domingo, 25 de noviembre de 2012

Códice Calixtino Libro III (Traducción)

 


 

Libro III

Pròlogo

EMPIEZA EL PROLOGO DEL BIENAVENTURADO PAPA CALIXTO SOBRE LA GRAN TRASLACION DE SANTIAGO

No he querido excluir de mi códice la traslación de Santiago, puesto que en ella se narran tantos prodigios y testimonios para gloria de Nuestro Señor Jesucristo y del Apóstol, y porque tampoco difiere gran cosa de la carta que se intitula con el nombre de San León. Más sépase que Santiago tuvo muchos discípulos, pero doce especiales. A tres se dice que los eligió en tierras de Jerusalén; de los cuales, Hermógenes, nombrado obispo, y Fileto, archidiácono, después de su martirio en Antioquía, adornados con muchos milagros, descansaron de su santa vida en el Señor; y el bienaventurado Josías, maestresala de Herodes, murió en compañía del Apóstol, laureado con el martirio.
A nueve, empero, se dice que los eligió el Apóstol en Galicia durante su vida; siete de los cuales, mientras los otros dos se quedaban en Galicia para predicar, fueron con él a Jerusalén, y después de su pasión trajeron su cuerpo por mar a Galicia; y acerca de ellos escribió San Jerónimo en su Martirologio, cual lo aprendió del bienaventurado Cromacio, que, después de sepultado en Galicia el cuerpo de Santiago, fueron ordenados con las ínfulas episcopales en Roma por los apóstoles Pedro y Pablo, y fueron enviados a predicar la palabra de Dios a las Españas, todavía sometidas al error gentil. Finalmente, pues, tras haber ilustrado a muchos pueblos con su predicación, murieron precisamente el día quince de Mayo, Torcuato en Acci, Tesifonte en Vergi, Segundo en Abula, Indalecio en Urci, Cecilio en Iliberis, Hesiquio en Garcesa, Eufrasio en Iliturgis.
Perdura hasta hoy un estupendo milagro en testimonio de su preciosa muerte. Pues, como se dice en la vigilia de su ya citada solemnidad, en la ciudad de Guadix junto al sepulcro de San Torcuato, detrás de la iglesia, todos los años un olivo que florece milagrosamente, se adorna con sus maduros frutos, de los que al punto se saca el aceite con que se encienden las lámparas ante su venerable altar.
Los otros dos discípulos, en cambio, a saber, Atanasio y Teodoro, fueron enterrados, como se consigna en la misma carta de San León, junto al cuerpo del Apóstol, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Y a nadie debe parecer que Atanasio sea Hesiquio, puesto que Hesiquio es uno, y otro distinto Atanasio.
Pero hemos de decir qué sucedió en nuestro tiempo a cierto peregrino de Santiago respecto del libro de esta translación. Cierto clérigo conocido mío, devoto y peregrino de Santiago, queriendo llevar consigo a su patria esta traslación con algunos otros milagros del Apóstol, encargó en la misma ciudad de Santiago que se los escribiese a un copista llamado Fernando y pagó como precio veinte rotomagenses. Y como él, después de pagar el precio y recibir la copia, se pusiera a leerlo en voz baja arrinconado en un ángulo de la basílica apostólica, encontró en su faltriquera tantas monedas como al copista había dado; y no creyó que mortal alguno se los pusiera allí, sino que lo hizo el apóstol milagrosamente. por lo cual se cree que el santo Apóstol es generosísimo remunerador mediante gracias celestiales, puesto que tan pronto remuneró a su siervo con las terrenas.

FIN DEL PROLOGO

 

Libro III Capítulo I

 

EMPIEZA LA TRASLACION DEL APOSTOL SANTIAGO HERMANO DEL APOSTOL Y EVANGELISTA SAN JUAN QUE SE CELEBRA EL DIA TREINTA DE DICIEMBRE, DE QUE MANERA FUE LLEVADO DESDE JERUSALEN A GALICIA

Después de la pasión de Nuestro Salvador y del gloriosísimo triunfo de su misma Resurrección, y luego de su admirable Ascensión, cuando subió hasta el trono de su Padre y del Espíritu Paráclito también; tras la efusión de las lenguas de fuego sobre los apóstoles, los dicípulos que El mismo había elegido, iluminados con los rayos de la sabiduría e inspirados por la gracia celestial, dieron a conocer con su predicación el nombre de Cristo por todas partes, a los pueblos y naciones. Y entre el insigne número de aquéllos, el santo de admirable virtud, el bienaventurado por su vida, el maravilloso por su virtud, el esclarecido por su ingenio, el brillante por su oratoria, fue Santiago, cuyo hermano Juan es conocido como evangelista y apóstol. Y a aquél, en verdad, le fué concedida por obra divina, tanta gracia, que incluso el mismo Señor de la gloria inestimable no desdeñó transfigurarse con su incomparable claridad sobre el monte Tabor ante su vista, y en presencia también de Pedro y Juan, verídicos testigos.
El, pues, mientras los otros iban a diversas regiones del mundo, llevado a las costas de España por voluntad de Dios, predicando enseñó la divina palabra a las gentes que allí vivían y la tenían por patria. Y habiéndose detenido allí algún tiempo, mientras fructificaba entre espinas la pequeña semilla que quería recoger entonces, se cuenta que confiado en Cristo eligió siete discípulos, cuyos nombres son estos: Torcuato, Segundo, Indalecio, Tesifonte, Eufrasio, Cecilio, Hesiquio, para con su ayuda extirpar de raíz, arrancándola, la cizaña, y confiar en condiciones más favorables la semilla de la divina palabra a una tierra que permanecía estéril de largo tiempo.
Y al acercarse su último día se dirigió rápidamente a Jerusalén, de cuyo amical consuelo no se privó a ninguno de los citados discípulos. Y mientras una perversa muchedumbre de saduceos y fariseos lo rodea, le plantea, seducida por la vieja astucia de la serpiente, innumerables problemas sobre Cristo. Pero inspirado por la gracia del Espíritu Santo, su elocuencia no es superada por nadie; por lo que la rugiente ira de aquélla se exacerba incitada con mayor violencia contra él. Y con el estímulo del odio hasta tal punto se enciende y enloquece, que es cogido por la cruel injusticia y vehemencia de los iracundos, y es llevado a presencia de Herodes para recibir la muerte. Y condenado por una encarnizada sentencia de muerte, y bañado en el charco de su rosada sangre, coronado con triunfal martirio, vuela al cielo, laureado con inmarcesibles laureles.
Sus discípulos, apoderándose furtivamente del cuerpo del maestro, con gran trabajo y extraordinaria rapidez lo llevan a la playa, encuentran una nave para ellos preparada, y embarcándose en ella, se lanzan a la alta mar, y en siete días llegan al puerto de Iria, que está en Galicia, y a remo alcanzan la deseada tierra. Y no se ha de dudar que entonces dieron al Autor de las cosas muchísimas gracias y entonaron las merecidísimas alabanzas, tanto por tan gran beneficio como Dios les había concedido, cuanto porque habían evitado sin daño alguno los ataques de los piratas, los peligrosos choques con los escollos y las negras simas de las encrespadas olas. Así, pues, confiados en tal y tan grande protector, dirigen sus pensamientos a las demás cosas necesarias para sus fines e intentan descubrir qué sitio había elegido el Señor para sepulcro de su mártir.
Emprendida, pues, la marcha hacia oriente, trasladan el sagrado féretro a un pequeño campo de cierta señora llamada Lupa, que distaba de la ciudad unas cinco millas, y lo dejan allí. Inquiriendo quién era el dueño de aquel terreno, lo averiguan por indicación de unos nativos y procuran vehemente y ardientemente encontrar a la que buscaban. Yendo, por último, al encuentro de la mujer a hablar con ella, y contándole el asunto tal como se desarrolló, le piden que les dé un pequeño templo en donde ella había colocado un ídolo para adorarlo, y que era también muy concurrido por los descarriados creyentes de la absurda gentilidad.
Y aquélla, nacida de nobilísima estirpe, y viuda por intervención de la suerte suprema, aunque se había entregado sacrílegamente a la superstición, no olivdando su nobleza, renunciaba al matrimonio con los que pretendían, tanto nobles, como plebeyos, para que una especie de adulterio no manchase su primer tálamo conyugal. Y considerando ella constantemente sus palabras y su petición, antes de dar respuesta alguna, medita en lo profundo de su corazón de qué manera los entregará a una cruel muerte, y les contesta, por último, ensañándose hipócritamente:
"Id, dijo; buscad el rey que vive en Dugio, y pedidle un lugar para disponer la sepultura a vuestro muerto".
Obedeciendo sus indicaciones, unos velan con el ritual funerario el cuerpo del apóstol en un lugar, y otros llegan lo más rápidamente posible al palacio real, y conducidos a presencia del rey le saludan según la etiqueta regia, y le cuentan en detalle quiénes y de dónde son y por qué habían venido. El rey, pues, aunque al principio de su exposición les oía atento y benévolo, sin embargo, atónito por un increíble estupor, dudando qué había de hacer e inspirado por diabólica sugestión ordena, en el colmo de la crueldad, que ocultamente se les prepare una emboscada y que se mate a los siervos de Dios. Pero, no obstante, descubierto esto por voluntad de Dios, marchándose secretamente, escapan huyendo con rapidez.
Cuando se informó al rey de su fuga, conmovido por enconadísima ira, e imitando la ferocidad de un león rabioso, con los que estaban en su corte persigue pertinazmente el rastro de los fugitivos siervos de Dios. Y como ya hubiese llegado al extremo de estar a punto de ser muertos a manos de los empedernidos perseguidores, atraviesan, inquietos éstos, tranquilos aquéllos, un puente sobre cierto río, y en un solo y mismo momento, por súbita determinación de Dios omnipotente, se resquebrajan los cimientos del puente que atravesaban, y se desploma desde lo alto a lo profundo del río, completamente derruído. Y así el ponderado juicio del Rey Eterno decretó que ni uno tan sólo de toda la turbamulta de perseguidores sobreviviese para contar en el palacio del rey lo que había sucedido.
Los santos varones, pues, volviendo la cabeza al ruido de las armas y piedras que se desplomaban, ensalzan las grandezas de Dios dignas de ser pregonadas, al ver los cuerpos de los magnates y sus caballos y arreos militares rodar miserablemente bajo las aguas del río, de la misma manera que en otro tiempo lo había experimentado el ejército faraónico. En consecuencia, ayudados y salvados por la auxiliadora diestra de Dios, y animados y enardecidos por aquel suceso, recorren el salvador camino hasta la casa de la citada matrona y le muestran cómo la exasperada determinación del rey había querido perderles con la muerte, y lo que Dios había hecho contra él para su castigo.
Luego, con insistentes ruegos, le piden que ceda la precitada casa dedicada a los demonios, para consagrarla a Dios. Le aconsejaban e insitían que rechazase aquellos ídolos artificiales que ni podían aprovecharle a ella, ni dañar a otros, ni ver con los ojos, oír con los oídos u oler con la nariz, y que no se servían en absoluto de ninguno de sus miembros. Y su mente conmovida porque ante el hundimiento del rey en el río temía por la muerte de sus parientes y allegados, y por esto incapaz como suele suceder en las cosas humanas, de una sana determinación, tramaba una burda estratagema, simulando, frente a la opinión corriente, no considerarlos como embaucadores.
Mientras ellos la urgían con sus ruegos con mayor vehemencia todavía, a que suministrase parte del pequeño predio para enterrar el cuerpo del santísimo varón, ideada una nueva y desusada estratagema, creyendo poder matarlos con algún engaño, habló de esta manera: "Puesto que, dijo, veo vuestra intención tan decididamente inclinada a eso, y que no queréis desisitir de ella, id y cog unos bueyes mansos que tengo en un monte, y acarreando con ellos lo que os parezca de más utilidad y cuanto necesitéis, edificad el sepulcro. Si os faltasen alimentos, procuraré liberalmente dároslos a vosotros y a ellos".
Oyendo esto los apostólicos varones y sin percibir la hipocresía de la mujer, se marchan dando las gracias, llegan al monte y descubren algo distinto que no esperaban. Pues al pisar los linderos del monte, de pronto un enorme dragón, por cuyas frecuentes incursiones se hallaban entonces desiertas las viviendas de las aldeas próximas, saliendo de su propia guarida, se lanza, echando fueggo, sobre los santos varones que ardían en amor de Dios, dispuesto a atacarlos y amenazándolos con la muerte. Mas acordándose ellos de las doctrinas de la fe, oponen impávidamente la defensa de la cruz, le obligan a retroceder haciéndole frente y, al no poder resisitir el signo de la Cruz del Señor, revienta por mitad del vientre.
Y terminado este encuentro, levantando los ojos al cielo dan la gracias al Sumo Rey desde lo más hondo de su corazón. Finalmente, para arrojar de allí completamente la multitud de demonios, exorcizan el agua y la esparcen sobre todo el monte por todas partes. Este monte, pues, llamado antes el Ilicino, como i dijéramos el que seduce, porque con anterioridad a aquel tiempo sostenían allí el culto del demonio muchos hombres malhadadamente seducidos, fué llamado por ellos Monte Sacro, es decir, monte sagrado.
Y al ver desde allí corretear los bueyes que arteramente se les había prometido, los contemplan bravos y mugientes, corneando el suelo con su elevada testuz, y golpeando fuertemente la tierra con las pezuñas. Y de pronto, mientras corriendo unos tras otros por la dehesa representaban una crruel amenaza de muerte con su peligrosísima carrera, tanta mansedumbre y lentitud se apoderó de ellos, que los que al principio se acercaban corriendo para ocasionar una catástrofe impulsados por su atroz bravura, luego con la cerviz baja confían espontáneamente su cornamenta en manos de los santos varones.
Los portadores del santo cuerpo, acariciando a los animales que se habían convertido de salvajes en dóciles, sin tardanza les colocan encima los yugos y, marchando por el camino más recto, entran en el palacio de la mujer con los bueyes uncidos. Ella, ciertamente, estupefacta, reconociendo los admirables milagros, movida por estas tres evidentes señales, se aviene a su petición, y perdida su insolencia, tras haberles entregado la pequeña casa y haberse regenerado con el triple nombre de la fe, se convierte en creyente del nombre de Cristo con toda su familia. Y así, instruída por inspiración de Dios en las verdades de la fe, destruye y rompe resueltamente los ídolos que antes, engañada por su fantástico error, había adorado humilde y sumisa, y derriba deshace los templos que en sus dominios había. Y cavado profundamente el suelo, tras haber sido aquéllos destruídos y convertidos en menudo polvo, se contruye un sepulcro, magnífica obra de cantería, en donde depositan con artificioso ingenio el cuerpo del apóstol. Y en el mismo lugar se edifica una iglesia del tamaño de aquél que, adornada con un altar, abre una venturosa entrada al pueblo devoto.
Instruídos después de algún tiempo los pueblos en el conocimiento de la fe por los discípulos del apóstol, al fructificar primeramente los campos regados por el celestial rocío, en poco tiempo creció la fecunda mies multiplicada por Dios. Dos discípulos del maestro, mientras por reverencia hacia él vigilan incesantemente el citado sepulcro con gran cariño como celosos guardianes, al pagar su deuda a la NAturaleza, llegado el incierto término de la vida, exhalaron su espíritu con venturosa muerte, y alegremente llevaro su alma al cielo. Y no abandonándolos su egregio maestro, logró por gracia divina colocarlos con él, en el cielo y en la tierra, y revestido con purpúrea estola y adornado con una corona, brilla con sus discípulos en la corte celestial él, que no abandonará a los desgraciados que se acojan a su inefable protección. Con el auxilio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuyo reino e imperio dura eternamente por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro III Capítulo II

EMPIEZA LA CARTA DEL PAPA SAN LEÓN ACERCA DEL TRASLADO DE SANTIAGO APÓSTOL, QUE SE CELEBRA EL DIA TREINTA DE DICIEMBRE

Sepa vuestra fraternidad, dilectísimos rectores de toda la cristiandad, cómo fué trasladado a España, a las tierras de Galicia, el cuerpo entero del muy bienaventurado apóstol Santiago. Después de la Ascensión a los cielos de nuestro Salvador, y de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, en el curso del undécimo año desde la misma Pasión de Cristo, en el tiempo de los ázimos, el bienaventurado apóstol Santiago, tras visitar las sinagogas de los judíos, fué preso en Jerusalén por el pontífice Abiatar, y condenado a muerte, junto con su discípulo Josías, por orden de Herodes.
 Por temor a los judíos fué recogido durante la noche el cuerpo del bienaventurado apóstol Santiago por sus discípulos, que, guiados por un ángel del Señor, llegaron a Jafa, junto a la orilla del mar. Y como allí dudasen a su vez acerca de lo que debían hacer, de pronto apareció, por designio de Dios, una nave preparada. Y con gran alegría suben a ella llevando al discípulo de nuestro Redentor, e hinchadas las velas por vientos favorables, navegando con gran tranquilidad sobre las olas del mar, llegaron al puerto de Iria, alabando la clemencia de nuestro Salvador. En su alegría, entonaron allí este verso de David: "Fué el mar tu camino y tu snda la inmensidad de las aguas".
Una vez desembarcados, dejaron el muy bienaventurado cuerpo que transportaban en un pequeño predio llamado Libredón, distante ocho millas de la citada ciudad, y en donde ahora se venera. Y en este lugar encontraron un grandísimo ídolo construído por los paganos. Rebuscando por allí encontraron una cripta, en la que había herramientas con las que los canteros suelen construir las casas.
Así, pues, los mismos discípulos, con gran alegría, derruyeron el citado ídolo y lo redujeron a menudo polvo. Después, cavando profundamente, colocaron unos cimientos firmísimos y levantaron sobre ellos una pequeña construcción abovedada, en donde construyeron un sepulcro de cantería, en el que, con artificioso ingenio, se guarda el cuerpo del Apóstol. Se edifico encima una iglesia de reducidas dimensiones, que adornada con un altar abre al devoto pueblo una venturosa entrada a su sagrado altar. Tras la inhumación del santísimo cuerpo, entonaron alabanzas al Rey de los cielos, cantando estos versos de David: "Se alegrará el justo en el señor y confiarà en El, y se gloriarán todos los rectos de corazón". Y luego: "El justo estará en eterna memoria y no temerá la mala nueva".
Después de algún tiempo, instruídos los pueblos en el conocimiento de la fe por los discípulos del mismo Apóstol, en breve creció la fecunda mies multiplicada por Dios. Tomada, pues, una prudente resolución, dos discípulos, uno de los cuales se llamaba Teodoro y el otro Atanasio, quedaron allí para custodiar aquel preciosísimo tesoro, es decir, el venerable cuerpo de Santiago. Los otros discípulos, en cambio, guiados por Dios, se esparcieron por las Españas para predicar.
Como dijimos, aquellos dos discípulos, inseparables por reverencia hacia su maestro, mientras con todo cariño vigilaban sin interrupción el citado sepulcro, mandaron que, después de su muerte, fuesen enterrados por los cristianos junto a su maestro, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y así, llegado el término de la vida, al pagar su deuda a la Naturaleza, expiraron con venturosa muerte, y alegremente llevaron sus almas al cielo. Y no abandonaándolos su egregio maestro, logró, por gracia divina, colocarlos con él en el cielo y en la tierra, y adornado con su estola purpúrea y una corona, goza en la corte celestial con sus discípulos, él, que protegerá a los desgraciados que se acojan a su invencible protección, con el auxilio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuyo reino e imperio con el Padre y el Espíritu Santo dura eternamente por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro III Capitulo III

CALIXTO, PAPA, ACERCA DE LAS TRES SOLEMNIDADES DE SANTIAGO
El evangelista San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, cuenta que el apóstol San Pedro en los días de la Pascua fué encarcelado por Herodes, cuando dice: "Eran, pues, los días de los ázimos, etc." y que Santiago fué muerto antes de la Pascua por el mismo Herodes, a saber, en tiempo del hambre que se predijo por el profeta Agabo y que acaeció bajo el emperador romano Claudio. Dice, pues así: "Por aquel tiempo puso el rey Herodes sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia; mató, pues, por la espada a Santiago, hermano de Juan". Señala el tiempo del martirio de Santiago e incluso los personajes de la época, pero calla el día exacto. Y este día, aunque antes había sido desconocido de todos durante mucho tiempo, sin embargo le fué indicado a cierto fiel, conocido mío, en una visión espiritual. En la noche de la vigilia de la Anunciación de Santa María, le pareció que mientras Santiago era conducido a un palacio para ser juzgado en el consejo de Herodes, se produjo un gran altercado entre la plebe de los judíos y de los gentiles, porque decían unos que el piadoso apóstol no debía ser muerto, y otros afirmaban, por el contrario, que sí. Finalmente, juzgado por Herodes en inicuo juicio, es conducido por manos de los nefandos herodianos fuera de la ciudad, al lugar del martirio, atado con sogas al cuello, y degollado.
Y en seguida un personaje que parecía un prelado, llorándolo dolorosa y dulcemente, habló así de él a la plebe en el palacio real, diciendo: Hacia la hora tercia fué juzgado y hacia la nona, como Cristo, fué muerto.Es decir, en igual día y hora que el Maestro, murió también el discípulo. Unos iban a sus negocios o a sus quehaceres; él en cambio, iba a su digno trabajo; esto es, a merecer la corona del martirio. Otros marchaban a comer y a beber, él iba a recibir el indefectible alimento de la vida eterna, que le había sido antes prometido por el Señor de esta manera: "CIertamente beberéis mi cáliz".
Pero primero San Jerónimo, en el martirologio que escribió para los santos obispos Cromacio y Heliodoro, dice que su muerte ha de celebrarse el día octavo de las calendas de agosto; después el bienaventurado papa Alejandro mandó celebrarla ese mismo día, cuando estableció también la festividad de San Pedro ad Vincula el día primero de agosto. Porque en este día ciertamente, como se dice en las historias romanas, el mismo papa guardó las cadenas de San Pedro, que mucho antes habían sido llevadas de Jerusalén a Roma por la emperatriz Eudoxia, en la basílica del propio santo, tras haberlas rociado con agua bendita y ólco santo, y ordenó celebrar en honor de San Pedro y en sustitución de ellas las solemnidades que, según su costumbre, celebraban antes los gentiles en honor de César Augusto, porque el mismo César había vencido en las calendas del mes sextil, es decir, el 1º de agosto, a Antonio y Cleopatra mordida por el áspid. Asimismo en tal día la hija de cierto príncipe romano llamado Quirino, por consejo del referido papa, que estaba encarcelado por el mismo Quirinio, besó las cadenas de San Pedro y se curó de la grave enfermedad que padecía; y el santo papa salió de la cárcel, dándole satisfacciones el mismo Quirino. Finalmente, Beda el Venerable, elocuente doctor de la Santa Iglesia, corroboró que la muerte de Santiago debe celebrarse en dicho día, al escribir y decir en su Martirologio:
Julio se alegra llevando en las dos veces cuartas calendas
a Santiago el hermano de Juan con su fiesta obligada.
Así, pues, padeció martirio el día 25 de marzo, el 25 de julio fué llevado desde Iria a Compostela y fué sepultado el 30 de diciembre. Porque la obra de su sepulcro duró desde el mes de agosto hasta el de diciembre.
Con razón, pues, la Santa Iglesia acostumbró a celebrar en los citados días las solemnidades de la muerte de Santiago y de San Pedro ad Vincula, pues si celebrase estas fiestas alrededor de Pascua, los establecidos oficios pascuales o cuaresmales del día que coincidieran aquellas solemnidades, se abandonarían sin razón. Muchas veces la Anunciación de la bienaventurada Virgen María, que debe celebrarse el día veinticinco de marzo, cayó entre el Domingo de Ramos y Pascua o en la semana de Resurrección y no pudo en modo alguno celebrarse del todo.
La fiesta de los milagros de Santiago, cual el del hombre que se había dado muerte a sí mismo y al que resucitó el santo apóstol, y los demás milagros que hizo, fiesta que suele celebrarse el día tres de octubre, la mandó piadosamente celebrar San Anselmo. Y Nos confirmamos esto mismo. Se dice que el famoso emperador hispano, Alfonso, figno de buena memoria, ordenó celebrar entre los gallegos, antes de ser corroborada por nuestra autoridad, la festividad de la traslación y elección de Santiago el día treinta de diciembre. Creía que la solemnidad de la traslación no era menos insigne que la de la muerte, puesto que en ella el pueblo gallego recibió con gran alegría el corporal consuelo del discípulo del Señor.
En esta fiesta, ciertamente, el venerable rey solía ovrecer durante la misa, según costumbre, sobre el venerado altar del Apóstol, doce marcas de plata y otros tantos talentos de oro, en honor de los doce apóstoles; y además solía dar a sus caballeros las pagas y las recompensas, y vestirlos con trajes y capas de seda; armaba caballeros a los escuderos, presentaba a los nuevos caballeros y convidaba a todos cuantos llegaban, tanto conocidos como desconocidos, con diversos manjares, y no cerraba a pobre alguno las puertas de su palacio, sino que solía advertir a sus pregoneros que convocasen con el sonido de sus clarines a todos para comer, con motivo de tan gran festividad.
El, pues, revestido con los atributos reales, rodeado por los escuadrones de caballeros y por los diferentes órdenes de adalides y condes, marchaba en este día en procesión alrededor de la basilica de Santiago con el ceremonial real de las fiestas.
El admirable cetro de plata del imperio hispano que el venerable rey llevaba en las manos, refulgía, incrustado de flores de oro, de labores diversas y de toda suerte de piedras preciosas. La diadema de oro, con la que el potentísimo rey se coronaba para honra del Apóstol, estaba decorada con flores esmaltadas y labores nieladas, con toda clase de piedras preciosas y con lucidísimas imágenes de animales y aves. La espada de doble filo, que era llevada desnuda delante del rey, brillaba con sus doradas flores y su resplandeciente leyenda, su pomo de oro y su cruz de plata.
Delante de él marchaba dignamente el obispo de Santiago vestido de pontifical, cubierto con la blanca mitra, calzado con doradas andalias, adornado con su anillo de oro, puestos los blancos guantes y con el pontifical báculo de marfil, y rodeado por los demás obispos.
También el clero que ante él avanzaba iba adornado con venberables ornatos, pues las capas de seda con las que se revestían los setenta y dos canónigos compostelanos estaban admirablemente trabajadas con piedras preciosas y broches de plata, con flores de oro y magníficos flecos por todo alrededor. Unos se cubrían con damáticas de seda, que estaban adornadas desde los hombros hasta abajo con franjas bordadas de oro de marvillosa belleza. Otros se ataviaban además con collares de oro incrustados con toda clase de piedras preciosas y se adornaban lujosamente con bandas recamadas de oro, con riquísimas mitras, hermosas sandalias, áureos ceñidores, estolas bordadas en oro y manípulos recamados de perlas.
¿Qué más? Con toda suerte de piedras preciosas y con gran abundancia de oro y plata se adornaban exquisitamente los clérigos del coro. Unos llevaban en sus manos candelabros, otros incensarios de plata, éstos cruces doradas, aquéllos paños tejidos de oro y tachonados de toda suerte de piedras preciosas; unos cajas llenas de reliquias de muchos santos, aquéllos filacterias, otros, en fin, batutas de oro o marfil, a propósito para los cantores, y cuya extremidad embellecía un ónice, un berilo, un zafiro, un carbunclo, una esmeralda o cualquier otra piedra preciosa. Otros llevaban colocadas encima de unos carros de plata, dos mesas de plata sobredorada, en las cuales el devoto pueblo ponía cirios encendidos.
A éstos seguía el pueblo devoto, es decir, los caballeros, gobernadores, optimates, nobles, condes, ya nacionales, ya extranjeros, vestidos con trajes de gala. Los coros de venerables mujeres, vestidos con trajes de gala. Los coros de venerables mujeres que les eguían, se cubrían y adonaban con borceguíes dorados, con pieles de marta cebellina, armiño y zorro; con briales de seda, pellizas grises, mantos escarlata por fuera y variados por dentro, con lunetas de oro, collares, horquillas, brazaletes, pendientes en las orejas, cadenas, anillos, perlas, espejos, ceñidosres de oro, cintas de seda, velos, lazos, tocas; con trenzas sujetas por hilos de oro, y demás variedades de vestidos.


Libro III Capítulo IV

ACERCA DE LAS CARACOLAS DE SANTIAGO

Se cuenta que siempre que la melodía de la caracola de Santiago, que suelen llevar consigo los peregrinos, resuena en los oídos de las gentes, se aumenta en ellas la devoción de la fe, se rechazan lejos todas las insidias del enemigo; el fragor de las granizadas, la agitación de las borrascas, el ímpetu de las tempestas se suavizan en truenos de fiesta; los soplos de los vientos se contienen saludable y moderadamente; las fuerzas del aire se abaten.

FIN DEL LIBRO TERCERO.



lunes, 19 de noviembre de 2012

Códice Calixtino Libro II (Traducción)




LIBRO II  

 Es de suma importancia encomendar a la escritura y dar a perpetua memoria para honor de nuestro Señor Jesucristo los milagros de Santiago. Porque al ser narrados por expertos los ejempolos de los santos, son movidos piadosamente al amor y dulzura de la patria celestial los corazones de los oyentes. Advirtiendo yo esto, al recorrer tierras extranjeras, concí algunos de estos milagros en Galicia, otros en Francia, otros en Alemania, otros en Italia, otros en Hungría, otros en la Dacia, algunos también más allá de los tres mares, diversamente escritos, como es natural, en los diversos lugares; otros los aprendí en tierras bárbaras, donde el santo apóstol tuvo a bien obrarlos, al contármelo quienes los vieron u oyeron; algunos los he visto con mis propios ojos, y todos ellos diligentemente, para gloria del Señor y del Apóstol, los encomendé a la escritura. Y cuanto más bellos son, tanto más los estimo. Mas nadie piense que he escrito todos los milagros y ejemplos que he oído de el, sino los que he considerado verdaderos por veracísimas afirmaciones de hombres veracísimos. Porque si escribiese todos los milagros que de él oí en muchos lugares de boca de muchos, más les faltaría a mis manos y a mi afán pergamino que ejemplos suyos. Por lo cual ordenamos que este códice sea leído atentamente en las iglesias y refectorios los días festivos del santo apóstol y otros, si place..


Libro II Capítulo I

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

El bienaventurado Santiago Apóstol, que en el fervor de la obediencia soportó el primero entre los apóstoles el dolor del martirio, sudó por extirpar de raíz con innumerables pruebas milagrosas la aspereza de las gentes, que regó con la doctrina de su santa predicación. Y el que en el destierro de esta vida presente fué con la ayuda divina autor de tanto milagro, ahora, después de haber enjagado el sudor de su trabajo con el paño de la remuneración en la eterna felicidadm sobre aquellos que haciéndole urgentes peticiones no dejan de rogarle derrama abundantemente las manifestaciones de su virtud. Por esto vamos a exponer, para enseñanza de los venideros, cierto milagro del cual nos hemos enterado con toda verdad. Cuando en tiempos del rey Alfonso en tierras de España crecía en acritud el furor de los sarracenos, cierto conde llamado Ermengol, viendo la religión cristiana oprimida por el empuje de los moabitas, se lanzó rodeado de la fuerza de su ejército a debelar la crueldad de aquéllos, casi con pruebas de una lucha victoriosa; pero exigiéndolo así nuestros merecimientos, fué vencida su tropa y dió en lo contrario del triunfo. Con lo cual la fiereza enemiga, acrecida con la exaltación del orgullo a la cima de la soberbia, llevó como trofeo a la ciudad de Zaragoza bajo el jugo del cautiverio a veinte varones regenerados con el agua de la fe, uno de los cuales tenía la dignidad sacerdotal. Allí, sujetos con diversas ligaduras en las insoportables tinieblas de una cárcel, a manera de la perpetua oscuridad del infierno, por divina inspiración de Santiago y advertencia del presbítero empezaron a implorar así: Santiago, apóstol precioso de Dios, que con la obra de tu piedad ayudas piadosamente en sus angustias a los oprimidos, alargando tu mano a los gemidos de tan inaudito cautiverio, apresúrate a soltar propicio lo que inhumanamente nos sujeta.
Santiago, escuchando sus llamadas casi irremediables, apareció radiante en la oscuridad de la cárcel, hablandoles así: HEme aquí a quien llamasteis. Y obligados por la claridad de tan inaudita grandeza, alzaron sus rostros, que por la fuerza del dolor tenían fijos en las rodillas, y cayeron postrados a sus pies. Mas Santiago, condolido en sus entrañas, les rompió las ligaduras derramando el bálsamo de su virtud. Trabando además la diestra de su poder con las manos de los cautivos y sacándolos milagrosamente de prisión tan peligrosa, llegaron con tal guía a las puertas de la ciudad. A su vez las puertas, hecha la señal de la cruz, ofrecieron salida en honor del Apóstol tan espontáneas, que así que hubieron ellos salido restablecieron el rigor de su anterior unión. El apóstol Santiago, pasado largo tiempo después de cantar el gallo y casi al asomar los rayos de la aurora, llegó con ellos, yendo él delante, a cierto castillo que estaba bajo guardia de cristianos, donde mandándoles también que le invocasen, subió visiblemente a los cielos. Y al invocarlo por su mandato con grandes voces, se abrieron las puertas y fueron recibidos dentro. Al día siguiente, saliendo de allí, tratan de volver a sus casas. Mas poco tiempo después uno de ellos que vino a la iglesia de Santiago en la festividad de la Traslación del Apóstol, que celebramos anualmente el dia treinta de diciembre, contó a todos que en todo estoocurrió así como queda escrito. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Sea, pues, para el Supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo II

EJEMPLO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL SAN BEDA, PRESBITERO Y DOCTOR

Del hombre a quien le fué borrada la nota de un pecado por disposición divina sobre el altar de Santiago.

En tiempos del beinaventurado Teodomiro, obispo de Compostela, hubo un italiano que apenas se atrevió a confesar a su sacerdote y párroco cierta gran fechoría que una vez había cometido. Oída ésta, el párroco, aterrado de tan grave culpa, no se atreve a imponerle penitencia; pero movido a compasión envía al pecador por tal motivo al sepulcro de Santiago con una esquela donde estaba escrito su pecado, ordenándole que implorase de todo corazón los auxilios del santo Apóstol y se sometiese al juicio del obispo de la apóstolica basílica. Sin tardanza, pues, acudió a Santiago en Galicia, y sobre su venerable antealtar, arrepintiéndose de haber cometido falta tan grande y pidiendo perdón a Dios y al Apóstol con sollozos y lágrimas, el día de Santiago, o sea el veinticinco de julio, a primera hora, puso el manuscrito de su acusación.
Cuando el bienaventurado Teodomiro, obispo de la sede compostelana, revestido de las ínfulas episcopales, se acercó al altar el mismo día a media mañana para cantar la misa, halló la esquela de aquél bajo el paño del altar y preguntó por qué o por quién habá sido puesta allí. Y habiéndose presentado en seguida el penitente y habiéndose contado no sin lágrimas su fechoría y el mandato de su párroco, por lo que había venido a postrarse ante él de rodillas, oyéndole todos, el santo obispo abrió la esquela y, como si jamás hubiese sido escrita, nada halló en ella. Cosa admirable y de gran alegría, alabanza y gloria para Dios y el Apóstol, que les deben ser perpetuamente cantadas. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. El santo bispo, creyendo, pues, que aquél había alcanzado el perdón de Dios por los méritos del Apóstol y no queriendo imponerle penitencia alguna por la culpa perdonada, sino solamente mandándole ayunar desde entonces los viernes, le envió a su país absuelto de todos sus pecados. Con esto se da a entender que a todo el que verdaderamente se arrepienta y desde lejanas tierras busque de todo corazón el perdón del Señor y los auxilios de Santiago que deben pedirse en Galicia, sin duda la nota de sus culpas le será borrada para siempre. Lo cual dígnese cumplir nuestro Señor Jesucristo que con el Padre y el Espiritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capitulo III

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del niño que el Apóstol resucitó de entre los muertos en los Montes de Oca.

En el año mil ciento ocho de la encarnación del Señor, en tierras de Francia cierto varón, como es costumbre, tomó mujer legítimamente con esperanza de descendenca. Mas habiendo vivido con ella largo tiempo, resultó fallida su esperanza por causa de sus pecados. Doliéndose hondamente de ello, porque carecía de heredero natural, determinó acudir a Santiago y de viva voz pedirle un hijo. ¿A qué más ? Sin tardanza acudió a su sepulcro. Y poniéndose allí en su presencia, llorando, vertiendo lágrimas y suplicándole de todo corazón, consiguió merecer aquello por que invocó al Apóstol de Dios. Así pues, según costumbre, regresó a su patria sano y salvo. Tras de descansar tres días y habiendo hecho oración, se caercó a su mujer. Y encinta ella de esta unión, al cumplirse los meses le dió un hijo al cual impuso lleno de alegría el nombre del Apóstol.
Luego de naber crecido éste, hacia los quince años, emprendió el camino del santo Apóstol con su padre y su madre y con varios parientes, y habiendo llegado con salud hasta los montes llamados de OCa, atacado alli de una grave enfermedad exhaló su alma. Sus padres, enloquecidos por su muerte, llenaban a manera de poseídos todo el monte y las aldeas con su clamores y alaridos. Mas la madre prorrumpiendo en mayor dolor, cual si ya hubiese perdido la razón, dirigió a Santiago estas palabras: Bienaventurado Santiago, a quien el Señor concedió tanto poder para darme un hijo, devuélvemelo ahora. Devuélvemelo, digo, porque, puedes; pues si no lo hicieres, me mataré al momento o haré que me entierren viva con él. Entonces, cuando estaban todos presentes haciendo las exequias del niño y le llevaban ya a la sepultura, por conmiseración de Dios y súplica del bienaventurado Santiago se despertó como un sueño pesado.
Ante tan gran milagro, todos los presentes alabaron a Dios alegrándose sobremanera. Entonces el niño vuelto a la vida comenzó a contar a todos de qué manera Santiago acogió en el seno o sea en el eterno descanso a su alma salida del cuerpo desde media mañana del viernes hasta media tarde del sábado y la devovli´ó a su cuerpo por orden del Señor, y levantándole del entierro por el brazo derecho le mandó que tomase en seguida el camino jacobeo con sus padres al sepulcro de Santiago. ¿ Y qué más ? Se ofreció al venerable altar de aquél por cuyos ruegos fuera creado. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.
Es cosa nueva y jamás oída que un muerto resucitase a otro muerto. San Martín, viviendo aún, y nuestro señor Jesucristo resucitaron a tres muertos; pero Santiago, muerto él, volvió a un muerto a la vida. Mas podría objetar alguien: Si nuestro Señor y San Martín leemos que a nadie resucitaron después de moriri, sino sólo antes a tres muertos, resulta, pues, que un muerto no puede resucitar a otro muerto. Pero el vivo que esto dice concluye así: Si un muerto no puede resucitar a un muerto, resulta que el bienaventurado Santiago, que resucitó a un muerto, vive ciertamente con Dios. Y así consta que antes y después de la muerte cualquier santo por don de Dios puede resucitar a un muerto. Quien cree en mí, dijo el Señor, hará las obras que yo hago y las hará mayores que éstas. Y en otra parte: todo es posible al creyente, dice el Señor, que con el Padre y el Espíritu Sano vive y reina por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo IV

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

De los treinta lorenses y del muerto a quien el Apóstol llevó en una noche desde los puertos de Cize hasta su monasterio.

En el presente milagro del bienaventurado Santiago el de Zebedeo apóstol de Galicia, se demuestra que es verdad lo que atestigua la Escritura: Mejor es no hacer votos que después de hacerlos volverse atrás. Pues se cuenta que treinta caballeros en tierras de Lorena hicieron propósito por piadosa devoción de visitar el sepulcro de Santiago en la región de Galicia el año mil ochenta de la encarnacion del Señor. Mas como la mente humana cambia a veces cuando se promete mucho, se dieron entre sí palabra de ayuda mutua y pactaron obligació común de guardarse fidelidad. Sin embargo, uno de dicho número no quiso ligarse con tal juramento. Por fin todos ellos habiendo emprendido el viaje proyectado, llegaron sin daño hasta la ciudad de Gascuña llamada Porta Clusa. Pero allí uno de ellos cayó enfermo y de nigún modo podía caminar. Sus compañeros en virtud de la fe prometida le llevaron con gran trabajo en los caballos o con sus manos durante quince días hasta los puertos de Cize, cuando este trecho suele hacerse en cinco días por los expeditos.
Finalmente cansados y aburridos, posponiendo la fe pactada, abandonaron al enfermo. Mas solo aquel que no le había dado palabra le dió prueba de lealtad y piedad no abandonándole, y a la noche siguiente veló junto a él en la aldea de San Miguel al pie del puerto mencionado. Por la mañana dijo el enfermo a su compañero que tratase de subir al puerto, si quería aprovechar para sí mismo sano el auxilio de sus fuerzas. Pero él respondió que no le abandonaría nunca hasta la muerte. Así, pues, habiendo subido juntos a la cima, se cerró el día, el alma bienaventurada del enfermo salió de este vano mundo y fué puesta por méritos en el descanso del paraíso, llevada por Santiago. Viendo esto el vivo, muy asustado por la soledad del lugar, la oscuridad de la noche, la presencia del muerto y el horror de la bárbara gente de los vascos impíos que habita cerca de los puertos, tomó gran miedo.
Como ni en sí mismo ni en hombre alguno hallaba auxilio, dirigiendo al Señor su pensamiento, pidió protección a Santiago con suplicante corazón y el Señor, fuente de piedad, que no abandona a los que en él esperan, se dignó visitar por medio de su Apóstol al desamparado. Efectivamente, Santiago como soldado a caballo se le presentó en medio de su angustia. Y le dijo: ¿Qué haces aquí, hermano ? Señor, contestó él, ante todo deseo enterrar este compañero, mas no tengo medio de enterrarle en este desierto. Entonces el Apóstol le replicó: Alárgame acá ese muerto y tú monta en el caballo detrás de mí hasta que lleguemos al lugar de la sepultura. Y así se hizo. El apostol tomó diligente al difunto en sus brazos delante de sí e hizo montar al vivo a caballo a la grupa. ¡ Maravilloso poder de Dios, maravillosa clemencia de Cristo, maravilloso auxilio de Santiago! Recorrida aquella noche la distancia de doce días de camino, antes de salir el sol, a menos de un milla de su catedral en el Monte del Gozo, bajó del cabllo el Apóstol a los que había traído y mandó al vivo que invitase a los canónigos de dicha basílica a dar sepultura al peregrino de Santiago.
Después añadió: Cuando hayas visto cumplidas dignamente las exequias de tu difunto y tras haber pasado una noche en oración completa, según costumbre, vayas de regreso, en la ciudad llamada León te encontrarás con tus compañeros. Y les dirás: Puesto que habéis obrado deslealmente con vuestro compañero abandonándole, el santo Apóstol os anuncia por mí que vuestras oraciones y peregrinación le desagradan profundamente hasta la debida penitencia. Al oír esto entendió al fin que éste era el Apóstol de Cristo y quiso caer a sus pies, mas el soldado de Dios no le fué visible por más tiempo. Cumplido, pues, todo aquello, al regreso encontró a sus compañeros en la mencionada ciudad y les contó exactamente todo lo que le había ocurrido desde su separación de ellos y cuántas y cuán grandes amenazas había hecho el Apóstol para la falta de cumplimiento de la fidelidad al compañero. Oído todo ello, se admiraron más de lo que puede decirse y acabaron el camino de su peregrinación. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Porque estas son cosas que hizo el Señor; alegrémonos y regocijémonos por ellas. Ciertamente en este milagro se demuestra que todo lo que se ofrece a Dios debe cumplirse con alegría, para que haciendo votos dignos cconsigamos del Señor su perdón. El cual se digne concedernos Jesus nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo V

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del peregrino colgado a quien el santo Apóstol salvó de la muerte, aunque estuvo pendiente en el patíbulo treinta y seis días.  

En el año de Nuestro Señor 1090, un grupo de alemanes, peregrinos de Santiago, llegaron a la ciudad de Tolosa trayendo consigo abundante riqueza. Se alojaron en casa de un hombre rico, el cual era malo como lobo que, escondiéndose bajo piel de oveja, se finge manso. Este hombre rico recibió debidamente a los peregrinos pero, so guisa de hospitalero, les obligó a beber más vino de lo que quisieran. ¡Oh ciega avaricia! &emdash;Oh mente mezquina del hombre malo! Por fin, cediendo los peregrinos al peso de su mucha cansancia y su mayor beber, el amfitrión artero, impelido por el espíritu de la avaricia, escondió una copa de plata en el zurrón de uno de los peregrinos durmientes con la intención de acusarles del robo y, una vez juzgados ellos, quedarse él con su gran riqueza.
Al canto del gallo en la mañana siguiente, el mal amfitrión, con un bando armado, les persiguió llamando, "¡Devuélvanme el dinero que me han robado!" Los peregrinos, cuando esto oyeron, le respondieron: "Usted puede condenar según su voluntad al que encuentre con alguna posesión suya.."
Al revisar las posesiones de los peregrinos, el hombre rico señaló a dos del grupo--un hombre y su hijo--en cuyo zurrón había encontrado su copa, y los llevó a la justicia. Injustamente se les quitó todos sus bienes. El juez, sin embargo, conmovido por la piedad, ordenó que se soltara a uno de ellos y que el otro sufriera la pena de muerte. El padre, anhelando que se librara a su hijo, indicó para sí el castigo.
El hijo, por otra parte, dijo, "No es justo que un padre se entregue a la muerte en lugar de su hijo; es el hijo quien debe recibir el dicho castigo." El hijo, pues, según su propio deseo, fue ahorcado a cambio de la libertad de su amado padre; y el padre, entre lágrimas y lamentaciones, siguió su camino hacia Compostela. Al visitar el venerado altar apostólico, y después de treinta y seis días, el padre volvió de Compostela e hizo un desvío para ver el cuerpo de su hijo que colgaba todavía en la horca.(1) Exclamó entre sollozos y lastimosas lamentaciones, "¡Ay de mí, hijo, ojalá que jamás te engendrara! ¡Ay de mí, que yo haya vivido para verte ahorcado!"
¡Cuán maravillosas son tus obras, O Señor! El hijo ahorcado, dándole consuelo al padre dijo, "No llores, buen padre, mi dolor; antes rinde gracias, que más dulce me es ahora que jamás lo ha sido en mi vida de antes. El benedicísimo Santiago, sosteniéndome con sus propias manos, me ha sustentado con toda dulzura." El padre, cuando oyó esto, echó a correr hacia la ciudad, llamando a la gente que fueran testigos de tan gran milagro de Dios. El pueblo, al ver que el que hace tanto tiempo habían ahorcado todavía vivía, reconoció que su acusamiento se debía la insaciable avaricia del hombre rico y que el hijo había sido salvado por la gracia de Dios.
Esto fue llevado a cabo por Dios y es milagrosa a nuestra vista. Entonces bajaron al hijo de la horca con gran honor. Pero al instante ahorcaron al mal amfitrión, según él lo merecía, después de haberle condenado en un juicio común. Por lo tanto, los que se llaman cristianos han de vigilar, que no vengan a obrar contra sus huéspedes o sus prójimos ningúna falsedad como ésta. Antes deben empeñarse en proporcionarle piedad y caridad al peregrino, que así merezcan el galardón de la gloria perdurable de El que vive y reina como Dios. Mundo sin fin. Amen.


Libro II Capítulo VI

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del poitevino a quien el Apóstol dió como ayuda un ángel en figura de asno.

Corriendo el año mil cien de la encarnación del Señor, en el principado del conde Guillermo de Poitou, bajo el rey de los francos Luis, una peste mortífera invadió lastimosamente al pueblo poivetino, tanto que alguna vez eran llevados a la sepultura padres de familia con todos los suyos. Entonces cierto caballero, aterrado por tal mortandad y deseando evitar este azote, determinó ir a Santiago por tierras de España. Y con su mujer y dos niños, montados en su yegua, llegó hasta la ciudad de Pamplona. Pero allí falleció su mujer y su injusto huésped se quedó inicuamente con los recursos que el caballero y su esposa habían traído consigo. Desolado él por la muerte de ella y despojado en absoluto del dinero y de la yegua con que llevaba a los niños, tomándolos de la mano, continuó la marcha con mucho trabajo. Y yendo sumido en la mayor angustia y preocupación, se encontró en el camino con un hombre de honorable aspecto que llevaba un asno muy fuerte. Este hombre, al contarle aquél cuántas y cuán grandes adversidades le habían acontecido en su desgracia, le dijo compadecido: "En vista de tus grandísimas angustias, te presto este asno mío, que es muy bueno para llevar a tus niños hasta la ciudad de Compostela, de la cual soy vecino, con tal que allí me lo devuelvas".
Recibido, pues, el asno y puestos sobre él sus niños, el peregrino llegó hasta el sepulcro de Santiago. Finalemnte, cuando en la venerable basílica velaba devotamente por la noche en un rincón apartado, se le apareció el gloriosísimo Apóstol con luminoso vestido, quien le dijo sencillamente: "¿ No me conoces, hermano? " "En modo alguno", respondió él. "Yo soy - le replicó - el Apóstol de Cristo, que en tierras de Pamplona te presté mi asno en medio de tu congoja. Ahora, pues, te lo presto de nuevo hasta que regreses a tu casa, y tu malvado huésped pamplonés, por haberte despojado de lo tuyo injustamente, caerá de su asiento y tendrá mala suerte; te lo anuncio, como también que todos los hosteleros injustos establecidos en mi camino, que se quedan inicuamente con los bienes de sus huéspedes vivos o muertos, los cuales deben darse a las iglesias y a los necesitados en sufragio de los difuntos, se condenarán para siempre". Y así que el peregrino, inclinándose, quiso abrazar los pies del que le hablaba, el reverendísimo Apóstol desapareció de sus ojos humanos.
Luego aquel peregrino, gozoso por la visión del Apóstol y por tanto consuelo, salió al amanecer de la ciudad de Compostela con el asno y sus niños, y al llegar a Pamplona halló que su hostelero había muerto con el cuello roto al caerse del asiento en su casa, como el Apóstol le había predicho. Y habiendo llegado contento a su patria y bajado del asno a los niños a la puerta de su casa, el animal se desvaneció de su vista. Muchos que le oyeron contar esto se admiraron más de lo que pueda decirse y comentaban que, o era un asno verdadero, o un ángel en figura de tal, que el Señor muchas veces envía junto a los que le temen para que les ayude. Esto fué realizado por el Señor, y es admirable a nuestro ver. Así, pues, en este milagro se demuestra claramente que todos los maliciosos hosteleros se condenan a muerte eterna por quedarse injustamente con los bienes darse limosnas a las iglesias y a los pobres de Cristo en sufragio de los muertos. Dígnese alejar toda culpa y toda condenación de todos los creyentes por los méritos de Santiago. Jesucristo nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capitulo VII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

 Del marinero Frisono, a quien vestido con su casco y escudo sacó el Apóstol de lo profundo del mar.

En el año mil ciento uno de la encarnación del Señor, cuando cierto marino llamado Frisono conducía navegando por el mar una nave cargada de peregrinos al sepulcro del Señor en Jerusalén, deseoso de ir allá a hacer oración, vino contra él a atacarle cierto sarracenos llamado Avito Maimón, que pretendía llevar cautivos a la tierra de los moabitas a todos los peregrinos. Y habiéndose abordado las dos naves, la de los sarracenos y la de los cristianos, y peleado duramente, cayó Frisiono, vestido de loriga de hierro, casco y escudo, por entre ellas al fondo del mar. Mas dándole fuerzas la misericordia de Dios, empezó a invocar en su corazón a Santiago, diciendo: "Grande y gloriosísimo Santiago, apóstol más piadoso que cuanto decirse puede, cuyo altar besé una vez con mi boca indigna, dígnate librarme con todos estos cristianos a ti encomendados".
Al instante se le apareció el santo Apóstol en lo profundo del mar y, tomándole de la mano, le volvió a la nave sano y salvo. Y además, oyéndole todos, dijo el Apóstol al sarraceno: "Si no dejas esa navecilla de cristianos, te entregaré a ti con tu galera en su poder". Y respondió Avito: "¿Quieres decirme, ilustre caballero, por qué te opones en él a mi gente ?" MAs le replicó el Apóstol: "No soy el Dios del mar, sino un siervo del Dios del mar, que auxilio a los que en peligro me llaman, tanto en el mar como en la tierra, según Dios quiere2. Y en seguida, por el poder de Dios y los auxilios de Santiago, la fuerte nave de los sarracenos empezó a peligrar en medio de una tempestad, y la de los cristianos, bajo la divina guía de Santiago, llegó al puerto deseado; y Frisiono, una vez visitado el sepulcro del Señor, en el mismo año acudió a Santiago de Galicias. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Honor y gloria al Rey de reyes, Jesucristo nuestro Señor por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo VIII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del obispo que, salvado del peligro del mar, compuso un responsorio de Santiago.

En el año mil ciento dos de la encarnación del Señor, cuando cierto prelado que regresaba de Jerusalén, sentado en la nave junto a la borda, cantaba con el salterio abierto, vino una fuerte ola del mar y le arrastró con algunos otros pasajeros. Y cuando ya estaban casi a sesenta codos de la nave, flotando sobre la ola y a viva voz invocaron a Santiago, se le presentó en seguida el santo Apóstol. Y en pie, con las plantas secas sobre las aguas del mar, junto a ellos que en peligro clamaban, les dijo: "No temáis, hijitos míos". Y al momento ordenó al mar que devolviese a la nave a quienes había arrebatado de ella injustamente, y a los marineros, llamndo desde lejos, que detuviesen la nave. Y así ocurrió. Detuvieron la nave los marineros, y el agua del mar, gracias a los auxilios de Santiago, devolvió a aquélla a todos los que había aslatado malamente, nada mojados y abiertos aún el códeice donde el sacerdote leía, y el Apóstol desapareció al instante. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.
Después, aquel venerable prelado del Señor, arrancando a los peligros marinos por el auxilio de Santiago, acudió al gloriosísimo Apóstol en tierras de Galicia, y en su honor dijo este responsorio, cantando alegre en el primer tono del arte musical: "¡Oh tú de siempre auxiliador, de los apóstoles honor, de los gallegos esplendor, de peregrinos defensor, Santiago, de los vicios suplantador, de las cadenas de las culpas suéltanos y al puerto de la salvación condúcenos". Y dijo así en un versículo: Tú que ayudas a los que a ti claman en peligro, tanto en el mar como en la tierra, socórrenos ahora y en peligro de muerte". Y repitió de nuevo: "Al puerto de la salvación condúcenos". Lo cual se digne concedernos Jesucristo nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo IX

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del soldado de Tabaria a quien dió el Apóstol poder para vencer a los turcos y le liberó de una enfermedad y del peligro del mar..

En el año mil ciento tres de la encarnación del Señor, cierto ilustre caballero de linaje francés, famosísimo en Tabaria, en tierras de Jerusalén, hizo voto de ir al sepulcro del apóstol Santiago, si éste le daba fuerza para vencer y destruir a lso turcos en la guerra. Y tanto poder le confirió el Apóstol por concesión de Dios, que venció a todos los sarracenos que con él combatieron. MAs como todo hombre se dice que es falso, el caballero da al olvido lo que había ofrecido al Apóstol; por lo cual cayó merecidamente enfermo de muerte. Así, pues, cuando por su enfermedad no podía ya hablar, se apareció Santiago a su escudero en éxtasis, diciéndole que si su señor cumpliese lo que había prometido el Apóstol, tendría en seguida remedio. El caballero, al saber esto de labios de su escudero, hizo al momento seña con la mano a los sacerdotes que estaban presentes para que le diesen el báculo de peregrino y el morral bendito. Y recibido esto, escapó a la enfermedad que le dominaba y al punto emprendió el viaje a Santiago, una vez provisto de los necesario.
Estando ya embarcado, una terrible tempestad vino a poner la nave en peligro, tanto que interrumpiendo ya en ella las olas del mar, todos los pasjeros quedaban ahegados. Inmediatamente todos los peregrinos, clamando a una voz: "Santiago, ayúdanos", prometieron ir unos a su sepulcro y ofrecieron otros dar cada cual una moneda para la obra de su basílica. Y habiendo recogido en seguida estas monedas dicho caballero, se les apareció al momento en la nave el santo Apóstol en forma humana, y en su angustia les dijo: "No temáis, hios míos, pues aquí estoy yo, a quien llamáis. Tened confianza en Cristo y os vendrá la salvación ahora y en adelante". Y ensguida eél mismo bajo las cuerdas de la vela, echó las anclas, calmó la nave y dió ordenes a la tempestad, y apaciguado al punto el mar, desapareció. Tenía él una figura tal, a saber, agradable y distinguida, como ninguno de ellos antes ni después creía haber visto. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Luego, con un viaje tranquilo, el barco llegó al puerto deseado, en Apulia, con los peregrinos, a la basílica de Santiago en tierras de Galicia, y hechó en el arca del santo para la obra de su iglesia la colecta de dinero que había hecho. Honor y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo X

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del peregrino caído al mar a quien el Apóstol sujetándole por el cogote, llevó hasta el puerto por espacio de tres días.

En el año mil ciento cuatro de la encarnación del Señor, cierto peregrino que regresaba de Jerusalén, mientras venía sentado sobre la borda de la nave para defecar, cayó de allí a los abismos del mar. Imploró a grandes voces el auxilio de Santiago, y otro compañero le tiró al agua desde el barco su escudo diciendo: "El gloriosísimo apóstol Santiago, cuyo auxilio invocas, te socorra". Y habiendo recogido el escudo y conducido milagrosamente por el Apóstol, nadando a través de las aguas del mar tres días con tres noches, y siguiendo la pista de la nave, llegó incólume con los otros al puerto deseado y contó a todos de qué manera Santiago, desde la hora en que le invocó había ido delante de él sosteniéndole continuamente con su mano por el cogote. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Honor y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos. Así sea.

Libro II Capítulo XI

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

De Bernardo, a quien el Apóstol arrancó milagrosamente de la cárcel.

En el año mil ciento cinco de la encarnación del Señor, un hombre llamado Bernardo fué preso por sus enemigos en el castillos de Corzano, en Italia, diócesis de Módena, atado con cadenas y arrojado a lo profundo de una torre. E implorando día y noche los auxilios de Santiago con voces continuas, se le apareció el gloriosísimo Apóstol de Cristo y le dijo: "Ven y sígueme hasta Galicia" Y rotas sus cadenas, desapareció. Inmediatamente aquel peregrino, con las argollas colgadas del cuello, subió hasta la cima de la torre sin ayuda humana y con el auxilio de Santiago. ¿ Y qué más ? Desde lo alto de la torre dió un salto afuera hasta el suelo, lo que fué más de admirar que escapase a la muerte y cayese sano y salvo de tal elevación. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Hono y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del caballero a quien el Apóstol libró de una enfermedad por el toque de una concha.

Corriendo el año mil ciento seis de la encarnación del Señor, a cierto caballero en tierras de Apulia se le hinchó la garganta como un odre lleno de aire. Y como no hallase en nigún mñedico remedio que le sanase, confiado en Santiago apóstol dijo que si pudiese hallar alguna concha de las que suelen llevar consigo los peregrinos que regresan de Santiago y tocase con ella su garganta enferma, tendría remedio inmediato. Y habiéndole encontrado en casa cierto peregrino vecino suyo, tocó su garganta y sanó, y marchó luego al sepulcro del Apóstol en Galicia. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Honor y gloria al mismo Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XIII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del caballero Dalmacio, a quien el Apóstol justificó gracias a su peregrino Raimberto.

En el año mil ciento treinta y cinco, cierto caballero del Delfinado llamado Dalmacio de Chavannes, pegó injustamente con el puño en la mejilla a su colono Raimberto que contendía con él. Y decía Raimberto mientras era golpeado por el caballero: Dios y Santiagho, ayudadme. Y obrando al punto la divina venbganza, el caballero, habiéndose retorcido y aun roto el brazo, quedó como exánime postrado en el suelo, y absuelto por los sacerdotes, pedíale perdón diciendo: Raimberto, peregrino de Santiago, a ruegos de Raimberto, le devolvió su salud primera por obra de la clemencia divina. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Honor y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XIV

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del negociante a quien el Apóstol libró de la cárcel.

En el año mil ciento siete de la encarnación del Señor, cierto mercader, queriendo ir a una feria con sus mercaderías, acudió al señor de aquella comarca a donde pensaba ir, que casualmente había llegado a la ciudad en que vivía el mercader, a pedirle y rogarle que le llevase consigo a aquella feria y le trajese salvo a su casa. El señor, accediendo a su petición, le prometió ue lo haría y le dió palabra de honor. El mercader fiando, pues, en la palabra de hombre tan distinguido, marchó con sus mercancías a aquella tierra donde se celebraba la feria. MAs luego que aquel que le había empeñado su palabra de guardarle a él con sus bienes y de llevarle y traerle salvo las vió, instigado por el demonio, cogió al mercader con sus cosas y le encerró en una cárcel fuertemente atado.
Pero éste trajo a la memoria innumerables milagros de Santiago, que había oído a muchos, y le llamó en su auxilio diciendo: Santiago, líbrame de esta cárcel y prometo darme a ti con mis bienes. Santiago, habiendo escuchado sus gemidos y súplicas, se le apareció una noche en la cárcel, estando todavía despiertos los guradianes, y le mandó que se levantase y le condujo hasta lo alto de un torre. Esta se inclinó tanto que se le vió poner su cima en tierra. Y apartándose de ella sin salto ni daño, el mercader marchó libre de ataduras. Los guardianes llegaron cerca de él persiguiéndole, y no hallándole volvieron atrás ofuscados. Pero las cadenas con que había estado sujeto las llevó consigo a la basílica del santo Apóstola Galicia, y hasta hoy, en testimonio de tan grande hecho, están colgadas delante del altar del gloriosísimo Santiago. Sea por ello para el Supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XV

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del caballero a quien el santo Apóstol salvó en la guerra, muertos ya o prisioneros sus compañeros.

 Corriendo el año mil ciento diez de la encarnación del Señor, los caballeros de dos ciudades de Italia, enemigas entre sí, trabaron combate. Y vencida una parte por la otra, volvió las espaldas y emprendió la huída en desorden. Mas cierto caballero entre ellos, que solía venir al sepulcro de Santiago, viendo al huir que parte de sus compañeros fugitivos eran apresados y parte muertos, y desconfiando de salvar la vida, empezó a llamr a Santiago en auxilio para que le valiese, ya casi sin voz, pero con hondos gemidos. Y al fin, dijo con viva voz: Santiago, si te dignas librarme del peligro que me amenaza, sin tardanza iré presuroso a tu santuario, y con mi caballo, pues nada tengo que más estime, me presentaré a ti.
Hechoa, pues, la súplica, el gloriosísimo Santiago, que no se niega a quienes piden con recto corazón, antes al contrario, aucde en auxilio al punto, apareció entre él y los enemigos, que siguiéndole con mayort insistencia ansiaban alcanzarle, una vez que todos los demás habían sido suprimidos por la espada o la captura, y le libró, a lo largo de seis leguas que le persiguieron, con la protección de su escudo. Y para que no se atribuya este milagro más a las fuerzas del caballo que a la gloria de Santiago, como suele hacerse por los que odian el bien y atacan a la Iglesia, para alejar toda objeción de éstos, resultó que aquel caballo no valía veinte sueldos. El caballero, para no quedar deudor de su promesa, acudió con su caballo a la presencia del santo Apóstol, y a fin de cumplir enteramente lo que había prometido, pese a la oposición de los guardianes, se presentó ante las puertas del altar. Y con gozo por este milagro, clérigos y seglares, acudiendo a la iglesia según costumbre, dieron gracias a Dios con himnos y salmos. Esto fué realizado por el Señor, y es admirable a nuestro ver. Al mismo Señor honor y gloria por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XVI

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del caballero a quien en agonía de muerte, oprimido por los demonios, liberó el Apóstol por medio del báculo de un mendigo y el saquito de una mujercilla.

tres caballeros de la diócess de Lyón y burgo de Donzy, se comprometieron a visitar a Santiago apóstol en tierras de Galicia para hacer oración y parteron. En el camino de la misma peregrinación encontraron a una mujer que llevaba en un saquito lo necesario para sí. Al ver a los caballeros les rogó que se compadeciesen de ella y le llevasen el hatillo en sus cabalgaduras, por amor del santo Apóstol, aliviándole el trabajo de tan largo camino. Y uno de ellos, accediendo a la petición de la peregrina, recogióle el morral y se lo lelvaba. Luego, al llegar la noche, la mujer, que seguía a los caballeros, tomaba del hatillo lo que necesitaba y, al cantar los primeros gallos, cuando el saquito al caballero, y así, expedita, caminaba más contenta. De este modo el caballero, prestando un servicio a la mujer por amor del Apóstol, se apresuraba hacia el deseado lugar de oración.
Pero cuando estaban a doce jornadas de la ciudad de Santiago halló en el camino a un pobre enfermo, que dió en pedirle que le cediera el caballo para montar y poder llegar hasta Santiago. De otro modo moriría en el camino, ya que no podía andar. Consintió el caballero, apeóse del caballo, acomodó en él al mendigo y sintió el caballero, apeóse del caballo, acomodó en él al mendigo y tomó en la mano el bordón de éste, llevando también al hombro el hatillo de la mujer. Mas cuando así marchaba, agobiado por el excesivo ardor del sol y el cansancio del largo camino, empezó a sentirse enfermo. Al sentirse así, considerando que en muchas cosas y muchas veces había faltado mucho, soportó ecuánime la molestia por amor del Apóstol yendo a pie hasta su sepulcro. Allí, después de suplicarle y de tomar hospedaje, se acostó con aquella indisposición que había cogido en el camino, y por algunos días continuó agravándose su enfermedad. Y viendo esto los otros caballeros, compañeros suyos, se acercarona él y le recomendaron que confesase sus pecados y procurase pedir lo que importa al cristiano y se apresurase a prepara su fin.
Al oír esto volvió la cara y no pudo responder. Y así estuvo tres días sind ecir palabra, por lo que sus compañeros se afligieron con pena muy honda, primero, porque desesperaban de su salvación, y más aún porque no podían procurar remedio a su alma. Mas cierto día, cuando pensaban que iba a exhalar ya su espíritu, estando ellos sentados alrededor aguardando su muerte, suspiró profundamente y rompió a hablar diciendo: Doy gracias a Dios y a Santiago mi señor, porque ha quedado libre. Y al preguntar los presentes qué quería decir, agregó: Desde Que senti que se me agravaba la enfermedad, empecé a pensar para mí calladamenete en confesar mis pecados, recibir la santa unción y fortificarme recibiendo el cuerpo del Señor. Pero mientras acordaba esto en silencio, vino de repente sobre mí una multitud de negros espíritus que me dominó hasta el punto de no poder indicar desde aquel momento, ni con palabras ni por señas, lo que tocaba a mi salvación. Yo bien entendía lo que decíais, mas de nigún modo podía responder. Pues los demonios que habían acudido, me apretaban unos la lengua, otros me cerraban los ojos y también algunos me volvían la cabeza y el cuerpo de acá para allá a su capricho, aunque yo no quisiera.
Pero, ahora, poco antes de que yo empezase a hablar, entró aquí Santiago trayendo en la mano izquierda el hatillo que yo cogí en el camino, de la mujer, y en la derecha, el bordón del mendigo que yo traje mientras éste cabalgaba en mi caballo el mismo día en que me agarró la enfermedad. Tenía el bordón por lanza y el hatillo por escudo de armas. Y viniendo en seguida hacía mí, como indignado y furioso, intentó alzar el bordón y pegar a los demonios que me tenían sujeto. Mas ellos huyeron aterrados y, persiguiéndolos hizo que salieran de aquí por aquel rincón. Y he aquí que por el favor de Dios y de Santiago, libre de ellos, que me oprimían y vejaban, puedo hablar. Pero mandad aprisa por un sacerdote que me dé el viático de la sagrada comunión, porque no se me permite permanecer por más tiempo en esta vida.
Y como hubiesen enviado, mientras aguardaba a que viniera, aconsejó públicamente a uno de sus compañeros diciéndole: Amigo, no sirvas más a tu señor Grinio Calvo, a quien hasta aquí has seguido, pues verdaderamente está condenado y pronto morirá de mala muerte. Y que esto era sí l probó la realidad de los hechos. Porque después que aquel peregrino descansó en una buena muerte y fué llevado a la sepultura, habiendo regresado los compañeros y contado lo ocurrido, el mencionado Girino, apelidado Calvo, que era un hombre rico, tuvo su relato por un sueño y no se enmendó de su maldad en cosa alguna. Y no muchos días después aconteció que al matar a un caballero atacándole con sus armas, pareció también él mismo traspasado por la lanza de aquél. Sea, pues el honor y la gloria para el Rey de reyes, Nuestro Señor Jesucristo, por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XVII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del peregrino que por amor del Apóstol se mató a instigación del diablo y Santiago, con auxilio de la santa madre de Dios, María, le volvió de la muerte a la vida.

Cerca de la ciudad de Lyon hay una aldea en la que moraba cierto joven llamado Giraldo que formado en el oficio de peletero vivía con el justo trabajo de sus manos y sustentaba a su madre, muerto ya su padre.
Amaba con pasión a Santiago a cuyo sepulcro solía acudir todos los años para hacer su ofrenda. No tenía mujer, sino que viviendo solo con su anciana madre llevaba vida casta. Pero después de algún tiempo de continencia, vencida al fin una vez por el placer de la carne, fornicó con una jovenzuela. A la mañana siguiente, pues ya tenía dispuesta su peregrinación, emprendió el viaje a Santiago de Galicia con dos vecinos suyos y llevando consigo un borrico. Y yendo de camino encontraron a un mendigo que también iba a Santiago, al que por compañía y más aún por amor al Apóstol llevaron con ellos dándole los alimentos necesarios.
Así marchando hicieron juntos y contentos varias jornadas. Mas el diablo envidiando la pacífica y buena compañía, se acercó ocultamente en figura humana bastante honesta al joven que había fornicado en su tierra y le dijo: «Sabes quién soy?» «No», contestó éste. Y añadió el demonio: «Soy el apóstol Santiago a quien desde hace largotiempo sueles visitar y honrar todos lo años con tus ofrendas. Has de saber que estaba muy contento contigo, porque esperaba ciertamente muy bien de ti. Mas hace poco, antes de salir de tu casa fornicaste con mujer y desde entonces no te has arrepentido de ello ni has querido confesarlo. Y así te pusiste en camino con tu pecado como si tu peregrinación fuese grata a Dios y a mí. No es eso lo que debe ser. Pues todo el que por mi amor quere peregrinar debe manifestar antes sus pecados en una humilde confesión y hacer luego penitencia de ellos pereginando. Y de quien obre de otro modo la peregrinación será mal vista.»
Dicho esto se devaneció de la vista del joven el cual empezó a contristarse con lo oído y a formar intención de volver a casa, confesarse con su cura y regresar luego por el mismo camino. Pero mientra pensaba para sí esto, en la misma forma con que había aparecido antes vino el demonio y le dijo: «Qué es lo que piensas en tus adentros, volver a tu casa y hacer penitencia para tornar después a mí má dignament? Crees que un pecado tan grande puede borrarse con tus ayunos o tus lágrimas? Estás muy errado, cree en mis consejos y te salvarás. Pues de otro modo no podrás salvarte.
Aunque hayas pecado, yo sin embargo te amo y por esto he venido a ti, para darte un consejo tal que puedas salvarte con él si quieres creerme.» A esto contestó el peregrino: «Así pensaba, como dices; pero puesto que afirmas que no me aprovechará para la salvación, dime lo que te place para que pueda salvarme y de buena gana lo cumpliré.» Y añadió aquél: «Si deseas limpiarte totalmente de tu culpa, córtate en seguida las partes viriles con las que pecaste.» Aterrado por este consejo dijo el joven: «Si hago lo que me aconsejas no podré vivir. Y se un suicida, lo cual he oído muchas veces que es condenable ante Dios.»
Entonces repuso el demonio riendo: «Oh tonto, qué poco sabes de lo que puede aprovechar a tu salvación. Si de tal forma murieses, sin duda pasarás a mí, porque castigando tu culpa serás mártir. Oh si fuese tan sabio que no dudases en matarte a ti mismo, yo vendría al momento con una multitud de compañeros míos y recibiría contento a tu alma para que permaneciera conmigo. Yo, agregó, soy el apóstol Santigo que me cuido de ti; haz como he dicho siquieres venir a reunirte conmigo y hallar remedio para tu culpa.» Dicho lo cual el sencillo peregrino se animó a llevar a cabo la fechoría y por la noche cuando dormían sus compañeros sacó un cuchillo y se amputó las partes viriles. Y vuelta luego la mano alzó el hierro y echándol contra su punta se traspasó el vientre.
Como la sangre brotaba abundante y él hizo ruido al agitarse, despertaron sus compañeros y le llamaron y preguntaron qué tenía. Y como no les diera respuesta, ya que agonizando daba los últimos suspiros, se levantan a prisa consternado, encienden luces y encuentran al compañero medio muerto y sin poder y responderles.
Asombrados por ello y a la vez grandemente atemorizados de que pudiera imputárseles la muerte de aquél, si por la mañana se hallaban en el mismo lugar, emprenden la huída y le dejan revolcado en su sangre, y al asno y al pobre a quien daban de comer. Por la mañana cuando se levantó la familia de la casa y halló al muerto, no sabiendo de cierto a quién atribuir su muerte, llaman a los vecinos y lo llevan a la iglesia para enterrarle. Lo depositan a la puerta mientra preparan la fosa, porque seguía echando sangre. Mas sin tardar mucho el muerto volvió en sí y se sentó en el lecho fúnebre. Y al ver esto los presentes huyen aterrados y gritando.
A los gritos acuden las gentes alarmadas, preguntas qu é pasa y oyen que un muerto ha vuelto a la vida. Y habiéndose acercado a él y comenzado a hablarle, contó ante todos con palab ra expedita lo que le había ocurrido diciendo: «Yo a quien veis resucitado de la muerte amé desde la infancia a Santiago y tenía costumbre de servirle en cuanto pude. Pero ahora que había tederminado ir a su sepulcro había llegado hasta este lugar, vino el diablo y me engañó diciendo que era Santiago--y todo en el orden en que se ha dicho lo expuso públicamente, y añadió: Después que me quité la vida y mi alma fué expulsada del cuerpo, vino a mí el mismo maligno espíritu que me mabía engañado trayendo consigo un gran tropel de demonios. Y al instante me arrebataron sin compasión y llorando y dando lastimeras voces me llevaron a los tormentos.
En su marcha, se dirigieron hacia Roma. Pero cuando llegamos a un bosque situado entre la ciudad y el pueblo que se llama Labicano (3), Santiago que venía siguiéndonos llegó volando a y apresando a los demonios dijo: De dónde venís y adónde vais? Y contestaron ellos: Eh, Santiago, a la verdad aquí nada te toca. Pues nos ha creído tanto que se mató a sí mismo. Nosotros le persuadimos, nosotros le engañamos, a nosotros no pertenece. Mas él replicó: Nada respondéis de lo que os pregunto, sino que os jactáis y alegráis de haber engañado a un cristiano. Pero tendréis mala recompensa, porque es un peregrino mío ese de cuya posesión os jactáis. A lo menos no le llevaréis impunemente. Y me parecía Santiago joven y de aspecto gracioso, delgado y de colo quebrado, vulgarmente dicho moreno.
Así, pues, obligados por él llegamos a Roma, donde junto a la iglesia de San Pedro Apóstol había un lugar verde y espacioso en la llanura del aire, al que muchedumbre innumerable de santos había venido a una asamblea. La presidía la venerable Señor Madre de dios y siempre virgen María y estaban sentados a derecha e ezquierda de ella muchos e ilustre próceres. Yo me puse a contemplrarla con el corazón muy conmovido, pues jamás en mi vida vi tan hermosa criatura.
No era alta, sino de mediana estatura, de bellísima cara, de aspecto deleitable. Ante ella se presentó en seguida el santo Apóstol, mi piadosísimo abogado, y delante de todos clamó de qué manera me había vencido la falacia de Satán. Y ella volviéndose al punto a los demonios dijo: «Ah desagraciado, qué buscabais en un peregrino de mi Señor e Hijo y de Santiago su leal? Y podría bastaros con vuestra pena sin necesidad de aumentarla por vuestra maldad.
Después de hablar la Virgen santísima volvió sus ojos hacia mí con clemencia. Entonces dominados los demonions por un gran temor al decir todos los que presidían la asamblea que habían obrado injustamente contra el Apóstol engañándome, mandó la Señor que se me volviese al cuerpo. Tomándome, pues, Santiago me restituyó inmediatamente a este lugar. De esta manera he muerto y he resucitado.» Oyendo esto los moradores del lugar se regocijaron profundamente y en seguida le llevaron a sus casa y le tuvieron consigo dres días dándole a conocer y señalándole como en quien Dios había obrado cosa tan insólita y admirable por mediación de Santiago. Porque sus herida sanaron sin tardanza quedando sólo cicatrices en su lugar. Y en el de las partes genitales le creció la carne como una verruga, por la que orinaba.
Terminados los días que le retuvieron por alegría los habitnates de aquel lugar, preparón su borrico y con su compañero el pobre que había recogido en el camino reanudó su viaje. Mas cuando y llegaba cerca del sepulcro de Santiago, hete aquí que los compañeros que le había dejado y que ya regresaban se encontraron con él.
Y cuando éstos desde lejos todavía vieron a los dos que arreaban el asno, se dijero entre sí: «Aquellos hombre se parecen a los compañeros que dejamos, uno muerto y otro vivo. Y el animal que arrean tampoco se diferencia, por lo que se ve, del que quedó con ellos. Pero luego que se acercaron y se reconocieron mutuamente, al saber lo que había pasado se alegraron sobremanera. Y habiendo vuelto a su tierra contaron todo lo ocurrido.
Mas el resucitado, después de regresar de Santiago, confirmó de hecho lo que sus compañeros ya habían contado. POrque lo divulgó por todas partes como queda expuesto, enseño las cicatrices y hasta dejó ver a muchos que así lo deseaban lo del sitio más secreto. El reverendísimo Hugo, santo abad de Cluny, vió con otros mucho a este hombre y todos los signos de su muerte, y afirmó haberlo visto con frecuencia por admiración, según se ha contado. Y nosotros por amor del Apóstol para que no se borrase el recuerdo lo confiamos a la escritura, ordenando a todos que en todas las iglesias celebren con dignos oficios la festividad de tan gran milagro y de los demás de Santiago el día tres de octubre. Sea, pues, para el Rey de reyes, que se dignó realizar tales y tan grandes cosas por su amado Santiago, el honor y la goria por los siglos de los siglos. Así sea.



Libro II Capítulo XVIII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del conde de San Gil, a quien abrió el Apóstol las puertas de hierro de su oratorio.

Hace poco un conde de San Gil, llamado Poncio, vino con un hermano suyo a Santiago en peregrinación. Y habiendo entrado en la iglesia y no pudiendo entrar en el oratorio donde yace el cuerpo del Apóstol, rogaron al sacristán que se lo abriese para poder hacer las oraciones de la noche ante el sepulcro. Mas viendo que sus ruegos no habían tenido éxito, pues era costumbre que las puertas de dicho oratorio estuviesen cerrdas desde la puesta del sol hasta el amanecer, se retiraron tristes a su hospedería. Llegados a ella, mandan venir a todos los peregrinos presentes que vinieran en su compañía, a los cuales una vez presentes dijo el conde que deseaba entrar en el sepulcro de Santiago si le acompañaban ellos con la misma intención y si él mismo por ventura se dignaba abrirles.
Aceptaron unánimes y de buen grado, prepararon antorchas para la vela y al llegar la noche entraron en la iglesia con ellas encendidas en número de casi doscientos. Llegados ante el oratorio del santo Apóstol le suplicaron así en alta voz: - Gloriosísimo Santiago, apóstol de Dios, si te place que hayamos venido a ti en romería, ábrenos tu oratorio para que podamos hacer ante ti nuestra vigilia. ¡Y cosa maravillosa! No habían acabado sus palabras y he aquí que las puertas del oratorio sonaron con tal estrépito que todos los presentes pensaron que se habían hecho trizas.
Pero examinadas se vió que los cerrojos, cerraduras y cadenas con que estaban cerradas se habían roto y arrancado. Y así las puertas, abiertas por una fuerza invisible y no por mano de hombre, ofrecieron acceso a los peregrinos. Ellos entraron contentísimos y regocijábanse tanto más con este milagro cunato más evidentemente demostraron que el santo Apóstol, soldado del más invicto Emperador, vivía con toda certeza cuando tan pronto le vieron acudir a su petición. Y aquí puede considerarse cuán fácil es a un súplica piadosa, quien tan benigno accedió a ésta de sus siervos. Así, pues, ayúdenos tu clemencia, benignísimo Apóstol de Dios, Santiago, para que así nos libremos de los engaños de Satanás en el curso de la vida presente y nos entreguemos al buen deseo de la patria celestial, al fin de que con tu auxilio podamos alcanzarla por Cristo nuestro Señor que vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XIX

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

De Esteban, obispo griego, a quien se apareció el santo Apóstol y le reveló cosas futuras desconocidas.

Saben todos los que moran en Compostela, ya clérigos, ya seglares, que un varón llamado Esteban, dotado de virtudes divinas, habiendo hecho dimisión de su obispado y dignidad por amor de Santiago, vino desde tierras de Grecia al sepulcro de este apóstol. Pues renunció a los atractivos de este mundo para poder así entregarse a los preceptos divinos. Rehusando, pues, a regresar a su patria, se acercó a los guardianes del templo donde se guarda el valiosísimo tesoro, honor de España, o sea el cuerpo de Santiago, y postrándose a sus pies les pidió que, por el preciosísimo amor del Apóstol, al que había pospuesto los placeres de este mundo y terrenales delicias, le concedieran dentro de la iglesia un lugar escondido donde poder asiduamente dedicarse a la oración. Y no haciéndole desprecio, aunque llevaba un hábito humilde y no parecía obispo, sino un pobre peregrino, antes al contrario consintiendo en su justa petición, le prepararon a manera de celdita una choza construída de junco dentro de la basílica del santo Apóstol, desde donde pudiese ver de frente el altar: y allí con ayunos, vigilias y oraciones día y noche llevaba una vida célibe y santísima.
Mas cierto dia cando estaba entregado a la oración como de costumbre, una caterva de aldeanos que acudía a una fiesta particular del preciosísimo Santiago y se puso ante el altar junto a la celdita del santo varón, empezó a rogar al Apóstol de Dios con estas palabras: - Santiago, buen caballero, líbranos de los males presente y futuros. Y el santo hombre de Dios llevando a mal que los aldeanos llamasen al Apóstol caballero les increpó diciendo: -Aldeanos tontos, gente necia, a Santiago debéis llamarle pescador y no caballero. Y recordó aquello de que a la voz del Señor le siguió dejando el oficio de pescador y aquello de que fué hecho luego pescador de hombres. Pero en la noche del mismo día en que el santo varón había recordado esto de Santiago, se le apareció él mismo vestido de blanquísimas ropas y no sin ceñir armas que sobrepujaban en brillo a los rayos del sol, como un perfecto caballero, y además con dos llaves en la mano. Y habiéndole llamado tres veces le habló así: - Esteban, siervo de Dios, que mandaste que no me llamaran caballero, sino pescador; por eso te me aparezco en esta forma para que no dudes más de que milito al servicio de Dios y soy su campeón y en la lucha contra los sarracenos precedo a lso cristianos y salgo vencedor por ellos.
He conseguido del Señor ser protector y auxiliador de todos los que me aman y me invocan de todo corazón en todos los peligros. Y para que creas esto más firmemente con estas llaves que tengo en la mano abriré mañana a las nueve las puertas de la ciudad de Coimbra que lleva siete años asediada por Fernando, rey de los cristianos, e introduciendo a éstos en ella se la devolveré a su poder. Dicho esto se desvaneció a sus ojos.
Al día siguiente después de maitines llamó este a la parte más sana tanto de los clérigos como de los seglares y les contó exactamente lo que había visto con sus ojos y oído con sus oídos. Y que era cierto se demostró después con muchas pruebas; pues anotaron el día y hora, de cuya verdad dieron testimonio los mensajeros enviados por el rey después de tomada la ciudad, que aseguraron que en tal fecha y hora se había tomado. Conocida, pues, la verdad, el mencionado siervo de Dios Esteban afirmó que Santiago daba la victoria a todos los que en la milicia le invocaban y recomendó que le invocasen todos los que luchan por la verdad. Por su parte a fin de conseguir hacerse merecedor de su patrocinio, pasó allí todo el tiempo de su vida al servicio de Dios; y finalemnte en la basílica del santo Apóstol recibió honrosa sepultura. Sea, pues para el supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XX

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

De Guillermo, caballero cautivo a quien un conde pegó con la espada en el cuello desnudo y no pudo herirle.

Después de transcurrido mucho tiempo y cuando ya en el nuestro el glorioso Santiago por sus muchos milagros resplandecía por todo el orbe en todas direcciones, aconteció que entre los condes de Fuente Calcaria y un caballero vasallo suyo llamado Guillermo se suscitó una fuerte contienda. Habiendo salido éste a caballo deicididamente a pelear contra el conde, ambos con sus soldados se encontraron y trabaron combate. Pero fallando la tropa del caballero, volvió la espada y hecho prisionero él mismo fué llevado a la presencia del conde. Y como mandase el conde que le degollaran, clamó en alta voz el caballero: -Santiago, ayúdame y líbrame de la espada del verdugo. Y tres veces soposrtó el golpe en el cuello inclinado, alzando hacia el cielo las manos sin que en él apareciese herida alguna.
Vinedo, pues, el verdugo que no podía herirle con el filo de la espada, dirigióle la punta contra el vientre para atravesarle. Pero Santiago la embotó de tal manera que ni aún sintió el choque de ella. Admirado el conde de estas cosas con todos los que le acompañaban, mandó que le necrrasen atado en un castillo. Mas al amanecer del día siguiente, invocó a Santiago entre sus gemidos y he aquí que el propio Apóstol poniéndose ante él le dijo: -Heme aquí a quien llamaste. La casa entonces se llenó de aroma y luz clarísima, tanto que todos los soldados y demás que allí estaban se creyeron instalados en la amenidad del paraíso. Y en medio de tan resplandor, precediéndole Santiago y llevándole de la mano, en presencia de todos y habiendo quedado los guardias como ciegos, llegó el caballero hasta la puerta trasera del castillo y, abierta ésta, continuaron juntos hasta una milla fuera de las murallas. Así ocurrió que este caballero, encendido al punto en amor a Santiago, vino a visitar su cuerpo e iglesia el día de su Traslación y contó exactamente todo como lo hemos dicho. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Sea, pues para el supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XXI

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del lisiado, a quien se apareció el santo Apóstol en su basílica y en seguida le volvió al estado sano

 En nuestros tiempos cierto distinguido varón de Borgoña llamado Guiberto que desde los catorce años estaba impedido de los miembros de tal modo que no podía dar un paso, marchó a Santiago en dos caballos suyos con su mujer y sus criados. Habiéndose hospedado en el hospital del mismo Apóstol, cerca de la iglesia, por no querer en otra parte, fué aconsejado en un sueño que estuviera siempre en oración en ella hasta que Santiago le estirase los miembros encogidos. Pasó, pues, en vela en la basílica del Apóstol dos noches y estando en oración la tercera, vino Santiago y tomándole la mano le puso en pie. Y al preguntarle quién era le respondió: -Soy Santiago, apóstol de Dios. Luego el hombre restablecido en su salud veló por trece días en la iglesia y contó esto a todos por su propia boca. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Sea, pues, para el supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro II Capítulo XXII

MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO

Del hombre que fué vendido trece veces y otras tantas liberado por el Apóstol.

En le año mil ciento de la encarnación del Señor se cuenta que cierto ciudadano barcelonés vino en peregrinación a la basílica de Santiago en tierra de Galicia. Y habiendo pedido solamente al Apóstol que le librase del cautiverio de sus enemigos, si por azar cayese en él, una vez vuelto a su casa marchó a Sicilia por causa de negocios y fué apresado en el mar por sarracenos. ¿Qué más ? Por ferias y mercados fué vendido y comprado trece veces. Pero los que le compraban no podían tenerle sujeto, porque Santiago le rompía las cadenas y ligaduras. La primera vez fué vendido en Corociana, la segunda en la ciudad de Iazera en Eslavonia, la tercera en Blasia, la cuarta en Turcoplia, la quinta en Persia, la sexta en la India, la séptima en Etiopía, la octava en Alejandría, la novena en Africa, la décima en Berbería, la undecima en Bizerta, la duodécima en Bugía, la decima tercera en la ciudad de Almería, donde habiendo sido atado duertemente por un sarraceno con dos cadenas alrededor de las pirnas, al implorar el auxilio de Santiago a voces se le apareció él mismo diciendo: -Porque cuando en mi basílica solamente me pdiste la liberación de tu cuerpo y no la salvación de tu alma, has caído en estos peligros. Pero como el Señor se ha apiadado de tí, me ha enviado para sacarte de estas prisiones.
Quebrantadas al instante por medio las cadenas, el santo Apóstol desapareció de sus ojos. Y luego aquel hombre, liberado del cautiverio, emprendió el regreso a tierra de cristianos por las ciudades y castillos de los sarracenos abiertamente y a la vista de ellos, llevando en sus manos un trozo de cadena en testimonio de tan excelso milagro. Y cuando algún infiel la salía al encuentro e intentaba aprisionarle, le msotraba el trozo de cadena y el enemigo huía al momento. También quisieron deovrarle al atravesar campos desiertos manadas de leones, osos, leopardos y dragones, mas vista la cadena que había tocado el Apóstol se alejaban de él. A este hombre cunado venía de nuevo al santuario de Santiago portando en sus manos la cadena y con los pies desnudos y desollados le encontré yo mismo por cierto entre Estella y Logroño y me contó todas estas cosas. En este ejemplo deben, pues, comprenderse los que piden al Señor y a sus santos o mujer o felicidad terrena u honores o riqueza o la muerte de enemigos u otras cosas parecidas a éstas, que sólo tocan al provecho del cuerpo, y no la salvación del alma. Si puede pedirse lo necesario para el cuerpo, debe pedirse más la vida del alma o sean las virtudes como la fe, esperanza, caridad, castidad, paciencia, templanza, hospitalidad, largueza, humildad, obediencia, paz, perseverancia y otras semejantes, para que con ellas sea el alma coronada en las moradas siderales. Lo cual se digne concedernos Aquel cuyo reino e imperio perdura sin fin por los siglos de los siglos. Así sea.
FIN DEL CODICE SEGUNDO
SEA PARA EL ESCRITOR LA GLORIA Y PARA EL LECTOR.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...