Argumento del Santo Papa Calixto
Si la verdad es buscada en nuestros
volúmenes por el docto lector, en el contenido de este
libro la encuentra con toda seguridad y sin sombra alguna de duda.
Pues lo que en él se consigna muchos que todavía
viven aseguran que es verdad.
Libro V Capitulo I
Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en Tierras de España, se reúnen en uno solo. Va uno por Saint-Gilles, Montpeiller, Toulose y el Somport; pasa otro por Santa María del Puy, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; un tercero se dirige allí por Santa Magdalena de Vézelay, por San Leonardo de Limoges y por la ciudad de Périgueux; marcha el último por San Martín de Tours, San Hilario dePoitiers, San Juan d'Angély, San Eutropio de Saintes y Burdeos.
El que va por Santa Fe y el de San Leonardo y el de San Martín se reúnen en Ostabat y, pasado Port de Cize, en Puente la Reina se unen al camino que atraviesa el Somport y desde alli forman un solo camino hasta Santiago.
Libro V Capítulo 2
Desde
el Somport hasta Puente la Reina hay tres jornadas. La primera es
desde Borce, que es lugar situado al pie del Somport contra
Gascuña, hasta Jaca. La segunda es desde Jaca hasta
Monreal. La tercera desde Monreal a Puente la Reina. Desde Port de
Cize se cuentan trece jornadas hasta Santiago. La primera es desde
la villa de Saint-Michel, que está al pie de Port de Cize
hacia Gascuña, hasta Viscarret, y ésta es
pequeña. La segunda es desde Viscarret a Pamplona, y
ésta es corta. La tercera es desde la ciudad de Pamplona
hasta Estella. La cuarta evidentemente para andarla a caballo, es
desde Estella hasta ciudad de Nájera. La quinta, igualmente
para jinetes, es desde Nájera hasta la ciudad llamada
Burgos. La sexta es desde Burgos a Frómista. La septima de
Frómista a Sahagún. La octava desde Sahagún
hasta la ciudad de León. La novena de León a
Rabanal. La décima de Rabanal a Villafranca, en la boca del
Valle de Valcarce, pasado el puerto del monte Irago. La
undécima desde Villafranca hasta Tricastela, pasado el
puerto del monte Cebrero. La duodécima de Tricastela a
Palas. En fin, la decimotercera es desde Palas hasta Santiago, y
ésta es corta.
Libro V Capítulo III
De los nombres de los pueblos del camino de Santiago
Desde
el Somport hasta Puente la Reina se encuentran en la vía
jacobea los siguientes pueblos. Primero está Borce, al pie
del monte en la parte de Gascuña; luego, pasada la cumbre
del monte, el Hospital de Santa Cristina, después
está Canfranc; más tarde Jaca; luego Osturit;
después Tiernas, en donde se hallan los baños reales
que fluyen calientes; luego Monreal; por fin está Puente la
Reina.
En
el otro Camino de Santiago desde Port de Cize hasta su
basílica gallega, se encuentran los siguientes pueblos
importantes. Primero, al mismo pie del puerto, en la parte de
Gascuña, está Villa de Saint-Michel; después,
pasada la cumbre del mismo monte, se encuentra el Hospital de
Roldán; luego la Villa de Roncesvalles; después se
halla Viscarret; despues Larrasoña; luego Pamplona; mas
tarde Puente la Reina; después Estella, que es
fértil en buen pan, óptimo vino, carne y pescado, y
llena de toda suerte de felicidades. Después está
Los Arcos; luego Logroño, después Villaroya, la
ciudad de Nájera, Santo Domingo, Redecilla, Belorado,
Villafranca, Montes de Oca, Atapuerca y la ciudad de Burgos;
después Tardajos, Hornillos, Castrogeriz, Itero,
Frómista y Carrión, que es villa industriosa y muy
buena y rica en pan, vino carne y en toda clase de productos.
Después está Sahagún, pródigo en toda
clase de bienes, y en donde se encuentra el prado en el que
clavadas las resplandecientes lanzas de los victoriosos campeones
de la gloria del Señor, se dice que florecieron. Luego
está Mansilla; después la corte y real ciudad de
León, llena de toda especie de felicidades.
Luego
se encuentra Orbigo, la ciudad de Astorga y Rabanal. el que se
apellida Cativo; después el puerto del monte Irago,
Molinaseca, Ponferrada, Cacabelos, Villafranca, a la entrada de la
vega del Valcarce, Castro Sarracín; después Villaus,
el puerto del monte Cebrero y en su cumbre el hospital; Linares
del Rey y Tricastela, ya en Galicia, al pie del mismo monte, donde
los peregrinos cogen una piedra y la llevan consigo hasta
Castañeda para hacer cal con destino a la obra de la
basílica del Apóstol.
Después
está la villa de San Miguel, Barbadelo, Puertomarín,
Sala de la Reina, Palas de Rey, Libureiro, Santiago de Boente,
Castañeda, Vilanova, Ferreiros, y por último
Compostela, la excelentísima ciudad del Apóstol, que
posee toda suerte de encantos y tiene en custodia los preciosos
restos mortales de Santiago, por lo que se considera justamente la
más feliz y excelsa de todas las ciudades de
España.
Me
he limitado a enumerar estos pueblos y las citadas jornadas, para
que los peregrinos que marchan a Santiago prevengan, con estas
noticias, los gastos necesarios para su viaje.
Libro V Capitulo IV
De los tres buenos edificios del mundo
El
señor instituyó en este mundo tres columnas muy
necesarias para el sostenimiento de sus pobres, a saber, el
hospital de Jerusalén, el de Mon-Joux y el de Santa
Cristina, que está en el Somport. Estos tres hospitales
están colocados en sitios necesarios; son lugares santos,
casas de Dios, reparación de los santos peregrinos,
descanso de los necesitados, consuelo de los enfermos,
salvación de los muertos, auxilio de los vivos. Así,
pues, quien quiera que haya edificado estos lugares sacrosantos
poseerá sin duda alguna el reino de Dios.
Libro V Capitulo V
De los nombres de algunos que repararon el camino de Santiago. Aimerico.
Estos
son los nombres de algunos "camineros" que en tiempos de Diego,
arzobispo compostelano, y de Alfonso, emperador de España y
Galicia, y de Calixto, papa, repararon, por piadoso amor de Dios y
del Apóstol, el camino de Santiago desde Rabanal hasta
Puertomarín, con anterioridad al año del
señor 1120, reinando el rey Alfonso de Aragón y el
rey de Francia Luis el Gordo: Andrés, Rogerio, Alvito,
Fortún, Arnaldo, Esteban y Pedro que reconstruyó el
puente del Miño destruído por la reina Urraca.
Descansen en paz eterna las almas de éstos y las de sus
colaboradores.
Libro V Capitulo VI
De los buenos y malos rios que en el camino de Santiago se hallan. Calixto, Papa.
Estos
son los ríos que se encuentran desde Port de Cize y Somport
hasta Santiago. Del Somport procede el saludable río
llamado Aragón, que riega España. De Port de Cize,
en cambio, sale el sano río que por muchos es llamado Runa
y baña Pamplona. Por el Puente la Reina pasa el Arga y
tambien el Runa. Por el lugar llamado Lorca, en su parte oriental,
pasa el río que se llama Salado. Allí guardate de
beber ni tú ni tu caballo, pues el río es
mortífero. En nuestro viaje a Santiago, encontramos a dos
navarros sentados a su orilla que estaban afilando sus navajas,
con las que solían desollar las caballerías de los
peregrinos, que bebían aquella agua y morían. Y a
nuestras preguntas contestaron, mintiendo, que era buena para
beber. Por lo cual abrevamos en ella a nusetros caballos y en
seguida murieron dos de ellos, que inmediatamente aquellos
desollaron.
Por
Estella pasa el Ega: su agua es dulce, sana y muy buena. Por la
villa llamada Los Arcos corre un agua muy malsana. Y más
allá de Los Arcos junto al primer hospital, es decir, entre
Los Arcoes y el mismo Hospital, pasa una corriente
mortífera para las bestias y hombres que beben sus aguas.
Por el pueblo que se llama Torres, en Navarra, corre un río
malsano para animales y hombres que en él beben. Luego, por
la villa llamada Cuevas, fluye un río igualmente nocivo.
Por Logroño pasa un río enorme, llamado Ebro, de
saludables aguas y abundantes peces. Todos los ríos que se
encuentran desde Estella a Logroño son malsanos para beber
hombres y bestias, y sus peces lo son para comer-los. Si alguna
vez comes en España y en Galicia el pescado que vulgarmente
se llama barbo, o el que los del Poitou llaman alosa y los
italianos clipia, o anguilas o tencas, seguro que enfermas o
mueres inmediatamente. Y si por casualidad hubo quien los
comió y no enfermó, es porque o fué
más sano quelos otros o permaneció largo tiempo en
aquella tierra. Todos los pescados y carnes de vaca y cerdo en
toda España y Galicia producen enfermedades a los
extranjeros.
Los
ríos que, por el contrario, se consideran dulces y buenos
para beber se llaman vulgarmente con estos nombres: el Pisuerga,
río que baja por Itero del Castillo; el Carrión, que
pasa por Carrión, el Cea, por Sahagún; el Esla, por
Mansillas; el Porma, que pasa por un gran puente que hay entre
Mansilla y León: el Torío, que corre por León
al pie del Castro de los Judíos; el Bernesga, que pasa
junto a la misma ciudad, por la otra parte, o sea hacia Astorga;
el Sil, que baña Ponferrada en Valverde; el Cua, por
Cacabelos; el Burbia, que corre por el puente de Villafranca; el
Valcarce, que vaja por su valle; el Miño, que pasa por
Puertomarín; un río que está a unas dos
millas de Santiago, en un sitio de mucho arbolado, que se llama
Labacolla, porque en él suele la gente francesa que
peregrina a Santiago lavarse, por amor al Apóstol, no
solamente sus vergüenzas, sino también
despojándose de sus vestidos, la suciedad de todo su
cuerpo. el río Sar, que corre entre el Monte del Gozo y la
ciudad de Santiago, se considera sano. El río Sarela, que
pasa por la otra parte de la ciudad, hacia poniente se dice
igualmente que es saludable.
He
descrito así estos ríos para que los peregrinos que
van a Santiago procuren evitar el beber de los malsanos y puedan
elegir los buenos para ellos y sus caballerías.
Libro V Capitulo VII
De los nombres de las tierras y de las cualidades de las gentes que se encuentran en el camino de Santiago
En
el camino de Santiago, por la vía de Toulouse, pasado el
río Garona, se encuentra en primer lugar la tierra
Gascuña; y luego, pasado el Somport, la tierra de
Aragón y después Navarra, hasta Puente Arga y
más allá.
Por
la ruta de Port de Cize, despues de la Turena, se encuentra la
tierra de los poitevinos, productiva, óptima y llena de
toda felicidad. Los poitevinos son gente fuerte y guerrera, muy
hábiles en la guerra con arcos, flechas y lanzas, confiados
en la batalla, rapidísimos en las carreras, cuidados en su
vestido, distinguidos en sus facciones, astutos en sus palabras,
muy dadivosos en sus mercedes, pródigos con sus
huéspedes. Después se encuentra el país de
Saintes; luego pasado el estuario del río Garona,
está la tierra de Burdeos, que es fértil en vino muy
vino y en peces, pero de rústica lengua. Se tiene a los
Saintes por burdos pr su idioma, pero los bordeles lo son
aún más. Después se atraviesan durante tres
agotadoras jornadas las landas bordelesas. Esta es tierra
completamente desolada, carente de pan, vino, carne,
pèscado, ríos y fuentes, de escasas aldeas, llana,
arenosa, aunque abundante en miel, mijo, panizo, y puercos. Pero
si por casualidad la atraviesan en verano, guarda cuidadosamente
tu rostro de las enormes moscas, que vulgarmente se llaman avispas
o tábanos, que allí abundan mucho. Y si no miras
atentamente dónde pisas, en la arena del mar, que
allí abunda, rápidamente te hundirás hasta la
rodilla.
Pasado,
pues, este país, se encuentra Gascuña, tierra rica
en pan blanco y espléndido vino tinto, y dotada de bosques,
prados y ríos y fuentes sanas. Los gascones son ligeros de
palabra, parlanchines, reidores, libidinosos, bebedores,
pródigos en las comidas, mal vestidos, descuidados en sus
ropas y adornos; pero acostumbrados a la guerra y distinguidos por
su hospitalidad con los pobres. Acostumbran comer sin mesa,
sentados alrededor del fuego y beber todos por un mismo vaso.
Comen y beben largamente, pero visten mal y duermen torpe y
suciamente mezclados tdos sobre unas pocas pajas, los siervos con
el señor y la señora. A la salida de este
país, en el camino de Santiago, se encuentran dos
ríos que corren por cerca de la Villa de San Juan de Sorde,
uno a su derecha y otro a su izquierda: que uno de ellos se llama
gave y el otro río y que no pueden cruzarse en modo alguno
sin embarcación. Y los barqueros de éstas se
condenarán indudablemente; pues aunque aquellos ríos
son muy estrechos, sin embargo por cada hombre, tanto pobre como
rico, que transportan hasta la otra orilla, suelen cobrar un
dinero, y por las caballerías cuatro, que exigen incluso
por la fuerza, abusivamente. Y su nave es pequeña, hecha de
un solo árbol, y en ella no caben los caballos; cuando
hayas embarcado en ella guárdate prudentemente de caer, por
casualidad, al agua. Te convendrá arrastrar por las riendas
a tu caballo detrás de ti, fuera de la nave, por el agua.
Por eso entra en ella con pocos, pues si va muy cargada
peligrará. Tambien muchas veces los barqueros meten tanta
cantidad de peregrinos, tras cobrarles el precio, que vuelca la
nave, y se ahogan los peregrinos en el río. Por lo que
malignamente se alegran los barqueros, apoderandose de los
despojos de los muertos.
Después,
ya cerca de Port de Cize, se encuentra el país vasco, que
tiene en la costa hacia el norte la ciudad de Bayona. Esta tierra
es bárbara por su lengua, llena de bosques, montuosa,
desolada de pan, vino y de todo alimento del cuerpo, salvo el
consuelo de las manzanas, la sidra y la leche. En esta tierra, a
saber, cerca de Port de Cize, en el pueblo llamado Ostabat y en
los de Saint-Jean y Saint-Michel-Pied-de-Port se hallan unos
malvados portazgueros, los cuales totalmente se condenan; pues
saliendo al camino a los peregrinos con dos o tres dardos cobran
por la fuerza injustos tributos. Y si algún viajero se
niega a darles los dineros que les han pedido, le pagan con los
dardos y le quitan el censo, insultándole y
registrándole hasta las calzas.
Son
feroces y la tierra en que moran es feroz, silvestre y
bárbara: la ferocidad de sus caras y los gruñidos de
su bárbara lengua aterrorizan el corazón de quienes
los ven. Aunque legalmente solamente deben cobrar tributo a los
mercaderes, lo reciben injustamente de los peregrinos y de todos
los viajeros. Cuando deben cobrar normalmente de cualquier cosa
cuatro monedas o seis, cobran ocho o doce, es decir, el doble. Por
lo cual mandamos y rogamos que estos portazgueros con el rey de
Aragón y los demás potentados que reciben de ellos
los dineros del tributo, y todos los que lo consienten, a saber:
Raimundo de Solis y Viviano de Agramonte y el Vizconde de San
Miguel con toda su descendencia, junto con los antedichos
barqueros y Arnaldo de Guinia con todos sus descendientes futuros
y con los demas señores de los citados ríos, que
injustamente reciben de aquellos mismos barqueros los dineros de
la navegación, con los sacerdotes también que a
sabiendas les dan confesión o comunión, o les
celebran oficios divinos, o los admiten en la iglesia, sean
excomulgados no sólo en las sedes episcopales de sus
respectivas tierras, sino también, oyéndolo los
peregrinos, en la basílica de Santiago, hasta que por larga
y pública penitencia se arrepientan y moderen sus tributos.
Y cualquier prelado que, por caridad o por lucro, quiera
perdonarlos de esto, sea herido por la espada del anatema. Y
sépase que dichos portazgueros en modo alguno deben
percibir tributo de los peregrinos, y los repetidos barqueros
sólo deben cobrar un óbolo por la travesía de
dos hombres, si son ricos, y por su caballo un solo dinero, pero
de los pobres nada. Y deben tener también barcas grandes en
que holgadamente puedan entrar las caballerías y los
hombres.
En
el país vasco hay en el camino de Santiago un monte muy
alto que se llama Port de Cize, o porque allí se halla la
puerta de España, o porque por dicho monte se transportan
las cosas necesarias de una tierra a otra; y su subida tiene ocho
millas y su bajada igualmente ocho. Su altura es tanta que parece
tocar al cielo. Al que lo escala le parece que puede alcanzar el
cielo con la mano. Desde su cumbre pueden verse el mar
británico y el occidental, y las tierras de tres
países, a saber: de Castilla, de Aragón y de
Francia. En la cima del mismo monte hay un lugar llamado la Cruz
de Carlomagno, porque en él con hachas, con piquetas, con
azadas y demás herramientas abrió una senda
Carlomagno al dirigirse a España con sus ejercitos en otro
tiempo y, por último, arrodillado de cara a Galicia
elevó sus preces a Dios y Santiago. Por lo cual, doblando
allí sus rodillas los peregrinos suelen rezar mirando hacia
Santiago y todos ellos clavan sendas cruces, que allí
pueden encontrar-se a millares. Por esto se considera aquel lugar
el primero de la oración a Santiago.
En
este mismo monte, antes de que creciese plenamente por tierra
españolas la cristiandad, los impíos navarros y
vascos solían no solo robar a los peregrinos que se
dirigían a Santiago, sino también cabalgarlos como
asnos, y matarlos. Junto a este monte, hacia el norte, hay un
valle que se llama Valcarlos, en el que acampó el mismo
Carlomagno con sus ejércitos cuando los guerreros fueron
muertos en Roncesvalles, y por el que pasan también muchos
peregrinos que van a Santiago y no quieren escalar el monte.
Luego, pues, en el descenso del monte se encuentra el hospital y
la iglesia en donde está el peñasco que el poderoso
héroe Roldán partió con su espada de arriba a
bajo de tres golpes. Después se halla Roncesvalles, lugar
en que en otro tiempo se libro la gran batalla en la cual el rey
Marsilio, Roldán y Oliveros y otros ciento cuarenta mil
guerreros cristianos y sarracenos fueron muertos.
Tras
este valle se encuentra Navarra, tierra considerada feliz por el
pan, el vino, la leche y los ganados. Los navarros y los vascos
son muy semejantes en cuanto a comidas, trajes, y lengua, pero los
vascos son algo más blancos de rostro que los navarros.
Estos se visten con paños negros y cortos hasta las
rodillas solamente, a la manera de los escoceses, y usan un
calzado que llaman albarcas, hechas de cuero con pelo, sin curtir,
atadas al pie con correas, que sólo resguardan la planta
del pie, dejando desnudo el resto. Gastan unos capotes de lana
negra, largos hasta los codos y orlados a la manera de una
paenula, (la paenula era una especie de capota de viaje, largo
hasta las rodilaas, cerrado y sin mangas, con un agujero para la
cabeza y un capuchón)que llaman sayas. Comen, beben y
visten puercamente. Pues toda la familia de una casa navarra,
tanto el siervo como el señor, lo mismo la sierva que la
señora, suelen comer todo el alimento mezclado al mismo
tiempo en una cazuela, no con cuchara, sino con las manos, y
suelen beber por un vaso. Si los vieras comer, los tomarías
por perros o cerdos comiendo. Y si los oyeses hablar, te
recordarian el ladrido de los perros, pues su lengua es
completamente bárbara. A Dios le llaman urcia; a la Madre
de Dios, andrea María; al pan, orgui; al vino, ardum; a la
carne, aragui; al pescado, araign; a la casa, echea; al
dueño de la casa, iaona; a la señora, andrea; a la
iglesia, elicera; al prebítero, belaterra, lo que quiere
decir bella tierra; al trigo, gari; al agua, uric; al rey,
ereguia; a Santiago, iaona domne Iacue.
Este
es pueblo bárbaro, distinto de todos los demás en
costumbres y modo de ser, colmado de maldades, oscuro de color, de
aspecto inicuo, depravado, perverso, pérfido, desleal y
falso, lujurioso, borracho, en toda suerte de violencias ducho,
feroz, silvestre, malvado y réprobo, impío y
áspero, cruel y pendenciero, falto de cualquier virtud y
diestro en todos los vicios e inquiedades; parecido en maldad a
los getas y sarracenos, y enemigo de nuestro pueblo galo en todo.
Por sólo un dinero mata un navarro o un vasco, si puede, a
un francés. En algunas de sus comarcas, sobretodo en
Vizcaya y Alava, el hombre y la mujer navarros se muestran
mutuamente sus verguenzas mientras se calientan. También
usan los navarros de las bestias en impuros ayuntamientos. Pues se
dice que el navarro cuelga un candado en las ancas de su mula y de
su yegua, para que nadie se le acerque, sino él mismo.
También besa lujuriosamente el sexo de la mujer y de la
mula. Por lo cual, los navarros han de ser censurados por todos
los discretos. Sin embargo, se les considera buenos en batalla
campal, malos en el asalto de castillos, justos en el pago de
diezmos y asiduos en las ofrendas a los altares. Pues cada
día al ir los navarros a la iglesia, hacen una ofrenda a
Dios, o de pan, vino o trigo, o de algún otro producto.
Siempre que un navarro o un vasco va de camino se cuelga del
cuello un cuerno como los cazadores y lleva en las manos,
según costumbre, dos o tres dardos que llaman azconas. Al
entrar y salir de casa, silba como un milano. Y cuando estando
escondido en lugares apartados o solitarios para robar, desea
llamar silenciosamente a sus compañeros, o canta a la
manera del buho, o aúlla igual que un lobo.
Suele
decirse que descienden del linaje de los escoceses, pues a ellos
se parecen en sus costumbres y aspecto. Es fama que Julio
César envió a España, para someter a los
españoles, porque no querían pagarles tributo, a
tres pueblos, a saber: a los nubianos, los escoceses y los
caudados cornubianos, ordenándoles que pasasen a cuchillo a
todos los hombres y que sólo respetasen la vida a las
mujeres. Y habiendo ellos invadido por mar aquella tierra, tras
destruir sus naves, la devastaron a sangre y fuego desde Barcelona
a Zaragoza, y desde la ciudad de Bayona hasta Montes de Oca. No
pudieron traspasar esos límites, porque los castellanos
reunidos los arrojaron de sus territorios combatiendolos. Huyendo,
pues, llegaron ellos hasta los montes costeros que hay entre
Nájera, Pamplona y Bayona, es decir, hacia la costa en
tierras de Vizcaya y Alava, en donde se establecieron y
construyeron muchas fortalezas, y mataron a todos los varones a
cuyas mujeres raptaron y en las que engendraron hijos que
después fueron llamados navarros por sus sucesores. Por lo
que navarro equivale a no verdadero, es decir, engendrado de
estirpe no verdadera o de prosapia no legítima. Los
navarros también tomaron su nombre primitivamente de una
ciudad llamada Naddaver, que está en las tierras de que en
un principio vinieron, en los primeros tiempos, el apóstol
y evangelista San Mateo.
Después
de la tierra de estos, una vez pasados los Montes de Oca, hacia
Burgos, sigue la tierra de los españoles, a saber, Castilla
y Campos. Esta tierra está llena de tesoros, abunda en oro
y plata, telas y fortísimos caballos, y es fértil en
pan, vino, carne, pescado, leche y miel. Sin embargo, carece de
árboles y está llena de hombres malos y
viciosos.
Después,
pasada la tierra de León y los puertos del monte Irago y
monte Cebrero, se encuentra la tierra de los gallegos. Abunda en
bosques, es agradable por sus ríos, sus prados y
riquísimos pomares, sus buenas frutas y sus
clarísimas fuentes; es rara en ciudades, villas y
sembrados. Escasea en pan de trigo y vino, abunda en pan de
centeno y sidra, en ganados y caballerías, en leche y miel
y en grandiosísimos y pequeños pescados de mar; es
rica en oro y plata, y en tejidos y pieles silvestres, y en otras
riquezas, y sobretodo en tesoros sarracenos. Los gallegos, pues,
se acomodan más perfectamente que las demás
poblaciones españolas de atrasadas costumbres, a nuestro
pueblo galo, pero son iracundos y litigosos.
Libro V Capitulo VIII
De los cuerpos de los santos que descansan en el camino y que deben ser visitados por sus peregrinos
En
primer lugar, pues, se ha de visitar en Arlés por los que
se dirigen a Santiago por el camino de Sain-Gilles, el cuerpo de
San Trófimo, a quien recuerda San Pablo en la
epístola a Timoteo y que ordenado obispo por el mismo
apóstol se dirigió el primero a predicar el
Evangelio de Cristo a dicha ciudad. De este calrísimo
manantial recibió toda la Galia, como escribe el papa
Zósimo, los arroyos de la fe. Su fiesta se celebra el 29 de
diciembre.
Igualmente
ha de visitar-se el cuerpo de San Cesáreo, obispo y
mártir, que en la misma ciudad estableció la regla
monástica y cuya fiesta se celebra el 1 de noviembre.
Asimismo
se han de implorar en el cementerio de dicha ciudad la
protección de San Honorato, obispo, cuya solemnidad se
celebra el 16 de enero. En su venerable y magnífica iglesia
descansa el cuerpo de San Ginés, mártir muy
preclaro. Pues hay un arrabal junto a Arlés, entre los dos
brazos del Ródano, que se llama Trinquetaille, en donde
existe detrás de la iglesia una columna de magnífico
mármol, muy alta y elevada sobre la tierra, a la que
según se cuenta, ataron a San Ginés y lo
degolló la plebe infiel; y ahún hoy aparece
enrojecida por su rosada sangre. El mismo santo apenas hubo sido
degollado cogió su cabeza con sus propias manos y la arrojo
al Ródano, y llevó su cuerpo por medio del
río hasta la iglesia de San Honorato, en donde honrosamente
yace. Su cabeza, en cambio, corriendo por el Ródano y por
el mar llegó, guiada por los ángeles, hasta la
ciudad española de Cartagena, en donde ahora descansa
espléndidamente y obra muchos milagros. Su festividad se
celebra el 25 de agosto.
Luego
se ha de visitar junto a la ciudad de Arlés un cementerio
en el lugar llamado Aliscamps, para rogar por los difuntos con
rezos, salmos y limosnas, según costumbre. Su longitud y
anchura es de una milla. Tantas y tan grandes tumbas de
mármol colocadas sobre la tierra no pueden encontrarse en
cementerio de parte alguna, excepto en éste. Tienen
esculpidos diversos motivos e inscripciones latinas y son antiguas
por su redacción ininteligible. Cuanto más lejos se
mira, tanto más lejos se ven sarcófagos. En este
mismo cementerio existen siete iglesias; si en cualquiera de ellas
un sacerdote celebra misa por los difuntos, o si un seglar la hace
devotamente celebrar a algún sacerdote, o si un clerigo lee
el salterio, tendrá, en verdad, a los piadosos difuntos que
alli yacen como valedores de su salvación ante Dios en la
resurrección final. Pues allí descansan los cuerpos
de muchos santos mártires y confesores, cuyas almas gozan
ya en la paradisíaca morada. Su conmmemoración suele
celebrarse el lunes después de la octava de Pascua.
También
ha de ser visitado con gran cuidado y atención el
dignísimo cuerpo del piadosísimo San Gil, confesor y
abad. Pues San Gil, famosísimo en todas las latitudes, ha
de ser venerado por todos, por todos dignamente celebrado, por
todos amados, por todos invocado y por todos visitado.
Después de los profetas y apóstoles, ninguno entre
los demás santos más digno, más santo,
más glorioso, ni mas rápido en el auxilio que
él. Pues suele ayudar más rápidamente que los
demás santos a los necesitados, los afligidos y angustiados
que a eél claman. ¡ Oh cuan hermosa y valiosa obra es
visitar su sepulcro ! Pues el mismo día en que alguien le
ruege de todo corazón, será sin duda socorrido
felizmente.
Por
mí mismo he comprobado lo que digo: Vi cierta vez en su
misma ciudad a uno que el día en que lo invocó
escapó, con auxilio del santo confesor, de la casa de
cierto zapatero, llamado Peyrot, cuya casa se vino abajo
completamente derruída de puro vieja ! Quién
podrá, pués, ver otra vez su morada ! ¡ Quien
adorará a Dios en su sacratísima iglesia ! ¡
Quién abrazará de nuevo su sarcófago ! ¡
Quién besará su venerable altar, o quien
narrará su piadosísima vida ! Pues un enfermo se
vistió su tunica y sanó; por su misma indefectible
virtud se curó uno mordido por una serpiente; otro,
poseído por el demonio, se libró; se calma la
tempestad del mar; la hija de Teócrito encontró la
salud largo tiempo deseada; un enfermo de todo el cuerpo, falo en
absoluto de su salud, logró la apetecida curación;
un cierva, antes indómita, domesticada por su mandato, se
amansó; su orden monástica aumento bajo su
patronazgo abacial; un energúmeno fué librado del
demonio; el pecado de Carlomagno, que le había sido
revelado por un ángel, le fué perdonado al rey; un
difunto fué devuelto a la vida; un paralítico
tornó a su primitiva salud; es más, dos puertas de
ciprés con figuras de príncipes de los
apóstoles llegaron por las aguas del mar desde la ciudad de
Roma al puerto del Ródano, sin que nadie las dirigiese, con
sólo su poderoso mandato. Me duele no recordar y no poder
contar todos sus hechos dignos de veneración, ya que tantos
son y tan grandes. Aquella brillantísima estrella griega,
después que iluminó con sus rayos a los provenzales,
hermosamente se ocultó entre ellos, no
empequeñeciendose, sinó engrandeciéndose; no
perdiendo sus luces, sino ascendiendo hasta las cumbres del
Olimpo; su luz no se oscureció al morir, sino que por los
cuatros puntos cardinales se la considera la más
esclarecida entre las demás santas estrellas por sus
insignes fulgores. Así pues, a media noche del domingo 1 de
septiembre se eclipsó este astro, que un coro de
ángeles colocó consigo en la celestial morada, y que
el pueblo godo con los monges albergó en honrosa sepultura
en su predio libre, entre la ciudad de Nimes y el río
rodano.
La
enormearca de oro que hay detrás de su altar sobre su
venerable cuerpo, tiene esculpidasen la primera línea de la
parte izquierda las imágenes de seis apóstoles, y en
primer término en esta línea se representa la imagen
de Santa Maria. Arriba, pues, en esta línea, están
los doce signos del zodíaco, en este orden: Aries, Tauro,
Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio,
Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Y por entre ellos hay
unas flores de oro en forma de guirnalda. En la tercera y
más alta línea se ven las imágenes de doce de
los veinticuatro ancianos con estos versos escritos sobre sus
cabezas:
Este es el coro esplendente de ancianos dos veces doce
Que de la cítara al son cánticos dulces
cantan.
A
la parte derecha, pues, en primer término, hay igualmente
otras seis figuras, seis de las cuales son de apóstoles y
la septima de otro discípulo de Cristo. Pero aún
sobre las cabezas de los apóstoles, en amos lados del arca,
se representan en forma de mujer las virtudes que en ellos
brillaron, a saber: la benignidad, la mansedumbre, la fe, la
esperanza y la caridad. En la segunda línea de la derecha
hay esculpidas unas flores a modo de guirnalda de vides. En la
tercera y más alta línea, como en la parte
izquierda, están esculpidas las figuras de doce de los
veinticuatro ancianos, con ésta inscripción en verso
sobre sus cabezas:
Esta gran urna exornada de piedras preciosas y de oro
Es la que las reliquias guarda de San Egidio
Si alguien la rompe, maldígale Nuestro Señor para siempre,
Y San Egidio con él y la sagrada corte.
Si alguien la rompe, maldígale Nuestro Señor para siempre,
Y San Egidio con él y la sagrada corte.
Las
cubiertas del arca por arriba están labradas por ambas
partes en forma de escamas de peces. En su ápice hay
engarzados trece cristales de roca, unos a modo de escaqueado,
otros en forma de manzana o granadas. Hay un enorme cristal en
forma de pez grande, de trucha seguramente, erguido, con la cola
vuelta hacia arriba. El primer cristal es grande como una gran
olla, y sobre él se halla una preciosa cruz de oro, muy
esplendorosa. En medio del frontis del arca, pero en su parte
anterior, se ve al señor sentado en un círculo de
oro dando la bendición con la mano derecha y sosteniendo en
la izquierda un libro, en el que está escrito lo siguiente:
"Amad la paz y la verdad". Bajo el escabel de sus pies hay una
estrella de oro; junto a sus brazos hay dos letras escritas, una a
su derecha y otra a su izquierda, de esta forma: A *. Y sobre su
trono, por fuera están los cuatro evangelistas, que llevan
alas y tienen a sus pies sendas cartelas, en las que están
escritos por orden los principios de sus respectivos evangelios.
Mateo está esculpido en figura de hombre arriba a la
derecha, y abajo está Lucas en forma de buey y arriba a la
izquierda Juan en efigie de águila y debajo Marcos en forma
de león. Hay también dos ángeles
admirablemente esculpidos junto al trono del Señor, a
saber: un querubín a la derecha, con los pies sobre Lucas,
y un serafín a la izquierda, teniendo igualmente los pies
sobre Marcos.
Hay
dos línes de piedras preciosas de toda clase admirablemente
dispuestas: una alrededor del trono en que el Señor se
sienta, y otra en los bordes del arca, rodeándola
igualmente, y tres piedras juntas representando la Trinidad de
Dios. Y un personaje, por amor del santo confesor, clavó al
pie del arca, hacia el altar, con clavos de oro, un retrato suyo,
tambien de oro, que para honra de Dios ahún hoy allí
aparece. En el otro testero del arca, en la parte de atrás,
está esculpida la Ascensión del Señor. En la
primera línes hay seis apóstoles con los rostros
levantados hacia arriba, mirando al Señor subir al cielo,
sobre cuyas cabezas está escrita la leyenda "Varones
galileos: ese Jesús que ha sido llevado entre vosotros al
cielo, vendrá de igual modo que le habéis visto". En
segundo término se representan, igualmente de pies, otros
seis apóstoles; pero entre ellos hay, por ambas
partes unas columnas áureas. En la tercera línea
está el Señor, erguido en trono de oro, y dos
ángeles de pie, uno a su derecha y otro a su izquierda,
fuera del trono, muestran el Señor a los apóstoles
con las manos, levantando una cada uno e inclinando la otra hacia
abajo; y sobre la cabeza del Señor, fuera del trono, hay
una paloma que parece revolotear sobre El. En la cuarta y
más alta línea se representa al Señor en otro
trono de oro y junto a El están los cuatro evangelistas, a
saber: Lucas, representado por un buey, contra la parte del
mediodía abajo y arriba Mateo, como un hombre. En la otra
parte, hacia el norte, está Marcos abajo en forma de
león y Juan arriba con figura de águila. Pero
entiéndase que la Majestad del Señor, que
está en el trono, no está sentada, sino derecha, con
la espalda hacia el mediodía y la cabeza erguida, como
mirando al cielo, teniendo la mano derecha levantada y en la
izquierda una pequeña cruz, y así asciende hacia el
padre, que en lo alto del arca le recibe.
Así
es, pues, el sepulcro de San Gil, confesor, en el que su venerable
cuerpo honrosamente descansa. Avergüéncense los
húngaros, que dicen que poseen su cuerpo;
confúndanse totalmente los "camelleros", que se glorian de
poseer su cabeza; túrbense igualmente los normandos de
Coutances, que se jactan de tener todo su cuerpo, puesto que en
modo alguno pueden sacarse de sus tierras, como por muchos se
afirma, sus sacratísimos huesos. Pues algunos intentaron
una vez llevar fraudulentamente fuera de la patria de San Gil a
lejanas tierras el venerable brazo del santo confesor, pero en
modo alguno pudieron salir con él. Cuantro son los santos
cuyos cuerpos se cuenta, al decir de muchos, que por nadie pueden
ser movidos de sus sarcófagos, a saber: Santiago el
Zebedeo, San Martín de Tours, San Leonardo de Limoges y
Sang Gil, onfesor de Cristo. Es fama que Felipe rey de los galos,
intentó en otro tiempo trasladar sus cuerpos a la Galia,
pero no pudo moverlos en absoluto de sus propios sepulcros.
Así,
pues, se ha de visitar también, por los que van a Santiago
por el camino de Toulouse, el cuerpo del confesor San Guillermo.
Pues San Guillermo fué egregio abanderado e importante
conde del gran rey Carlomagno, muy esforzado soldado y
entendidísimo en la guerra. El sometió al
poderío cristiano con su poderoso valor, según se
cuenta, la ciudad de Nimes y la de Orange y otras muchas; y se
llevó consigo un leño de la cruz del Señor al
valle de Gellone, en donde hizo una vida de eremita y en donde
yace honrosamente como confesor de Cristo, desde su santa muerte.
Su sagrada solemnidad se celebra el 28 de mayo.
También
en el mismo camino se han de visitar los cuerpos de los santos
mártires Tiberio, Modesto y Florencia, que en tiempo de
Diocleciano sufrieron el martirio por la fe de Cristo,
atormentados de varias maneras. Yacen a orillas del río
Hérault en un bellísimo sepulcro y su fiesta se
celebra el 10 de noviembre.
En
la misma ruta se ha de visitar también el dignísimo
cuerpo de San Saturnino, obispo y mártir, que encarcelado
por los paganos en el capitolio de la ciudad de Tolouse,
fué atado a unos toros muy bravos e indómitos y
precipitado por todos los escalones de piedra desde lo alto de la
ciudadela del capitolio hasta una distancia de una milla; y rota
la cabeza, machacado el cerebro y lacerado el cuerpo,
entregó a Cristo su digna alma. Está enterrado en un
lugar muy bueno, junto a la ciudad de Toulouse, en donde por los
fieles se levantó en su honor una gran iglesia, y se
observa la regla canónica de San Agustín, y se
conceden muchos beneficios a quienes lo piden al señor. Su
fiesta se celebra el 29 de noviembre.
Asimismo,
por los borgoñones y teutones que van a Santiago por el
camino de Puy, se ha de visitar el santísimo cuerpo de
Santa Fe, virgen y mártir, cuya santísima alma, tras
haber sido degollado su cuerpo por los verdugos sobre el monte de
la ciudad de Agen, la llevaron a los cielos como a una paloma unos
coros de ángeles y la adornaron con el laurel de la
inmortalidad. Cuando San Caprasio, obispo de Agen, que evitando el
furor de la persecución se escondió en una cueva,
vió esto, animado a sufrir el martirio, marchó al
lugar en que la santa virgen y mártir, fué
honrosamente sepultado por los cristianos en el valle que
vulgarmente se llama Conques y sobre él construyeron una
hermosa iglesia, en la que, para gloria del Señor, hasta
hoy en día se observa escrupulosamente la regla de San
Benito. A sanos y enfermos muchos beneficios se conceden, y ante
sus puertas tiene una rica fuente, más admirable que lo que
puede ponderarse con palabras. Se celebra su festividad el 6 de
octubre.
Después,
en el camino que por San Leonardo de Limoges va a Santiago, se ha
de venerar justamente por los peregrinos el dignísimo
cuerpo de Santa Magdalena, en primer término. Esta es,
pues, aquella gloriosa María que en casa del leproso
Simón regó con sus lagrimas los pies del Salvador,
peinó sus cabellos y los ungió con un precioso
unguento, besándolos reverentemente; por lo cual "le fueron
perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho" a quien a
todos ama, es decir, a Jesucristo, su Redentor. Esta es,
después del domingo de Ascension del Señor, desde
las tierras de Jerusalén, llegó por mar con San
Maximino, discípulo de Cristo, y con otros
discípulos del Señor, a la tierras de Provenza, por
el puerto de Marsella; y en aquella tierra llevó vida
célibe durante algunos años y finalmente en la
ciudad de Aix recibió sepultura de manos del mismo
Maximino, obispo de la ciudad. Tras mucho tiempo, pues, un
caballero, santificado por su vida monacal, llamado
Badilón, trasladó sus preciosísimos restos
desde esta ciudad de Vezelay, en donde hasta el día
descansa en honrosa sepultura. En cuyo lugar existe una grande y
hermosa iglesia y una abadía de monjes. Y por amor de ella
les son perdonados por el Señor sus pecados a los
pecadores, a los ciegos se les devuelve la vista, se suelta la
lengua de los mudos, los paraliticos se yerguen, los
energúmenos se libran y se reparten a otros innumerables
beneficios . Sus solemnes fiestas tienen lugar el 22 de julio.
Asimismo
se ha de visitar el sagrado cuerpo de San Leonardo, confesor, que
perteneciendo a la más rancia nobleza del linaje de los
francos y habiendo sido criado en la corte real, renunciando por
amor al sumo Dios al pecaminoso siglo, llevo largo tiempo en
tierra de Limoges, en el lugar que llaman Noblat, una vida
célibe y eremítica, con ayunos frecuentes y muchas
vigílias, fríos, desnudeces e indecibles trabajos, y
finalmente en su mismo campo libre descansó con santa
muerte. Sus sagrados restos se dice que son inamovibles.
Así pues, ruborícense los monjes de Corbigny, que
dicen poseer el cuerpo de San Leonardo, puesto que, como dijimos,
en modo alguno puede ser movida la mas insignificante
porción de sus huesos o de sus cenizas. Los corbicienses,
pues, y otros muchos disfrutan de sus beneficios y milagros, pero
se equivocan en cuanto a su presencia corporal, pues no habiendo
podido ellos tener el cuerpo de San Leonardo, dan culto en lugar
de San Leonardo de Limoges al de un cierto varón llamado
Leotardo que se dice que, colocado en una arca de plata, les
fué llevado de las tierras de Anjou, y cambiándole
el nombre propio después de su muerte, como si hubiera de
ser bautizado de nuevo, le impusieron el nombre de San Leonardo,
para que con la fama de tan grande y famoso nombre, es decir, de
San Leonardo de Limoges, fuesen allá los peregrinos y los
enriquecieran con sus ofrendas. Celebran su fiesta el 15 de
octubre. Primero hicieron de San Leonardo de Limoges el patrono de
su iglesia; después pusieron a otro en su lugar, a modo de
los siervos envidiosos, que quitan por la fuerza a su dueño
la heredad propia e indignamente le dan a otro. Son también
semejantes a un mal padre, que arrebata su hija al legítimo
esposo y la entrega a otro. "Cambiaron -dice el Salsmista- su
gloria por la imagen de un becerro". A los que tal hacen los
reprende el Sabio diciendo: "No des tu honor a los ajenos". Los
devotos, pues, del país y extranjeros que allí
llegan, creen encontrar el cuerpo de San Leonardo de Limoges, al
cual veneran, y, sin saberlo, hallan a otro por él.
Quienquiera que obre milagros en Corbigny, es sin embargo San
Leonardo de Limoges, el que libera a los cautivos y allí
los lleva, aunque haya sido desposeído del patronazgo de
aquella iglesia. De donde en doble culpa incurren los de Corbigny,
porque no reconocen a quien mediante su culto los enriquece con
sus milagros ni tampoco celbran su fiesta, sino que indebidamente
dan culto a otro en su lugar.
Así
pues, la divina clemencia ya extendió por todo lo ancho y
largo del orbe la fama de San Leonardo de Limoges, confesor, cuya
poderosísima virtud saca de las cárceles
innumerables millares de cautivos, cuyas cadenas de hierro,
más bárbaras de los que decirse puede, unidas a
millares, están colgadas en testimonio de tantos milagros
alrededor de su basílica, por dentro y por fuera, a derecha
e izquierda. Si en ella viese los postes cargados de tantos y tan
bárbaros hierros, te admirarías más de lo que
decirse puede. Pues allí penden esposas de hierro,
argollas, cadenas, grilletes, cepos, lazos, cerrojos, yugos,
yelmos, hoces y diversos instrumentos de los que con su poderosa
virtud libró a los cautivos el potentísimo confesor
de Cristo.
Otro
motivo de admirarle es que solía aparecerse en forma humana
a los que estaban atados en los calabozos de allende los mares,
según atestiguan aquellos mismos a quienes libertó
por virtud de Dios. Bellamente se cumplió en él lo
que el profeta divino vaticinó al decir: "Con frecuencia
libertó a los que estaban sentados en las tinieblas y
sombras de la muerte, cautivos en miseria y hierros. Y clamaron a
él en sus tribulaciones y él los libró de sus
angustias. Los apartó del camino de la inquidad, pues
rompió las puertas de bronce y quebró sus cerrojos.
Libertó a los encadenados con grilletes y a muchos nobles
con esposas de hierro". Pues a veces también son entregados
atados los cristianos , como Behemundo, en manos de los gentiles y
son esclavizados por aquellos que los odian, y los atribulan sus
enemigos, y son humillados bajo sus manos; peró él
frecuentemente los libertó y los sacó de las
tinieblas y de la sombra de la muerte, y rompió sus
ligaduras. El dice a los que están presos: Salid, y a los
que están en las tinieblas: Venid a la luz. Sus sagradas
fiestas se celebran el 6 de noviembre.
Despues
de San Leonardo, se ha de visitar, pues, en la ciudad de
Périgueix el cuerpo de San Frontón, obispo y
confesor, que, consagrado en Roma por el apóstol San Pedro
en la dignidad pontifical, fué enviado con cierto
presbítero llamado Jorge a predicar a dicha ciudad. Y
habiendo emprendido juntos la marcha, muerto Jorge en el camino y
enterrado, volviendo junto al apóstol le contó San
Frontón la muertede su compañero, dirás
así: Por la obediencia que del apóstol recibiste, en
nombre de Cristo levántate y cúmplela". Y así
se hizo. Por el báculo del apóstol San Fronton
recobró de la muerte a su compañero de
expedición, y convirtió al cristianismo con su
predicacion la citada ciudad, la ilustró con muchos
milagros y, a su digna muerte, en ella recibió sepultura,
es decir, en la iglesia que bajo su advocación se
construyó, en la cual, por concesión de Dios, se
otorgan muchos beneficios a los que los piden. Sin embargo,
algunos dicen que él fué uno de los
discípulos de Cristo. Y aunque su sepulcro no es semejante
a ningún otro sepulcro de santo, sino que es
perfectísimamente redondo como el del Señor,
aventaja a todos los de los demás santos por la hermosura
de su admirable fábrica. Su sagrada solemnidad se celebra
el 25 de octubre.
A
su vez han de visitar los que vayan a Santiago por el camino de
Tours el lignum crucis y el cáliz de San Evurcio, obispo y
confesor, en la iglesia de la Santa Cruz de la ciudad de
Orléans. Pues mientras cierto día celebraba misa San
Evurcio, a la vista de los que allí estaban apareció
en lo alto del altar la mano derecha del Señor. en carne y
hueso, y cuanto el celebrante hacía sobre el altar, lo
hacía ella misma. Al hacer el sacerdote la señal de
la cruz sobre el pan y sobre el cáliz, lo hacía
aquella igualmente. Y al elevar la hostia o el cáliz,
también la propia mano de Dios de igual modo, elevaba el
verdadero pan y el cáliz. Y una vez terminado así el
sacrificio, despareció la piadosísima mano del
Salvador. De donde se nos da a entender que cante quienquiera la
misa, es el mismo Cristo quien la canta. Por lo que el doctor San
Fulgencio dice: "No es un hombre quien consagra el cuerpo y la
sangre de Cristo, sino el mismo Cristo, que por nosotros
fué crucificado". Y San Isidoro dice así: "Ni se
hace mejor por la bondad del buen sacerdote, ni peor por la maldad
del malo". El citado cáliz se emplea en la iglesia de la
Santa Cruz para la comunión de los fieles que lo piden,
tanto del país como extranjeros.
De
igual mode se ha de visitar en la misma ciudad el cuerpo de San
Evurcio, obispo y confesor. Y también en la misma ciudad el
cuerpo de San Evurcio, obispo y confesor. Y también en la
misma ciudad, en la iglesia de San Sansón, se ha de visitar
el cuchillo que verdaderamente se uso en la mesa del
Señor.
También
se ha de visitar en el mismo camino, a orillas del Loira, el digno
cuerpo de San Martín, obispo y confesor. Pues se le
considera como magnífico resucitador de tres muertos, y se
cuenta que devolvió la deseada salud a leprosos y
energúmenos, a locos, a lunáticos y
demoníacos, y a los demás enfermos. Y su
sarcófago, en el que, junto a la ciudad de Tours, reposan
sus sacratísimos restos, fulge con mucho oro y plata y con
piedras preciosas, y brilla con frecuentes milagros. Y sobre
él se levanta, admirablemente fabricada en su honor, una
ingente y venerable iglesia, semejante a la de Santiago, a la que
van los enfermos y se curan, los endemoniados quedan libres, los
ciegos ven, los paralíticos se yerguen y toda clase de
enfermedades sana, y a toda petición se presta conveniente
y radical ayuda; por lo cual su gloriosa fama es difundida en
todas partes con dignas alabanzas, para gloria de Cristo. Su
fiesta se celebra el 11 de noviembre.
Luego
ha de visitarse, en la ciudad de Poitiers, el santísimo
cuerpo de San Hilario, obispo y confesor. Este, entre sus otros
milagros, venciendo lleno de virtud de Dios a la herejía
arriana, enseñó a mantener la unidad de la fe. Y el
hereje Arrio no pudiendo soportar sus sagradas enseñanzas,
tras haber abandonado el concilio, murió feamente en la
letrina aquejado de una espantosa descomposición de
vientre. Además, la tierra, elevándose debajo de
él al querer sentarse en el concilio, le proporcionó
asiento, él quebró con su sola voz los cerrojos de
las puertas del concilio; él permaneció desterrado
en una isla de Frisia durante cuatro años; él
ahuyentó con su poder las abundantes serpientes; él
devolvió en Poitiers a una madre que lloraba, al hijo
muerto prematuramente con doble muerte. Su sepultura, en la que
descansan sus sacratísimos y venerables huesos, está
adornada con mucho oro, plata y piedras preciosas, y su grande y
espléndida iglesia es venrada por sus frecuentes milagros.
Su sagrada solemnidad se celebra el 13 de enero.
Asimismo
ha de ser visitada la venerable cabeza de San Juan Bautista, la
cual fué llevada por manos de algunos varones religiosos
desde tierras de Jerusalén hasta un lugar que se llama
Angély, en tierras de Poitou, donde una grande iglesia de
admirable traza se levanta bajo su advocación, en la cual
la misma santísima cabeza es venerada día y noche
por un coro de cien monjes, y se esclarece con innumerables
milagros. Y mientras se la trasladaba hizo también dicha
cabeza muchos milagros en tierra y mar. Pues en el mar
ahuyentó muchos peligros marítimos, y en tierra,
según relata el códice de su traslado, volvió
a la vida a algunos muertos. Por lo cual se cree que aquél,
es verdaderamente la cabeza del venerable Precursor. Su
invención tuvo lugar el 24 de febrero, en tiempos del
príncipe Marciano, cuando el mismo Precursor reveló
primero a dos monjes el lugar en el que su cabeza yacía
escondida.
Camino
de Santiago han de visitar dignamente los peregrino, en la ciudad
de Saintes, el cuerpo de San Dionisio, compañero suyo
y obispo de París, que lo mandó, por
mediación del papa San Clemente, a sus padres en Grecia,
los cuales ya creían en Cristo. Y en otro tiempo
encontré este martirio en una escuela griega de
Constantinopla, en cierto códice de los mrtirios de muchos
santos mártires, y para gloria de Nuestro Señor
Jesucristo y de su glorioso mártir Eutropio, lo
vertí como pude del griego al latín. Y empezaba
así;
"Dionisio,
obispo de los francos, griego por su prosapia, al
reverendísimo papa Clemente, salud en Cristo. Os
notificamos que Eutropio, a quien enviásteis conmigo a
predicar el nombre de Cristo en estas tierras, ha recibido de
manos de los infieles la corona del martirio por la fe del
Señor en la ciudad de Saintes. Por lo cual suplico
humildemente a vuestra paternidad que no difiráis enviar lo
antes posible a mis parientes, conocidos y fieles amigos de las
tierras de Grecia, y especialmente de Atenas, este códice
de su pasión, para que ellos y los demás, que en
otro tiempo recibieron junto conmigo del apóstol San Pablo
las aguas de la nueva regeneración, al oir que un glorioso
mártir ha sufrido cruel muerte por la fe de Cristo, se
alegren de haber sufrido tribulaciones y angustias por el nombre
de Cristo. Y si acaso les fuese ocasionada alguna clase de
martirio por el furor de los gentiles, sepan recibirlo
pacientemente por Cristo, y tampoco lo teman demasiado. Pues todos
los que quieren vivir piadosamente en Cristo es necesario que
padezcan oprobios de los impíos y de los herejes, y que
sean despreciados como locos y necios. Porque conviene que
entremos en el reino de Dios mediante muchas tribulaciones.
Lejos en cuerpo de ti, pero próximo en alma y
deseos,
Dígote aqui un "sigue bien" que para siempre sea".
Dígote aqui un "sigue bien" que para siempre sea".
Empieza el martirio de San Eutropio, obispo de Saintes y Mártir
El
gloriosísimo mártir de Cristo Etropio, amable obispo
de Saintes, nacido de la raza gentil de los persas, fue oriundo de
la más excelsa prosapia de todo el mundo; pues lo
engendró en lo humano, de la reina Guiva, el emir de
Babilonia llamado Xerses. Nadie pudo ser más sublime que
él en linaje, ni más humilde en fe y obras
después de su conversión. Y habiendo aprendido en su
niñez las letras caldeas y griegas, como igualase en
prudencia y sabiduría a los más altos personajes de
todo el reino, deseando comprobar si por casualidad habría
en áquella alguien más sabio que él, o alguna
cosa extraña, marchó a la corte del rey Herodes de
Galilea.
Oída
la fama de los milagros del Salvador, mientras permanecía
una temporada en aquella corte, le buscó de ciudad en
ciudad, y le encontró cuando marchaba a la orilla opuesta
del mar de Galilea, que es el de Tiberíades, con
innumerables muchedumbres de gentes que le seguían viendo
los milagros que hacía. Entonces, por disposicion de
la divina gracia, aconteció aquel día que el
Salvador, en su inefable largueza, sació con cinco panes y
dos peces a cinco mil hombres, en presencia de aquél. Visto
este milagro y oída la fama de los demás, creyendo
ya el joven Eutropio un poco en El, y deseando hablarle, no se
atrevía, porque temía la severidad de su pedagogo
Nicanor, a quien su padre, el emir, había confiado su
custodia. Sin embargo, saciado con el pan de la gracia divina, se
dirigió a Jerusalén, y habiendo adorado al Creador
en el templo, según la costumbre gentil, regresó a
la casa de su padre. Y comenzó a narrarle todo lo que
atentamente había visto en la tierra de donde
venía.
"He
visto -dijo- a un hombre llamado Cristo, que en todo el mundo no
puede hallársele semejante. Da la vida a los muertos,
curación a los leprosos, vista a los ciegos, oído a
los sordos, su primitiva fortaleza a los paralíticos y
salud a toda clase de enfermos. ¿ Que más ? Ante mis
ojos sació con cinco panes y dos peces a cinco mil hombres.
Y con las sobras llenaron sus dicipulos doce cestos. En donde
él está no puede haber lugar para el hambre, la
tempestad ni la muerte. Si el Creador del cielo y de la tierra se
dignase enviarle a nuestro país, ojalá tu gracia le
hiciera el debido honor".
Oyendo,
pues, el emir estas cosas y otras semejantes de su hijo,
atentamente pensaba en silencio cómo podría ver a
aquél. Poco tiempo después, apenas conseguida
licencia del rey, desenado el muchacho ver al Señor de
nuevo, marchó a Jerusalen para adorar en el templo. Y
estaban con él Warradac, general de los ejércitos, y
Nicanor, camarero del rey y preceptor del niño, y otros
muchos nobles que el emir le había dado para su custodia. Y
cierto día, al volver éste del templo, innumerables
turbas se agolpaban de todas partes a las puertas de
Jerusalén para recibir al Señor, que volvía
de Betania, en donde había resucitado a Lázaro, y
viendo a los niños hebreos y a las multitudes de otros
pueblos que salían a su encuentro extendiendo flores y
ramas de palmeros, olivos y otros árboles por el camino por
donde había de pasar, y gritando "¡Hossanna el hijo de
David !", alegrándose de modo indecible, comenzó a
extender flores afanosamente ante él.
Entonces
supo por algunos que El había resucitado de entre los
muertos a Lázaro, a los cuatro días de fallecido, y
se alegró más aún. Pero porque no
podía entonces ver completamente al Señor, a causa
de la excesiva muchedumbre de gentes que lo rodeaban,
comenzó a entristecerse mucho. Estaba, pues, él
entre aquellos de quienes testifica Juan en su Evangelio,
diciendo: "Había, pues, algunos gentiles entre los que
habían venido para adorar en el día de la fiesta.
Estos se acercaron a Felipe, que era de la ciudad de Betsaida, y
le dijeron: Señor, queremos ver a Jesús".. Y Felipe,
en compañia de Andrés, lo comunicó al
Señor y en seguida San Eutropio, en unión de sus
compañeros, lo vió abiertamente y con gran
alegría comenzó a creer en El ocultamente. Por
último se le unió del todo, pero temía la
opinion de sus compañeros, a quienes su padre había
encargado sobre todo que lo custodiasen mucho y le devolviesen a
su lado. Entonces supo por algunos que los judíos iban a
matar al Salvador dentro de poco; no queriendo ver la muerte de
tan gran hombre, salió de Jerusalén al día
siguiente. Y habiendo regresado al lado de su padre contó
cuidadosamente a todos en su patria cuanto del Salvador
había visto en tierras de Jerusalén.
Luego
tras una corta estancia en Babilonia, deseando adherirse del todo
al Salvador y creyéndole todavía vivo corporalmente,
volvió de nuevo a Jerusalén, a los cuarenta y cinco
días, sin saberlo su padre, con un escudero. Cunado
oyó que el Señor al que ocultamente amaba
había sido crucificado y muerto por los judíos,
mucho se dolió. Y al saber que había resucitado de
entre los muertos, que se había aparecido a sus
discípulos y que triunfalmente había ascendido a los
cielos, comenzó a algrarse mucho. Por último, unido
a los discipulos del Señor el día de
Pentecostés, diligentemente supo de ellos cómo el
Espíritu Santo había descendido sobre ellos con
lenguas de fuego, había colmado sus corazones y les
había enseñado toda classe de lenguas; y lleno del
Espíritu Santo volvió a Babilonia y mató,
ardiendo en celo del amor de Cristo, a los judíos que
encontró en su patria, por aquellos que en Jerusalén
habían condenado a muerte al Señor.
Y
pasado un corto tiempo, al marchar los discípulos del
Señor hacia las diversas regiones de la tierra, dos
áureos candelabros radiantes de fe por disposición
de la divina gracia, a saber, los apóstoles del
Señor Simón y Tadeo, se dirigieron a Persia. Y
cuando estuvieron en Babilonia, tras arrojar de aquellas tierras a
unos magos, Zaroen y Arfaxat, que apartaban a las gentes de la fe
con palabras y milagros vanos, los apóstoles distribuyendo
a todos las semillas de la vida eterna, comenzaron a brillar con
toda suerte de milagros. Entonces el santo niño Eutropio,
alegrándose de su llegada, aconsejaba al rey que,
abandonando el error de los ídolos gentiles, abrazase la fe
cristiana, por la que merecería alcanzar el reino de los
cielos. ¿ A qué más ? En sguida, con la
predicación apostólica, el rey y su hijo con
grandísimo número de ciudadanos de Babilonia son
regenerados con la gracia del bautismo por las manos de los mismos
apóstoles. Por último, convertida a la fe del
Señor toda la ciudad, los apóstoles
constituyeron la iglesia con toda su jerarquías y
Abdías, fidelísimo varón imbuído de la
doctrina evangélica, a quien habían traído
consigo de Jerusalén, le ordenador obispo del pueblo
cristiano y a Eutropio archidiácono, y marcharon a predicar
la palabra de Dios en otras ciudades. Y como no muchos días
después hubiesen consumado en otra parte su vida presente
por medio del triunfo del martirio, san Eutropio escribió
en caldeo y en griego su pasión y habiendo oído la
fama de los milagros y prodigios de san Pedro, príncipe de
los apóstoles, que por entonces cumplía en roma los
deberes del apostolado, renunaciando por completo al mundo y
recibida autorización de su obispo, aunque sin saberlo su
padre, marchó a Roma. Y como hubiera sido amablemente
recibido por san Pedro, instruído por él en los
preceptos del Señor habiendo pasado a su lado algún
tiempo, por orden y consejo suyos se dirigió predicando con
otros hermanos a tierras de la Galia.
Y
al llegar a la ciudad llamada Saintes la vió muy bien
rodeada de antiguas murallas, ornada con altas torres, situada en
un lugar muy bueno, proporcionada en amplitud y extensión,
abundante en toda suerte de riquezas y provisiones, colmada de
hermosos prados y de claras fuentes; guarnecida por un gran
río, rodeada de úberrimos huertos, pomares y
viñedos; envuelta en saludable atmósfera, agradable
por sus plazas y calles y en muchos aspectos hermosa; y el celoso
varón empezó a pensar que Dios se dignaría
hacer que se convirtiese del error de los gentiles y del culto de
los ídolos y que se sometiese a la ley de Cristo esta
ciudad bellísima e insigne. Así, pues, andando por
sus plazas y calles predicaba constantemente la palabra de Dios,
Apenas se dieron cuenta los ciudadanos de que aquel hombre era
extranjero y le oyeron hablar de la santísima Trinidad y
del bautismo, palabras antes desconocidas para ellos, indignados
le arrojaron fuera de la ciudad, tras quemarle con teas y azotarle
con varas grandísimas. Pero él, soportando
pacientemente esta persecución, se construyó en un
monte junto a la ciudad una cabaña de madera, en la que
moró mucho tiempo. Durante el día predicaba en la
ciudad, y por la noche rezaba en aquella cabaña.
Y
como en mucho tiempo sólo hubiese podido convertir al
cristianismo con su predicación a muy pocos, recordó
el mandato del Señor: "Si algunos no os recibieren o no
escucharen vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de
aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies". Entonces
volvió de nuevo a Roma en donde, crucificado ya san Pedro,
se le ordenó por san Clemente, que ya era papa, que
regresase a la citada ciudad y, predicando las enseñanzas
del Señor, aguardase en ella la corona del martirio. Por
último, recibido el orden episcopal del mismo papa junto
con san Dionisio, que desde Grecia había ido a Roma, y con
los demás hermanos que el mismo san Clemente enviaba a
predicar a la Galia, llegó a Auxerre. Allí
despidiendose con abrazos de divino amor y lacrimosos saludos,
marchó san Dionisio con sus compañeros a la ciudad
de París, y san Eutropio, volviendo a Saintes completamente
animado a sufrir el martirio y lleno de cristiano celo, se
fortaleció a sí mismo diciendo: "El señor es
mi ayuda, no temeré lo que me haga el hombre". Si mis
perseguidores matan mi cuerpo no pueden matar mi alma. "Piel por
piel ! Cuanto el hombre tiene lo dará gustoso por su
vida".
Entonces,
entrando constantemnente en la ciudad, predicaba como un loco la
fe del señor, instando, a tiempo o destiempo y
enseñando a todos la Encarnación de Cristo, su
Pasión, Resurrección y Ascensión, y lo
demás que se dignó a sufrir por la salvación
del género humano, y decía claramente a todos que
nadie podía entrar en el reino de Dios sino quien hubiera
renacido por el agua y el Espíritu Santo. Y por las noches
se albergaba en la citada cabaña, como anteriormente.
Así, pues, con su predicación y con el advenimiento
inmediato de la divina gracia, fueron bautizados por él
muchos gentiles en aquella ciudad y entre ellos se regeneró
con las aguas bautismales una hija del rey de la misma, llamada
Eustella. Y al saberlo su padre, abominó de ella y la
arrojó de la ciudad. Pero ella, viendo que había
sido expulsada por amor de Cristo, se puso a vivir junto a la
cabaña del santo varón. Sin embargo, su padre,
entristecidopor amor de su hija, le envió frecuentes
mensajeros para que volviese a casa. Pero ella respondió
que prefería vivir fuera de la ciudad por amor de Cristo
que volver a ella y contaminarse con la idolatría. Y su
mismo padre llevado de ira, habiendo reunido a los verdugos de
toda la ciudad, a saber, ciento cincuenta, les mandó que
matasen a san Eutropio y que a la muchacha la llevasen consigo a
la casa paterna. Aquellos, pues, el 30 de abril, en
compañia de muchísimos gentiles, fueron a la citada
cabaña, y primero lapidaron al muy santo varon de Dios,
después le azotaron desnudo con palos y correas con plomos,
por último, con segures y hachas le mataron
cortándole la cabeza. La referida muchacha, pues, en
unión de algunos cristianos lo enterró por la noche
en su cabaña y, mientras vivió, no dejó de
venerarle con vigílias, luminarias y santas exequias. Y al
partir de este mundo con santa muerte, mandó que se le
enterrase en un campo libre suyo junto al sepulcro del maestro.
Luego, más tarde, sobre el santísimo cuerpo de san
Eutropio levantaron los cristianos en su honor y bajo la
advocación de la santísima e individua Trinidad una
grande iglesia de admirable traza, en la que muchas veces se curan
los enfermos de toda clase de enfermedades, se yerguen los
paralíticos, los ciegos recobran la vista y los sordos el
oído, los endemoniados quedan libres, y se presta una
salvadora ayuda a todos los que de corazón la pidieren; y
están colgadas allí las cadenas de hierro, las
argollas, y los otros varios instrumentos de hierro, de los que
san Eutropio libró a los atados con ellos. Que él
mismo, pues, con sus dignos méritos y preces ante Dios nos
consiga el perdón, borre nuestros vicios, avive en nosotros
las virtudes, dirija nuestra vida, en el peligro de la muerte nos
arranque de las bocas del infierno, en el juicio final nos aplaque
la tremenda ira del eterno Juez, y nos lleve al alto reino de los
cielos: con la gracia de nuestro Señor Jesucristo que con
el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los
infinitos siglos de los siglos. Amén.
Después
en Blaye junto al mar ha de pedirse la protección de San
Román, en cuya iglesia descansa el cuerpo del
bienaventurado Roldán, quien siendo de noble linaje, a
saber, conde del rey Carlomagno y uno de los doce pares, movido
por el celo de la fe, entró en España para
combatir a los pueblos infieles. Aqui fué tanta su
fortaleza que, según se cuenta, partió por medio un
peñasco de arriba a bajo con tres golpes de su espada, e
igualmente rajó por medio su trompa haciéndola sonar
con el aire de su pecho. Su trompa de marfil, hendida, está
en la iglesia de San Severino en la ciudad de Burdeos, y sobre el
peñasco de Roncesvalles se construyó una iglesia.
Luego, pues, que Roldán ganó muchas batallas a los
reyes gentiles, fatigado del hambre y del frío y de los
excesivos calores, golpeado por amor del divino numen con
tremendas bofetadas y muchos azotes, y herido con saetas y lanzas,
se cuenta que por último murió de sed en el citado
valle, como valioso mártir de Cristo. Y sus mismos
compañeros enterraron con digna veneración su
sacratísimo cuerpo en la iglesia de San Román en
Blaye.
Después,
en la ciudad de Burdeos, ha de visitarse el cuerpo de San
Severino, obispo y confesor. Cuya festividad se celebra el 23 de
octubre.
Asimismo
se han de visitar en la landas de Burdeos, en la villa que se
llama Belín, los cuerpos de los santos mártires
Oliveros, Gondelbodo, rey de Frisia, Ogier, rey de Dacia,
Arestiano, rey de Bretaña, Garín, duque de Lorena, y
de otros muchos guerreros de Carlomagno, que, vencidos los
ejércitos paganos, en España fueron muertos por la
fe de Cristo; cuyos preciosos cuerpos llevaron sus
compañeros hasta Belín y los enterraron allí
cuidadosamente. Yacen, pues, todos juntos en un sepulcro del cual
se exhala un suavísimo olor que cura a los que lo
aspiran.
Después,
se ha de visitar los cuerpos de los santos mártires Facundo
y Primitivo, cuya basílica levantó Carlomagno; y
junto a la villa de éstos se encuentran los prados con
arbolado en los que clavadas florecieron las astas de las lanzas
de los guerreros, según se cuenta. Se celebra su solmnidad
el 27 de noviembre.
Luego,
en la ciudad de León, se ha de visitar el venerable cuerpo
de San Isidoro, obispo y confesor o doctor, quien
estableció una piadosísima regla para los
clérigos de su iglesia, infundió sus doctrinas al
pueblo español y honró a toda la santa Iglesia con
sus floridos escritos.
Por
último, en la ciudad de Compostela se ha de visitar con
gran cuidado y atención el dignísimo cuerpo del
apóstol Santiago.
Que
los citados santos, con todos los otros santos de Dios, nos ayuden
con sus méritos y preces ante Nuestro Señor
Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y
reina, Dios por los infinitos siglos de los siglos.
Amén.
Libro V Capítulo IX
De la calidad de la ciudad y basilica de Santiago, apostol de Galicia. Calixto, papa, y Aimerico, canciller.
Entre
dos ríos, uno de los cuales se llama Sar y el otro Sarela,
está situada la ciudad de Compostela. El Sar está al
oriente, entre el Monte del Gozo y la ciudad; el Sarela
está al Poniente. Siete son las entradas y puertas de la
ciudad. La primera entrada se llama Puerta Francesa; la segunda,
Puerta de la Peña; la tercera, Puerta de Subfratribus; la
cuarta, Puerta del santo Peregrino, la quinta, Puerta Fajera, que
lleva a Padrón; la sexta, Puerta de Sussanis; la
séptima, Puerta de Mazarelos, por la cual llega el precioso
vino a la ciudad.
En
esta ciudad suelen contarse diez iglesias, entre las que brilla
gloriosa la primera la del gloriosísimo apóstol
Santiago el de Zebedeo, situada en medio; la segunda es la de san
Pedro, apóstol, que es abadía de monjes, situada
junto al camino francés; la tercera de San Miguel, llamada
de la Cisterna; la cuarta, la de san Martín obispo, llamada
de Pinario, que también es abadía de monjes; la
quinta, la de la Santísima Trinidad, que es el cementerio
de los peregrinos; la sexta la de santa Susana, virgen que
está junto al camino de Padrón; la
séptima la de San Félix, mártir; la
octava la de san Benito; la novena, la de San Pelayo,
mártir, que está detrás de la iglesia de
Santiago; la décima, la de santa María Virgen, que
está detrás de la de Santiago, y tiene un acceso a
la misma catedral, entre el altar de san Nicolás y el de la
Santa Cruz.
De la medida de la iglesia
La
catedral de Santiago tiene, pues, cincuenta y tres alzadas de
hombre de longitud, es decir, desde la puerta occidental hasta el
altar de san Salvador. En cambio, de anchura, desde la puerta
Francesa hasta la del mediodía, tiene treinta y nueve. Su
altura por dentro mide catorce. Nadie puede saber cuánta
sea su longitud y su altura por fuera. Esta misma iglesia tiene,
pues, nueve naves abajo y seis arriba, y un cuerpo y dos brazos, y
otras ocho capillas pequeñas, en cada una de las cuales hay
sendos altares. Y de aquellas nueve naves que seis son
pequeñas y tres grandes. La primera nave principal va desde
la puerta de occidente hasta los cuatro pilares centrales que
sostienen toda la iglesia, y tiene una navecilla a la derecha y
otra a la izquierda. A su vez las otras dos naves grandes
están dispuestas en dos brazos y la primera de ellas se
extiende desde la puerta Francesa hasta la puerta meridional. Y
ambas naves tienen dos navecillas laterales. Estas tres naves
principales llegan hasta el techo de la iglesia, y las seis
pequeñas sólo alcanzan hasta las media cindrias.
Todas las naves grandes tienen de anchura once alzadas y media de
hombre. La alzada de un hombre decimos que son justos ocho palmos.
En la nave mayor hay 29 pilares, 14 a la derecha y otros tantos a
la izquierda, y hay uno dentro entre las dos puertas frente al
aquilón, que separa los ciborios. A su vez en las naves del
crucero de la misma iglesia, a saber, desde la puerta Francesa
hasta la del mediodía, hay 26 pilares, doce a la derecha y
otros tantos a la izquierda y dos colocados dentro ante las
puertas, que separan los ciborios y los portales. En el
ábside, además, existen ocho columnas exentas
alrededor del altar de Santiago. Las seis navecitas que hay arriba
en el triforio de la iglesia son de la misma longitud y anchura
que las otras navecitas que están denajo de ellas. Por uno
de sus lados, desde las grandes naves, suben hasta lo alto, y unos
dobles pilares que son llamados por los canteros medias cindrias.
Arriba en las naves hay tantos pilares como existen abajo en la
iglesia y en el triforio hay tantos arcos fajones como abajo; pero
en las naves del triforio entre pilar y pilar hay siempre dos
columnas juntas, llamadas cindrias por los canteros. En esta
iglesia, en fin, no se encuentra ninguna grieta ni defecto;
está admirablemente construída, es grande,
espaciosa, clara, de conveniente tamaño, proporcionada en
anchura, longitud y altura, de admirable e inefable
fábrica, y está edificada doblemente, como un
palacio real. Quien por arriba va a través de las naves de
triforio, aunque suba triste se anima y alegra al ver la
espléndida belleza de este templo.
De las ventanas
Las
vidrieras que hay en la misma catedral son 63. En cada uno de los
altares del ábside hay tres. En el cielo de la iglesia
alrededor del altar de Santiago hay cinco ventanas, por las que el
altar del apóstol se ilumina. Arriba en el triforio hay 43
ventanas.
De los porticos
Esta
iglesia tiene tres pórticos principales y siete
pequeños: uno que mira al poniente, es decir, el principal;
otro al mediodía y otro, en cambio, al norte; y en cada
pórtico principal hay dos entradas y en cada una dos
puertas. El primer pórtico pequeño se llama de Santa
María, el segundo de la Vía Sacra, el tercero de San
Pelayo, el cuarto de la Canónica, el quinto de la Pedrera,
el sexto igualmente de la Pedrera y el séptimo de la
Escuela de Gramáticos, que también ofrece acceso al
palacio arzobispal.
De la fuente de Santiago
Cuando
nosotros los franceses queremos entrar en la basílica del
Apóstol, lo hacemos por la parte septentrional, ante cuya
entrada está junto al camino el hospital de peregrinos
pobres de Santiago, y después, más allá del
camino, se encuentra un atrio en donde hay nueve peldaños
de bajada. Al pie de la escalera de este atrio existe una
admirable fuente a la que en todo el mundo no se le encuentra
semejante. Tiene, pues, esta fuente al pie tres escalones de
piedra sobre los que está colocada una hermosísima
taza de piedra, redonda y cóncava, a manera de cubeta o
cuenco, y que es tan grande que en ella me parece que pueden
cómodamente bañarse quince hombres. En su centro se
eleva una columna de bronce gruesa por abajo, de siete caras
cuadradas y altura proporcionada, de cuyo remate surgen cuatro
leones por cuyas bocas salen cuatro, chorros de agua, para mitigar
la sed a los peregrinos de Santiago y a los habitantes de la
ciudad. Y estos chorros, después que salen de la boca de
los leones, caen en seguida en la misma taza de abajo y saliendo
de allí por un agujero de la misma taza escapan por debajo
de la tierra. De la misma manera que no puede verse de
dónde viene el agua, tampoco puede verse en dónde
va. Es luego el agua aquella dulce, nutritiva, sana, clara, muy
buena, caliente en invierno y fresca en verano. En la citada
columna se encuentra la siguiente inscripción grabada de
esta forma en dos líneas por todo alrededor bajo los pies
de los leones:
Yo,
Bernardo, Tesorero de Santiago, traje aquí esta agua y
realicé la presente obra para remedio de mi alma y de as de
mis padres en la era MCLX el tercero de los idus de abril (= 11 de
abril de 1122).
Del paraiso de la ciudad
Después
de la fuente está el atrioo paraíso, según
dijimos, pavimentado de piedra, donde entre los emblemas de
Santiago se venden a los peregrinos las típicas conchas, y
hay allí para vender botas de vino, zapatos, morrales de
piel de ciervo, bolsas, correas, cinturones y toda suerte de
hierbas medicinales y además drogas, y otras muchas cosas.
Los cambiadores, los hospederos y otros mercaderes están en
el camino francés. El paraíso tiene de dimensiones
en ambos sentidos un tiro de piedra
De la puerta septentrional
Después
de este atrio se encuentra, pues, la puerta septentrional o
Francesa de la misma basílica de Santiago, en la cual hay
dos entradas bellamente esculpidas con las siguientes obras. En
cada entrada se encuentran por el exterior seis columnas, unas de
mármol y otras de piedra, tres a la derecha y tres a la
izquierda, es decir, seis en una entrada y seis en la otra, de
forma que hay doce columnas. Y sobre la columna que está
entre los dos portales por fuera, en la pared, está el
Señor sentado en un trono de majestad y con la mano derecha
da la bendición y en la izquierda tiene un libro. Y
alrededor de su trono y como sosteniéndolo, están
los cuatro evangelistas; y a su derecha está esculpido el
paraíso y en él está representado el mismo
Señor otra vez reconviniendo del pecado a Adán y a
Eva; y a la izquierda está también en otra figura
arrojándolos del paraíso. Allí mismo, pues,
hay talladas por todo alrededor muchas imágenes de santos,
de bestias, de hombres, de ángeles, de mujeres, de flores y
de otras criaturas, cuya esencia y calidad no podemos describir a
causa de su gran cantidad. Sin mbargo, sobre la puerta que
está a la izquierda, según se entra a la catedral,
está esculpida en el tímpano la Anunciación
de la santísima Virgen María. Háblale
también allí el ángel Gabriel. En cambio, a
la izquierda de la entrada lateral sobre las puertas se ven en
relieve los meses del año y otras muchas hermosas
alegorías. En las paredes hay en la poarte de afuera dos
grandes y feroces leones, uno a la derecha y otro a la izquierda,
que siempre miran hacia las puertas como si vigilasen. Arriba, en
las jambas, se ven cuatro apóstoles que llevan sendos
libros en la mano izquierda y con las diestras levantadas bendicen
a los que entran en la iglesia; Pedro está en la izquierda,
a la parte derecha, Pablo a la izquierda; y en la entrada derecha
están el apóstol Juan a la derecha y Santiago a la
izquierda. Y sobre las respectivas cabezas de los apóstoles
hay esculpidas las de unos bueyes, que sobresalen de los
dinteles.
De la puerta meridional
En
la puerta meridional de la basílica apostólica hay,
como dijimos, dos entradas y cuatro hojas. en la entrada de la
derecha, por la parte de fuera, en primer término sobre las
puertas, está admirablemente esculpido el prendimiento del
Señor. allí por manos de los judíos el
Señor es atado de las manos a la columna, allí es
azotado con correas, allí está sentado en su silla
Pilatos como juzgándole. Arriba en cambio en otra
línea está esculpida santa María, madre del
Señor, con su hijo en Belén, y los tres reyes que
vienen a visitar al niño con su madre, ofreciéndole
el triple regalo, y la estrella y el ángel que les advierte
que no vuelvan junto a Herodes. En las jambas de esta misma
entrada hay dos apóstoles a modo de guardianes de las
puertas, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Igualmente
en la otra entrada de la izquierda, en las jambas se entiende, hay
otros dos apóstoles. Y en primer término de esta
entrada sobre las puertas está esculpida la
tentación del Señor. Hay, pues, delante del
Señor unos ángeles negros como monstruos
colocándole sobre el pináculo del templo. Y unos le
presentan piedras, instándole a que las convierta en pan,
otros le muestran los reinos del mundo, fingiendo que se los
darán si postrado los adora, lo que no quiera Dios. Mas
otros también arriba adorándole con incensarios.
En
el mismo pórtico hay cuatro leones, uno a la derecha en una
entrada y otro en la otra. En la parte de arriba del pilar, entre
las dos entradas, hay otros dos feroces leones, cada uno de los
cuales apoya su grupa en la del otro. En el mismo pórtico
hay once columnas, a saber, cinco a la derecha, en la entrada de
la derecha, y otras tantas a la izquierda, en la de la izquierda;
la undécima en cambio está entre las dos entradas
separando los ciborios. Y estas columnas de mármol unas, de
piedra otras, están admirablemente esculpidas con
imágenes, flores, hombres, aves y animales. Estas columnas
son de mármol blanco. Y no ha de relegarse al olvido que
junto a la tentación del Señor está una mujer
sosteniendo entre sus manos la cabeza putrefacta de su amante,
cortada por su propio marido, quien la obliga dos veces por
día a besarla ¡ Oh cuán grande y admirable
castigo de la mujer adúltera para contarlo a todos !
En
la parte superior, sobre las cuatro puertas, hacia el triforio de
la iglesia, bellamente destaca una admirable composición de
piedras de blanco mármol. Está, pues, allí el
Señor de pie, san Pedro a su izquierda llevando sus llaves
en las manos, y Santiago a la derecha entre dos cipreses, y San
Juan, su hermano, junto a él; peró también a
derecha e izquierda están los demás
Apóstoles. Así, pues, el muro, por arriba y por
abajo, tanto a la derecha como a la izquierda, está
bellamente esculpido con flores, hombres, santos, bestias, aves,
peces y con otras labores que no podemos describir. Y sobre los
ciborios hay cuatro ángeles con sendas trompetas anunciando
el día del juicio.
De la puerta occidental
La
puerta occidental, que tiene dos entradas, aventaja a las otras
puertas en belleza, tamaño y arte. Es mayor y más
hermosa que las otras y está admirablemente labrada, con
muchos escalones fuera, y adornada con diversas columnas de
mármol, con distintas representaciones y de varios modos;
está esculpida con imagenes de hombres, mujeres, animales,
aves, santos, ángeles, flores y labores de varias clases. Y
su obra es tan enorme que no cabe en mi narracion. Sin embargo,
arriba se representa admirablemente esculpida, la
Transfiguración del Señor, cuals e realizó en
el monte Tabor. Allí está, pues, el Señor en
una blanca nube, con el rostro resplandeciente como el sol,
brillándole el vestido como la nieve y el Padre arriba
hablándole, y Moisés y elías que se le
aparecieron, diciéndole la muerte que había de
sufrir en Jerusalen. Y allí están Santiago, Pedro y
Juan, a quienes antes que a todos mostró el Señor su
Transfiguración.
De las torres de la catedral
Nueve
torres ha de haber en esta misma iglesia, a saber, dos sobre el
pórtico de la fuente, dos sobre el pórtico del
mediodía, dos sobre el pórtico occidental, dos sobre
las dos escaleras de caracol y otra mayor sobre el cruzero en el
centro de la iglesia. Con ellas y con las demás
hermosísimas obras refulge magníficamente gloriosa
la catedral de Santiago. Está toda ella hecha de
fortísimas piedras vivas, oscuras y muy duras como el
mármol, y por dentro pintada de distintas maneras, y por
fuera muy bien cubierta con tejas y plomo. Pero de todo lo que
hemos dicho parte está completamente terminado y parte por
terminar.
De los altares de la catedral
Los
altares de esta iglesia se encuentran en este orden. En primer
termino, junto a la puerta Francesa que se halla al lado
izquierdo, está el altar de san Nicolás;
después el de la santa Cruz; luego ya en el ábside
el altar de Santa Fe, virgen, después el de san Juan,
apóstol y evangelista, hermano de Santiago; luego el de san
Salvador, en la capilla mayor del ábside; en seguida
está el altar de san Pedro, apóstol; sigue el de san
Juan Bautista. Entre el altar de Santiago y el de san Salvador
está el de santa María Magdalena, donde se cantan
las misas tempranas para los peregrinos, el principal de los
cuales es el de san Miguel arcángel, y hay otro en la parte
derecha, el de san Benito, y otro en la izquierda, el de los
santos Pablo, apóstol, y Nicolás, obispo, donde
también está la capilla del arzobispo.
Del cuerpo y del altar de Santiago
Pero
puesto que hasta aquí hemos tratado de las
características de la iglesia, trataremos ahora del
venerable altar del Apóstol. En la referida y venerable
catedral yace honoríficamente según se dice el
venerado cuerpo de Santiago, guardado en un arca de mármol,
en un excelente sepulcro abovedado, trabajado admirablemente y de
conveniente amplitud, bajo el altar mayor, que se levanta en su
honor. Y también se considera que este cuerpo es
inamovible, según testimonio de san Teodomiro, obispo de la
misma ciudad, quien en otro tiempo lo descubrió y en modo
alguno pudo moverlo. Ruborícense los envidiosos
trasmontanos, que dicen poseer algo de él o reliquias
suyas. pues allé está entero el cuerpo del
Apóstol, divinamente iluminado con paradisíacos
carbunclos, constantemente honrado con fragantes y divinos aromas
y adornado con refulgentes cirios celestiales y diligentemente
festejado con presentes ángelicos. Y sobre su sepulcro hay
un pequeño altar, que, según se dice, hicieronsus
mismos discípulos y que, por amor del Apóstol y de
sus discipulos, nadie ha querido demoler después. Y sobre
él hay un altar grande y admirable, que tiene cinco palmos
de alto, doce de largo y siete de ancho. Así lo medí
yo con mis propias manos. así pues, el altar menor
está encerrado bajo el mismo altar grande por tres lados, a
saber, por la derecha, por la izquierda, y por atrás, pero
abierto por delante de forma que puede verse claramente el altar
viejo quitando el frontal de plata. Y si alguién quiere
mandar, por devoción a Santiago, un mantel o un lienzo para
cubrir el altar apostólico, debe enviarlo de nueve palmos
de ancho y veintiuno de largo. en cambio si alguien enviare por
amor a Dios y del Apóstol un palio para cubrir el altar por
delante, procure que su anchura sea de siete palmos y su longitud
de trece.
Del frontal de plata
El
frontal, pues, que hay delante del altar está bellamente
trabajado con oro y plata. Tiene esculpido en su centro del trono
del Señor, en el que están los 24 ancianos en el
mismo orden en que San Juan, hermano de Santiago, los vió
en su Apocalipsis, a saber, doce a la derecha y otros tantos a la
izquierda, yteniendo en sus manos cítaras y pomos de oro
llenos de pefumes. Y en el centro está sentado el
Señor, como en silla de majestad, sosteniendo en la mano
izquierda el libro de la vida y dando la bendición con la
derecha. Alrededor del trono, como soteniéndolo,
están cuatro evangelistas. Los doce apóstoles
están ordenados a derecha e izquierda, tres en la pimera
fila a la derecha y tres encima. Igualmente hay tres en la primera
línea de abajo a la izquierda, y tres en la de arriba.
Allí también hay alrededor muy bonitas flores y
entre los apóstoles hermosísimas columnas. el
frontal, primoroso y espléndido por sus labores,
está grabado arriba con estos versos
Diego segundo, prelado que fué de Santiago, esta
tabla
Hizo cuando un quinquenio su episcopado cumplió
Y del tesroro del santo apóstol setenta con cino
Marcos de plata para coste de la obra contó.
También abajo se encuentra esta inscripción:
Rey era entonces Alfonso y su yerno el conde Raimundo
Cuando el prelado dicho tal obra a cabo llevó.
Hizo cuando un quinquenio su episcopado cumplió
Y del tesroro del santo apóstol setenta con cino
Marcos de plata para coste de la obra contó.
También abajo se encuentra esta inscripción:
Rey era entonces Alfonso y su yerno el conde Raimundo
Cuando el prelado dicho tal obra a cabo llevó.
Del ciborio del altar del Apóstol
El
ciborio que cubre este venerado altar está admirablemente
decorado por dentro y por fuera con pinturas y dibujos y con
diversas imágenes. Es cuadrado, descansa sobre cuatro
columnas y está hecho de altura y anchura proporcionadas.
Por dentro en la primera línea se encuentran, en figuras de
mujeres, aquellas ocho virtudes especiales que cita san Pablo. En
cada ángulo hay dos y sobre sus cabezas hay erguidos unos
ángeles que sostienen con sus manos elevadas el trono que
está en lo alto del ciborio. En el medio del trono se
encuentra el Cordero de Dios sosteniendo una cruz con un pie. Por
fuera, en cambio, hay en la primera línea cuatro
ángeles, que tocando sus bocinas anuncian la
resurrección del día del juicio. Dos están
delante, en una cara, y dos detrás en la otra. En la misma
línea hay cuatro profetas, a saber; Moisés y Abraham
en la cara izquierda, e Isaac y Jacob en la derecha, teniendo cada
uno en sus manos cartelas con sus propias profecías.
En
la línea superior aparecen sentados en círculos los
doce apóstoles. En la primera cara, es decir, delante,
está sentado en medio Santiago, que sostiene un libro en la
mano izquierda y con la mano derecha da la bendición. Y a
su derecha hay un apóstol y otro a su izquierda en la misma
línea. Asimismo hay otros tres apóstoles en la
derecha del ciborio y tres en su izquierda e igualmente tres
detrás. Arriba en la cubierta están sentados cuatro
ángeles, como custodiando el altar. Pero en las cuatro
esquinas del mismo ciborio, al comenzar la cubierta están
esculpidos los cuatro evangelistas con sus propios
símbolos. Por dentro en cambio está pintado el
ciborio, mientras que por fuera un remate con un triple arco, que
mira a occcidente, se levanta la persona del Padre, en el segundo,
orientado al sudeste, está el Hijo y en el que mira al
norte, la persona del Espíritu Santo. Y sobre este remate
hay una reverberante bola de plata sobre la cual se eleva una
preciosa cruz.
De las tres lamparas
Ante
el altar de Santiago penden, en honor de Cristo y del
Apóstol, tres grandes lámparas de plata. La que
está en medio es grandísima y está
admirablemente labrada en forma de gran pebetero, teniendo siete
depósitos, en representación de los siete dones del
Espiritu Santo, en los que se colocan siete luces; y los
depósitos no reciben sino aceite de bálsamo o de
mirto o de mirobálano o de oliva. El mayor de los
depósitos está en medio de los demás. y en
cada uno de los que hay a su alrededor están esculpidas por
fuera las imágenes de dos apóstoles. El alma de
Alfonso, rey de Aragón, quien, según se dice, la
regaló a Santiago, descanse en paz eterna.
De la dignidad de la iglesia de Santiago y de sus canonigos
En
el altar de Santiago nadie suele decir misa si no es obispo,
arzobispo, papa o cardenal de la misma iglesia. Pues suele haber
en esta basílica corrientemente siete cardenales, los
cuales celebran en el altar los divinos oficios; y fueron creados
y concedidos por muchos papas y confirmados además por el
señor papa Calixto. Esta dignidad, pues, que la catedral de
Santiago tiene según buena costumbre, nadie debe quitarsela
en atención al Apóstol.
De los canteros de la iglesia y del principio y fin de su obra
Los
maestros canteros que empezaron a edificar la catedral de Santiago
se llamaban don Bernardo el Viejo, maestro admirable, y Roberto,
con otros cincuenta canteros pocos más o menos que
allí trabajaban asiduamente bajo la administración
de los fidelísimos don Wicarto y don Segredo, prior de la
Canónica, y el abad don Gundesindo, en el reinado de
Alfonso, rey de la España, y en el episcopado de don Diego
primero, esforzadísimo guerrero y generoso varón. La
iglesia se comenzó en la era MCXVI (año 1078). Desde
el año en que se comenzó hasta la muerte de Alfonso,
famoso y muy esforzado rey Aragonés, se cuentan cincuenta y
nueve años y hasta la de Enrique, rey de Inglaterra,
sesenta y dos, y hasta el fallecimiento de Luis el Gordo rey de
los francos, sesenta y tres; y desde el año que se
colocó la primera piedra en sus cimientos hasta aquel en
que se puso la última pàsaron cuarenta y cuatro. Y
también esta iglesia, desde el tiempo en que fué
comenzada hasta hoy en día florece por el brillo de los
milagros de Santiago, pues en ella se concede la salud a los
enfermos, se les devuelve la vista a los ciegos, se les suelta la
lengua a los mudos, se les abre el oído a los sordos, se
les da sana andadura a los cojos, se otorga la liberación a
los endemoniados, y lo que es más grande, se atienden las
preces de las gentes fieles, se abre al cielo a los que a
él llaman, se da consuelo a los tristes y todos lso pueblos
extranjeros de todos los climas del mundo acuden allí a
montones, llevando ofrendas en alabanzas del Señor.
De la dignidad de la iglesia de Santiago
Y
no ha de olvidarse que la dignidad del arzobispado de la ciudad de
Mérida, metropolitana que estaba en tierra de sarracenos,
la trasladó y dió por amor y honra del
Apóstol a la iglesia de Santiago y a su misma ciudad el
papa Calixto, digno de buena memoria, y por esto ordenó y
confirmó como primer arzobispo en la sede apostólica
de Compostela al nobilísimo Diego. Pues el mismo Diego era
antes obispo de Santiago.
Libro V Capítulo X
Del numero de canónigos de Santiago
Además tiene esta iglésia, según tradición, 72 canónigos, de acuerdo con el numero de los 72 discípulos de Cristo, y que observan la regla del doctro de las Españas san Isidoro.
A éstos, pues, se les reparten las ofrendas del altar de Santiago por semanas sucesivas. Al primero se dan las ofrendas en la primera semana, al segundo en la segunda, al tercero en la tercera y después se reparten a los otros hasta el último. Cada domingo, según dicen, se hacen tres partes de las ofrendas, la primera de las cuales la recibe el hebdomadario a quien corresponde. De las otras dos partes nuevamente reunidas se hacen luego tres partes, una de las cuales se da a los canónigos para su comida, otra a la obra de la basílica y la otra al arzobispo de la iglesia. Pero la semana que va de Ramos a Pascua debe darse de acuerdo con la costumbre a los peregrinos pobres de Santiago en el hospital. Es más, si se cumple la justicia de Dios, la décima parte de las ofrendas del altar de Santiago debe darse en todo tiempo a los pbres que lleguen al hospital. Pues todos los peregrinos pobres deben recibir por amor de Dios y del Apóstol hospitalidad completa en el hospital la noche siguiente al día en que lleguen al altar de Santiago. en cambio, los enfermos han de ser atendidos allí caritativamente hasta su muerte o total restablecimiento. Pues de esta forma se hace en San Leonardo. Cuantos pobres peregrinan allí llegan, reciben comida. También deben darse normalmente a los leprosos de la misma ciudad las limosnas que lleguen cada domingo al altar desde el amanecer hasta la hora tercia.
Y si algún prelado de la misma iglesia cometiese fraude en esto o invirtiese de otro modo las limosnas que han de darse como hemos dicho antes, tenga su pecado ante Dios y él.
Libro V Capítulo XI
De como los peregrinos de Santiago hayan de ser recibidos
Los
peregrinos, tanto pobres, como ricos, han de ser caritativamente
recibidos y venerados por todas las gentes cuando van o vienen de
Santiago. Pues quinequiera que los reciba y diligentemente los
hospede, no sólo tendrá como huésped a
Santiago, sino también al Señor, según sus
mismas palabras, al decir en el Evangelio: "El que os reciba a
vosotros, me recibe a mi". Hubo antiguamente muchos que
incurrieron en la ira de Dios, porque no quisieron recibir a los
necesitados y a los peregrinos de Santiago. en Nantua, que es una
villa entre Ginebra y Lyon, la tela de cierto tejedor que
negó pan a un peregrino de Santiago que se lo pedía,
cayó súbitamente al suelo rota por medio.
En
Vilanova, otro necesitado peregrino de Santiago pidió
limosna por amor de Dios y de Santiago a una mujer que
tenía pan y el pregrino le dijo: "Ojalá se convierta
en piedra el pan que tienes !" Y cuando el peregrino aquél
salió de la casa y estuvo lejos, se acercó la mala
mujer a las cenizas y, pensando recoger su pan, encontró un
piedra redonda en vez del pan. Y ella, arrepentida de
corazón, siguió en seguida al peregrino, pero no lo
encontró.
En
la ciudad de Poitiers, dos nobles galos que volvían cierta
vez de Santiago sin recursos, pidieron posada por amor de Dios y
de Santiago desde la casa de Juan Gautier hasta San Porcario, y no
la encontraron. Y habiéndose hospedado en la última
casa de aquella calle en casa de un pobre, junto a la iglesia de
San Porcario, hete aquí, pues, que, por castigo de Dios, un
rapidísimo incendio asoló toda la calle en aquella
noche comenzando por la casa en que primero había pedido
posada hasta aquella en la que se habían hospedado los
siervos de Dios,quedó intacta por gracia divina. Por lo
cual sépase que los peregrinos de Santiago, tanto pobres
como ricos, han de ser justamente recibidos y deligentemente
atendidos.
ACABA EL QUINTO LIBRO DEL APOSTOL SANTIAGO SEA PARA EL ESCRITOR
LA GLORIA Y PARA EL LECTOR. ESTE CODICE LO RECIBIO PRIMERO
DILIGENTEMENTE LA IGLESIA ROMANA; PUES SE ESCRIBIO EN VARIOS
SITIOS, A SABER, EN ROMA, EN TIERRAS DE JERUSALEN, EN LA GALIA, EN
ITALIA, EN ALEMANIA Y EN FRISIA, Y PRINCIPLAMENTE EN CLUNY.
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