayor pureza. Porque a la manera de los que velan a un cuerpo muerto, velamos a los santos cuando en las iglesias acompañamos con oraciones sus aniversarios. Pues unos lloran la muerte de la persona querida, otros se alegran de recibir sus honores y despojos, otros se entregan a la oración cantando salmos. Mas así como el cuerpo velado está presente entre los veladores, así seguramente se halla Santiago entre los suyos para llevar las preces ante Dios. Son muchos los que dan testimonio de haberle visto en figura de apóstol mientras velaban la víspera de su fiesta. Por tanto, ahora, en su vigilia, debemos llorar los pecados con dolor de corazón y confesión de boca. Además alegrarnos, porque si la guardáremos bien recibiremos los honores y despojos de la vida eterna. Y ante todo deben alegrarse los gallegos, que recibieron sus despojos, esto es, su venerado cuerpo. Si a diario reciben despojos suyos, es decir, las ofrendas de los peregrinos, a diario deben alegrarse y llorar. Llorar, cuando disponen mal de ellos, alegrarse cuando, como San Lorenzo, los (p. 26) distribuyen bien. Porque así canta de él: "con largueza repartió y dió a los pobres", no a los ricos. Asimismo, tal como es costumbre que los clérigos salmodien en las exequias de los difuntos, así deben hacerlo con el corazón y con la boca todos los que velan en la vigilia de Santiago. "Lleguémonos- dice el Salmista- ante la faz del Señor celebrándole y aclamémosle con cánticos". Y dice el Apóstol: "Salmodiaré con el espíritu y salmodiaré también con la mente". Pues ha habido en otro tiempo muchos que ignoraron los salmos pagaron bien esta noche a los que leían el salterio. Que por ocho dían deben guardarse las festividades de Santiago o de los mayores santos lo atestiguan los Paralipómenos, que hablando del templo de Salomón dicen : "Hizo Salomón fiesta entonces con todo Israel por siete días, reuniéndose una gran muchedumbre". Y el día octavo celebró una asamblea, naturalmente en el templo. Debemos, pues, orar y velar en esta noche para no caer en perversas tentaciones. Porque está escrito: "Velad y orad para que no caigáis en la tentación". Y también: "Velad, porque no sabéis a qué hora llegará vuestro Señor". Y en otro lugar: "Vela, y ora, soporta todos los trabajos". Y de nuevo: "Bienaventurado el que vela a mis puertas". Pero puertas de la sabiduría son simbólicamente los apóstoles, por los que entran los fieles en el reino de los cielos; de manera que quien vela en las vigilias de los apóstoles, vela a las puertas del reino de los cielos. Y en verdad, quien velare bien esta noche, debe esperar que recibirá la recompensa que recibieron las vírgenes prudentes, las cuales tuvieron sus lámparas en la mano y perseveraron en las buenas obras hasta la llegada de su esposo verdadero. Porque cuando a media noche se oyó la llamada del esposo que llegaba, las prudentes entraron con él a las perpetuas bodas celestiales, en tanto que a las necias, que dormían en el pecado, se les cierra la puerta de la morada celestial y se les responde. "En verdad os digo que no os conozco". Pues el que desconoce a Dios y anda en el pecado, será desconocido a la puerta del reino celestial. Ge (p. 27) deón encargó a sus guerreros que ocultaran en ollas antorchas encendidas y las llevaran en las manos, y una vez cerca de los enemigos rompiesen las ollas. Y así se hizo. Las ollas fueron rotas y ante la sorpresa de tanto resplandor de las antorchas los enemigos huyeron asustados. Las ollas representan nuestros cuerpos, las antorchas los buenos deseos ocultos de nuestro corazón, los enemigos a los demonios y vicios. Llevamos ocultas las antorchas en las ollas cuando meditamos en nuestro corazones acerca de los bienes celstiales. Rompemos las ollas cuando en estos días maltratamos nuestros cuerpos con la abstinencia. Enseñamos las antorchas encendidas cuando damos a todos el ejemplo de nuestras buenas obras. Huyen los enemigos ante las antorchas, porque cuando nos ven siempre atentos a las buenas obras se alejan de nosotros los demonios con los vicios. Y así como a la vigilia matutina, mirando el Señor al campamento de los egipcios aniquiló su ejército por medio de la columna de fuego y de humo liberando a su pueblo, de igual modo celebrandonosotros diligentemente las vísperas y fiestas de Santiago con las luminarias del corazón y del cuerpo, a la mañana, al terminar la misa, esperamos quedar libres de vicios y enemigos demoníacos por los méritos apostólicos. Por eso esta noche se parece en muchas cosas a la noche de salvación para muchos, a saber, los creyentes y para muchos de condenación, esto es, los incrédulos, así también esta noche les trae a unos salud y a otros daño. Pues quienes hayan incurrido en vergüenzas o frivolidades, o en palabras ociosas, o riñas, o estupros, o adulterios, o hurtos, o embriaguez, o juergas ilícitas, o hayan hecho o contemplado diversos juegos propios de juglares, o cantado o escuchado canciones picarescas, si no se arrepintieron, se condenarán ciertamente. Pero quienes hicieron penitencia de las faltas cometidas y, como hemos dicho, tuvieron candelas en las manos y perseveraron hasta el día en oraciones y pláticas divinas, sin duda serán remunerados por el Señor en la vida perdurable por los méritos del Apóstol. Esta noche gusta de los castos, odia a los libidinosos, ahuyenta a los inicuos, ama a los piadosos, increpa a los soñolientos, remunera a los vigilantes, glorifica a los elogiosos, odia a los pecadores, estima a los sobrios, (p. 28) multiplica a los liberales, condena a los avaros, edifica a los hospitalarios, no se cuida de los crueles, hace felices a los alegres, aparta a los iracundos, condena a los malévolos, guarda a los amantes, aplaca a los pacíficos, aleja a los litigiosos, gratifica a los pobres, da fuerza a los enfermos, salva a los penitentes, ayuda a los que lloran de veras. Así, pues, la santificación de esta noche ahuyenta a los delitos, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos y a los tristes la alegría, expulsa los odios, prepara las concordias y doblega los poderes. Esta es la noche que por todo el mundo a los creyentes en Cristo, es decir, a quienes la celebran apartados de los vicios del siglo y de las tinieblas del pecado, los devuelve a la gracia y asocia a la santidad. Esta es la noche de la que puede decirse: "Y la noche mi luz es mis delicias". Que no se oscurecerá con tinieblas, sino que se iluminará como el día con la verdadera luz, esto es, en los corazones de los que de veras la celebran ¡Oh noche realmente feliz, que despoja de sus pecados a los egipcios, o sea a los que hacen penitencia, y enriquece a los hebreos, o sea a los creyentes, que pasan de lo terreno a lo celestial? ¡Oh noche realmente dichosa, cuyo día mereció conocer la hora y el momento en que

Privado el primer apóstol fué aquí de la frágil vida y la primera corona se le otorgó merecida!
He aquí prodigios memorables que acontecieron en otros tiempos a los que no celebraron las fiestas de Santiago, por obra de la venganza divina. En España, en Tudeliono, cierto labrador estuvo majando trigo en la era todo el día de Santiago. Al atardecer se metió en un baño que está junto al Castillo y es sabido que es una antigua y admirable obra de moros. Y al sentarse en él, en seguida la piel de la espalda, desde los hombros a las piernas, se le pegó a las paredes del baño y a la vista de todos exhaló (p. 29) su espíritu, por hber transgredido festividad tan grande. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.
En Gascuña, en Albineto, negándose a festejar el día de Santiago, la gente suele trabajar. Mas por obra de la divina venganza todo el lugar fué consumido por un incendio en esa noche. Y nubo quien supiese de qué casa había partido el fuego, sino que se dice que vino del cielo. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.
En la diócesis de Besanzón, Bernardo de Mayorra anduvo acarreando gavillas de trigo todo el día de Santiago, contra el parecer de sus vecinos. Pero al atardecer, estando en esta labor, un violento fuego que vino oportunamente del cielo redujo a cenizas el carro, las gavillas y los bueyes. Y hasta unas mujeres que se hallaban con el tal Bernardo hubieron de ser llevadas sin sentido a una fuente cercana por otros que acudieron para que pudieran escapar al ardor del fuego. Y apenas escaparon. esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.
Apartémonos, pues, de las obras de la carne y obremos bien durante estas sagradas festividades. Porque, como antes dijimos, el que se abstenga de acciones ilícitas y persevere en las buenas hasta el fin, debe subir a aquel monte de verdad de que dice San Marcos en la lección de hoy: "subiendo Jesús Nuestro Señor a (p. 30) un monte, llamó a los que quiso y vinieron a El. Y designó a doce para que le acompañasen y para enviarlos a predicar". Monte, en el lenguaje sagrado, significa unas veces la Iglesia, otras el reino celestial, otras los santos, otras los judíos. La iglesia, cuando dice la Verdad: "No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte". El reino celestial, cuando dice el Salmista: "Señor, ¿quién podrá habitar en tu tabernáculo o descansaar en tu monte santo?". Y le responde el Espíritu Santo: "El que anda en integridad y obra la justicia; el que en su corazón habla verdad; el que no ha puesto malicia en su lengua ni le ha dicho mal a su prójimo". Designa a los humildes, como al decir el mismo Salmista: "Produzcan los montes la paz del pueblo y los collados la justicia". Los preceptos más altos, cuando se escribe en el Evangelio: "Viendo Jesús a la muchedumbre, subió a un monte". Indica las virtudes al decir el Salmista: "¿Por qué miráis con recelo a los montes encumbrados?" Expresa a los judíos, cuando dice David: "Montes de Gelboé, no caiga sobre vosotros ni rocío ni lluvia". Pero sobre todos los montes está sólo el monte de Dios, es decir, su Unigénito, que sobre todos los ángeles fué elevado. Este monte es más ancho que todas las tierras, más alto que todas las alturas. De este monte dice Job a uno que le habla: "Es más alto que los cielos. ¿ Qué harás ? Más profundo que el infierno. ¿Qué entenderás ? Más larga que la tierra su medida y más ancha que el mar". Porque así como son insuficientes la voz y la mano para explicar la altura del cielo y la amplitud de la tierra y la profundidad del abismo y los días del tiempo y las gotas de la lluvia, asimismo es incapaz la mente humana, por voluntad divi (p. 31) na, de imaginarse la sublimidad de la divinidad; pero, sin embargo, se acrecienta para creer. Porque lo que de Dios no puede comprender el hombre por la humana razón, puede comprenderse con una fe íntegra. Dios, que no puede ser comprendido por la razon humana, puede serlo por la fe. Hay que creer por tanto en su inmensa sublimidad y profundidad, como era en un principio y ahora y siempre. El mismo es, pues, el monte del que dice el profeta: "Venid, subamos al monte del Señor". Este monte llamó a su lado a los que quiso El, "que quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad".
"Y designó a doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar, y les dió poder para curar las enfermedades y expulsar a los demonios". Dió el Señor a los apóstoles, a quienes envió a predicar, la potestad de hacer milagros para que confirmasen su predicación con las consiguientes señales. Pues era conveniente que hicieran novedades los que novedades predicaban.. "Y puso a Simón el nombre de Pedro". San Marcos llama Pedro a Simón, a diferencia del otro Simón llamado el Cananeo. Mas ha de saberse que mucho antes, según se lee en otro evangelio, a Simón le dió el Señor el nombre de Cefas y fué cuando se lo trajo su hermano Andrés y dijo mirándole: "Tú eres Simón, el hijo de Juan, y serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro". Allí se le llama Cefas y aquí Pedro para que su nombre fuese conocido entre caldeos, griegos y latinos. Porque Cefas, en siríaco o caldeo, se dice Petros o Petrus (Pedro) en griego o en latín, nombre que en una y otra lengua procede de petra "roca", es decir, de aquella de la que dice San Pablo: "Y la roca era Cristo". Debe observarse que a la manera de esta imposición de nombre, pone nombre a los niños el sacerdote en el bautismo y después el obispo al reconciliar a los pecadores confirma los más apropiados.
"Y llamó a Santiago el de Zebedeo y a Juan, hermano de Santiago, y les dió el nombre de Boanerges, lo cual es hijos del true (p.32) no". Santiago el de Zebedeo dice San Marcos para distinguirlo del otro Santiago llamado Alfeo. A estos dos hermanos, a Santiago y a Juan, los llamó hijos del trueno el Señor porque como el buen padre señala a sus hijos su propia profesión, así los enseñóa tronar cuando en el monte Tabor, en la transfiguración, tronó el padre a sus oídos diciendo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mi complacencia". Y no es de admirar si lo que antes habian aprendido del trueno lo tronaron después. Juan tronó maravillosamente para las siete iglesias de Asia diciendo: "Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios". Por su parte, Santiago tronó por mandato del Señor en toda la Judea y Samaria, y hasta en el último confín de la tierra, en Galicia. el trueno produce aterradores ruidos, riega la tierra, con lluvias y emite relámpagos. De parecida forma estos dos hermanos lanzaron ruidos aterradores cuando "por toda la tierra salió su pregón y a los confines del orbe de la tierra sus palabras" llegaron. Regaron la tierra con lluvias cuando con su predicación comunicaron la lluvia de la divina gracia a las almas de los creyentes; emitieron relámpagos cuando brillaron por sus milagros y prodigios.
"Y llamó a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a mateo, a Tomás, a Santiago el de Alfeo, a Tadeo, a Simón el cananeo y a Judas Iscariote, el que le entregó". los doce apóstoles son llamados por sus nombres por el Señor y así los escriben los evangelistas para que no pretendan gloriarse en el número de los elegidos falsos apóstoles. El número de los apóstoles no carece de gran misterio, porque el número doce que se compone del tres y del cuatro, enseña que habían de predicar la fe en la Santísima Trinidad por los cuatro puntos cardinales. Pues debe saberse que estos héroes, como cuenta San Pablo, antes de la creación del mundo estaban predestinados, elegidos y santificados para la salvación del género humano. Estos caballeros son los pescadores de Dios, que sacan las almas de los pecadores del peligroso mar del mundo. Por- (p.33) que así se lo prometió antes al mundo el Señor. Pues dice por medio del profeta: "Yo voy a mandarles muchos pescadores que los pescarán, y a mis cazadores que los cazarán". Y otra vez dice de ellos el Señor por Isaías: "Quiénes son aquellos que vienen volando como nube y como bandada de palomas a las troneras de su palomar ? Más cándidos que la nieve, más nítidos que la leche, más rubicundos que un viejo elefante". Son llamados nubes los apóstoles, porqué así como las nubes emigran de un lugar a otro llevando la lluvia y regando las tierras, también ellos yendo de ciudad en ciudad regaron con saludables lluvias de la palabra de Dios los corazones de los hombres; y así como por medio de las nubes se esparce el agua por las tierras, por medio de tales predicadores fué revelado al mundo el Hijo de Dios. "Destilad, cielos, de arriba el rocío -dice el profeta- y lluevan las nubes al Justo; ábrase la tierra y produzca el fruto del Salvador". Los cielos destilaron rocío de lo alto cuando predijeron los profetas que de las moradas superiores vendría Cristo al mundo e igualmente anunciaron los ángeles que vendría Cristo al mundo e igualmente anunciaron los ángeles que vendría del Padre celestial y los propios cielos le enviaron. Las nubes llovieron al Justo cuando la Virgen Madre de Dios dió a luz a Cristo que salvó al mundo de la ruina del pecado. Que Santa María la Madre de Dios está simbolizada por la tierra lo atestigua el Salmista, que dice: "La verdad ha brotado de la tierra". Que el agua simboliza al Señor lo prueba el mismo Salmista diciendo en su nombre: "Me he derramado como agua y mis huesos se han dispersado". Agua derramada fué el Unigénito de Dios, porque como el agua lava la inmundicia y riega la tierra, asimismo lavó El con su sangre nuestros pecados y regó los corazones de los hombres con su espíritu y su fe. Los huesos son figurativamente los apóstoles, porque como los huesos son firmes en el cuerpo, así también los apóstoles se afirman y aúnan en el Hijo de Dios por su fe y obra. los huesos se dispersaron, porque los apóstoles fueron enviados por el mundo por el Señor. Estos, (p.34) como palomas, bajan de las altas troneras del palomar a las bajas tierras cuando descienden predicando, ya de la divinidad de Cristo a su humanidad, ya de la contemplación a la acción. Y tornan de abajo a las altas troneras del palomar cuando hablando ascienden, o de la humanidad de Cristo a su divinidad, o bien de la acción a la contemplación. La nieve es blanca y por naturaleza fría, hiela las verduras y riega las tierras cuando la calienta el sol. Pero más blancos fueron los apóstoles, porque a los que con su predicación volvieron blancos por la confesión de la fe, los volvieron también fríos o sea libres de los calores de los vicios. La nive hiela las tiernas hierbas de la tierra, como los apóstoles fustigaron predicando a los tiranos del siglo y destruyeron por completo los vicios mundanos. El sol calienta la nieve, como Cristo llenó a los apóstoles con su predicación transmitieron a los creyentes el Espíritu Santo, que del Señor recibieron. la leche es nítida por su blancura y dulce por su nata. Pero más nítidos que la leche fueron los apóstoles, porque brillaron por sus milagros en el mundo. Y ahún más dulces fueron que la leche, porque con sus dulcísimas exhortaciones nutrieron al mundo infantil. El elefante, que es un animal casto, no realiza el coito más de una vez, no puede doblar las rodillas hasta la tierra, tiene la piely los huesos blancos, y rojizo el pelo cuando envejece. Pero más rubicundos que un viejo elefante fueron los apóstoles por haber derramado su sangre, como se sabe, cuando al fin entregaron sus cuerpos a diversas especies de martirios por Cristo. "Porque lavaron sus túnicas", dice San Juan, o sea sus cuerpos, derramando su sangre y las hicieron resplandecer en la sangre del verdadero Cordero con la esplendente blancura de la fe. El elefante se dice que es un animal casto y que no puede doblar las rodillas hasta la tierra, como también se dice que los apóstoles fueron castos por su conitnencia y que de ningún modo se inclinaron a los negocios terrenos después de su conversión. Tiene el elefante la piel y los huesos blancos, como los apóstoles se blanquearon interiormente por la confesión de la fe y exteriormente por su buen obrar. De ellos dice nuevamente el Señor por el profeta: "Qué hermosos los pies de los que traen la buena nueva de la paz, de los que anuncian el bien !" Antes de la ve- (p.35) nida del Señor había entre Dios y el mundo discordia y guerra; mas estos caballeros, trayendo la paz, corroboraron una amistad enterna entre aquéllos. Ellos son tenidos por sal de la tierra, luz del mundo, torres de la fortaleza de Dios, testigos de la verdad, rayos del verdadero sol, soldados del cielo, mensajeros del Sumo Rey, claras ventanas de la luz verdadera, puertas de la gloria, llaves del reino, montes elevados, clarines del olimpo, heraldos de Cristo, prudentes como serpientes, sencillos como palomas, tiernos como corderillos, verdaderos carneros nabateos, exponentes de la gloria del cielo, padres de verdad, jueces de las generaciones, pila de lavar las almas, oro y plata divinos, tesoros de la Sagrada Escritura, cofre del Antiguo y del Nuevo Testamento, manos también del Señor, pies de Cristo, ojos de Dios, pechos de la Iglesia. De ellos dice con verdad el Salmista: "Los cielos dan cuenta de la gloria de Dios". Ellos son los cielos en que Cristo habita y reside, donde truena con palabras, hace resonar sus amenazas, relampaguea con milagros y derrama el rocío de la gracia. Son ellos las verdaderas doce horas del día y las doce de la noche del mundo, y los doce rayos del verdadero sol. Antes de nacer habían sido anunciados ya en el mundo por grandes misterios y muchos símbolos, pues están representados por los doce hijos de Jacob, por los doce príncipes de las doce tribus de Israel, por las doce fuentes vivas de Elim en el desierto, por las doce piedras preciosas engastadas en el pectoral de Aarón, por los doce panes de la proposición, por las doce piedras con que fué hecho el altar, por las doce piedras tomadas del Jordán, por los doce bueyes que sostenían el mar de bronce, por las doce estrellas que se ponían en la corona de una esposa, por los doce senadores romanos y por los doce sabios. Tambien en el nuevo Testamento están indicados en los doce cuévanos de los pedazos, en los doce nombres que vio (p.36) San Juan en el Apocalipsis escritos sobre la puerta de la Jerusalén celestial y en las doce hiladas del muro de la misma ciudad. Y es de notar que el Señor eligió a los doce apóstoles conforme al número de los doce profetas. Y como sobre los doce hijos de Israel puso tres patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, así también de los doce apóstoles escogió a tres como señores y jefes, es decir, a Pedro, Santiago y Juan, con preferencia a los demás. A estos tres varones los eligió del mismo modo junto al mar de Galilea; a ellos, cuando resucitó a la hija del jefe de la sinagoga, los llevó consigo a la casa para ver el milagro, con ausencia de los otros discípulos; a ellos les hizo ver su transfiguración en el monte Tabor; a ellos se dolió en su pasión como el amigo a los amigos, mostrándoles la tristeza de su carne y diciendo: "Triste está mi alma hasta la muerte", Pues a semejanza de estos varones impone ahora prelados el Espíritu Santo en la Iglesia sobre los presbíteros.
Pero debe tenerse en cuenta que los doce apóstoles, a quienes envió el Señor a predicar y les dió poder para curar enfermedades y expulsar a los demonios, representan a los sacerdotes,a quienes también El ha encomendado la predicación y la facultad de curar las enfermedades de las almas por medio de la absolución y de expulsar a los demonios por el sacramento del bautismo. Y debe creerse que lo que entonces se realizaba materialmente en los cuerpos por la mano de los apóstoles, se realiza ahora espiritualmente en las almas por la mano de los sacerdotes, aunque débiles, gracias al Espíritu Santo. Porque así como el Señor dió a los apóstoles poder curar las enfermedades de los cuerpos y de las almas, lo mismo lo ha dado a los sacerdotes para curar por obra divina las enfermedades de las almas y de los cuerpos. Lo que significan los nombres de los aóstoles interpretados, deben realizarlo prácticamente los sacerdotes. Pues justo es que imiten en su actuación lo que dicen los nombres de aquellos cuyos oficios desempeñan. Simón quiere decir obediente; Pedro, conocedor; Bar-Yoná, hijo de la paloma; Cefas, cabeza; Juan, gracia de Dios. Fué obediente, porque aobedeció al Señor hasta la muerte en el misnisterio de la cruz recibida; conocedor porque confesó a Cristo como Dios y hombre antes que los demás, diciendo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Fué hijo de la paloma, porque se mostró lleno del Espíritu Santo. Cabeza se le llama bien a San Pedro, porque su iglesia es tenida por cabeza de todas las iglesias. También se le llama gracia de Dios, porque por sus predicaciones, méritos y oraciones se les da a la gracia celstial a los fieles. Así deben los sacerdotes obedecer a Dios en todo y hasta sufrir muerte de cruz por El, si les fuere impuesta, o bien por la justicia de parte de sus perseguidores. También deben conocer los secretos de las Escrituras, para mejor inculcar en las mentes de los hombres la voluntad de Dios al predicar. Igualmente deben ser hijos del Espíritu Santo por su fe y sus obras. Además son tenidos por cabeza de todos, ya que por su sacrosanto ministerio todos los fieles se santifican para salvarse. Santiago quiere decir suplantados, porque con su predicación suplantó en los corazones de los judíos y gentiles la idolatría y la perfídia y extirpó los vicios. Así deben los sacerdotes anular los vicios de los hombres, con ejemplos de buenas obras y con la predicación de las Escrituras. Juan quiere decir gracia de Dios, porque mereció tener preferencia en el amor de Cristo guardando si virginidad y dió ejemplo a los sacerdotes para que vivan castos de alma y cuerpo en las iglesias. Andrés sigfnifica varonil o arrogante: varonil por haber sufrido la cruz, arrogante por haber confesado de corazón. Pues así lo declaró el pueblo a Egeas, diciendo de él: "Concédenos al hom- (p38.) bre justo, devuélvenos al hombre santo, no mates al hombre caro a Dios, justo, manso y piadoso". Así también deben ser varoniles los sacerdotes para soportar las adversidades, y honorables en la confesión de pensamiento y de boca de los pecados. Con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud". Felipe quiere decir boca de lámpara, porque lo que sintió de Dios en su fiel corazón, lo confesó a todos predicando por su boca. La lámpara en su angosto cuerpo contiene aceite, y en el aceite mecha y en la mecha fuego, y tiene siempre abierta la ancha boca por donde emite su resplandor a los circunstantes y aleja las tinieblas. Aceite, mecha y fuego representan la fe en la Santísima Trinidad y la boca a sus predicadores. Fe que de verdad deben tener en el corazón los sacerdotes y confesarla a todos por su boca en la predicación, para iluminar las mentes en tinieblas de los oyentes. Bartolomé significa hijo del que suspende las aguas, lo que evidentemente suena a hijo de Dios, quien alza y suspende los espíritus de sus predicadores para contemplar las cosas celestiales; así que cuanto más se complacen en volar por las alturas, con mayor verdad embriagan con las gotas de sus frases los corazones humanos. Y que las aguas representan a los pueblos lo testimonia la Escritura al decir: "Muchas aguas, muchos pueblos". Por tanto, como Bartolomé fué hijo de Dios por adopción y suspendió del cielo las aguas, o sea a los pueblos mediante su predicación, así deben ser hijos de Dios los sacerdotes por su obediencia y elevar hasta la cima de los cielos con una predicación asidua a los pueblos bautizados con el agua. Mateo quiere decir donado o tomado, porque fué dotado con la gracia de Dios y tomado de la masa de los perdidos cuando el Señor se lo llevó del telonio. Así los sacerdotes, por su continencia, deben ser ajenos a los perdidos que (39) obran mal y dotados de la gracia divina por su buen obrar. Tomás significa gemelo o abismo. Gemelo, porque fué doble en la fe cuando no quiso creer en la resurrección del Señor antes de verle las llagas. Pero vió y creyó. Abismo, porque conoció después la profundidad de los seguros sacramentos de Cristo y la mantuvo cuando por El recibió martirio en la India. Tomás equivale a Dídimo, o sea semejante a cristo, porque fué de estatura regia, parecido al Señor. De modo semjante deben ser abismos los predicadores, esto es, conocer la hondura de los misterios de Dios y la profundidad de las Sagradas Escrituras, para que puedan comprender con todos los santos qué son amplitud, longitud, altura y profundidad. A Santiago, el de Alfeo, le llama así San Marcos para distinguirle de Santiago el de Zebedeo. Este Santiago quiere decir suplantador como el oto, porque suplantó los vicios de los hombres con su vida digna y su consejo, cosa que cuadra bien a los predicadores porque deben suplantar o destruir los vicios con diversos sacrificios y frecuentes amonestaciones a sus feligreses. Acerca de este Santiago se ha escrito que no bebió vino ni sidra, ni montó bestia, ni comió carne, ni tocó el hierro a su cabeza, ni se ungió con aceite, ni se bañó. Sólo a él le estaba permitido entrar en los más santo del templo. Hay quienes pretenden que este Santiago era hermano carnal del Señor, porque se lee en los Evangelios y en la Epístola a los Gálatas que Santiago era hermano del Señor. Otros dicen que el otro y otros que los dos; pero otros afirman que eran tres hermanas, a saber: María la madre del Señor, María la madre de Santiago Alfeo y María la madre de los hijos de Zebedeo. Y al sobrino y al primo de alguien en tiempo de los apóstoles se le llamaba sus hermanos. Mas como las opiniones difieren en cada cuestión, debe quedar sin embargo decidido que fuera el que fuera de ellos hermano del Señor por parentesco carnal, ambos se hicieron sus hermanos por la voluntad de Dios que cumplieron en la vida, como lo afirma el mismo Señor diciendo: "Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está (40) en los cielos, ese es mi hermano". Más es ser hermano espiritual del Señor que carnal. Por tanto, todo el que llame hermano del Señor a Santiago el de Zebedeo o a Santiago el de Alfeo, dice verdad. Alfeo, padre de Santiago, quiere decir docto, cosa que sienta bien a los predicadores, los cuales deben ser doctos a fondo no sólo en ambos Testamentos, sino también en cuanto a la divinidad y humanidad de Dios. Tadeo es el mismo a quien San Lucas en su Evangelio y en Hechos de los Apsotoles llamó Judas de Santiago. Porque era hermano de Santiago, el hermano del Señor, según escribe él mismo en su epístola. Por esto se le llama también hermano del Señor y lo afirmaban sus paisanos, que decían asombrados de los prodigios de Este: "¿ No es éste acaso el carpintero, hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón ?" A Tadeo le llaman algunos Lebeo. Tadeo significa en latín curculus, que viene a ser cultivador del corazón, porque los buenos deseos del suyo, inspirados por Dios naturalmente, los cultivó con la boca por su predicación y los cumplió con la mano por sus obras: deseos que también los predicadores deben en forma parecida cultivar oralmente amonestando y llevar a la práctica al obrar. Simón el Cananeo dice San Marcos para distinguirle de Simón Pedro, al que San Lucas,traduciendo al griego, le puso Simón el Zelotes. Simónquiere decir obediente, y Cananeo, como Zelotes, celoso; Simón, porque obedeció a Dios en todo hasta la muerte; Cananeo, porque recibió este sobrenombre de Caná, lugar de Galilea, y porque con emulación espiritual de Dios, fué celoso de las gentes predicando. La emulación tomada (41) en buen sentido indica al Espíritu Santo, como lo dice el Apóstol: "Porque os celo con emulación de Dios". De igual modo deben los predicadores obedecer los mandatos del Señor e inflamar a sus oyentes en especial emulación, para que puedan decir con el apóstol: "Porque os celo con emulación de Dios".
Judas, el que entregó al Señor, pone San Marcos para diferenciarle de Judas de Santiago: aquél tomó el apelativo de Iscariote o de la alde en que nació o de la tribu de Isacar, como presagio de su condenación. Pues Isacar, que significa paga, alude al precio por que se condenó, mientras que Iscariote que equivale a monumento de la muerte, arguye que no se persuadió de modo imprevisto, sino que prepetró el crimen de la entrega del Señor después de meditarlo largo tiempo. Mas ¿cómo eligió el Señor a este malvado, sabiendo ya que le había de entregar ? Pues El mismo se lo aseguró a los apóstoles diciendo: "Uno de vosotros es un diablo". ¿Cómo, entonces, eligió a un diablo para el orden apostólico? Pues para tener en casa un enemigo, ya que es perfecto quien no teme ni al familiar perverso, y para enseñarnos a sufrir a los malos entre nosotros y a no desechar a nadie si no convicto, y para demostrar que el apostolado y los grados eclesiásticos no son méritos, sino servicios, puesto que podrían ser realizados milagros y los divinos sacramentos por este impío tan bien como por Pedro. En su lugar entró elegido por suerte San Matías, que fué uno de los setenta discípulos. Matías en hebreo quiere decir donado, porque donado fué por Dios al colegio apostólico en lugar de Judas. Representa a los sacerdotes, a quienes ha elegido el Señor por suerte del Espíritu Santo para el ministerio apostólico en lugar de Judas. Representa a los sacerdotes, a quienes ha elegido el Señor por suerte del Espíritu Santo para el ministerio apostólico y los ha donado a su iglesia para dirigir al pueblo fiel. Judas, que significa confesor, cuando se toma en buen sentido se refiere a los sacerdotes, que deben también confesar a todos de palabra la profesión de fe que llevan en el pecho y rememorar constantemente en la predicación la muerte y pasión del Señor. Pero cuando se (42) echa a mala parte, Judas representa a los malos obispos, sacerdotes, abades, monjes y prelados injustos de la santa Iglesia, que venden al Señor como Judas, cuando ponen a precio las sagradas órdenes, o el consagrar obispos, o las prebendas eclesiásticas, o la bendición nupcial, o el enterrar a los muertos, o la dedicación de basílicas, o el poner en las iglesias a unos sacerdotes con justicia o bien injstamente a otros, o las exequias de los difuntos, o el bautizar a los niños, o el imponer penitencia a pecadores, o el consentir en la iglesia a quienes merecen excomunión, o las misas y maitines. Como el mercader o el carnicero que hace en el mercado tres, o seis, o doce, o treinta dineros de la carne vendida, vendiendo los oficios eclesiásticos, hacen a costa del Señor tres, o siete, otrece, o treinta dineros, cuando hasta por misas y vigilias y exequias de difuntos, que deben cantarse gratis, piden una, o siete o quince, o treinta monedas, o cinco sueldos por treinta misas. Sepan, pues, que serán condenados para siempre a la misma pena que está condenado el triador Judas por la eternidad. Como está condenado Judas, que entregó el cuerpo de Cristo y recibió treinta monedas como precio, así será castigado el que canta treinta misas o más o menos. Y de estos mercaderes se llaman unos judaítas, otros simoníacos, otros giezitas. Pues así como Judas, el primro que tomó dinero y dió por él un cuerpo, se condenó el primero que tomó dinero y dió por él un cuerpo, se condenó, también los obispos, y sacerdotes, arciprestes, deanes y arcedianos, que reciben antes dinero y dan por él los dones de la Iglesia, se condenan. Y como se condenó Simón el Mago, que ofreció dinero al apóstol San Pedro por recibir el Espíritu Santo de él para hcer también milagros y lucrarse con ellos, mereciendo que le dijese: "Sea tu dinero para tu perdición", así se condenan los obispos, sacerdotes, clérigos y monjes que ofrecen dinero a los superiores para obtener grados eclesiásticos. Y como se condenó Giezi, el criado del profeta Eliseo, que pidió dinero al sirio Naamán, después de purificado éste de al lepra, y recibió por sentencia de su amo la lepra que había dejado el príncipe, asimismo los que después de administrar los dones espirituales y bendiciones de la (43) Iglesia piden pago, se cubrirán con la lepra de todos los pecadores cuyo dinero reciben, y se condenarán por venganza divina. Huyamos, pues, hermanos de lo que hacen éstos, para que no seamos condenados con ellos a las penas eternas. Aprendamos a dar gratis lo que gratis recibimos de Dios: "Gratis lo recibís, dadlo gratis a todos". No nos pidió pago el Señor cuando nos concedio un don espiritual; no pidamos nosotros a quienes lo damos lucro material. Mas debe saberse que no está el pecado en recibir, sino en pedir. Pues si pedimos dinero por el oficio eclesiástico prestado, pecamos. Pero si alguien da espontáneamente y no coaccionado en forma alguna, sin petición de nuestra parte, y recibimos, no pecamos. También se condenan los clérigos y monjes que venden la tierra para enterrar a un muerto. Porque es un negociante bien especial el que hace negocio con un hombre muerto. Hace un negocio de bárbaros quien a un muerto vende tierra. Verdad es lo que dice en verso cierto poeta sobre los simoníacos:

Se acabó la equidad,
no se ve la bondad,
todo es inquidad
y sólo vanidad.
Es la celebración
de la misa un filón
y ya por tasación
toda consagración.
Más todo este estropicio
e inmundo maleficio
ha tenido su inicio
en el clero y su vicio.
Muchos casi pastores
son del mundo amadores,
de Mammón servidores,
no evangelizadores.
 Y no menos se condenarán los malos prelados que de aquellos que rompen una tregua o cometen pecados mayores, reciben fraudulentamente dinero por ejemplo, cinco sueldos o veinte o una libra de plata, o más o menos. Porque el prelado acusador dice así al reo que tiene delante: "¡Ea! Tú que has quebrantado la tregua o que has hecho tan grave mal, hazme justicia: enmienda la tregua y dame fiadores de la justicia". No le dice que dé satisfacción a Dios, contra quien pecó, sino que le haga justicia a él a quien nos ofendió. Conque el acusado, después de poner fiadores, (44) entregará al prelado en cambio el dinero, conforme a su mandato, o el prelado le condenará por sentencia de juicio riguroso o a excomunión. ¡Ah, cuánta falsía ! No quiere imponer penitencia por el pecado al pecador ni se preocupa de la salvación del alma de éste, sino que mete en la bolsa un dinero fraudulento y anatematizado hasta lo increible, y encierra su alma en el infierno. ¡Ay, ay de lso que tal hacen ! Este prelado es de aquellos de los que dice el Señor quejándose por boca del profeta: "comen de los pecados de mi pueblo y levantan las manos a sus inquidades". Comen de los pecados del pueblo de Dios los que, tal como hemos dicho, reciben dineros de su feligreses. Comen de los pecados del pueblo de Dios los malos jueces que por dinero se apartan de juzgar rectamente, o que lo reciben de aquellos a quienes deben hacer justicia, por que les perdonen. Alzan las manos a las iniquidades del pueblo de Dios los malos prelados y los malos jueces, que se alegran cuando hallan culpable a algún subordinado suyo, para poder acusarle y sacarle dinero. Igualmente cualquier obispo que taimadamente quite una iglesia a cualquier sacerdote o cualquier honor a quien lo tenga, y los dé por dinero a otros, se condena. Pues así como el bispo que esto hace no quiere en modo alguno ser depuesto de ju jerarquía, tampoco debe deponer a otro por un fútil pretexto, puesto que dice el Señor en el Evangelio: "No hagas a otro lo que no quieras para ti".
De Francia ha salido una mala costumbre que ni fué establecida por los antiguos santos ni por los presentes, y que por eso debe ser raída y suprimida en todos los católicos. Han aparecido ciertos falsos hipócritas demoníacos, ya clérigos, ya laicos, con hábito de religiosos, que en el camino de Vézelay, o en el de San- (45) tiago, o en el de Saint-Gilles, o ne el de Roma, imponen falsas penitencias en lugares apartados a los peregrinos o a otros que sorprenden incautos. Pues yendo con ellos algún tiempo, empiezan por dirigirles muy buenas palabras, hablando a todos juntos de todos los vicios sucesivamente; luego hablan a cada uno de ellos por separado y les preguntan en secreto por sus conciencias y pecados cometidos, y en seguida que han confesado les imponen a uno treinta misas por treinta monedas a unos sacerdotes que nunca hayan cometido estupro, ni comido carne, ni poseído bienes". Mas éste, no sabiendo dónde podrá encontrarlos, le entrega a aquél, que dice que los hallará, las treinta monedas o su valor. Y sin preocuparse el que las recibe por la salvación del pecador, mete el dinero en su bolsa y se lo gasta alegremente, y manda al infierno a su alma excomulgada. Cosa parecida hacen muchos sacerdotes en la iglesia, que a la manera de los doce apóstoles o de las treinta monedas por las que el Señor fué vendido, piden codiciosamente treinta monedas o cinco sueldos por treinta misas y vigilis de algún difunto o vivo. Como Judas vendió al Señor por treinta dineros, también ellos venden por lo mismo el cuerpo del Señor. ¡Qué mal negocio y pésima ganancia ! Son destructores de la verdad imponiendo penitencias falsas y vendiendo el cuerpo de Cristo, que debe darse gratis a los pecadores, restaurando toda la herejía simoníaca y guiando ciegos a otros ciegos. Estos no sólo deben ser anulados por los prelados de la Iglesia, sino también dspojados por los poderes seculares. Y no menos se condenan el presbítero libidinoso que con libidinosas sugestiones o con dichos jocosos provoca pecar con él a la mujer que a él viene para confesarse. Tal mujer se parece a quien al ir a sacar agua de un pozo, resbala y perece en él. También se asemeja al que busca en un desierto el sendero recto y se encuentra con un oso escondido que le devora. Tal sacerdote es semejante al (46) que tiende la red sobre la mies para cazar un ave. Cantando dulzemente viene la cándida avecilla y es engañada, cayendo en la red. Yo he visto en el camino de Santiago a un ahorcado que antes de ser colgado acostumbraba llamar a los peregrinos antes de amanecer a la entrada de cualquier pueblo para seguir el viaje. Llamaba, pues, como de costumbre de ellos a grandes voces: "Dios, ayuda, Santiago". Y cuando salía algún peregrino para seguir con él, le acompañaba un trecho hasta llegar a un sitio apartado, donde aguardaban sus compañeros, con quienes en seguida le daba muerte y le robaban. Enteramente igual a éste es el presbítero que engaña a la mujer que acude a él para confesarse con palabras libidinosas. Es el pozo que traga al que en él cae, el oso que devora al cordero, el león que engulle a la oveja, el salteador que asesina al viandante, el ciego que guía a un ciego. Por eso deben tener mucho cuidado los obispos de conceder la potestad de administrar la penitencia sólo a sacerdotes desde luego castísimos, que impongan a los pecadores justamente las cargas penitenciarias cona autorización de los cánones y según las posibilidades del penitente, mas no por codicia u odio, o amor, o ignorancia, o impureza. Porque por un mismo pecado debe ponerse penitencia diferente al enfermo y al sano, al clérigo y al laico, al soldado y al religioso, al autor y al cómplice, al joven, al viejo y a la mujer.
Rechacemos, pues, hermanos, las acciones de los perversos para que no perezcamos con ellos en la pena eterna. Vea cada cual de no imponer penitencias fraudulentas por codicia ni pedir tampoco por misas que deben cantarse gratis el precio de su condenación. A ningún pecador debe aconsejar el sacerdote que mande cantar una misa, antes bien, es él quien debe rogar humildemente al presbítero que se la cante. El sacerdote debe dar la eucaristía voluntariamente o contra voluntad, pero el pecador debe hacer de buena gana ofrendas de sus bienes para la misa, por los pecados de vivos y muertos. Apresurémonos, pues, viviendo bien y predicando, a subir a la compañía de los santos apóstoles a quienes hemos conmemorado, a fin de que haciendo sus veces en la tierra merezcamos por sus méritos e intercesión gozar con ellos en el cielo.
De estos apóstoles y de qué manera han de resucitar cada uno de las ciudades en que predicaron y fueron sepultados, el día del (47) juicio, cantó así en otro tiempo San Fortunato, obispo de Poitiers y brillante poeta, en el libro de sus loas:
Todos los próceres celestiales acuden aprisa
A las reales bodas; llegan formando coro.
Acompañado del vuelo de Pablo el juriconsulto,
Corre el primero Pedro desde la augusta Roma,
Van juntamente a las fiestas llevando sus dones aquellos
Cuyas cenizas guarda la capital del orbe,
Cima apostólica centelleante de luz que se esparce.
Y la famosa Acaya manda también a su Andrés.
Efeso la venerable a su Juan, por sus méritos alto.
Jerusalén excelsa manda a Santiago el Menor
El que recuerdan las gentes, Santiago el de Zebedeo,
Desde el país gallego a las estrellas sube.
Saca a Felipe la santa Hierápolis, leda en sus votos.
Saca Edesa a Tomás como piadosa ofrenda.
Trae de lejos a Bartolomé triunfante dla India;
Al singular Mateo la alta Nadaver trae.
Persia alegre a Simón y a Judas, luceros gemelos,
Desde su seno abierto hacia los astros manda.
De las diversas partes del mundo concurren, y todos
Forman en larghas filas en el cortejo real.
Y entran, primaverales de luz estelar, por las puertas
De la ciudad celestial, que los recibe feliz.(48)
 
En estos versos se da a entender que los santos apóstoles, aunque sus cuerpos hayan sido trasladados a otra parte de sus primeros sepulcros, en el último dían han de resucitar con los ciudadanos de las ciudades donde predicaron, y serán coronados en las moradas siderales. Oremos, pues, hermanos, para que se digne llevarnos a reunirnos con ellos en los cielos Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos infinitos de los siglos. Amén.

Libro I Capítulo III

 

BENDICIONES DEL PAPA CALIXTO A LAS LECCIONES DE SANTIAGO


(p.49)Sea con nosotros la gracia de Dios, que llena a Santiago el Mayor.
Concédanos una santa vida. Aquel que le dió corona por la suya a él.
Quien fué por Santiago servido en el suelo, llénos al reino del cielo.
Concédanos un perpetuo bienestar El que hace a Santiago por siempre reinar.
Protéjanos con su favor El que por su vida a Santiago premió.
Háganos el cielo anhelar Quien llevó a Santiago al cielo a morar.
De su madre la petición sea nuestra fuerza y consolación.
Por la alegría de este día, Santiago hasta el cielo sírvanos de guía.
La diestra que a Cristo Santiago pidió, dénosla en el reino de Dios.
De Santiago por los méritos muy amados, de todas las culpas quedemos lavados.
Luz de la morada celestial, propicio, púrganos, Santiago, de todoslos vicios.
Concédanos gracia y perdón sin medida El que dió a Santiago palma por su vida.

Libro I Capítulo IV

COMIENZA EL PRÓLOGO DEL SANTO PAPA CALIXTO A LA PASIÓN MENOR DE SANTIAGO EL DE ZEBEDEO, APOSTOL DE GALICIA, QUE SE CELEBRA EL 25 DE JULIO.
Esta pasión menor de Santiago apóstol, hijo de Zebedeo, patrón de Galicia, y la miserable muerte de Herodes, que le fué dada justamente por un ángel en pago de la muerte de aquél, las expongo en este volumen con las mismas letras y palabras con que están escritas en la Historia eclesiástica, a fin de que aquellos que no quieran leer por su extensión la pasión mayor del mismo apóstol, lean ésta, que se tiene por muy autorizada. Pues como un limpio arroyuelo nace de una fuente purísima, así la pasión mayor está sacada de ésta menor. Puros son el arroyuelo y la fuente, puras una y otra pasión. Fuente y arroyo están limpios de impurezas, una y otra pasión están libres de mentiras. Mas como a muchos les agrada más beber agua de la fuente que del arroyo, también a muchos lectores les deleita más leer ésta que la otra.

ACABA EL PRÓLOGO, COMIENZA LA PASIÓN

A Gayo, que por cuatro años y no completos tuvo el principado en Roma, le sucedió el emperador Claudio, bajo el cual un hambre bastante cruel dominó en todo el orbe terráqueo. Y esto mucho antes habían predicho nuestros profetas que así ocurriría. Según se refiere en los Hechos de los Apóstoles, cierto profeta llamado Agabo había anunciado que bajo el emperador Claudio sobrevendría una gran hambre. Pero San Lucas, que habla de Agabo, añade también que los hermanos que residían en Antioquía enviaron recursos, cada cual según sus medios, a los fieles que habitaban en Jerusalén por Pablo y Bernabé. Y después agrega: "Por aquel tiempo- refiriéndose sin duda al transcurrido bajo Claudio cuando era el hambre - el rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia, Juan, por la espada". Además acerca de este Santiago escribe San Clemente de Alejandría en el séptimo libro de sus Disposiciones cierta anécdota digna de mención, llegada hasta él por tradición de sus antepasados. Pues dice que aquel que había entregado a Santiago al juez para el martirio, movido a penitencia.

Libro I Capitulo IX

PASIÓN MAYOR DE SANTIAGO
COMIENZA EL PROLOGO DEL SANTO PAPA CALIXTO A LA PASIÓN MAYOR DE SANTIAGO, QUE SE CELEBRA EL 25 DE JULIO Y QUE TAMBIÉN PUEDE LEERSE PARA SAN JOSÍAS, EL 26 DE JULIO.

Yerran por completo los que dicen que es apócrifa la pasión mayor de Santiago, ignorando que concuerda con la pasión menor, que sacamos de la Historia eclesiástica y que se tiene por muy autorizada. Pues en las dos se cuenta que un criado de Herodes, llamado Josías, llevó preso al Apóstol a instigación de los judíos ante el tribunal de aquél, y que movido luego a penitencia al ver el milagro del enfermo, confesó ser cristiano y, renacido por la gracia del bautismo, fue coronado por el triunfo del martirio con el propio Apóstol. Por otra parte, concuerda bien esta pasión con San Lucas, que dice: "El rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada". Y nada he hallado en ella digno de enmienda, a no ser el nombre del padre de Herodes, lo cual he enmendado conforme a la verdad de los Hechos de los Apóstoles diciendo: El rey Herodes mandó degollarle. La bellísima controversia y admirable conversión de Hermógenes que en ella se contienen nadie debe rechazarlas, sino admitirlas y leerlas por amor al Apóstol. Contiene testimonios proféticos de la encarnación, natividad, pasión, resurrección y ascensión del Señor, y por eso principalmente resulta más estimable. La oración del Apóstol, que va al final de esta pasión, la he traducido de los libros griegos al latín y la muerte de Herodes, que por razón del Apóstol le infirió un ángel, la he expuesto según el libro de los Hechos de los Apóstoles. Por lo cual esta pasión debe leerse toda sin cuidado en las iglesias y en los refectorios.

ACABA EL PROLOGO, EMPIEZA LA PASIÓN.

Después de la ascensión del Señor a los cielos, el apóstol de nuestro Señor Jesucristo Santiago, hermano de Juan, apóstol y evangelista, visitaba toda la Judea y Samaria, y entrando en las sinagogas enseñaba según las Sagradas Escrituras todas las cosas anunciadas por los profetas, que en nuestro Señor Jesucristo se habían cumplido. Sucedió, pues, que un tal Hermógenes, mago, le mandó a un discípulo suyo llamado Fileto. El cual, llegándose con algunos fariseos a Santiago, intentaba demostrar que Jesucristo el Nazareno, de quien se decía apóstol, no era el verdadero Hijo de Dios, según las Sagradas Escrituras. Fileto, habiendo vuelto a Hermógenes, le dijo: "Sabrás que no he podido vencer a Santiago, el que se llama siervo del Dios Nazareno y apóstol suyo, porque en su nombre le he visto echar a los demonios de los cuerpos de los posesos, dar luz a los ciegos, limpiar a los leprosos y otros muy amigos míos afirman haberle visto resucitar muertos. Pero ¿a qué extendernos más?. Sabe de memoria todas las Sagradas Escrituras y con ellas prueba que no es otro el Hijo de Dios sino Aquel que crucificaron los judíos. Sigue, pues, mi consejo y llégate a él y pídele perdón, porque si no lo haces sábete que tu arte mágica de nada te servirá en absoluto. Por mi parte sabe también que me vuelvo a él a pedirle el favor de ser su discípulo". Hermógenes, al oír esto, se llenó de envidia y ató a Fileto de tal modo que no podía moverse, y le decía: "A ver si tu amigo Santiago te suelta de esas ligaduras". Fileto entonces envió a su criado corriendo en busca de Santiago, quien así que el criado llegó y le dio la noticia envió su pañuelo a Fileto diciendo: "Que tome esto y diga: Jesucristo, el Señor, pone en pie a los lisiados y también suelta a los atados". Y en seguida que le tocó con el pañuelo el que se lo había traído, libre de las ligaduras del mago, marchó corriendo a Santiago, mofándose de las malas artes de aquél. Hermógenes, dolido de que se burlase de él, invocó a los demonios con sus artes y los mandó contra Santiago, diciéndoles: "Andad pronto y traedme acá al propio Santiago, y con él a mi discípulo Fileto para vengarme de él y que no se atreva a mofarse de mí otro tanto mis otros discípulos". Llegaron, pues, los demonios a donde Santiago hacía oración y comenzaron a dar gritos en el aire diciendo: "Santiago, apóstol de Dios, ten compasión de nosotros, que antes de llegar el tiempo de nuestra quema ya estamos ardiendo". Preguntóles Santiago: "¿A qué habéis venido a mí?" Y le respondieron los demonios: "Nos ha mandado Hermógenes para que le llevásemos a ti y a Fileto, pero en seguida que entramos aquí nos ató un ángel santo del Señor con cadenas de fuego y estamos sufriendo tormentos". El apóstol Santiago les dijo: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que os suelte el ángel de Dios, pero a condición de que volváis a Hermógenes y me lo traigáis atado sin hacerle daño". Marcharon ellos, le ataron las manos a la espalda con cuerdas y así lo trajeron, diciéndole: "Nos mandaste a donde nos prendieron fuego y fuimos atormentados y aniquilados en forma insufrible". Y traído ante Santiago le dijo el apóstol de Dios: "Eres el más necio de los hombres al creer que tienes arreglo con el enemigo del género humano. ¿Por qué no piensas a quién rogaste que te enviase para hacerme daño a sus ángeles, a quienes aún no he permitido yo que te demuestren su furia?". Gritaban también los propios demonios diciendo: "Entréganoslo a nosotros para que podamos vengar tus injurias y nuestra quema". Respondióles el Apóstol: "Ahí tenéis delante a Fileto. ¿Por qué no le cogéis?". Pero los demonios contestaron: "No podemos tocar ni a una hormiga en tu aposento". Entonces dijo Santiago a Fileto: "Para que entiendas que esta es la escuela de nuestro Señor Jesucristo y aprendan los hombres a devolver bien por mal, él te ató a ti, suéltale tú a él; él intentó llevarte ante sí atado por los demonios, tú a él por los demonios apresado, déjale marchar libre". Mas cuando Fileto le soltó Hermógenes, confuso y humilde y consternado, permanecía quieto. Santiago le dijo: "Vete libre adonde quieras, porque no entra en nuestras normas que nadie se convierta contra su voluntad". A lo que contestó Hermógenes: "He visto la ira de los demonios, y si no me das algo que lleve conmigo me cogerán y me matarán entre tormentos". Entonces le dijo Santiago: "Toma mi bordón de viaje y vete tranquilo con él a donde quieras". Y habiendo recibido el báculo del Apóstol se fue a casa y lo puso sobre su cuello y sobre los de sus discípulos. Y trajo ante el apóstol de Dios mochilas llenas de libros y se puso a quemarlos. Santiago le dijo: "Para que el hedor de la quema no moleste por acaso a los desprevenidos, mete dentro de las mochilas piedras y plomo y haz que las echen al mar".
Hecho esto volvió Hermógenes y se echó a los pies del Apóstol, diciéndole con ruegos: "Liberador de las almas, recibe arrepentido a quien envidioso e infamador has soportado hasta ahora". Respondiéndole dijo Santiago: "Si has ofrecido a Dios un arrepentimiento verdadero, conseguirás también su verdadero perdón". A lo que dijo Hermógenes: "Tan sincero arrepentimiento ofrezco a Dios que todos mis libros en los que había presunciones ilícitas los he tirado, renunciando a la vez a todas las artes del enemigo". Respondióle el Apóstol: "Vete ahora por las casas de aquellos a quienes pervertiste a reclamar debidamente para su Señor a los que le quitaste, y enseña que es verdad lo que decías ser mentira y que es mentira lo que decías ser verdad. Rompe también el ídolo que adorabas y las adivinaciones que pensabas que él te respondía. Los dineros que adquiriste con el mal obrar gástalos en obras buenas para que, como has sido hijo del diablo imitando al diablo, te hagas hijo de Dios imitando a Dios, que diariamente concede beneficios aun a los ingratos y da alimentos a los que de El blasfeman. Porque si cuando eras malo para con Dios el Señor fue bueno para contigo, ¿cuánto más no será benigno para ti si dejas de ser malo y das en complacerle con buenas obras?". Diciendo Santiago estas cosas y otras parecidas a todas asentía Hermógenes, y así empezó a ser perfecto en el temor de Dios, tanto que hasta por mediación suya hizo el Señor muchos milagros.
Viendo, pues, los judíos que había convertido a este mago, a quien tenían por invencible, de tal manera que incluso todos sus discípulos y amigos que solían concurrir a la sinagoga habían creído en Jesucristo por intervención de Santiago, ofrecieron dinero a los dos centuriones que tenían el mando en Jerusalén, llamados Lisias y Teócrito, y le detuvieron y metieron en la cárcel. Pero se amotinó el pueblo, diciendo que debía ser sacado y oído conforme a la ley.
Entonces le decían los fariseos: "¿Por qué predicas que Jesucristo es Dios y Hombre cuando todos sabemos que fue crucificado entre dos ladrones?". Santiago, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Oíd, hermanos y cuantos sabéis que sois hijos de Abraham. Prometió Dios a nuestro padre Abraham que en su descendencia serían hechas herederas todas las naciones. Su descendencia no está en Ismael, sino en Israel, porque Ismael fue expulsado con su madre, Agar, y excluido de la participación en la descendencia de Abraham, y Dios le dijo a éste: "En Isaac te será reputada la descendencia". Pero Abraham fue llamado amigo de Dios antes de recibir la circuncisión , antes de guardar el sábado, antes de conocer ley alguna e fundación divina. Se hizo amigo de Dios, no por circuncidarse, sino creyendo a Dios que en su descendencia serían hechas herederas todas las naciones. Luego si Abraham se hizo amigo de Dios creyendo, claro está, que se hizo enemigo de Dios quien no cree en El".
Pero dijeron los judíos: "¿Y quién es el que no cree en Dios?". A lo que respondió Santiago: "El que no cree que en la descendencia de Abraham son herederas todas las naciones y el que no cree a Moisés cuando dice: "El Señor os va a suscitar un gran profeta; le escucharéis como a mí en todo lo que os mando". A su vez el santo Isaías profetizó en qué forma se cumpliría esta promesa. Pues dice: "He aquí una virgen concebirá y parirá un hijo y será llamado de nombre Emmanuel", que significa Dios con nosotros. Y dice Jeremías: "He aquí que vendrá tu Redentor, Jerusalén, y esta será su señal: abrirá los ojos a los ciegos, devolverá el oído a los sordos y con su voz despertará a los muertos" y Ezequiel le anuncia diciendo: "Vendrá tu Rey, Sión; vendrá humilde para restaurarte". Y dice Daniel: "Como un río vendrá el Hijo del hombre y tendrá el principado y el poder". Y David, con palabras del Hijo de Dios: "El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, te he engendrado hoy". Y en otra parte: "El me invocará: Tú eres mi Padre". Y la voz del Padre dice del Hijo: "Y yo le haré mi primogénito, el más alto de los reyes de la tierra". Y al mismo David le dice la palabra de Dios: "Del fruto de tus entrañas pondré sobre mi trono". Y de su pasión dice Isaías: "Como una oveja fue llevado al matadero". Y dice David en nombre de El: "Me han taladrado las manos y los pies, han contado todos mis huesos. Ellos me han mirado y contemplado, se han repartido mis vestidos y han echado suertes sobre mi túnica". Y en otro lugar dice el propio David: "Me dieron a comer hiel, y en mi sed me dieron a beber vinagre". Y dice de su muerte: "Mi carne descansará en la esperanza. Porque no dejarás a mi alma en el infierno ni dejarás que tu santo conozca la corrupción". Y la voz del Hijo al Padre: "Resucitaré y estaré aún contigo". Y de nuevo: "Por la opresión de los necesitados y el gemir de los menesterosos me levantaré ahora mismo –dice el Señor". Y dice de su ascensión: "Subiendo a lo alto llevó cautiva la cautividad". Y otra vez: "Subió sobre los querubines y voló". Y otra: "Subió el Señor en medio del júbilo". También dice Ana, madre del santo Samuel: "El Señor subió a los cielos y tronó". Y otros muchos testimonios de su ascensión se encuentran en la Ley.
Pues que está sentado a la diestra del Padre lo dice el mismo David: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra". Y que ha de venir a juzgar a la tierra por el fuego lo dice el profeta: "Vendrá manifiestamente Dios, nuestro Dios, y no en silencio. Delante de El arderá fuego y le rodeará fuerte tormenta". Todas estas cosas se han cumplido en nuestro Señor Jesucristo, las que han pasado, y las que todavía no, se cumplirán como están profetizadas. Porque dice Isaías: "Se levantarán los muertos y resucitarán los que están en los sepulcros". Y si preguntas qué pasará cuando resuciten, afirma David haber oído él a Dios decir lo que será. Y para que sepáis que es así, oíd lo que dice: "Una vez habló Dios y oí estas dos cosas: que el poder es de Dios y tuya, Señor, la misericordia, pues Tú darás a cada cual según sus obras".
Por eso, hermanos, haga penitencia cada uno de vosotros para no recibir según sus obras, quien se sepa compañero de aquellos que clavaron en la cruz a quien libró al mundo entero de los tormentos. Pues, con su saliva abrió los ojos a un ciego de nacimiento, y para demostrar que era El mismo quien había formado a Adán del limo de la tierra hizo barro con su saliva y lo puso sobre las cuencas de los ojos que no había cegado enfermedad, sino que faltaban por naturaleza. Pues preguntamos a nuestro Señor Jesucristo: "¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?". Y nos respondió: "Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios". Esto es, para que se pusiera de manifiesto el Artífice que le había hecho cuando hiciese lo que había sido hecho de menos. Pues que había de recibir males por bienes también está predicho por David de su persona cuando dice: "Me devolvían mal por bien". Y en otra parte: "Me han opuesto males por bienes y odio a cambio de mi amor". En fin, después de haber curado a los paralíticos, limpiado a los leprosos, iluminado a los ciegos, ahuyentado a los demonios y resucitado a los muertos, gritaron todos a una voz: "¡Reo es de muerte!". Y que por un discípulo sería entregado fue también profetizado en esta forma por David: "El que comía mi pan extendió contra mí la zancadilla".
Estas cosas, hermanos, hijos de Abraham, predijeron los profetas, hablando por sus bocas el Espíritu Santo. Si no les creemos, ¿podremos escapar al suplicio del fuego eterno? ¿Y no seremos castigados justamente cuando los gentiles creen en las palabras de los profetas y nosotros no creemos en las de los patriarcas y profetas?. Lloremos, pues, con lamentos y lágrimas los pecados vergonzosos y dignos de castigo cometidos en tantos hechos culpables, a fin de que el pío Dispensador del perdón acepte nuestro arrepentimiento y no nos ocurra lo que les ocurrió a aquellos desdeñosos de quienes dice el Salmista: "Se abrió la tierra y se tragó a Datán y cubrió a la cuadrilla de Abirón. Y ardió fuego sobre todos ellos y abrasaron las llamas a los pecadores".
Exponiendo Santiago estas cosas y otras parecidas, tanta gracia concedió Dios a su Apóstol que todos clamaron a una voz: "¡Hemos pecado, hemos obrado injustamente; danos el remedio que debemos usar!". Y Santiago les dijo: "Hermanos, no desesperéis. Creed solamente y bautizaos para que se os borren todos vuestros pecados". Y oído esto fueron bautizados en el nombre del Señor.
Después de algunos días, Abiatar, pontífice de aquel año, viendo que había creído en el Señor tanta gente, se llenó de envidia y repartiendo dinero provocó un terrible motín y mandó castigar al Apóstol del Señor, de manera que uno de los escribas de los fariseos le echó al cuello una soga y le llevó al pretorio del rey Herodes. Y el rey Herodes le mandó degollar.
Y cuando era conducido al suplicio vio a un paralítico que acostado le gritaba: "¡Santiago, apóstol de Jesucristo, líbrame de los dolores que me atormentan todos los miembros!". Y le dijo el Apóstol: "En el nombre de mi Señor, Jesucristo crucificado, por cuya fe me llevan al suplicio, levántate sano y bendice a tu Salvador". Y al instante se levantó y echó a correr contento y bendiciendo el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Entonces aquel escriba de los fariseos, llamado Josías, que le había echado al cuello la soga, se la quitó y echándose a sus pies empezó a decirle: "Te ruego que me perdones y me hagas partícipe del nombre santo". Comprendiendo Santiago que su corazón había sido visitado por el Señor le dijo: "¿Tú crees que mi Señor Jesucristo, a quien crucificaron los judíos, es el verdadero Hijo de Dios vivo?". Y respondió Josías: "Lo creo y tal es mi fe desde este momento, que El es el Hijo de Dios vivo".
Entonces el pontífice Abiatar le hizo prender y le dijo: "Si no te apartas de Santiago y no maldices el nombre de Jesucristo, serás degollado con él". Pero Josías le respondió: "Maldito seas tú y malditos todos tus dioses; mas el nombre de mi Señor Jesucristo es bendito por los siglos". Mandó Abiatar entonces que le dieran de puños en la cara, y habiendo enviado a Herodes relación acerca de él, consiguió que le degollasen juntamente con Santiago.  
Llegaron, pues, al lugar donde habían de ser degollados y dijo Santiago al verdugo: "Antes de degollarnos haz que nos den agua". Y les trajeron una botella de agua. Entonces mandó desnudarse a Josías y tomando la botella le dijo: "Josías, ¿crees en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?". Y respondió éste "Creo". Y añadió el Apóstol: "¿Crees en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, que nació y sufrió pasión y resucitó y está sentado a la diestra del Padre?". Y respondió aquél: "Creo". Y dijo el Apóstol: "¿Crees en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida después de la muerte?". Y contestó aquél: "Creo". Entonces derramó agua sobre él tres veces el Apóstol bajo el triple nombre de Dios y le dijo: "Dame, hijo mío, el beso de la paz". Y después de besarle púsole la mano sobre la cabeza, le bendijo e hizo en su frente la señal de la cruz de Cristo y agregó: "Oremos, hermano, al Señor para que se digne acoger nuestras almas que El hizo". Y habiendo obtenido del verdugo lugar para hacer oración, rogó al Señor alzando al cielo los ojos del corazón, las manos extendidas, mirando hacia arriba y diciendo en hebreo: "Mi Señor Jesucristo, que con el Padre Eterno y el Espíritu Santo reinas eternamente; que formaste maravillosamente a Adán de tierra del paraíso, a quien el maligno enemigo arrastró consigo al tártaro engañándole y a quien redimiste, no con oro ni plata, sino con sangre, pues siendo Dios te hiciste hombre por él y naciste de la Virgen inmaculada, padeciste en la cruz, bajaste a los infiernos y le trajiste de nuevo al paraíso de donde había caído, y al tercer día resucitaste de entre los muertos. Tú, Señor, elegiste doce hombres de todos los que había en el mundo para que fueran en el mundo testigos de tus obras, y entre ellos te dignaste incluirme no por mis méritos, mas por tu inefable gracia, cuando junto al mar de Galilea, al llamarme, te seguí con mi hermano Juan, dejando todo, hasta mi padre, y te dignaste mostrarnos los secretos de tus milagros, pues cuando resucitaste en su casa a la hija del jefe de la sinagoga no dejaste entrar a nadie más que a Pedro, a mi hermano Juan y a mí, y cuando estabas en el Tabor y te transfiguraste en la divinidad de tu Padre a ninguno de los apóstoles permitiste ver esto más que a Pedro, a mi hermano Juan y a mí. También a mí y a otros apóstoles te apareciste después de tu resurrección en muchas pruebas, con gran amor comiste y bebiste con nosotros, y cuando en el día de tu ascensión volviste a tu Padre y enviaste a tus apóstoles llenos del Espíritu Santo por todo el mundo para anunciar tu Evangelio a todas las gentes y bautizarlas en tu nombre, yo tu nombre he anunciado no sólo en Judea, sino también en toda Samaria, y he sido testigo de tus milagros hasta en los pueblos del Occidente, entre los que padecí mucho por Ti, infamias, blasfemias, burlas y contiendas. Y ahora, Señor, como el criado vuelve junto al señor que lo envió, así vuelvo yo a Ti que me enviaste, para que me recibas como discípulo tuyo y me abras la puerta de la vida eterna y me lleves entre los moradores del cielo, a fin de que merezca esperar y ver a mis hermanos los apóstoles que han de venir después de mí. Concede, pues, te ruego, la salvación en tu reino a los que me han oído y por mí han creído y han de creer en Ti, porque Tu eres mi Maestro Cristo a quien he querido, a quien he amado, en quien creí, a quien he seguido hasta este momento en que voy a padecer por Ti que reinas sin fin por los siglos eternos".
Acabada su oración se despojó Santiago de la vestimenta y la dio a sus perseguidores, y puesto de rodillas en tierra, tendidas al cielo las manos, alargó el cuello al verdugo diciendo: "Reciba la tierra mi cuerpo de tierra con la esperanza de resucitar". Y dicho esto desenvainó la espada el verdugo, la levantó en alto, le hirió dos veces en el cuello y le cortó la sacratísima cabeza, y al instante brotó su preciosa sangre. Mas la cabeza no cayó a tierra, sino que el santo Apóstol, lleno de la virtud de Dios, la recogió en sus brazos elevados al cielo y así permaneció de rodillas y sosteniéndola entre ellos hasta que llegó la noche y recogieron el cuerpo sus discípulos. Entre tanto algunos, enviados por Herodes, intentaron arrancarle la cabeza, mas no pudieron, porque se les agarrotaban las manos sobre el preciosísimo cuerpo de Santiago. Y en seguida degolló el verdugo a Josías, bienaventurado mártir de Cristo, discípulo de Santiago.
Al momento se produjo un violento terremoto, se abrió el cielo, se agitó el mar y resonó un trueno formidable, y abierta la tierra se tragó a la mayor parte de los malvados, y brilló un gran resplandor en aquel sitio y muchos oyeron en el aire un coro de ángeles que llevaban las almas de aquéllos a las mansiones celestiales, donde gozan sin fin. ¡Día aquel amargo y terrible para los malos y excelso y glorioso para los justos, en el cual los santos suben al cielo y los malos bajan al infierno!. Porque la muerte de los santos es preciosa ante el Señor y la muerte de los pecadores es terrible, y los que odian la justicia perecerán. En seguida todos los presentes, asustados y conmovidos de terror, dieron en decir a voces: "¡Sin duda era Dios Aquel a quien éste predicaba y a quien crucificaron los judíos!". Y decían otros: "Verdaderamente éste era un hombre de Dios y con razón destruirá el Señor este lugar y esta ciudad por el crimen de su muerte, porque ha sido injustamente degollado".
Acabado el día vinieron por la noche sus discípulos, que le encontraron, como hemos dicho, de rodillas y sosteniendo la cabeza con los brazos; colocaron cuerpo y cabeza en un zurrón de piel de ciervo con preciosos aromas y le transportaron de Jerusalén a Galicia por el mar, acompañándolos un ángel del Señor, y le sepultaron donde se le venera hasta el día de hoy.
 Pero de qué manera se condenó Herodes, que fue culpable de la muerte de Santiago, por medio e la muerte más infame, lo cuenta así el libro de los Hechos e los Apóstoles: "Viendo, pues, que era grato a los judíos" (el martirio de Santiago), tomó preso al apóstol San Pedro y le metió en la cárcel, mas escapó sin daño por la noche guiado por un ángel del Señor. Al día siguiente, no habiendo sido hallado San Pedro, bajó Herodes doliéndose "de la Judea a Cesárea" y residió allí. Pues estaba irritado contra los tirios y sidonios, mas ellos de común acuerdo se presentaron a él, y habiéndose ganado a Blasto, camarero mayor del rey, le pidieron la paz por cuanto sus regiones se abastecían del territorio del reino. El día señalado Herodes, vestido con las vestiduras reales, se sentó en su estrado y les dirigió la palabra. Entonces el pueblo comenzó a gritar: "¡Palabras de Dios y no de hombre!". Al instante le hirió un ángel del Señor y expiró comido e gusanos, por no haber glorificado a Dios y por haber derramado injustamente la sangre de Santiago. "Y la palabra del Señor se extendía y se multiplicaba grandemente". Pero poco tiempo después fue destruida Jerusalén por los emperadores Tito y Vespasiano, según narra fielmente la Historia, de tal modo que no quedó piedra sobre piedra, porque había derramado injustamente la sangre de mártires gloriosos, esto es, del Salvador, de San Esteban protomártir y de Santiago el Mayor. Reinando sobre todo nuestro Señor Jesucristo, cuyo reino dominio sin fin perdurará por los siglos de los siglos. Amén.

Libro I Capitulo X

EXPOSICIÓN DE SAN JERÓNIMO
EL DÍA 26 DE JULIO, SEGUNDO DE LA OCTAVA DE SANTIAGO, SE CELEBRA EL OFICIO DE LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÍAS MARTIR Y A LA VEZ DE SANTIAGO, Y SE LEE ESTE EVANGELIO.
Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo, habiendo llamado Jesús a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus impuros para arrojarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que le traicionó, etcétera.

 Sermón del San Jerónimo(1), doctor, sobre esta Lección. Al considerar las venerandas solemnidades apostólicas, amadísimos hermanos, vamos a ver de llevar a vuestros corazones con nuestra exposición esta lección evangélica. Benigno y misericordioso nuestro Señor y Maestro, no regatea su virtud a sus siervos y discípulos, sino que como El mismo había curado toda enfermedad y toda dolencia, así concedió también a sus apóstoles poder para curar toda dolencia y toda enfermedad. Pero hay gran distancia entre el tener y el conceder, entre el dar y el recibir. Todo lo que El hace lo hace con potestad de Señor; ellos si hacen algo confiesan su impotencia y la virtud del Señor al decir: "En el nombre de Jesús levántate y anda". Y debe observarse que se concede a los apóstoles poder milagroso hasta el duodécimo lugar. "Los nombres de los doce apóstoles son éstos". Se da la lista de los apóstoles para que sean excluidos de entre ellos los futuros seudoapóstoles. "El primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano". Su orden y el mérito de cada cual sólo podía repartirlos Aquel que penetra los secretos del corazón. Figura el primero Simón, el que tenía por sobrenombre Pedro para distinguirlo del otro Simón, llamado el Cananeo por la aldea de Caná de Galilea, donde el Señor convirtió agua en vino. También llama a Santiago el de Zebedeo, porque viene luego otro Santiago de Alfeo, y asocia a los apóstoles por parejas. Une a Pedro con Andrés, su hermano más que por la carne por el espíritu; a Santiago y a Juan, porque dejando a su padre corporal siguieron al verdadero Padre; a Felipe y a Bartolomé, a Tomás y a Mateo el publicano. Los demás evangelistas ponen en la serie de los nombres a Mateo antes que a Tomás y no le dan el sobrenombre de publicano para que no parezca que le insultan recordando su antigua profesión. Mas él, como hemos dicho, se pone detrás de Tomás y se llama el publicano, para que "donde abundó el pecado sobreabundase la gracia". Simón el Cananeo es el mismo que en otro evangelio es llamado el Celador, porque Caná se traduce por celo. Y del apóstol Tadeo cuenta la Historia eclesiástica que fue enviado a Edesa al rey Abgaro de Osroene, y el evangelista San Lucas le llama Judas de Santiago y en otro lugar es llamado Lebeo, que se traduce por corazoncito. Y hemos de creer que tuvo tres nombres, como Simón Pedro y los hijos de Zebedeo fueron apellidados Boanerges por la firmeza y magnitud de su fe. En cuanto a Judas Iscariote, tomó el sobrenombre o de la aldea en que nació o de la tribu de Isacar, como si hubiera nacido con cierto vaticinio de su condenación, porque Isacar se traduce por paga, para significar el precio de la traición.
"No toméis el camino de los gentiles ni entréis en ciudades de los samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel". No es contrario este pasaje a aquel precepto que dice después: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", porque aquello fue mandado antes y esto después de la resurrección. Y convenía anunciar antes la venida de Cristo a los judíos para que no tuviesen justa excusa y dijesen que habían repudiado al Señor, porque había enviado a sus apóstoles a los gentiles y samaritanos. Metafóricamente se nos manda a los que nos empadronamos con el nombre de cristianos que no vayamos por el camino de los gentiles ni por los extravíos de los herejes, para que a quienes separa la religión los separe también el camino. "Y, yendo, predicad diciendo que se acerca el reino de los cielos. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad a los demonios. Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis". Para evitar que nadie creyera a unos hombres rústicos y sin galas de elocuencia, indoctos e iletrados, que prometían el reino de los cielos, les da poder para curar enfermos, limpiar leprosos, expulsar demonios, a fin de que la grandeza de sus milagros probase la de sus promesas. Y como siempre los dones espirituales si media precio pierden valor, se añade la condenación e la avaricia. "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis". Yo Maestro y Señor os he dado eso a vosotros sin precio, dadlo también sin precio vosotros, para que no se corrompa la gracia del Evangelio. "No llevéis oro ni plata ni calderilla en vuestros cintos, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni vara en la mano. Porque el obrero es digno de su sustento". Consecuentemente manda estos preceptos a los evangelizadores de la verdad, a los cuales había dicho antes: "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis". Porque si predican sin recibir salario, es superfluo poseer oro, plata y calderilla. Pues si hubieran tenido oro y plata parecería que predicaban no por la salvación de los hombres, sino por el lucro. "Ni moneda en las bolsas". Quien acababa de suprimir las riquezas recorta aún lo necesario para la vida, a fin de mostrar que los apóstoles, doctores de la religión verdadera, que estaban dotados de toda prudencia, podían mantenerse a sí mismo y no pensar en el día de mañana. "Ni alforja para el camino". Con este precepto acusa a los filósofos llamados vulgarmente bactroperitas, que despreciando el mundo y no importándoles nada por nada, llevaban consigo una despensa. "Ni dos túnicas". Con dos túnicas entiendo yo que se refiere a dos vestidos. Porque no es que en tierras de la Escitia y en las cubiertas de helada nieve deba uno contentarse con una sola túnica, sino que por túnica debemos entender un vestido y que no llevemos uno puesto y otro guardado por temor de lo venidero. "Ni calzado". Y mandó Platón que los dos extremos del cuerpo no se cubrieran y que no debe uno hacerse delicado de cabeza y de pies. Porque cuando estas partes se mantengan firmes, más fuertes serán las demás. "Ni vara". Quienes tenemos la ayuda del Señor, ¿por qué hemos de buscar la defensa de un bastón?. Y como en cierto modo había enviado a predicar a los apóstoles desnudos y escoteros, y parecía iba a ser dura la situación de estos maestros, templó la severidad de su mandato con la sentencia siguiente: "Digno es el obrero de su sustento". "Tomad –les dice- tanto cuanto os sea necesario para vuestro alimento y vestido". Por lo que también repite el Apóstol: "Teniendo alimento y vestido estamos contentos con eso". Y en otro lugar: "Reparta el catecúmeno todos sus bienes con el que le catequiza", a fin de hacer partícipe en sus bienes corporales, y no avaramente, sino según las necesidad, a aquel de quien los cosechan espirituales los discípulos. Esto lo decimos objetivamente. Pero además en sentido figurado tampoco es lícito a los maestros poseer el oro, la plata y la calderilla que está en los cintos. Con frecuencia leemos oro por sentido, plata por palabra, cobre por voz. Estas cosas no podemos recibirlas de otros, sino sólo poseer lo que nos ha dado el Señor, ni aceptar las enseñanzas y doctrinas perversas de herejes y filósofos, ni agobiarnos con el peso del mundo, ni tener doblez de espíritu, ni atarnos los pies con trabas de muerte, sino marchar descalzos por el santo suelo; ni llevar vara que pueda convertirse en serpiente, ni apoyarnos en recurso alguno de la carne, porque semejante vara o bastón es de caña, y si la fuerzas un poco se rompe y le traspasa la mano al que se apoya.
 "En cualquier ciudad o aldea en que entréis informaos de quién hay en ella digno y quedaos allí hasta que partáis". Acerca de la ordenación del obispo y del diácono dice San Pablo: "Conviene asimismo que tenga buena fama ante los de fuera". Al entrar los apóstoles en una nueva ciudad no podían saber quién era cada cual. Tenían, pues, que elegir huésped siguiendo la opinión popular y el juicio de los vecinos, de modo que la dignidad de la predicación no se manchase con la infamia de quien los acogía. Debiendo predicar para todos conviene elegir un huésped que no haga un favor al que va a estar en su casa, sino que lo reciba. Con esto está dicho que será digno quien más entienda que recibe una gracia y no que la hace. "Y al entrar en la casa saludad. Y si la casa fuere digna, sobre ella vendrá vuestra paz; mas si no lo fuere, vuestra paz volverá a vosotros". Aquí alude al saludo en hebreo y en siríaco, pues lo que en griego se dice jere (alégrate) y en latín ave (ten salud), dícese en hebreo y siríaco, respectivamente, salom lac y salam alac, o sea, la paz contigo. Pero lo que manda es esto: Al entrar en la casa pedid la paz para el huésped y en cuanto esté en vosotros apaciguad las luchas y discordias. Mas si surgiere alguna oposición, vosotros tendréis la recompensa de la paz ofrecida y ellos se quedarán con la guerra que han querido tener. "Y si no os recibieren ni escucharen vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies". Se sacude el polvo de los pies en testimonio de su trabajo, porque han entrado en la ciudad y la predicación apostólica ha llegado hasta allí; o se sacude para no recibir nada, ni aun lo necesario para el sustento, de aquellos que han despreciado el Evangelio. "En verdad os digo que más tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra". Si Sodoma y Gomorra tendrán más tolerable suerte que aquella ciudad que no acepte el Evangelio, y más tolerable porque a Sodoma y Gomorra no les fue predicado, mientras que a ella le ha sido predicado y sin embargo no lo ha recibido, es que también son distintos los castigos entre los pecadores. Pues de tales castigos y de todas las adversidades líbrenos con su inefable clemencia Jesucristo nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén.
Libro I Capitulo XI

DÍA 27 DE AGOSTO, TERCERO DE LA OCTAVA DE SANTIAGO

Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo, seis días después, tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró ante ellos, etc.
 Sermón de San Jerónimo, Doctor, sobre esta Lección. Por qué Pedro y Santiago y Juan son distinguidos de los otros apóstoles en ciertos lugares e los Evangelios o por qué tienen privilegio sobre los demás, lo hemos dicho a menudo. Ahora se pregunta cómo los tomó y los llevó aparte a un monte alto seis días después, cuando el evangelista Lucas pone ocho. Mas la respuesta es fácil, porque allí se cuentan los días intermedios y aquí se añaden el primero y el último. Porque no se dice seis días después tomando Jesús a Pedro, a Santiago y Juan, sino al octavo día, y los lleva aparte a un alto monte. Llevar a los discípulos a las alturas es parte del reino. Son llevados aparte, porque "muchos son los llamados y pocos los escogidos". "Y se transfiguró ante ellos". Como ha de estar en el momento del juicio, tal se les apareció a los apóstoles. Pero porque diga: "Se transfiguró ante ellos", no piense nadie que perdió su figura y su faz anteriores o se despojó del verdadero cuerpo y tomó otro espiritual o aéreo, sino que el evangelista expone cómo se transfiguró diciendo: "Y brilló su rostro como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve". Donde se hace ver el resplandor de la cara y se describe la blancura e los vestidos no se quita la sustancia, sino que se muda la gloria. "Brilló su rostro como el sol". Verdaderamente el Señor se transformó tomando aquella gloria con que ha de venir después en su reino. La transformación añadió esplendor mas no suprimió la faz. Y aunque el cuerpo fuese espiritual, ¿mudáronse acaso también las vestiduras, que tan blancas eran que ha dicho otro evangelista: "Como no puede hacerlas batanero en la tierra?". Mas esto es corporal y sujeto al tacto, y no espiritual y aéreo que engañe a los ojos y sólo se vea como un fantasma. "Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con El". A los escribas y fariseos, que le tentaban y le pedían señales del cielo, no quiso dárselas, sino que atajó su malévola petición con una prudente respuesta. Aquí, en cambio, para aumentar la fe de los apóstoles, les da una señal del cielo: bajando Elías del lugar a donde había subido y surgiendo Moisés de los infiernos, lo que también manda Isaías a Ajaz, que pida una señal de las alturas o de lo profundo. Pues lo ya dicho, que "se le aparecieron Moisés y Elías hablando con El", y lo que se dice en otro evangelio, que ellos le anunciaron lo que había de padecer en Jerusalén, representa la Ley y los profetas, que anunciaron frecuentemente la pasión y resurrección del Señor. "Y tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí!". Habiendo subido a las alturas, no quiere bajar a lo terrenal, sino perseverar siempre en la sublimidad. "Si quieres, hagamos aquí tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías". Te equivocas, Pedro –como afirma también otro evangelista-; no sabes lo que dices. No quieras tres tiendas cuando una sola es la del Evangelio, en el cual están recapituladas la Ley y los profetas. Pero si quieres tres tiendas, de ningún modo compares con el Señor a sus siervos; mas haz tres tiendas o más bien una sola para el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, para que quienes tienen una sola divinidad tengan una sola tienda en tu pecho. "Aún estaba El hablando cuando los cubrió una nube luminosa y una voz dijo desde la nube: Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mi complacencia. Escuchadle". Por haber preguntado neciamente no mereció respuesta del Señor, mas respondió el Padre por el Hijo para que se cumpliera la palabra de Este: "Yo no doy testimonio de mí, sino que por mí lo da mi Padre, que me envió". Y la nube aparece luminosa y les da sombra para que los que deseaban una tienda de ramaje o de lona fueran cubiertos por la sombra de una nube luminosa. También se oye la voz del Padre, que habla desde el cielo para dar testimonio de su Hijo, y sacando de su error a Pedro, enseñarle la verdad y aun a los demás apóstoles por medio de El: "Este es mi Hijo muy amado". Para El debe elevarse la tienda, a El hay que obedecer: "Este es mi Hijo", le sirven Moisés y Elías y deben también con vosotros prepararle una tienda al Señor en lo más íntimo del corazón. "Al oír los discípulos cayeron sobre u rostro, sobrecogidos de gran temor". Por tres motivos se atemorizaron: o por haber comprendido que habían errado, o porque los había cubierto la nube luminosa, o por haber oído la voz de Dios Padre que hablaba. La fragilidad humana no puede soportar la vista de la mayor gloria, y echándose a temblar con toda el alma y el cuerpo, cae a tierra. Cuanto mayores grandezas busca uno tanto más rueda hacia abajo, si desconoce su medida. "Y Jesús se acercó y los tocó", porque estaban tendidos y no podían levantarse. El se acerca piadosamente y los toca para ahuyentar su temor al tocarlos y reafirmar sus debilitados miembros, "y les dijo: Levantaos y no temáis". A los que había sanado con su mano los sana también con su mandato. "No temáis": primero les quita el temor para darles luego la enseñanza. "Y alzando ellos los ojos no vieron a nadie, sino sólo a Jesús". Lógicamente después de levantarse no vieron sino sólo a Jesús, para que no pareciese dudoso de quién daba testimonio la voz del Padre si Moisés y Elías hubieran permanecido con el Señor. Ven, pues, a Jesús en pie, disipada la nube, y que Moisés y Elías habían desaparecido, porque una vez desvanecida la sombra de la Ley y de los profetas, que había cubierto con su velo a los apóstoles, la una y los otros se encuentran en el Evangelio. "Y al bajar del monte les ordenó Jesús: No digáis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". La predicación del reino futuro y la gloria de su triunfo se habían manifestado en el monte. Sin embargo, no quiere que esto se les diga a las gentes, no fuese increíble por su grandeza y después de tanta gloria produjese escándalo en espíritus rudos la cruz que la siguió. Pero Aquel que mostró su gloriosa transfiguración a sus venerables discípulos Pedro, Santiago y Juan, sálvenos en la gloria de la futura resurrección, Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén.



Libro I Capitulo XII

DÍA 28 DE AGOSTO, CUARTO DE LA OCTAVA DE SANTIAGO APÓSTOL



Lección del Santo Evangelio según San Lucas. En aquel tiempo Jesús se dirigió resueltamente a Jerusalén y envió delante de sí como mensajeros suyos a Santiago y a Juan, etc.

Ssermón del santo papa Calixto sobre esta Lección. La gran solemnidad de hoy del Apóstol Santiago el de Zebedeo, patrón de Galicia, nos advierte, carísimos hermanos, que en estos días nuestra lengua no debe cesar en divinas palabras ni la mano en limosnas. Así, pues, la faz del Señor que se dirige a Jerusalén significa la gracia del Espíritu Santo, con la que Dios ilumina piadosamente a sus santos, que por su fe y sus obras van a la Jerusalén celestial. Pues como el hombre vuelve su rostro hacia donde mira, así Dios a los que mira les otorga su gracia. Esta faz del Señor llena de gracia deseaba ver un día el divino vate cuando decía: "Muéstranos, Señor, tu faz y seremos salvos". Nos mostró el Señor su faz cuando expuso ante todos la humana carne que tomó en la Virgen por nosotros. Entonces fue visto en la tierra y conversó con los hombres. Y como el Señor se dirigió resueltamente a Jerusalén, así debemos afirmar con fe y obras nuestra plena intención de ir a la Jerusalén celestial. Pero si queremos entender qué significa lo que había en la faz del Salvador, a saber: la boca, la nariz, los ojos; la boca, en la cual habla la lengua, representa a los predicadores de la Iglesia, por los cuales habla el Espíritu Santo según quiere. Por eso la misma Verdad dice en el Evangelio a sus discípulos: "No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo el que habla en vosotros". Y dice por medio del Salmista: "Abre tu boca y yo te la llenaré". Y en otra parte: "Oiré lo que me hable el Señor Dios". Con la nariz se indica la perseverancia en las buenas obras. Y bien se entiende representada por la nariz la perseverancia en el bien obrar, porque como por ella entra en el cuerpo humano todo olor delicado, así por la perseverancia en las buenas obras los fieles de Cristo son recibidos como un grato aroma en las celestiales moradas, donde se reúnen con el cuerpo del Señor, pues quien persevere hasta el fin se salvará. De éstos dice San Pablo como de un buen olor: "Somos para Dios buen olor de Cristo en todo lugar". Y dice el profeta: "Aspiró el Señor el suave olor y los bendijo". Pero en la flema que por la nariz sale del cuerpo están simbolizados los herejes, a quienes el Señor procura eliminar como flema de la comunión de su cuerpo y de su Iglesia. Por eso dice así por medio de San Juan al infiel: "Porque eres tibio, voy a vomitarte de mi boca". Y de éstos dice la voz del apóstol: "De nosotros salieron, pero no fueron de nosotros". Con los dos ojos del Salvador se expresan los dos preceptos de la caridad que debemos ejercitar, es decir, para con Dios y para con el prójimo. Y como el ojo contiene siete túnicas y tres humores, representa muy bien los siete dones espirituales y las tres personas de la Santísima Trinidad, con que el Señor llena los corazones de los que le sirven. La pupila del ojo simboliza principalmente a los apóstoles y predicadores de la verdad, de los cuales dice el Señor mismo: "Quien os toca, toca la niña de mis ojos". Y dice el Salmista: "Guárdame como a la niña de tus ojos". Que los ojos del Señor simbolizan los siete dones del Espíritu Santo, de los cuales llena a sus fieles, lo afirma San Juan en su Apocalipsis diciendo: "Vi un cordero como degollado que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra". Estos siete dones espirituales se comparan justamente con los cuernos, porque como el novillo o el carnero pegan y hieren con sus cuernos a los animales extraños y enemigos y los rechazan, así estos dones espolean los corazones de los justos a la penitencia y arrojan de ellos los pecados. Estos son aquellos cuernos de que en las solemnidades de los apóstoles canta muy bien la Iglesia de los fieles por medio del Salmista diciendo: "Se exaltará el poder (los cuernos) del justo". Se dice que se exalta el poder del justo, porque los apóstoles del Señor, justos y llenos de aquellos dones, son en la tierra honrados con milagros de Dios y exaltados sobre todos en el reino celestial, como lo afirma el Salmista en otro lugar diciendo: "Cuán honrados han sido tus amigos, ¡oh Dios!". Igualmente se comparan con los ojos estos dones espirituales, porque como los ojos alumbran al cuerpo y le guían por el sendero recto, así estos dones iluminan el alma y la llevan hasta el reino de los cielos. Estos son aquellos ojos segurísimos de los cuales dice el Salmista: "Los ojos del Señor están sobre los justos". Sobre los justos se dice que están los ojos del Señor, porque a quienes el Señor mira con misericordia los enriquece y conforta con aquellos siete dones. Estos siete ojos afirma Daniel que los vio el en una piedra, esto es, en Cristo, diciendo: "En una piedra vi siete ojos". Y a su vez de estos siete dones dice el profeta Isaías: "Agarrarán siete mujeres a un varón en aquel día". Siete mujeres agarraron a un varón, porque los siete dones espirituales llenaron al Hijo de Dios Padre. Dones que bellamente se comparan con mujeres, porque como la mujer nutre dulcemente al niño con sus pechos, así estos dones nutren diligentemente el cuerpo y el alma del justo. Porque ellos son las dulcísimas ubres que ha tenido en el pecho de su único cuerpo la madre Iglesia, de las que para todos nosotros mamó la leche de la divina palabra. Ubres de la Iglesia de las que ha dicho el Sabio: "Mejores son tus pechos que el vino, olorosos de ungüentos delicados". Y de nuevo dice el mismo Sabio en otra parte acerca de estos dones: "La sabiduría se ha edificado una casa, ha labrado siete columnas, ha inmolado sus víctimas, mezclado vino y preparado su mesa, y ha enviado a sus doncellas a invitar a la ciudadela y a las murallas de la ciudad". "La sabiduría se edificó una casa y erigió en ella siete columnas, porque el Hijo de Dios, que es la sabiduría del Padre, fundó su Iglesia y la embelleció con estos siete dones. Muy bien comparados con columnas están estos dones, porque como el palacio de un rey se apoya en columnas, así el justo en medio de las adversidades del mundo y prosperidades se guía por estos dones celestiales. La sabiduría inmoló sus víctimas, porque el Hijo de Dios suspendió por nosotros en la cruz la víctima de la salvación, o sea su cuerpo. También mezcló el vino la sabiduría, porque el Hijo de Dios vertió por nosotros en la cruz su propia sangre, con que lavó nuestras culpas. La sabiduría preparó su mesa porque el Unigénito de Dios dispuso en las iglesias su santo altar, donde la congregación de los fieles suele recibir el cuerpo y la sangre de Aquél para remisión de sus pecados. Envió la sabiduría a sus doncellas a invitar a la ciudadela y a las murallas de la ciudad, porque el Hijo de Dios envió por el mundo a sus apóstoles y doctores para que llamasen a las gentes no sólo a la verdadera ciudadela del reino de los cielos, sino también a las murallas de la ciudad, o sea a las celestiales virtudes del alma, a saber: a la fe, esperanza y caridad, humildad, obediencia y perseverancia". También dice de estos dones Isaías: "La luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días". Fue la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días, porque Cristo nuestro Señor, que es la verdadera luz del Padre, brilló en el mundo en esta séptuple forma. Y a la manera que el sol con sus siete rayos alumbra al mundo, así el Unigénito de Dios Ilumina con estos siete dones a los justos. Y justamente se comparan con los días del año los siete dones del Espíritu Santo, porque como el año gira sobre siete días, así el justo abundando en estos dones celestiales avanza e virtud en virtud hasta las alturas del cielo. Este es séptimo año, en el que la antigua Ley ordena que el siervo hebreo sea libertado, diciendo: "Si comprares siervo hebreo, te servirá por seis años y al séptimo marchará libre gratis". Se manda que el siervo lo sea por seis años, porque el género humano desde el principio hasta Cristo sirvió a los demonios adorando a los ídolos, pero al séptimo, o sea en Cristo, se hace libre creyendo. Y bien se entiende el Hijo de Dios por el año séptimo, porque según el año séptimo se cumple con el número de siete años, así Cristo nuestro Señor está lleno con el número de los siete premios espirituales. Y de nuevo expone Isaías más claramente estos siete dones espirituales diciendo: "Y reposará sobre El –o sea sobre Cristo- el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y le llenará el espíritu de temor del Señor". Los siete caracteres de este Espíritu se llaman con razón dones y no lucros, porque se prodigan a los justos no a precio de dinero de la tierra, sino por gracia divina. Pues así dice el Señor a sus discípulos acerca de estos dones: "Gratis lo habéis recibido, dadlo a todos gratis". Muy bien dicho está que el Espíritu Santo, que trabajó en los pecadores para llamarlos de nuevo al camino de la verdad, descansó plenamente en Cristo al hallarle sin mancha de pecado. Descansó en El, porque a nadie encontró sin contagio de culpa fuera de El. Y como en los hombres malos se dice que el Espíritu Santo trabaja y sufre, rectamente afirma de El Isaías: "Detesta mi alma vuestras calendas y vuestras festividades; se me han hecho pesadas, he sufrido soportándolas". Y dice el Salmista: "El pecador irritó al Señor". Y que descansa en los buenos lo atestigua el propio Espíritu por medio del Sabio cuando dice: "En todos busqué descanso y moraré en la heredad del Señor". Y que el Unigénito de Dios es la heredad del Padre lo afirma el Salmista diciendo: "El Señor es la parte de mi heredad". Como si dijera el Sabio por la persona del Espíritu Santo: "Como busqué descanso en todos y no lo hallé, por eso en la heredad del Señor –o sea en Cristo- he hecho una parada tranquila". Por eso dice el mismo Señor por medio del profeta: "¿Sobre quién descansa mi espíritu, sino sobre el humilde, pacífico y temeroso de mis palabras?". De manera que cuando dice Isaías que sobre El descansará el Espíritu del Señor, pone de manifiesto la Trinidad y la unidad. Cuando dice sobre El, indica la persona de Cristo. Cuando habla del Espíritu, señala la persona del mismo Espíritu Santo. Cuando dice del Señor, indica la persona del Padre. Pero cuando afirma que reposará sobre El, es decir, sobre el Hijo de Dios, el Espíritu del Señor, enseña que la unidad de las personas está completa en Cristo. Porque es del mismo Cristo de quien dice San Pablo: "En el que habitó la plenitud de toda la divinidad corporalmente". Puede preguntarse por qué siendo uno solo el Espíritu del Señor nombra Isaías cinco veces al espíritu. Porque dice así: "Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría, espíritu de consejo, espíritu de ciencia, espíritu de temor". Mas no repite el profeta los espíritus porque sean muchos, sino porque siendo uno y el mismo Espíritu tiene muchos oficios. Pues como lo enseña la autoridad apostólica hay un solo Espíritu y una sola fe y un solo bautismo. Pero reúne en sí este único Espíritu toda la virtud de la sabiduría divina y además la virtud de toda la inteligencia divina e igualmente la virtud de todo el buen consejo y el poder de toda la fortaleza, de toda la ciencia, de la piedad y del temor. De nuevo puede preguntarse si este Espíritu lo recibió el Unigénito de Dios cuando en el Jordán se apareció sobre El en figura de paloma y se oyó la voz del Padre o si lo tuvo antes. Lo cual se resuelve así: El Hijo de Dios, que es siempre un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, nunca existe sin el Espíritu Santo que es el mismo Espíritu. Y no lo recibió entonces, sino que el Espíritu Santo se manifestó sobre El en figura de paloma para que las gentes al ver y oír esto creyesen en El, como dio testimonio el Padre cuando dijo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle". El cuerpo humano de Cristo recibió el Espíritu Santo cuando el Hijo de Dios, que antes de todos los siglos había sido engendrado inefablemente por el Padre, esto es, Dios verdadero procedente del verdadero Dios, luz de la luz, consustancial con el Padre, tomó cuerpo en la Virgen, como ya se lo anunció a ella el ángel diciéndole: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra". En el Jordán descendió el Espíritu Santo, que nunca se aparta del Padre y del Hijo, sobre Cristo, y en la Virgen descansó en El. Así, pues, el espíritu de sabiduría descansó plenamente en el Hijo de Dios cuando este mismo Hijo, en unión del Padre y del Espíritu Santo, creó con su inefable sabiduría los cielos y los ángeles para servirle, como dice el Salmista: "Hiciste todas las cosas sabiamente". El espíritu de entendimiento descansó en El cuando para cubrir el puesto de los ángeles perdidos hizo al hombre con su incomprensible inteligencia. Porque El entendió todo lo futuro y oculto, lo pasado y lo presente. En El descansó el espíritu de consejo cuando El, que es mensajero del gran consejo, tomó carne humana en la Virgen para llamar de nuevo al hombre perdido al reino de los cielos. Además es consejero de todos los bienes. En El descansó el espíritu de fortaleza cuando el mismo Unigénito de Dios, fuerte león de la tribu de Judá, raíz de David, venció al diablo con su inflexible poder por virtud de su santa cruz y lo arrojó del mundo diciendo: "Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera". De cuya fortaleza dice el Salmista: "Vistióse de poder el Señor y se ciñó de valor". Y en otro lugar: "¿Quién es ese rey de la gloria?". Y le responde el Espíritu Santo diciendo: "El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en el combate". Asimismo reposó en El el espíritu de fortaleza cuando despojó a los infiernos y resucitó vencedor de entre los muertos. El espíritu de ciencia descansó en El cuando supo ascender a los cielos de donde había descendido. Como dice el mismo Padre por boca del Salmista: "He resucitado y estoy aún contigo. Admirable se ha hecho tu ciencia por mi causa, se ha reforzado". De aquí que diga el profeta: "Lejos de vuestra boca la arrogancia, porque Dios de las ciencias es el Señor". Dios de las ciencias fue el Señor cuando proveyó a sus apóstoles de toda ciencia de las Escrituras y de todo género de lenguas. Y también se dice que descansa en El el espíritu de toda ciencia, porque se le tiene por maestro no sólo de las siete artes, sino también de la Ley antigua y de la nueva y aun de todas las cosas de la tierra y del cielo, como lo demostró El mismo cuando en la sinagoga abrió el libro de Isaías y comenzó a leer diciendo: "El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque El me ha ungido". Y decían admirados los judíos: "¿Cómo sabe de letras no habiendo estudiado?". Y afirma así el Salmista en su nombre: "He llegado a saber más que todos los que me enseñan". Y el Sabio admirando su ciencia: "¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia e Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!. Porque ¿quién conoció el pensamiento del Señor o quién fue su consejero?". El espíritu de piedad descansó en El, porque en el día de Pentecostés llenó a sus apóstoles de su inefable dulzura, amor, clemencia, mansedumbre, paciencia y santidad. Y también estaba lleno de espíritu de piedad cuando decía: "Al que viene a mí yo no le echaré fuera". Y aquello otro: "El que creyere y fuere bautizado se salvará". Y aquello a Pedro: "No te digo, Pedro, siete veces, sino hasta setenta veces siete". Grande e indecible clemencia nos demostró nuestro clementísimo Salvador cuando después de caer en el pecado nos concedió volver a recobrar la salvación por medio de los gemidos de la penitencia. El espíritu de temor le llenó, porque en el día del juicio final aparecerá el Señor manso para los justos y terrible para los injustos, y a su llegada no sólo temblarán los impíos, sino también los ángeles y arcángeles. Por eso dice el Salmista: "Témale toda la tierra".

Estos dones espirituales nadie dude de haberlos recibido de Dios en el bautismo. Así lo dice el Apóstol: "A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a las alturas, llevó cautiva a la cautividad, repartió dones a los hombres". Estos son aquellos premios del Señor, venerandos, sacrosantos, más altos que todos los demás, grandes e inefables, con que El enriqueció a los profetas y apóstoles y a todos los elegidos que fueron desde el principio del mundo hasta aquí, y con los que si por nuestras buenas obras fuéremos enriquecidos, seremos arrancados e los vicios, adornados de todas las virtudes, honrados en todas las cosas, inmunizados a los demonios, laureados en el reino celestial con una brillantísima corona. Todo el que cree, pues, que los cielos y los ángeles y los hombres fueron creados por Dios, y que por nosotros el Hijo de Dios nació, padeció, resucitó y subió a los cielos, si persevera en las buenas obras, posee sin duda estos dones espirituales.

Pero contra estos siete espirituales dones hay siete vicios que se oponen al hombre. Pues hay una sabiduría buena y otra mala, y un entendimiento bueno y otro malo, y un consejo bueno y otro malo, y una fortaleza buena y otra mala, y una ciencia buena y otra mala, y una piedad buena y otra mala, y un temor bueno y otro malo. De la buena sabiduría dice el Sabio: "Toda sabiduría viene del Señor". Y de la mala dice el Apóstol: "La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios". Y el profeta: "Son sabios para hacer el mal, pero no saben hacer el bien". Y otra vez dice el Señor por el profeta: "Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes". Por eso todo el que considera con toda su alma los misterios celestiales y medita cómo gradar a Dios en todas las cosas, posee sin duda la verdadera sabiduría. Pero el que piensa en lo que no debe pensarse, es decir, en hacer mal, éste lleva en sí la sabiduría mala. A su vez del buen entendimiento dice el Salmista: "Bienaventurado el que piensa en el necesitado y en el pobre". Y en otro lugar dice el mismo del entendimiento malo: "El impío no se cuida de ser cuerdo y obrar bien; en su lecho maquina iniquidades, emprende caminos no buenos y no aborrece el mal". Así, pues, cuando uno lleva a cabo con sus obras el bien que comprende con su mente, posee sin duda buen entendimiento. Mas el que realiza con sus obras el mal que con su mente concibe, éste incurre en el pecado de entendimiento malo. También acerca el buen consejo se dice por el Salmista: "En el consejo y congregación de los santos grandes son las obras del Señor". Y del mal consejo dice el mismo: "Bienaventurado el varón que no anda en consejo de impíos". Y en otra parte: "El Señor anula l consejo e las gentes". Por tanto, quien procure consagrarse a las buenas obras y a que sus prójimos se corrijan de sus malas acciones y se ejercitan en las buenas, éste posee sin duda espíritu de buen consejo. Y el que busca la manera de que su prójimo o él mismo obren mal, éste ha caído en espíritu de consejo maligno. A su vez de la buena fortaleza ha dicho el Sabio: "Fuerte es el amor como la muerte". Porque como la muerte separa el alma del cuerpo, así el amor divino aparta al hombre de los vicios del mundo y lo une a Dios. De la mala fortaleza ha dicho en cambio el profeta Job: "Su fuerza están en sus lomos y su vigor en el centro de su vientre". Así, pues, todo el que se mantiene firme contra los vicios de la carne y paciente frente a todas las adversidades, está en verdad lleno de espíritu de buena fortaleza. Mas el que persiste en un lenguaje depravado o en la rapacidad o en el hurto o en la embriaguez o en el juicio torcido o en el homicidio o en otras malas acciones, está lleno de espíritu de fortaleza mala. Asimismo de la buena ciencia dice el Apóstol: "En ciencia, en longanimidad, en suavidad, en el Espíritu Santo conviene servir a Dios". Y de ciencia mala estaban llenos aquellos que dijeron a Dios, según en el libro e Job está escrito: "Apártate lejos de nosotros, no queremos saber de tus caminos". Quien, pues, conoce los mandatos del Señor y los cumple en sus obras, éste tiene sin duda espíritu de buena ciencia. Pero el que los conoce y rehúsa el cumplirlos, éste tiene lleno de ciencia mala su corazón, como dice la Escritura: "Al que sabe hacer el bien y no lo hace se le imputa a pecado". Pues el siervo que conoce la voluntad de su Señor y no la cumple será azotado. Y es mejor no conocer el camino de la verdad que apartarse de él después de conocerlo. Espíritu de buena piedad tenía San Pablo cuando decía piadosamente por compasión al prójimo: "¿Quién desfallece que no desfallezca yo?". Por el espíritu de falsa piedad fue vencido Helí, que no quiso castigar a sus hijos delincuentes con la vara de la justicia. Por eso ante el severo Juez se atrajo sobre sí mismo y sus hijos una terrible condena. Pues los hijos de Helí, Ofni y Finees, quitaban por la fuerza carne cruda de los sacrificios y la comían, y dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo. Por tal pecado fueron muertos en lucha con los filisteos y el arca del Señor fue apresada, y Helí al oírlo cayó de la silla en que estaba sentado hacia atrás y murió desnucado. Así, pues, todo el que ayuda cuanto puede a sus prójimos en todas sus necesidades, está lleno de espíritu de buena piedad. Mas el prelado de la Iglesia o el juez que no quiere aplicar la vara de la justicia a sus súbditos culpables, ganado por dinero o por afecto hacia ellos, éste en verdad se mueve por espíritu de piedad falsa. Asimismo acerca del buen temor dijo el Sabio: "Quien teme a Dios obrará bien". Y del mal temor dice el Apóstol: "No los temáis, antes glorificad a Cristo en vuestros corazones". Y el Señor dice en el Evangelio: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no la pueden matar". Por tanto, quien teme a Dios de modo que persevera en el bien obrar, está lleno de espíritu de buen temor y en la vida futura se salvará, como lo dice el Sabio: "Al que tema a Dios le irá bien en sus postrimerías, y el día de su fin hallará gracia". Mas el que teme a los impíos hasta apartarse de la fe o del bien obrar, se deja en vano dominar por el espíritu del temor inútil.

Como siete son estos premios o dones, siete salmos especiales suelen cantar en penitencia los justos contra los siete reprobables vicios. Estos siete dones espirituales se asemejan a las siete peticiones de la oración dominical. Pues dice así el Señor en el Evangelio de San Mateo: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre". A esta primera petición se asemeja el espíritu de buena sabiduría, porque todo el que reconoce que tiene a Dios por Padre en el cielo y pide que este nombre que recibió él en el bautismo sea santificado por sus buenas obras, está extraordinariamente lleno del espíritu de sabiduría divina. "Venga a nos el tu reino". Con esta segunda petición es bien comparable el espíritu de entendimiento, porque quien cree y espera que ha de reinar después de la resurrección de los muertos en el eterno reino de Dios, está lleno de espíritu de entendimiento divino. "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Muy bien se compara con esta tercera petición el espíritu de buen consejo, pues entre la voluntad del Señor y su consejo o intención no hay diferencia alguna. Y todo el que pide que así como la voluntad del Señor se hace en el cielo entre los ángeles buenos se haga también entre los hombres en la tierra, está admirablemente lleno de espíritu de consejo divino. "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". A esta cuarta petición se parece mucho el espíritu de divina fortaleza, porque como el pan corporal fortifica el cuerpo, así el pan del Espíritu Santo confirma en las buenas obras al hombre que obra bien, con su indefectible virtud, y le da fuerza contra las debilidades de la carne. Y el que contra las debilidades de la carne se mantiene fuerte, será saciado con el celeste pan de la vida eterna. "Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Con esta quinta petición, o sea con el perdón de los pecados, tiene plena semejanza el espíritu de la ciencia, pues así como sabemos perdonar a los que pecan contra nosotros, por el mismo saber creemos que a nosotros también se nos perdonará. Bien a sabiendas obra el que perdona a los que pecan contra él para que Dios le perdone. "Y no nos dejes caer en la tentación". A esta sexta petición se compara exactamente el espíritu de piedad, porque a quien el Señor guarda de las tentaciones de la carne y del demonio le mira compasivamente con los ojos de su piedad. Por esto debemos rogar a Dios que nos libre de toda tentación con su inefable clemencia para que le sirvamos siempre alegres y desembarazados de todos los peligros. "Mas líbranos de mal". Con esta séptima petición es bien comparable el espíritu de temor, porque el temor de Dios y la libertad de penitencia son dos compañeros parecidos que conducen al hombre derechamente al reino celestial. Pues el espíritu de temor lleva al hombre a la libertad de penitencia y esta libertad le coloca en los reinos celestiales. Por tanto, pues, el hombre que compungido de temor de Dios reprime sus vicios, consigue liberarse de todos los males. Y por esto debemos implorar a Dios que nos llene de dichos siete dones celestiales y con ellos nos libre de todo mal.

Adecuadamente continúa: "Y envió el Señor delante de sí como mensajeros suyos a Santiago y a Juan". Los dos mensajeros que envió el Señor aluden a la doble caridad o amor que debemos ejercitar, a saber: para con Dios y el prójimo, y representan los dos coros de predicadores que el Señor envió a los judíos, es decir, a los apóstoles y a los profetas. De los cuales dice San Pablo: "Y el propio Señor dio a unos ser apóstoles y a otros profetas". Mas con todos ellos no se convirtieron los judíos, como lo afirman la antigua Ley y el Apóstol diciendo: "Porque en lenguas extrañas y con labios extranjeros hablaré a este pueblo y ni así me escucharán, dice el Señor". Pues habla así el Señor por Isaías: "En una lengua extranjera hablará a este pueblo". Y agrega poco después, porque no quisieron oír: "Y ahora les dirá el Señor: Manda remanda, manda remanda, espera reespera, espera reespera, un poco aquí, un poco allí, para que anden y caigan de espaldas y queden quebrantados y cogidos en el lazo y presos". Al decir cuatro veces manda y otras tantas espera y dos un poco indica las cuatro clases de mensajeros, a saber: Moisés el legislador, los profetas, el propio Hijo de Dios y los apóstoles, que envió el Señor a los judíos en los dos tiempos, de una y otra Ley, representados por el doble un poco, para que se apartasen de sus errores y entrasen en la fe, y ni aún con todos ellos se convirtieron. Lo de "para que anden y caigan de espaldas y queden quebrantados y cogidos en el lazo y presos", anuncia la confusión que caería sobre ellos, pues si persistían en su áspera infidelidad, no sólo serían cogidos en los lazos de sus impiedades, sino también en las llamas infernales. También el decir dos veces un poco puede entenderse moralmente por los dos tiempos, de la juventud y de la vejez, en los cuales si el hombre miserable no quiere retirarse de sus fechorías, poco es sin duda lo que en esta mísera vida permanece, pero demasiado largo lo que en los tormentos sin término del tártaro ha de estar enredado y presos.

"Y caminando entraron en una ciudad de los samaritanos para pararse allí. Y no le recibieron, porque tenía cara de dirigirse a Jerusalén". Los samaritanos, que se traducen por guardianes y que no quisieron recibir a los apóstoles, representan a los judíos a quienes dio el Señor la Ley para guardarla, mas no quisieron ni observar la Ley ni recibir la gracia del bautismo. Por eso les dijeron los apóstoles: "A vosotros os habíamos de decir primero la palabra de Dios; mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles". Y esto es lo que se dice en el último versículo: "Y se fueron a otra aldea". Esta otra aldea donde son recibidos los discípulos alude al pueblo de los gentiles, que acogieron la palabra de Dios al rechazarla los judíos. Así, pues, la gracia que los judíos repugnaron la recibieron los gentiles, porque así fue un día predestinado por el Señor. Pues no se salvará el pueblo hebreo hasta que no se haya salvado la gentilidad, como lo afirma la autoridad profética y apostólica, que dice: "Cuando haya entrado la plenitud de las naciones, entonces todo Israel se salvará". Sin embargo, se manda predicar el Evangelio a los judíos para que no tuviesen excusa de su culpa si no creían en el.

Viendo esto sus discípulos Santiago y Juan dijeron: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que los consuma, como hizo Elías?". Las palabras "como hizo Elías" no aparecen en muchos códices; pero en los que se encuentran, mejor es que estén y no que falten, porque las de San Lucas en su Evangelio y de aquí las tomó Teófilo, Obispo de Antioquia, que copió primeramente los cuatro evangelios en un solo volumen. Pues en los libros de los Reyes se cuenta que en tiempo del profeta Elías "cayó Ocozías, Rey de Israel, por una ventana del piso superior de su casa en Samaria y enfermó, y envió mensajeros, diciéndoles: Id a consultar a Bel Zebud, dios de Acarón, si podré curar de esta enfermedad". Elías, enviado en seguida por el Señor, les salió al encuentro y les dijo: "Volved atrás, porque el rey morirá". Y subió Elías a la montaña. Luego que supo el rey que estaba en la montaña Elías "envió a él un quincuagenario con sus cincuenta hombres". Estos le dijeron en tono soberbio: "Hombre de Dios, el rey ha mandado que bajes". Y respondió él: "Si soy hombre de Dios, que baje fuego del cielo y os abrase". Y al instante fueron consumidos por el fuego. Del mismo modo fueron enviados luego otros cincuenta y también fueron consumidos. Nuevamente se le enviaron otros cincuenta, y habiéndole rogado que viniera, en tono humilde y de rodillas, le trajeron consigo al rey. Y dijo el rey Elías: "Así dice el Señor: Por haber mandado mensajeros a consultar a Bel Zebud, dios de Acarón, como si no hubiera en Israel Dios o profeta a quien poder consultar, no bajarás del lecho a que has subido, pues morirás. Y murió el rey según la palabra del Señor" y de Elías. Y esto es lo que dijeron al Señor los discípulos, que los samaritanos fuesen abrasados por el fuego, como abrasó Elías a los mensajeros de dicho rey con una hoguera del cielo. Pues si se quiere entender esto alegóricamente, en el rey que por la palabra de Dios y de Elías, pero mereciéndolo, fue aniquilado con sus quincuagenarios, debe entenderse el Anticristo, que con la venida del Señor y de Elías al fin de este mundo será aniquilado con sus secuaces por el Espíritu del Señor. Así se dice por el profeta: "Y con el aliento de sus labios matará al impío". Y el Apóstol lo afirma así diciendo: "Y le destruirá el Señor con la manifestación de su venida". A su vez el pedir los apóstoles al Señor que bajase fuego del cielo y abrasase a los samaritanos que no se dignaron recibirlos, alude a ciertos predicadores insensatos que injustamente excomulgan y maldicen a quienes no quieren acogerlos. Porque no puede dar fruto la tierra si no se le diere de arriba el rocío que dulcifique su aridez, dureza y amargor. Y por eso el altísimo Dispensador de la gracia debe rogarse, no que consuma con su ira a los que desprecian la divina palabra, sino que derrame sobre ellos desde arriba la gracia del arrepentimiento.

Así se pone de manifiesto en lo que sigue, donde se dice: "Y volviéndose Jesús les reprendió diciendo: No sabéis de qué espíritu sois". La reprensión del Señor, con la que censura la ignorancia de los apóstoles, significa la austeridad de la Sagrada Escritura, con la que los maestros y doctores de la Santa Iglesia tienen que corregir a veces a los necios que hablan mal y obran peor y que no saben si pertenecen al espíritu maligno o al espíritu del bien. "Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder las almas, sino salvarlas". El Unigénito de Dios se llama Hijo del hombre, no porque fuese procreado por varón, sino porque tomó carne humana en la Virgen, la cual descendía de semilla humana. Y El no vino a perder las almas, sino a salvarlas, pues quiere, como dice el Apóstol, "que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad", ni quiere que perezca nadie, pues también dijo que mejor quería la vida del pecador que la muerte.

"Y se fueron los discípulos a otra aldea". Que los discípulos mal recibidos por los samaritanos se marchasen a otra aldea, alude a los predicadores de la Iglesia, quienes si por acaso fueren excluidos del lugar donde desean predicar deben ir a otra parte.

Así, pues, que Santiago, apóstol del Señor, cuyas fiestas celebramos estos días, se digne pedir continuamente a su Divina Majestad por la salvación de todos nosotros, para que nuestro Señor Jesucristo, que dirigió resueltamente a Jerusalén su hermosísima y venerable faz y reprendió al instante la severidad de sus discípulos Santiago y Juan, inculcándoles los divinos mandamientos, y que dijo haber venido a salvar las almas y no a perderlas, nos confirme en las buenas obras, retire de nosotros la aspereza de nuestras culpas, nos llene de enseñanzas celestiales y salve nuestras almas, a fin de que en la Jerusalén celestial merezcamos ver felizmente, llevados de Santiago, la faz llena de gracia del que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

Libro I Capitulo XIII

DÍA 29 DE JULIO, QUINTO DE LA OCTAVA DE SANTIAGO APÓSTOL



Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo, tomando Jesús a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, empezó a entristecerse y angustiarse, etc.

Sermón de san Jerónimo, Doctor, sobre esta Lección. En el capítulo presente se pone de manifiesto que el Señor, para probar la realidad de la humanidad que había tomado, se entristeció realmente, mas para que la pasión no fuese dominada en su alma por la pasión, empezó a entristecerse. Pues una cosa es entristecerse y otra empezar a entristecerse. Se entristecía, no por el temor de padecer, que a esto había venido, a padecer, y aun había reprochado a Pedro su timidez, sino por causa del miserable Judas, del escándalo de todos los apóstoles, de que le rechazara el pueblo judío y de la destrucción de la desgraciada Jerusalén. Como Jonás se entristeció por habérsele secado la planta de calabaza o de hiedra, no queriendo que pereciera la que había sido su choza. Si, pues, los herejes interpretan la tristeza del alma, no como sentimiento del Salvador por los que iban a caer, sino por pasión, ¿cómo explican aquello que de la persona de Dios se dice por Ezequiel: "Y por todas esas cosas me contristabas"?. Entonces les dijo: "Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo". Su alma es la que se entristece, mas no por la muerte, sino hasta la muerte, hasta liberar a los apóstoles con su pasión. Y lo que les manda: "Quedaos aquí y velad conmigo", no es prohibirles el sueño, del cual no era tiempo aún, llegada la ocasión, sino el sueño de la infidelidad y el embotamiento de la mente. Digan, pues, los que sospechan que Jesús había tomado un alma irracional cómo es que se entristeció y conoció el tiempo de su tristeza. Porque aunque también los brutos se entristecen, no conocen ni las causas ni el tiempo hasta cuando deban estar tristes.

"Y yendo un poco más allá se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú". Después de mandar a los apóstoles que se quedasen y velaran con El, avanzando un poco, el Señor cae sobre su faz, mostrando la humildad de su espíritu con su envoltura carnal y dice con halago: "Padre mío", y pide que pase de El, si es posible, el cáliz de la pasión". De lo cual ya hemos dicho arriba que lo pedía, no por temor de padecer, sino por compasión hacia aquel pueblo, por no beber el cáliz que le ofrecía. Por eso precisamente no dijo: "Pase de mí el cáliz", sino "este cáliz", o sea el del pueblo judío, que no puede alegar excusa de ignorancia, si me da muerte habiendo tenido la Ley y los profetas que a diario me anunciaban. Sin embargo, volviendo en sí, lo que tembloroso había renunciado con la naturaleza humana lo sostiene con la de Dios e Hijo. "Sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú". No dice hágase esto que yo digo por afecto humano, sino aquello por lo cual bajé a la tierra por tu voluntad.

"Y viniendo a los discípulos hallólos dormidos, y dijo a Pedro: "No habéis podido velar conmigo una hora?". El que antes había dicho: "Aunque todos se escandalicen de ti, yo jamás me escandalizaré", no puede vencer ahora el sueño por la intensidad de su tristeza. "Velad y orad para que no caigáis en la tentación". Es imposible que no sea tentada el alma humana. Por eso decimos también en la oración dominical: "No nos dejes caer en la tentación" que no podamos resistir. No rechazamos en absoluto la tentación, sino que imploramos fuerzas para resistir en las tentaciones. Y así tampoco dice en esta ocasión: Velad y orad para no ser tentados, sino para que no caigáis en la tentación. Esto es, que no os domine y venga la tentación y os retenga entre sus peligros. Por ejemplo, un mártir que derrama su sangre por confesar al Señor es tentado sin duda, mas no enredado en las redes de las tentaciones, pero el que niega cae en los lazos de la tentación. "El espíritu está pronto, pero la carne es flaca". Esto contra los temerarios, que creen poder conseguir todo lo que piensen. Por tanto, temamos tanto de la fragilidad de la carne como confiamos en el calor del espíritu. Pero, según el Apóstol, con el espíritu se mortifican las obras de la carne.

"De nuevo, por segunda vez, fue a orar, diciendo: Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". Ora por segunda vez para que si Nínive no puede salvarse de otro modo, sino secándose la calabaza, se cumpla la voluntad del Padre, que no es contraria a la del Hijo, pues dice El mismo por el profeta: "He querido cumplir tu voluntad, Dios mío".

"Y volviendo otra vez los encontró dormidos; tenían los ojos cargados". Ora El solo por todos como solo padece por todos. Pues los ojos de los apóstoles languidecían y estaban ya oprimidos por la vecina negación. "Luego volvió a los discípulos y les dijo: Dormid ya y descansad, que ya se acerca la hora". Después de haber orado por tercera vez, para que toda palabra se apoyase en la boca de dos o tres testigos, y de haber impetrado que el temor de los apóstoles se enmendase con el consiguiente arrepentimiento, sin inquietud por su pasión, se dirige a sus perseguidores y se ofrece espontáneamente para morir.

Y dice a sus discípulos: "Levantaos, vamos; ya se acerca el que me va a entregar". No nos encuentren como atemorizados y reacios, sino que voluntariamente vayamos a la muerte, para que vean la confianza y la alegría los que han de padecerla. Por tanto, el mismo de quien hablamos, Jesucristo nuestro Señor, tenga a bien llevarnos como confiamos a gozar perpetuamente del reino celestial, pues El en su pasión se condolió a su amado apóstol Santiago y a Juan su hermano, como el amigo a sus amigos, descubriéndoles su tristeza y diciéndoles: "Triste está mi alma hasta la muerte", quien con el Padre y el Espíritu Santo viva y reina Dios por los siglos infinitos de los siglos. Amén.
Libro I Capitulo XIII

DÍA 30 DE JULIO, SEXTO DE LA OCTAVA DE SANTIAGO APÓSTOL

Lección del Santo Evangelio según San Marcos. En aquel entonces se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, diciéndole: "Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir". Díjoles El: "¿Qué queréis que os haga?". Y respondieron: "Concédenos que nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria", etc.

Homilía del papa san Gregorio sobre esta Lección. Puesto que el natalicio de Santiago, apóstol y mártir, conmemoramos hoy, hermanos míos, en modo alguno debemos considerarnos ajenos a la virtud de su paciencia. Porque si con la ayuda el Señor procuramos conservar la virtud de la paciencia, viviremos en la paz de la Iglesia y lograremos la palma del martirio. Pues hay dos maneras de martirio, una de pensamiento y otra de pensamiento y de acción a la vez. De aquí que podamos ser mártires aunque no nos mate el hierro de ningún verdugo. Pues morir a manos de un perseguidor es un martirio de obra manifiesto. Pero soportar las ofensas, amar al que nos odia, es un martirio en el secreto del pensamiento. Y hay dos especies de martirio, uno secreto y otro público, lo atestigua la Verdad, que les pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?" A lo que habiendo respondido en seguida: "Podemos", el Señor les contestó al punto diciendo: "En verdad beberéis mi cáliz" Pero ¿qué entendemos por cáliz, sino el dolor de la pasión, del que dice en otro lugar: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz". Y los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, no murieron ambos como mártires, y , sin embargo, uno y otro oyeron que beberían el cáliz. Así que Juan, aunque no acabó su vida por martirio, sin embargo fue mártir. Porque la pasión que no sufrió en su cuerpo la llevó guardada en su espíritu. Y así nosotros, según este ejemplo, podemos ser mártires sin morir por el hierro si conservamos de veras la paciencia en el alma.

No creo fuera de lugar, carísimos hermanos, si os expongo un edificante ejemplo de conservación de la paciencia. Vivió en nuestros días un hombre llamado Esteban, padre del monasterio fundado junto a los muros de la ciudad de Rieti, varón muy santo, singular en la virtud de la paciencia. Quedan muchos aún que le conocieron y cuentan su vida y su muerte. Era de lengua rústica, pero de sabia vida. Por amor de la patria celestial lo había despreciado todo, rehuía el poseer algo en este mundo, evitaba el bullicio humano. Estaba dedicado a frecuentes y prolijas oraciones, pero tenía la virtud de la paciencia desarrollada tan intensamente, que tenía por su amigo a quien le ocasionase alguna molestia. Daba gracias por las injurias. Si en aquella su pobreza le era inferido algún daño, lo miraba como un gran provecho. A todos sus adversarios los creía no otra cosa que auxiliares. Cuando el día de la muerte le apremiaba a salir del cuerpo, se habían reunido muchos para encomendar sus almas a un alma tan santa que iba a partir e este mundo. Y cuando los reunidos se hallaban todos en torno a su lecho, vieron unos con sus ojos corporales entrar ángeles, aunque nada pudieron decir. Otros no vieron nada absolutamente, pero de todos los que estaban presentes se apoderó n temor tan grande que nadie puedo permanecer allí al salir aquella santa alma. Tanto los que vieron como los que nada habían visto, huyeron todos despavoridos y aterrados con el mismo miedo. Y ninguno pudo estar presente al morir él.

Pensad ahora, hermanos, qué terror infundirá Dios Todopoderoso cuando venga como riguroso Juez, si así atemoriza a los presentes cuando viene agradecido y recompensador. O bien cómo puede ser temido cuando pueda ser contemplado, si así consternó las almas de los circunstantes aun cuando no pudo ser visto. Y he ahí, carísimos hermanos, a qué cima de la retribución elevó a éste aquella paciencia observada en la paz de la Iglesia. ¿Qué le daría su Creador interiormente, cuando de ello tanta gloria nos exteriorizó en el día de su tránsito? ¿Con quiénes creemos reunido a éste, sino con los santos mártires, si consta que fue recibido por los sagrados espíritus aun por testimonio de ojos corporales?. Este no murió herido por ninguna espada y sin embargo recibió a su partida la corona de la paciencia que tuvo en su espíritu. Comprobamos a diario que es verdad lo que se dijo antes de ahora, que la Santa Iglesia, llena de las flores de los elegidos, tiene en la paz lirios y en la guerra rosas. Conviene saber además que la virtud de la paciencia suele ejercitarse de tres maneras, pues soportamos unas cosas que nos vienen de Dios, otras del viejo enemigo y otras del prójimo. Del prójimo sufrimos persecuciones, daños y ofensas; del viejo enemigo, tentaciones; de Dios calamidades. Mas en todas las tres formas debe la mente vigilarse con ojo atento, para no dejarse arrastrar frente a los males que nos vienen del prójimo, a retribuirlos con mal: frente a las tentaciones del enemigo, para no dejarse seducir a deleitarse y consentir en el pecado: frente a las calamidades que proceden del Creador, para no caer en una excesiva murmuración quejumbrosa. Porque el enemigo queda plenamente vencido cuando guardamos el pensamiento aun en medio de sus tentaciones, del deleite y del consentimiento, y en medio de las injurias del prójimo lo preservamos del odio, y lo reprimimos de murmurar en medio de las calamidades venidas de Dios. Y haciendo esto no pretendemos ser recompensados con bienes presentes, pues por el trabajo de la paciencia debemos esperar los bienes de la otra vida, para que comience el premio de nuestro esfuerzo cuando éste cesa por completo. Por eso dice el Salmista: "No ha de ser dado el pobre a perpetuo olvido, no ha de resultar al fin fallida la paciencia de los míseros". Pues como fallida vemos la paciencia de los pobres cuando nada se les da a cambio de ella a los humildes en esta vida. Pero la paciencia de los pobres no resulta fallida al final, porque entonces recibe su gloria, cuando a la vez se acaban todos los trabajos. Conservad, pues, hermanos, la paciencia en el espíritu y cuando la cosa lo exija ponedla en obra. Que a ninguno de vosotros le muevan al odio las palabras injuriosas del prójimo ni la alteren los perjuicios en las cosas perecederas. Porque si tenéis siempre en vuestro pensamiento los daños perdurables, no tendréis por graves los daños en las cosas pasajeras; si anheláis la gloria de la eterna recompensa, no os dolerán las injurias temporales.

Soportad, pues, a vuestros adversarios, pero amando como hermanos a los que soportáis, y procurad premios eternos por los daños temporales. Y ninguno de vosotros confíe en poder realizar esto con sus fuerzas, mas alcanzad con oraciones que el mismo que esto manda os lo conceda. Pues sabemos que escucha de buena gana a quienes piden, cuando piden lo que le agrada dar con largueza. Cuando de continuo insiste uno en la oración, prontamente en la tentación recibe auxilio, por Jesucristo nuestro Señor que con El vive Soberano y reina Dios en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Libro I Capitulo XV

DÍA 31 DE JULIO, SEPTIMO DE LA OCTAVA DE SANTIAGO APÓSTOL



Alegrémonos en el Señor, hermanos amadísimos, y con los debidos honores celebremos la festividad del bienaventurado Santiago. Pues a nosotros, por la divina gracia, se nos ha dado, como Patrono, en lo espiritual, aquel a quien el mundo entero venera.

¿Quién puede haber en todo el mundo, sin merecer el reproche de obstinado desprecio de los favores divinos, que no desee ampararse en el patrocinio de Santiago?. Para visitarle, pues, desde todas las partes del mundo, a través de las breñas de los montes, por delante de las guaridas de los ladrones, a pesar de los frecuentes asaltos de los bandidos y de las estafas de que son víctimas en los albergues, gran cantidad de peregrinos afluye incesantemente a Galicia. Nada más natural, que todos veneren en la tierra al que, por haber brillado en todas las virtudes, Dios ha glorificado en los cielos. Este es el adalid de Cristo, que habiendo gustado de las dulzuras de la resurrección en el monte (Tabor), como buen portaestandarte, se lanza el primero al combate. No le aparta de la fe la ciega obstinación de los judíos, ni le detiene en la carrera del bien la crueldad de Herodes. De las tres columnas de la Iglesia que menciona San Pablo en su Epístola a los Gálatas, ésta es una y no por cierto la menos principal. Así como al igual con los hijos de Jacob, el Señor eligió doce discípulos, a los cuales llamó Apóstoles, también, conforme al número de los santos patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, entre los mismos doce apóstoles, por cierta primacía en el amor y en la virtud, constituyó a tres, que son: San Pedro, Santiago y su hermano Juan en príncipes y columnas de los demás. Porque había dicho por boca de Salomón que tres cuerdas unidas no se rompen fácilmente. A éstos, por lo tanto, como una cuerda compacta impregnada de caridad, con lo cual se ligasen y se conservasen los demás, los hizo maestros y tutores; a ellos les reveló más que a los otros sus secretos; a éstos antes de la resurrección, en la transfiguración, les mostró la gloria de la resurrección; a ellos solamente permitió entrar con él en la casa del Archisinagogo, cuando iba a resucitar a la hija de éste.

Cuando ya se iba acercando la hora de su pasión, queriendo dar una prueba de que había tomado carne humana, la cual por nosotros la había tomado, para que los hombres, sintiendo la debilidad de la misma, no desesperasen, en el valle de Gethsemaní, cuando iba a ofrecer la agonía de su muerte a su Padre, a éstos escogió para que lo acompañasen en su oración. Pues si este misterio a todos indistintamente hubiese revelado, entonces o bien se impediría su pasión, o al enterarse de la misma, aun los mismos elegidos se escandalizarían. Por lo tanto, se le ordena a los Apóstoles guardar silencio sobre Cristo; a los que han sido curados, se les prohíbe divulgar su curación; a los demonios se les obliga a guardar silencio sobre el Hijo de Dios. Pues dice el Apóstol: "predicamos la sabiduría de Dios encerrada en el misterio, la cual ninguno de los príncipes de este mundo ha podido conocer". Si la hubiesen conocido, no hubieran crucificado al rey de la gloria. Esto es, nunca hubiesen sido causa de que fuésemos redimidos por la muerte del Señor.

Con razón, pues, reveló sus secretos a los que sabía eran firmes y constantes en su amor; a los que sabía que, llegada la hora, estarían muy lejos de la nota de negligencia en la evangelización del pueblo. Y esto puede ya apreciarse en la vocación de éstos. Fue invitado (a seguir a Jesús) junto al mar de Galilea. Pedro su hermano; Santiago con su hermano. Porque solamente deben juzgarse dignos del ministerio de la predicación, los que están unidos con el prójimo por el amor fraterno, los que no por utilidad terrena, sino por amor solamente movidos, se dan prisa en transmitir a los demás las palabras de la vida. Pedro, al llamamiento del Señor, abandonó la barca y las redes, esto es: todo lo que tenía. Santiago hizo más, no sólo abandonó la barca y las redes, como hizo Pedro, sino que a su propio padre, a quien la ley manda amar y honrar, ante la voz del Señor, también dejó. ¿Qué diré de su madre?. Es cierto que la madre, por su larga y laboriosa obra de educación, por su condición de mujer de la cual es más propio atraer a los hijos con las caricias, que del varón, suele ser más querida de los hijos, que el padre. No obstante, también a ésta Santiago la dejó sin despedirse de ella.

Feliz quebrantador de la Ley, puesto que no prefirió la Ley, al Autor de la misma Ley, como la habían preferido los judíos; ni tampoco dio demasiada importancia al afecto natural, cuando este afecto era opuesto a los derechos del autor de la naturaleza. Sabía, pues, que hay obligación de honrar al padre y de amar a la madre; pero no ignoraba que Dios ha de ser preferido a éstos. Tenía el afecto de un hijo piadoso; pero prevalecía en él la obediencia al Creador. Hay obligación de honrar al padre, a los padres; también debe honrarse al buen prójimo, mas sobre todos se ha de honrar y reverenciar al Dios Creador. Es digno de alabanza San Pedro, porque dejó sus bienes ante el llamamiento del Señor. Pero aún es mayor la alabanza que debemos a Santiago, pues no sólo no obedeció a la ley, sino que por la causa de Dios dejó a un lado el cariño e su padre y de su madre. Pues es preciso que lo humano se posponga a lo divino.

Pues si nos obliga el deber de la piedad para con los padres, ¡cuánto más nos obligará para con el Autor de nuestros padres, a quien se deben dar gracias por nuestros mismo padres!. En este lugar la consideración de una dificultad nos viene a la mente y nos invita a dar una solución.

¿Por qué Jesús que era Dios justo y que pesa en balanza fiel el mérito de todos los hombres, eligió a Pedro, que poco, o casi nada dejó en comparación de Santiago y su hermano Juan, príncipe de los Apóstoles, a pesar de que Santiago y Juan su hermano eran parientes del Salvador en la carne y además muchos más bienes dejaron por el Señor?. Esta dificultad, muchos tratan de resolverla del siguiente modo: Dicen que Pedro amaba más que los demás Apóstoles al Señor; esto si lo prueban, con palabras del Evangelio, sin duda habrá que darles la razón. Pues, ¿qué tiene de particular que Dios hubiera dado el primado sobre los demás Apóstoles, a aquel que había sobrepujado a los otros en la prerrogativa del amor?. Mas si no se confirma con el testimonio del Evangelio, estimamos que es temerario aventurar un juicio sobre el grado de amor de los Apóstoles. Cuando el Señor preguntó a Pedro: "¿Simón, hijo de Juan, me amas más que éstos?". Pedro, cuya presunción había recibido ya una terrible lección contestó: "Señor, tú sabes que te amo". Como si dijera: Sé que te amo con todo mi corazón, como tú aún, mejor que yo, lo sabes, pero ignoro cuánto te aman los demás. Si, pues Pedro lo ignora, ¿quién es el que pretendiendo saber más que el príncipe de los Apóstoles tratará de sostener que Pedro fue el que amó más de los Apóstoles, al Señor?. Dejándonos pues de rodeos, digamos con S. Jerónimo que por su edad les dio por príncipe a San Pedro. Pues Santiago era joven y San Juan casi un niño, Pedro, en cambio, más viejo y de edad madura. El buen maestro, que quería quitar a sus discípulos todo motivo de contienda y les había dicho: "Os doy mi paz, os dejo mi paz", parecía ofrecer un motivo de envidia, si diese a los jóvenes el mando sobre otros más viejos. Nuestro Señor, prudentísimo, nos quiso dar ejemplo, a fin que no osásemos elevar al magisterio de la Santa Iglesia, a quien no hubiese alcanzado una edad adecuada. Pues los jóvenes suelen a veces aparentar devoción para conseguir más de prisa puestos excesivamente elevados. Muchas veces también, aun siendo buenos, por no estar debidamente probados, por efecto del cargo honorífico, tienen lamentables caídas. Cuantas calamidades por este vicio han tenido lugar en nuestra iglesia, no es del caso referir. Por eso José antes de los treinta años no recibió el principado de Egipto, ni San Juan Bautista, "mayor que el cual no surgió entre los nacidos de mujer", antes de los treinta años no comenzó el ministerio de la predicación. Ni Ezequiel, a no ser a la misma edad, mereció el ministerio de hacer profecías, ni el mismo Jesucristo, nuestro Señor, que quiso en sí mismo establecer las costumbres de su iglesia, a no ser a los treinta años, no quiso comenzar la predicación salvadora. Podemos, además añadir que providente el Señor no quiso dar el principado a sus parientes, aunque eran buenos, sobre los demás para que no pareciera que se lo daba, más que por su santidad, por el parentesco. Quería demás ya entonces prevenir contra el abuso de los que dan los cargos eclesiásticos y aun las remuneraciones que se deben a los pobres de espíritu, no por razón de la santidad, sino por el parentesco. Además, Santiago y San Juan, su hermano, movidos aún por apetitos terrenales y deseando la primacía sobre los demás, envían a su madre a solicitarla del Señor; la cual sabían que mucho podía ante él, por su parentesco y por su religiosa vida. Pero el Señor, comprendiendo por sí mismo que muchos valiéndose ya de intrigas propias, ora moviendo a los poderosos de este siglo, se habían de introducir injustamente en los cargos eclesiásticos y queriendo prevenir este peligro para su iglesia, para que no se admitiese a ningún intruso, no les quiso conceder la suprema autoridad. Después de la Ascensión del Señor, ya adoctrinados, no disputan sobre la preeminencia, sino que unánimemente a Santiago, el Justo, por su eminente santidad en la cual sobresalía grandemente, le eligen Obispo, enseñándonos que debía ser elevado al gobierno de la Santa Iglesia, el que hubiese adquirido el favor del pueblo por la santidad. Por lo cual S. Clemente Alejandrino, doctor egregio, el libro VI de sus Disposiciones, dice: Pedro, Santiago y Juan, después de la Ascensión del Salvador, aunque a todos por El hubieran sido antepuestos, sin embargo ninguno se apropia la gloria de serlo, sino que Santiago, a quien llamaban el Justo, fue nombrado Obispo de los Apóstoles.

Pues éste ya fue santificado en el vientre de su madre; no bebió vino, ni sidra, el hierro no se aproximó a su cabeza, no se ungió con aceite, ni usó del baño. Por estas razones creemos que está claro por qué el Señor antepuso a San Pedro a Santiago y a su hermano Juan. Hay, además, otro gran misterio: el hecho de que estos tres hayan sido constituidos columnas de los demás.

En ellos están representadas las principales virtudes, fe, esperanza y caridad. En Pedro la fe, por la cual empezamos; en Santiago la esperanza, por la cual nos levantamos, y en San Juan la caridad, por la cual llegamos a la meta. Con razón, pues, tiene el principado San Pedro, porque sin la fe es imposible agradar al Señor. Pero como la fe es inútil, si la concupiscencia de la carne no se refrena y no se expulsa al diablo de la morada del corazón, debidamente le sigue Santiago, cuyo nombre quiere decir suplantador. Pero si conseguimos realizar esto, no debemos atribuirlo a nuestras fuerzas, sino a la divina gracia. Por ello sigue San Juan, cuyo nombre quiere decir gracia de Dios. Y no debemos de pasar en silencio el hecho de que solamente a éstos impuso nombres el Señor. Simón, por la sinceridad de su fe, la cual confesó al ser interrogado por el Señor, fue llamado Pedro. Santiago y Juan, puesto que estaban ligados por vínculos de hermandad de carne y de espíritu, no reciben nombres individualmente, sino en común, por razón de su firmeza en la fe y magnanimidad son llamados Boanerges, esto es: hijos del trueno. ¿Y qué trueno es éste cuyos hijos fueron hechos Santiago y Juan?. Indudablemente, el que retumbó desde la nube sobre Cristo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias". Oh admirable benignidad del Salvador, que convierte las dotes naturales de Santiago y Juan en dones de la gracia. Pues, como habían abandonado al padre carnal, les concedió el tener consigo al padre celestial. Feliz recompensa, pero de ningún modo ajena al Señor, dado que su remuneración siempre es sobreabundante. Ahora, hermanos, veamos cuál es la eficacia del trueno, para que sepamos qué es ser hijo del trueno. Pues no es un don pequeño y fútil el que se da por largueza en la recompensa de Dios sobre todos los demás, a los que dejaron a su padre por el Señor. El trueno hiere las nubes, emite relámpagos, hace temblar la tierra y la riega con la lluvia. Esto, en un sentido figurado, se lo concedió el Señor a Santiago y a San Juan en mayor abundancia que a los demás. Y puesto que Santiago era de más edad, por eso el orden exigía que empezara a tronar el primero. Por tanto, después de la Ascensión del Señor, Santiago, lleno del Espíritu Santo hirió las nubes judaicas con su predicación. Atacó la malicia de los judíos, les echó en cara la dureza de su corazón y confundió su envidia. La malicia, porque debiendo avergonzarse de sus pecados, no sólo no se corregían, sino que perseguían a los que los amonestaban, con odio implacable.

La dureza de corazón, porque siempre, con perversidad natural, no querían entender las promesas del Señor y los claros testimonios de las profecías; es más, se adherían a ciertas fabulosas narraciones en consonancia con su estupidez. La envidia, porque si veían a alguno inspirado por la gracia divina, no solamente rehusaban oírle, sino además lo calumniaban, lo odiaban y en la mayoría de los casos lo atormentaban.

Principalmente les echaba en cara su conducta con Jesucristo, demostrándoles que era el prometido por la ley y los profetas, patentizándoles los beneficios que le debían, y amenazándoles con los eternos tormentos, ya que eran ingratos a tantos beneficios, si no hacían penitencia. Así Santiago tronaba con las amenazas y así enrarecía la densa masa de los pecados. Relampagueaba con milagros, y así iluminaba la mente de los sencillos; derramaba lluvia benéfica cuando regocijaba y confortaba los corazones de los humildes. Explicaba los oráculos de los profetas, los misterios de las Sangradas Escrituras, ensalzaba por todos los medios a Cristo. Eran confundidos los escribas y fariseos, los cuales más bien destruían la ley que la exponían. Confundía a los saduceos, que negaban la resurrección con argumentos engañosos. Confundía sobre todo con razones contundentes a los que crucificaron a Cristo, quienes no sabían qué hacer, ni qué partido tomar. Los vencía con razones, los avergonzaba con los testimonios de autoridad, los confundía con el poder de los milagros.

Vivía en aquella época un mago llamado Hermógenes, quien seducido por las artes del enemigo no cesaba de seducir a los demás. Tenía este mago tanta familiaridad con el enemigo del linaje humano, que más bien parecía que le ordenaba en vez de someterse a sus órdenes. Los judíos, pues, buscan el auxilio de este mago en contra de Santiago; puesto que no podían resistir a sus razones, tratan de sostenerse con los maleficios del mago. Y puesto que este mago estaba dotado de sabiduría profana, de habilidad en realizar falsos milagros, los judíos tratan de emular con medios humanos el trueno de Santiago y de achicar sus milagros con los milagros del mago. Pero Santiago no sólo destruyó los embustes del mago, sino que los milagros que hacía por arte del diablo los anuló y al mago mismo, con un discípulo, convirtió para el Señor. ¡Oh necios de corazón vosotros los judíos que tratasteis de hacer vanos esfuerzos contra el hijo del trueno!. ¿Con qué medio tratáis de obstruir la boca de aquel que se agiganta con los obstáculos?. No se rinde a las amenazas, no se engaña con embustes; si queréis que cesen sus reprensiones, haced disminuir la cantidad de vuestros pecados. Por cierto que no sería terrible para ellos el sonido, si no existiera de su lado un gran cúmulo de densas nubes. Que se esfumen las nubes de vuestros corazones y el temor del trueno perderá su vigor.

Los judíos, pues, después de la victoria y conversión del mago, desesperados ya y no pudiendo sufrir el trueno de Santiago se atraen al rey Herodes, sobradamente inclinado de por sí a los mayores crímenes, por medio del dinero y le mueven a dar muerte a Santiago.

Sobre este Herodes, puesto que aun la opinión de los eruditos tiene dudas acerca de él, por ignorancia de la historia, nos parece conveniente decir quién fue y cuáles fueron sus antepasados. Pues muchos creen que se trata del Tetrarca Herodes, hijo de Herodes el Grande, el que degolló a San Juan Bautista; éstos, indudablemente se engañan por ignorancia de la historia. Pues Herodes el Tetrarca, como refiere la Historia Eclesiástica, tomándolo de Flavio Josefo, castigado de varios modos, últimamente fue condenado al destierro por Gayo César, para toda su vida. En cambio el Herodes que dio muerte a Santiago, como ya diremos en su lugar, terminó sus días reinando. Hay quienes imaginan que fue hijo de Arquelao, cuya opinión fácilmente se rebate, dado que ninguna historia dice que Arquelao tuviera algún hijo, a quien dejase por heredero. Por tanto, dejándonos de opiniones, sigamos la narración histórica verdadera. Dicen las historias que Herodes el Grande, el que dio muerte a los inocentes, tuvo dos hijos de Mariana, que era de estirpe real, llamados Aristóbulo y Alejandro, a los cuales, cuando ya eran adultos, por sospecha de parricidio mandó dar muerte. Mas Aristóbulo dejó un hijo llamado Agripa, a quien Cayo César dio el principado de Judea. San Lucas, Evangelista, por la dignidad real, o más bien por la semejanza con Herodes en la crueldad, le llama Herodes. Este, para probar que heredaba no sólo el reino, sino la crueldad de Herodes, así como Herodes quiso hacer desaparecer a Cristo con la matanza de los inocentes, él, movido por el soborno de parte de los judíos y por su propia perversidad, quiso también borrar el nombre de Cristo con la muerte de los Apóstoles. Degolló, pues, a Santiago, el cual con más ardor y mayor valentía predicaba a Cristo y confundía a los judíos con el testimonio de la Ley y de los Profetas. Santiago, pues, fue el primero de los Apóstoles que obtuvo la corona del martirio, estando próxima la solemnidad de la Pascua, hacia el año undécimo después de la pasión del Señor, el año tercero del Impero de Claudio, como refiere Beda en el comentario sobre los Hechos de los Apóstoles. Viendo, pues, que con la muerte de Santiago se había congraciado con los judíos, determinó prender también a San Pedro, porque éste se distinguía en sus ataques a los judíos. Pero el Señor, conociendo por sí mismo la gran desolación que sobrevendría a su Iglesia, si desaparecían a un mismo tiempo sus dos principales columnas, por su benignidad libró a San Pedro de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos, y tampoco dejó pasar mucho tiempo sin vengar la muerte de Santiago, sino que inmediata y terriblemente le vengó. Pues como refiere San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, Herodes descendió inmediatamente a Cesárea, para dirigir la palabra al pueblo en la solemnidad de la Pascua y para que éste le aclamase diciendo: "Voces de Dios y no de hombre"; inmediatamente le hirió el ángel del Señor, por no haber dado gloria a Dios, y manando gusanos expiró a los cincuenta y tres años de edad y en el séptimo de su reinado.

Por esto podemos apreciar, hermanos, cuán verdadera es la sentencia de Salomón que dice: El impío cuando descienda a la profundidad de los pecados, desprecia... Herodes, por no refrenar el ardor de la avaricia, no temió el aceptar dinero de parte de los judíos, por asesinar al justo. Por ello se quiso encumbrar tanto, que aceptó los honores divinos que sus aduladores le ofrecían. Con razón, pues, herido por el ángel sucumbió, puesto que ni la preocupación por su salvación, ni el respeto que debía a Santiago, ni la grandeza de Dios le apartaron del crimen. Ahora bien, hermanos amadísimos, veamos en Santiago las maravillas del Señor. Según el orden de armonía y conveniencia sucedió, que el primero en dignidad, fuese el primero en el padecimiento. Y que el primero en la predicación fuese el maestro en el martirio. Fue atrevido en la petición del reino; pero aún fue más atrevido en su adquisición. Antes fue corregido por el Señor, porque sin esfuerzo ambicionaba conseguir el reino; ahora merece ser alabado, puesto que lo ha conseguido por sus virtudes. Era natural que el hijo del trueno conculcase las cosas terrenas, penetrase en los cielos, sirviese de ejemplo a los demás.

Porque cuanto más conoció los secretos el Señor, con tanto mayor ardor que los demás tuvo que imitar él al Señor. Pero aun la petición de su madre de una sede especial en el reino, para sus hijos, no fue en vano, pues como dijo un sabio poeta en los versos del himno en su honor, a Juan le tocó el Asia, que está ala derecha; a Santiago, España, que está a la izquierda en la división de las provincias. Por lo cual Santiago, según es tradición, por su indicación fue trasladado después de su martirio por sus discípulos a España y en la extremidad de Galicia, que ahora se llama Compostela, fue honoríficamente sepultado, no sólo para regir con su patrocinio a los españoles que le habían tocado en suerte, sino por confortarlos con el tesoro de su cuerpo. Regocíjate, España, ensalzada con semejante fulgor; salta de gozo, pues has sido salvada del error de la superstición. Alégrate, ya que por la visita de este huésped dejaste la ferocidad de las bestias y sometiste tu cerviz, antes indómita, al yugo de la humildad de Cristo. Mayores bienes te proporcionó la humildad de Santiago, que la ferocidad de todos tus reyes. Aquélla te levantó hasta el cielo; éstos te hundieron en el abismo. Ellos te mancillaron con el sacrificio a los ídolos; aquélla te purificó, enseñándote el culto al verdadero Dios. Dichosa eres España por la abundancia de muchos bienes; pero eres más dichosa por la presencia de Santiago. Eres feliz, porque en el clima eres semejante al Paraíso; pero eres más dichosa, porque has sido encomendada al paraninfo del cielo. En otro tiempo fuiste célebre por las columnas de Hércules, según las vanas leyendas, mas ahora con más felicidad te apoyas en la columna firmísima de Santiago. Aquéllas, por el error pernicioso de la superstición, te ligaron al diablo; ésta, por su piadosa intercesión, te une a tu criador; aquéllas, como eran de piedra, aumentaban tu obcecación; ésta, puesto que es espiritual, adquirió para ti la gracia saludable.

Nosotros, pues, hermanos amadísimos, al que nos donó tantos bienes démosle gracias, por cuya innata misericordia hemos sido enriquecidos con tan gran tesoro. Celebremos con devoción la festividad de Santiago, e imploremos que su patrocinio no nos falte, con el incienso de piadosas oraciones. Mas el que quiera honrar debidamente esta solemnidad, debe refrenar los apetitos carnales. Que el barro de las pasiones no le manche, que el vaho de la soberbia no le invada. Que no prenda fuego en él la tea de la ira, ni la fiebre de la envidia le atormente. Puesto que es santo aquel a quien celebramos, debe ser limpio también el que celebra. Pues causan náuseas las alabanzas del que en su corazón maquina engaños. Purifiquemos, por tanto, nuestros corazones, para que sean bien acogidas nuestras voces pregoneras. Tratemos de imitarle para que nuestras alabanzas sean aceptables. Por lo cual San Juan Crisóstomo, doctor egregio, dice: Todo el que celebra las glorias de los justos con frecuentes alabanzas, debe imitar la santidad de sus costumbres y su justicia. Pues si alaba debe imitar, o si rehúsa imitar, que cese también de alabar. Pues si alabamos a los santos y a los que han sido fieles, porque en ellos vemos destacar la fe y la justicia, nosotros también podemos llegar a ser lo que actualmente son, si hacemos o que ellos hicieron. Imitemos, pues, a Santiago, y con su imitación y auxilio hagámosnos hijos del trueno. Las nubes de los pecados rompamos con nuestra predicación, no las nutramos con nuestra servil adulación. Que lo terreno no nos sujete, antes bien que tiemble ante la amenaza destructora de nuestra virtud. Reguemos con lluvia saludable los corazones de los humildes y hagamos que los gérmenes de sus virtudes progresen con nuestra exhortación. Indudablemente, si así lo hacemos seremos verdaderos hijos del trueno.

Por cierto que a Santiago no le asustó la crueldad de los judíos; ni le hizo ceder la arrogancia de los fariseos, ni el furor de Herodes, que no tenía límites, le hizo cesar en la predicación. Tampoco a nosotros debe preocuparnos, ni el que los ricos frunzan el entrecejo, ni nos ablanden motivos carnales, ni los tormentos de príncipes crueles nos amedrenten, hasta el punto de cesar, en el deber de la predicación. Imitemos la piedad de Santiago en la curación del paralítico. Imitemos su caridad, para dar una lección de benignidad a nuestros enemigos. Cierto es que Josías le había colocado una cuerda al cuello y le llevaba al juez cruelísimo. Pero luego que vio que un paralítico había sido curado por Santiago, inmediatamente se arrepintió de sus pecados. Y postrándose a los pies de Santiago, obtuvo con sus ruegos el perdón que buscaba. Oh verdadero discípulo de Cristo el que así estuvo dispuesto a perdonar. No castigó a Josías, a pesar de que antes había puesto en él sus manos sacrílegas. Y cosa admirable: consiguió tener como compañero de martirio al que primeramente le había hecho sentir la persecución. He aquí una verdadera mutación de la diestra del Excelso. Así, pues, hermanos, tengamos recíproca caridad, no hagamos daño a nadie; por el contrario, suframos con paciencia las injurias que se nos hagan. Así, pues, hermanos, tengamos recíproca caridad, no hagamos daño a nadie; por el contrario, suframos con paciencia las injurias que se nos hagan. Así, ciertamente seremos imitadores de Santiago, así mereceremos tener tal patrono. Así elevará nuestras oraciones hasta la fuente de la misericordia y con su intercesión las hará eficaces. Con la ayuda de nuestro Señor Jesucristo, quien tiene el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



Libro I Capitulo XVI

DÍA 1 DE AGOSTO, OCTAVA DE LA OCTAVA DE SANTIAGO APÓSTOL

Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo se acercó al Señor la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos Santiago y Juan, adorándole y queriéndole pedir algo. El cual le dijo: "¿Qué quieres?". Ella respondió: "Di que estos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu Reino".

Homilía de San Jerónimo, Doctor, y de San Juan Obispo, sobre dicha Lección, en la fiesta de Santiago Apóstol, hermano de San Juan Evangelista, que descansa en el territorio de Galicia. Al celebrar la solemnidad de hoy, día del gloriosísimo y piadosísimo patrono nuestro Santiago Apóstol, venerado en todo el orbe de las tierras, hermanos amadísimos, expongamos paso a paso la lección del Sagrado Evangelio, para que sepáis cómo habéis de pedir el reino de Dios. Dice, pues, la madre de los hijos del Zebedeo al Señor: Di que se sienten estos dos hijos míos, uno a tu diestra y otro a tu izquierda en tu Reino. Vemos como tiene fe en el reino la madre de los hijos del Zebedeo, aun cuando el Señor dijo: "El hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a las gentes para escarnecerlo, azotarlo y crucificarlo", y precisamente cuando le anunció la ignominiosa pasión a sus discípulos, que se llenaron de pavor, ella le pide la gloria del que triunfa. Según creo, por este motivo: puesto que al final de su alocución había dicho el Señor: y al tercer día resucitará, pensó esta mujer que inmediatamente después de la resurrección reinaría. Y lo que se promete para la segunda venida, creyó que tendría lugar en la primera; por eso con esa ansiedad, propia de mujer, ambiciona lo presente, despreocupándose del futuro. El cual le preguntó: ¿Qué quieres?. No le pregunta como quien ignora, para enterarse de qué era lo que ella quería, sino a fin de que por su propia exposición pusiera, de manifiesto, cuán absurda era la petición de los mismos. Porque pedían ciertamente como hombres religiosos y amadores de la gracia celestial. Pero o como quien tiene suficiente discernimiento de lo que es una petición útil, o nociva. Pues con frecuencia el Señor transige con que sus discípulos digan, hagan, o piensen algo que no es lo debido, para tomar pie de su extravío, para enseñar y exponer las normas de la verdadera piedad. Pues sabía que el error mientras él, su Maestro, estaba presente, no les causaba daño; en cambio, para todos, no sólo en el presente, sino en el futuro, su doctrina sería edificante. Ella habló: Prométeme que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino. Pide la madre de los hijos de Zebedeo con error propio de mujer, mezclado con el afecto maternal, sin saber lo que pedía. Nada extraño que a ésta se la considere indiscreta; pues también se le reprocha a Pedro el que quisiera hacer tres tabernáculos; pues no sabía lo que decía. San Mateo escribe que esta madre de los hijos del Zebedeo pidió al Señor por éstos; mas San Marcos, queriendo mostrar a los lectores el deseo y acuerdo de los mismos, calla la intervención de la madre y dice más bien que fueron ellos los que pidieron lo que, a sus ruegos, sabían que había pedido la madre. Finalmente, según ambos Evangelistas, no contesta a la madre, sino a los hijos: No sabéis lo que pedís. El deseo es indudablemente bueno; pero la petición impremeditada. Por eso, aunque la simpleza de la petición no merecía que se le concediese, sin embargo, tampoco merecía una contestación agria, pues era hija del amor al Señor. Por tanto, no reprende su voluntad y su propósito, sino su ignorancia, diciendo: No sabéis lo que pedís. No saben lo que piden, porque piden al Señor un asiento en la gloria, que aún no merecían. Ya les agradaba alcanzar la cumbre del honor; mas antes tenían mucho que andar por la senda del sudor. Ambicionaban reinar sublimemente con Cristo: mas antes debían padecer humildemente por Cristo. Debemos, pues, también nosotros tener cuidado de no pedir nada de aquello que juzgamos que no es bueno, mas orando pongámoslo en las manos de Dios, para que nos escuche, cuando él conozca que algo nos conviene.

Sigue: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?. Con el nombre de cáliz designa la pasión y martirio, con los cuales él y sus discípulos tenían que inmolarse; y al acercarse a dicha pasión oraba diciendo: "Padre, si es tu voluntad, aparta de mí este cáliz". ¿Por ventura ignoraba el Señor que podían imitarle en su pasión? Pero lo pregunta para que nosotros nos enteremos con las preguntas del Señor y las respuestas de sus discípulos, que nadie puede reinar con Cristo, si no imita la pasión de Cristo.

Le respondieron: Podemos. No contestan movidos por la confianza de tu corazón, sino más bien por la ignorancia de lo que intentaban. Pues la guerra es deseable para los que no la conocen. Así como la guerra es deseada por los que no la han experimentado, así también a los inexpertos les parece leve la empresa de la pasión y de la muerte. Si pues el Señor, cuando iba a realizar la obra de su pasión decía: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, cuánto con más razón no debían decir ellos podemos, si hubieran comprendido lo que era arriesgarse a aceptar la muerte. Pues la pasión causa gran terror, pero mayor aún la muerte.

Les dijo: Mi cáliz en verdad beberéis. Se preguntará, ¿cómo bebieron el cáliz del martirio los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan?; pues si bien es cierto que el piadosísimo apóstol Santiago fue degollado por Herodes, en cambio San Juan murió de muerte natural. Pero si leemos las historias eclesiásticas, en las cuales vemos que el mismo para el martirio fue echado en una caldera de aceite hirviendo y que el atleta de Cristo se encaminó a conseguir la corona; pero que en este instante fue llevado a la isla de Patmos, veremos que el martirio no faltó en su ánimo y que San Juan bebió el cáliz de confesor, cual lo bebieron los tres niños en el horno de fuego, aunque el perseguidor no hubiese derramado su sangre.

Lo que añade: Pero el sentarse a mi diestra o a mi izquierda no es cosa mía el dároslo, sino que es de aquellos para quienes está preparado por mi Padre, se ha de entender de este modo: que el Reino de los cielos no es del que lo da, sino más bien del que lo recibe. Pues no hay ante Dios acepción de personas; mas el que se conduce de tal suerte que se haga digno del reino de los cielos, éste recibirá lo que se ha preparado no para la persona, sino para la vida. Por tanto, no se dicen los nombres de los que habrán de tener asientos en el reino de los cielos; no sea que, al mencionar a unos pocos, los demás se juzguen excluidos. Si sois de tal condición que (merezcáis con vuestros méritos) el Reino de los cielos que mi Padre preparó para los que triunfan y vencen, entonces se os dará. Además, no es cosa mía dároslo, sino que es para los que está preparando. Como si dijese: Eso no es de mi competencia, darlo a los soberbios. Pues a la sazón aún lo eran. Mas, si lo queréis obtener, no seáis lo que sois. Está preparado para otros, por tanto sed otros y os estará preparado. ¿Qué quiere decir sed otros?. Antes humillaros vosotros, que ahora queréis ser exaltados.

Y al oírlos los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Los otros diez Apóstoles no se indignaron contra la madre de los hijos del Zebedeo, ni achacan a la mujer la audacia de la petición, sino contra los hijos, porque ignorando su verdadera valía se habían excedido en su desordenada ambición. Por lo cual el Señor les dijo: No sabéis lo que pedís. Como pues aquéllos pidieron según la carne, así éstos se entristecieron según la carne. Pues así como, si aquéllos hubiesen discurrido espiritualmente no hubiesen podido estar por encima de todos, así éstos si hubiesen comprendido espiritualmente, no se entristecerían de que hubiera alguno primero que ellos. Pues si en verdad es vituperable querer estar por encima de todos, en cambio el sufrir que otro esté por encima de uno es muy glorioso.

Jesús, pues, los llamó junto a sí y les dijo: Sabéis que los príncipes de los gentiles ejercen su dominio sobre ellos, y los que son más, ejercen sobre ellos su poder. El Maestro, humilde y benigno, no les avergonzó como excesivamente ambiciosos a los dos que pidieron, ni tampoco a los restantes los recriminó por su indignación y envidia. Mas puso un ejemplo tal, que muestra que es el mayor el que quiere ser el menor, y que se convierte en señor el que quiere ser siervo de todos.

En vano, pues, aquéllos piden honores excesivos y éstos se indignan contra su mayor ambición; puesto que a la cumbre de las virtudes no se llega por poder, sino por humildad. Por tanto, entendemos por estas palabras del Señor que por la humildad se llega al cielo; por la sencillez se entra en el cielo.

Todo el que desee llegar a las alturas de la divinidad, camine por las profundidades de la humildad. El que quiera aventajar al hermano en el reino, que primero le aventaje en la obediencia. Finalmente, les pone a la vista el ejemplo, para que si no hacían caso de sus dichos se sonrojasen ante sus obras, y les dice; "El hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir". Y debemos tener en cuenta que el que vino a servir se llama el hijo del hombre. "Y que da su alma en redención de muchos".

Dijo aquí alma en lugar de cuerpo, lo mismo que llamó alma al cuerpo en la pasión al decir: "Triste está mi alma hasta la muerte". Y en otro lugar: "Tengo potestad de deponer mi alma y de volver a tomarla". Abandonó el Señor su cuerpo en la pasión y lo volvió a recobrar en la resurrección. Dio su alma cuando tomó la forma de siervo, para derramar su sangre por el mundo. Dio su alma en redención por muchos, cuando envió la redención a su pueblo y confirmó su testamento por toda la eternidad, el que dio su vida por sus ovejas y se dignó morir por su rebaño y no dijo que daba su alma por todos, sino por muchos, esto es, por todos los que quisieran creer. El mismo, pues, que se dio a sí mismo y no otro precio por nosotros miserables, Jesucristo nuestro Señor haga que nosotros gocemos conjuntamente en su reino, cuyo reino e imperio permanezca hasta el fin por los siglos de los siglos. Amén.

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