LIBRO II
Es
de suma importancia encomendar a la escritura y dar a perpetua
memoria para honor de nuestro Señor Jesucristo los milagros
de Santiago. Porque al ser narrados por expertos los ejempolos de
los santos, son movidos piadosamente al amor y dulzura de la
patria celestial los corazones de los oyentes. Advirtiendo yo
esto, al recorrer tierras extranjeras, concí algunos de
estos milagros en Galicia, otros en Francia, otros en Alemania,
otros en Italia, otros en Hungría, otros en la Dacia,
algunos también más allá de los tres mares,
diversamente escritos, como es natural, en los diversos lugares;
otros los aprendí en tierras bárbaras, donde el
santo apóstol tuvo a bien obrarlos, al contármelo
quienes los vieron u oyeron; algunos los he visto con mis propios
ojos, y todos ellos diligentemente, para gloria del Señor y
del Apóstol, los encomendé a la escritura. Y cuanto
más bellos son, tanto más los estimo. Mas nadie
piense que he escrito todos los milagros y ejemplos que he
oído de el, sino los que he considerado verdaderos por
veracísimas afirmaciones de hombres veracísimos.
Porque si escribiese todos los milagros que de él oí
en muchos lugares de boca de muchos, más les
faltaría a mis manos y a mi afán pergamino que
ejemplos suyos. Por lo cual ordenamos que este códice sea
leído atentamente en las iglesias y refectorios los
días festivos del santo apóstol y otros, si
place..
Libro II Capítulo I
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
El
bienaventurado Santiago Apóstol, que en el fervor de la
obediencia soportó el primero entre los apóstoles el
dolor del martirio, sudó por extirpar de raíz con
innumerables pruebas milagrosas la aspereza de las gentes, que
regó con la doctrina de su santa predicación. Y el
que en el destierro de esta vida presente fué con la ayuda
divina autor de tanto milagro, ahora, después de haber
enjagado el sudor de su trabajo con el paño de la
remuneración en la eterna felicidadm sobre aquellos que
haciéndole urgentes peticiones no dejan de rogarle derrama
abundantemente las manifestaciones de su virtud. Por esto vamos a
exponer, para enseñanza de los venideros, cierto milagro
del cual nos hemos enterado con toda verdad. Cuando en tiempos del
rey Alfonso en tierras de España crecía en acritud
el furor de los sarracenos, cierto conde llamado Ermengol, viendo
la religión cristiana oprimida por el empuje de los
moabitas, se lanzó rodeado de la fuerza de su
ejército a debelar la crueldad de aquéllos, casi con
pruebas de una lucha victoriosa; pero exigiéndolo
así nuestros merecimientos, fué vencida su tropa y
dió en lo contrario del triunfo. Con lo cual la fiereza
enemiga, acrecida con la exaltación del orgullo a la cima
de la soberbia, llevó como trofeo a la ciudad de Zaragoza
bajo el jugo del cautiverio a veinte varones regenerados con el
agua de la fe, uno de los cuales tenía la dignidad
sacerdotal. Allí, sujetos con diversas ligaduras en las
insoportables tinieblas de una cárcel, a manera de la
perpetua oscuridad del infierno, por divina inspiración de
Santiago y advertencia del presbítero empezaron a implorar
así: Santiago, apóstol precioso de Dios, que con la
obra de tu piedad ayudas piadosamente en sus angustias a los
oprimidos, alargando tu mano a los gemidos de tan inaudito
cautiverio, apresúrate a soltar propicio lo que
inhumanamente nos sujeta.
Santiago,
escuchando sus llamadas casi irremediables, apareció
radiante en la oscuridad de la cárcel, hablandoles
así: HEme aquí a quien llamasteis. Y obligados por
la claridad de tan inaudita grandeza, alzaron sus rostros, que por
la fuerza del dolor tenían fijos en las rodillas, y cayeron
postrados a sus pies. Mas Santiago, condolido en sus
entrañas, les rompió las ligaduras derramando el
bálsamo de su virtud. Trabando además la diestra de
su poder con las manos de los cautivos y sacándolos
milagrosamente de prisión tan peligrosa, llegaron con tal
guía a las puertas de la ciudad. A su vez las puertas,
hecha la señal de la cruz, ofrecieron salida en honor del
Apóstol tan espontáneas, que así que hubieron
ellos salido restablecieron el rigor de su anterior unión.
El apóstol Santiago, pasado largo tiempo después de
cantar el gallo y casi al asomar los rayos de la aurora,
llegó con ellos, yendo él delante, a cierto castillo
que estaba bajo guardia de cristianos, donde mandándoles
también que le invocasen, subió visiblemente a los
cielos. Y al invocarlo por su mandato con grandes voces, se
abrieron las puertas y fueron recibidos dentro. Al día
siguiente, saliendo de allí, tratan de volver a sus casas.
Mas poco tiempo después uno de ellos que vino a la iglesia
de Santiago en la festividad de la Traslación del
Apóstol, que celebramos anualmente el dia treinta de
diciembre, contó a todos que en todo estoocurrió
así como queda escrito. Esto fué realizado por el
Señor y es admirable a nuestro ver. Sea, pues, para el
Supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
Así sea.
Libro II Capítulo II
EJEMPLO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL SAN BEDA, PRESBITERO Y
DOCTOR
Del hombre a quien le fué borrada la nota de un pecado
por disposición divina sobre el altar de Santiago.
En
tiempos del beinaventurado Teodomiro, obispo de Compostela, hubo
un italiano que apenas se atrevió a confesar a su sacerdote
y párroco cierta gran fechoría que una vez
había cometido. Oída ésta, el párroco,
aterrado de tan grave culpa, no se atreve a imponerle penitencia;
pero movido a compasión envía al pecador por tal
motivo al sepulcro de Santiago con una esquela donde estaba
escrito su pecado, ordenándole que implorase de todo
corazón los auxilios del santo Apóstol y se
sometiese al juicio del obispo de la apóstolica
basílica. Sin tardanza, pues, acudió a Santiago en
Galicia, y sobre su venerable antealtar, arrepintiéndose de
haber cometido falta tan grande y pidiendo perdón a Dios y
al Apóstol con sollozos y lágrimas, el día de
Santiago, o sea el veinticinco de julio, a primera hora, puso el
manuscrito de su acusación.
Cuando
el bienaventurado Teodomiro, obispo de la sede compostelana,
revestido de las ínfulas episcopales, se acercó al
altar el mismo día a media mañana para cantar la
misa, halló la esquela de aquél bajo el paño
del altar y preguntó por qué o por quién
habá sido puesta allí. Y habiéndose
presentado en seguida el penitente y habiéndose contado no
sin lágrimas su fechoría y el mandato de su
párroco, por lo que había venido a postrarse ante
él de rodillas, oyéndole todos, el santo obispo
abrió la esquela y, como si jamás hubiese sido
escrita, nada halló en ella. Cosa admirable y de gran
alegría, alabanza y gloria para Dios y el Apóstol,
que les deben ser perpetuamente cantadas. Esto fué
realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. El
santo bispo, creyendo, pues, que aquél había
alcanzado el perdón de Dios por los méritos del
Apóstol y no queriendo imponerle penitencia alguna por la
culpa perdonada, sino solamente mandándole ayunar desde
entonces los viernes, le envió a su país absuelto de
todos sus pecados. Con esto se da a entender que a todo el que
verdaderamente se arrepienta y desde lejanas tierras busque de
todo corazón el perdón del Señor y los
auxilios de Santiago que deben pedirse en Galicia, sin duda la
nota de sus culpas le será borrada para siempre. Lo cual
dígnese cumplir nuestro Señor Jesucristo que con el
Padre y el Espiritu Santo vive y reina Dios por los infinitos
siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capitulo III
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del niño que el Apóstol resucitó de entre
los muertos en los Montes de Oca.
En
el año mil ciento ocho de la encarnación del
Señor, en tierras de Francia cierto varón, como es
costumbre, tomó mujer legítimamente con esperanza de
descendenca. Mas habiendo vivido con ella largo tiempo,
resultó fallida su esperanza por causa de sus pecados.
Doliéndose hondamente de ello, porque carecía de
heredero natural, determinó acudir a Santiago y de viva voz
pedirle un hijo. ¿A qué más ? Sin tardanza
acudió a su sepulcro. Y poniéndose allí en su
presencia, llorando, vertiendo lágrimas y
suplicándole de todo corazón, consiguió
merecer aquello por que invocó al Apóstol de Dios.
Así pues, según costumbre, regresó a su
patria sano y salvo. Tras de descansar tres días y habiendo
hecho oración, se caercó a su mujer. Y encinta ella
de esta unión, al cumplirse los meses le dió un hijo
al cual impuso lleno de alegría el nombre del
Apóstol.
Luego
de naber crecido éste, hacia los quince años,
emprendió el camino del santo Apóstol con su padre y
su madre y con varios parientes, y habiendo llegado con salud
hasta los montes llamados de OCa, atacado alli de una grave
enfermedad exhaló su alma. Sus padres, enloquecidos por su
muerte, llenaban a manera de poseídos todo el monte y las
aldeas con su clamores y alaridos. Mas la madre prorrumpiendo en
mayor dolor, cual si ya hubiese perdido la razón,
dirigió a Santiago estas palabras: Bienaventurado Santiago,
a quien el Señor concedió tanto poder para darme un
hijo, devuélvemelo ahora. Devuélvemelo, digo,
porque, puedes; pues si no lo hicieres, me mataré al
momento o haré que me entierren viva con él.
Entonces, cuando estaban todos presentes haciendo las exequias del
niño y le llevaban ya a la sepultura, por
conmiseración de Dios y súplica del bienaventurado
Santiago se despertó como un sueño pesado.
Ante
tan gran milagro, todos los presentes alabaron a Dios
alegrándose sobremanera. Entonces el niño vuelto a
la vida comenzó a contar a todos de qué manera
Santiago acogió en el seno o sea en el eterno descanso a su
alma salida del cuerpo desde media mañana del viernes hasta
media tarde del sábado y la devovli´ó a su
cuerpo por orden del Señor, y levantándole del
entierro por el brazo derecho le mandó que tomase en
seguida el camino jacobeo con sus padres al sepulcro de Santiago.
¿ Y qué más ? Se ofreció al venerable
altar de aquél por cuyos ruegos fuera creado. Esto
fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro
ver.
Es
cosa nueva y jamás oída que un muerto resucitase a
otro muerto. San Martín, viviendo aún, y nuestro
señor Jesucristo resucitaron a tres muertos; pero Santiago,
muerto él, volvió a un muerto a la vida. Mas
podría objetar alguien: Si nuestro Señor y San
Martín leemos que a nadie resucitaron después de
moriri, sino sólo antes a tres muertos, resulta, pues, que
un muerto no puede resucitar a otro muerto. Pero el vivo que esto
dice concluye así: Si un muerto no puede resucitar a un
muerto, resulta que el bienaventurado Santiago, que
resucitó a un muerto, vive ciertamente con Dios. Y
así consta que antes y después de la muerte
cualquier santo por don de Dios puede resucitar a un muerto. Quien
cree en mí, dijo el Señor, hará las obras que
yo hago y las hará mayores que éstas. Y en otra
parte: todo es posible al creyente, dice el Señor, que con
el Padre y el Espíritu Sano vive y reina por los infinitos
siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo IV
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
De los treinta lorenses y del muerto a quien el Apóstol
llevó en una noche desde los puertos de Cize hasta su
monasterio.
En
el presente milagro del bienaventurado Santiago el de Zebedeo
apóstol de Galicia, se demuestra que es verdad lo que
atestigua la Escritura: Mejor es no hacer votos que después
de hacerlos volverse atrás. Pues se cuenta que treinta
caballeros en tierras de Lorena hicieron propósito por
piadosa devoción de visitar el sepulcro de Santiago en la
región de Galicia el año mil ochenta de la
encarnacion del Señor. Mas como la mente humana cambia a
veces cuando se promete mucho, se dieron entre sí palabra
de ayuda mutua y pactaron obligació común de
guardarse fidelidad. Sin embargo, uno de dicho número no
quiso ligarse con tal juramento. Por fin todos ellos habiendo
emprendido el viaje proyectado, llegaron sin daño hasta la
ciudad de Gascuña llamada Porta Clusa. Pero allí uno
de ellos cayó enfermo y de nigún modo podía
caminar. Sus compañeros en virtud de la fe prometida le
llevaron con gran trabajo en los caballos o con sus manos durante
quince días hasta los puertos de Cize, cuando este trecho
suele hacerse en cinco días por los expeditos.
Finalmente
cansados y aburridos, posponiendo la fe pactada, abandonaron al
enfermo. Mas solo aquel que no le había dado palabra le
dió prueba de lealtad y piedad no abandonándole, y a
la noche siguiente veló junto a él en la aldea de
San Miguel al pie del puerto mencionado. Por la mañana dijo
el enfermo a su compañero que tratase de subir al puerto,
si quería aprovechar para sí mismo sano el auxilio
de sus fuerzas. Pero él respondió que no le
abandonaría nunca hasta la muerte. Así, pues,
habiendo subido juntos a la cima, se cerró el día,
el alma bienaventurada del enfermo salió de este vano mundo
y fué puesta por méritos en el descanso del
paraíso, llevada por Santiago. Viendo esto el vivo, muy
asustado por la soledad del lugar, la oscuridad de la noche, la
presencia del muerto y el horror de la bárbara gente de los
vascos impíos que habita cerca de los puertos, tomó
gran miedo.
Como
ni en sí mismo ni en hombre alguno hallaba auxilio,
dirigiendo al Señor su pensamiento, pidió
protección a Santiago con suplicante corazón y el
Señor, fuente de piedad, que no abandona a los que en
él esperan, se dignó visitar por medio de su
Apóstol al desamparado. Efectivamente, Santiago como
soldado a caballo se le presentó en medio de su angustia. Y
le dijo: ¿Qué haces aquí, hermano ?
Señor, contestó él, ante todo deseo enterrar
este compañero, mas no tengo medio de enterrarle en este
desierto. Entonces el Apóstol le replicó:
Alárgame acá ese muerto y tú monta en el
caballo detrás de mí hasta que lleguemos al lugar de
la sepultura. Y así se hizo. El apostol tomó
diligente al difunto en sus brazos delante de sí e hizo
montar al vivo a caballo a la grupa. ¡ Maravilloso poder de
Dios, maravillosa clemencia de Cristo, maravilloso auxilio de
Santiago! Recorrida aquella noche la distancia de doce días
de camino, antes de salir el sol, a menos de un milla de su
catedral en el Monte del Gozo, bajó del cabllo el
Apóstol a los que había traído y mandó
al vivo que invitase a los canónigos de dicha
basílica a dar sepultura al peregrino de Santiago.
Después
añadió: Cuando hayas visto cumplidas dignamente las
exequias de tu difunto y tras haber pasado una noche en
oración completa, según costumbre, vayas de regreso,
en la ciudad llamada León te encontrarás con tus
compañeros. Y les dirás: Puesto que habéis
obrado deslealmente con vuestro compañero
abandonándole, el santo Apóstol os anuncia por
mí que vuestras oraciones y peregrinación le
desagradan profundamente hasta la debida penitencia. Al oír
esto entendió al fin que éste era el Apóstol
de Cristo y quiso caer a sus pies, mas el soldado de Dios no le
fué visible por más tiempo. Cumplido, pues, todo
aquello, al regreso encontró a sus compañeros en la
mencionada ciudad y les contó exactamente todo lo que le
había ocurrido desde su separación de ellos y
cuántas y cuán grandes amenazas había hecho
el Apóstol para la falta de cumplimiento de la fidelidad al
compañero. Oído todo ello, se admiraron más
de lo que puede decirse y acabaron el camino de su
peregrinación. Esto fué realizado por el
Señor y es admirable a nuestro ver. Porque estas son cosas
que hizo el Señor; alegrémonos y
regocijémonos por ellas. Ciertamente en este milagro se
demuestra que todo lo que se ofrece a Dios debe cumplirse con
alegría, para que haciendo votos dignos cconsigamos del
Señor su perdón. El cual se digne concedernos Jesus
nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo
vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos.
Así sea.
Libro II Capítulo V
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del peregrino colgado a quien el santo Apóstol
salvó de la muerte, aunque estuvo pendiente en el
patíbulo treinta y seis días.
En
el año de Nuestro Señor 1090, un grupo de alemanes,
peregrinos de Santiago, llegaron a la ciudad de Tolosa trayendo
consigo abundante riqueza. Se alojaron en casa de un hombre rico,
el cual era malo como lobo que, escondiéndose bajo piel de
oveja, se finge manso. Este hombre rico recibió debidamente
a los peregrinos pero, so guisa de hospitalero, les obligó
a beber más vino de lo que quisieran. ¡Oh ciega
avaricia! &emdash;Oh mente mezquina del hombre malo! Por fin,
cediendo los peregrinos al peso de su mucha cansancia y su mayor
beber, el amfitrión artero, impelido por el espíritu
de la avaricia, escondió una copa de plata en el
zurrón de uno de los peregrinos durmientes con la
intención de acusarles del robo y, una vez juzgados ellos,
quedarse él con su gran riqueza.
Al
canto del gallo en la mañana siguiente, el mal
amfitrión, con un bando armado, les persiguió
llamando, "¡Devuélvanme el dinero que me han robado!"
Los peregrinos, cuando esto oyeron, le respondieron: "Usted puede
condenar según su voluntad al que encuentre con alguna
posesión suya.."
Al
revisar las posesiones de los peregrinos, el hombre rico
señaló a dos del grupo--un hombre y su hijo--en cuyo
zurrón había encontrado su copa, y los llevó
a la justicia. Injustamente se les quitó todos sus bienes.
El juez, sin embargo, conmovido por la piedad, ordenó que
se soltara a uno de ellos y que el otro sufriera la pena de
muerte. El padre, anhelando que se librara a su hijo,
indicó para sí el castigo.
El
hijo, por otra parte, dijo, "No es justo que un padre se entregue
a la muerte en lugar de su hijo; es el hijo quien debe recibir el
dicho castigo." El hijo, pues, según su propio deseo, fue
ahorcado a cambio de la libertad de su amado padre; y el padre,
entre lágrimas y lamentaciones, siguió su camino
hacia Compostela. Al visitar el venerado altar apostólico,
y después de treinta y seis días, el padre
volvió de Compostela e hizo un desvío para ver el
cuerpo de su hijo que colgaba todavía en la horca.(1)
Exclamó entre sollozos y lastimosas lamentaciones,
"¡Ay de mí, hijo, ojalá que jamás te
engendrara! ¡Ay de mí, que yo haya vivido para verte
ahorcado!"
¡Cuán
maravillosas son tus obras, O Señor! El hijo ahorcado,
dándole consuelo al padre dijo, "No llores, buen padre, mi
dolor; antes rinde gracias, que más dulce me es ahora que
jamás lo ha sido en mi vida de antes. El
benedicísimo Santiago, sosteniéndome con sus propias
manos, me ha sustentado con toda dulzura." El padre, cuando
oyó esto, echó a correr hacia la ciudad, llamando a
la gente que fueran testigos de tan gran milagro de Dios. El
pueblo, al ver que el que hace tanto tiempo habían ahorcado
todavía vivía, reconoció que su acusamiento
se debía la insaciable avaricia del hombre rico y que el
hijo había sido salvado por la gracia de Dios.
Esto
fue llevado a cabo por Dios y es milagrosa a nuestra vista.
Entonces bajaron al hijo de la horca con gran honor. Pero al
instante ahorcaron al mal amfitrión, según él
lo merecía, después de haberle condenado en un
juicio común. Por lo tanto, los que se llaman cristianos
han de vigilar, que no vengan a obrar contra sus huéspedes
o sus prójimos ningúna falsedad como ésta.
Antes deben empeñarse en proporcionarle piedad y caridad al
peregrino, que así merezcan el galardón de la gloria
perdurable de El que vive y reina como Dios. Mundo sin fin.
Amen.
Libro II Capítulo VI
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del poitevino a quien el Apóstol dió como ayuda
un ángel en figura de asno.
Corriendo
el año mil cien de la encarnación del Señor,
en el principado del conde Guillermo de Poitou, bajo el rey de los
francos Luis, una peste mortífera invadió
lastimosamente al pueblo poivetino, tanto que alguna vez eran
llevados a la sepultura padres de familia con todos los suyos.
Entonces cierto caballero, aterrado por tal mortandad y deseando
evitar este azote, determinó ir a Santiago por tierras de
España. Y con su mujer y dos niños, montados en su
yegua, llegó hasta la ciudad de Pamplona. Pero allí
falleció su mujer y su injusto huésped se
quedó inicuamente con los recursos que el caballero y su
esposa habían traído consigo. Desolado él por
la muerte de ella y despojado en absoluto del dinero y de la yegua
con que llevaba a los niños, tomándolos de la mano,
continuó la marcha con mucho trabajo. Y yendo sumido en la
mayor angustia y preocupación, se encontró en el
camino con un hombre de honorable aspecto que llevaba un asno muy
fuerte. Este hombre, al contarle aquél cuántas y
cuán grandes adversidades le habían acontecido en su
desgracia, le dijo compadecido: "En vista de tus
grandísimas angustias, te presto este asno mío, que
es muy bueno para llevar a tus niños hasta la ciudad de
Compostela, de la cual soy vecino, con tal que allí me lo
devuelvas".
Recibido,
pues, el asno y puestos sobre él sus niños, el
peregrino llegó hasta el sepulcro de Santiago. Finalemnte,
cuando en la venerable basílica velaba devotamente por la
noche en un rincón apartado, se le apareció el
gloriosísimo Apóstol con luminoso vestido, quien le
dijo sencillamente: "¿ No me conoces, hermano? " "En modo
alguno", respondió él. "Yo soy - le replicó -
el Apóstol de Cristo, que en tierras de Pamplona te
presté mi asno en medio de tu congoja. Ahora, pues, te lo
presto de nuevo hasta que regreses a tu casa, y tu malvado
huésped pamplonés, por haberte despojado de lo tuyo
injustamente, caerá de su asiento y tendrá mala
suerte; te lo anuncio, como también que todos los
hosteleros injustos establecidos en mi camino, que se quedan
inicuamente con los bienes de sus huéspedes vivos o
muertos, los cuales deben darse a las iglesias y a los necesitados
en sufragio de los difuntos, se condenarán para siempre". Y
así que el peregrino, inclinándose, quiso abrazar
los pies del que le hablaba, el reverendísimo
Apóstol desapareció de sus ojos humanos.
Luego
aquel peregrino, gozoso por la visión del Apóstol y
por tanto consuelo, salió al amanecer de la ciudad de
Compostela con el asno y sus niños, y al llegar a Pamplona
halló que su hostelero había muerto con el cuello
roto al caerse del asiento en su casa, como el Apóstol le
había predicho. Y habiendo llegado contento a su patria y
bajado del asno a los niños a la puerta de su casa, el
animal se desvaneció de su vista. Muchos que le oyeron
contar esto se admiraron más de lo que pueda decirse y
comentaban que, o era un asno verdadero, o un ángel en
figura de tal, que el Señor muchas veces envía junto
a los que le temen para que les ayude. Esto fué realizado
por el Señor, y es admirable a nuestro ver. Así,
pues, en este milagro se demuestra claramente que todos los
maliciosos hosteleros se condenan a muerte eterna por quedarse
injustamente con los bienes darse limosnas a las iglesias y a los
pobres de Cristo en sufragio de los muertos. Dígnese alejar
toda culpa y toda condenación de todos los creyentes por
los méritos de Santiago. Jesucristo nuestro Señor
que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por
los infinitos siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capitulo VII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del marinero Frisono, a quien vestido con su casco y
escudo sacó el Apóstol de lo profundo del mar.
En
el año mil ciento uno de la encarnación del
Señor, cuando cierto marino llamado Frisono conducía
navegando por el mar una nave cargada de peregrinos al sepulcro
del Señor en Jerusalén, deseoso de ir allá a
hacer oración, vino contra él a atacarle cierto
sarracenos llamado Avito Maimón, que pretendía
llevar cautivos a la tierra de los moabitas a todos los
peregrinos. Y habiéndose abordado las dos naves, la de los
sarracenos y la de los cristianos, y peleado duramente,
cayó Frisiono, vestido de loriga de hierro, casco y escudo,
por entre ellas al fondo del mar. Mas dándole fuerzas la
misericordia de Dios, empezó a invocar en su corazón
a Santiago, diciendo: "Grande y gloriosísimo Santiago,
apóstol más piadoso que cuanto decirse puede, cuyo
altar besé una vez con mi boca indigna, dígnate
librarme con todos estos cristianos a ti encomendados".
Al
instante se le apareció el santo Apóstol en lo
profundo del mar y, tomándole de la mano, le volvió
a la nave sano y salvo. Y además, oyéndole todos,
dijo el Apóstol al sarraceno: "Si no dejas esa navecilla de
cristianos, te entregaré a ti con tu galera en su poder". Y
respondió Avito: "¿Quieres decirme, ilustre caballero,
por qué te opones en él a mi gente ?" MAs le
replicó el Apóstol: "No soy el Dios del mar, sino un
siervo del Dios del mar, que auxilio a los que en peligro me
llaman, tanto en el mar como en la tierra, según Dios
quiere2. Y en seguida, por el poder de Dios y los auxilios de
Santiago, la fuerte nave de los sarracenos empezó a
peligrar en medio de una tempestad, y la de los cristianos, bajo
la divina guía de Santiago, llegó al puerto deseado;
y Frisiono, una vez visitado el sepulcro del Señor, en el
mismo año acudió a Santiago de Galicias. Esto
fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro
ver. Honor y gloria al Rey de reyes, Jesucristo nuestro
Señor por los siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo VIII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del obispo que, salvado del peligro del mar, compuso un
responsorio de Santiago.
En
el año mil ciento dos de la encarnación del
Señor, cuando cierto prelado que regresaba de
Jerusalén, sentado en la nave junto a la borda, cantaba con
el salterio abierto, vino una fuerte ola del mar y le
arrastró con algunos otros pasajeros. Y cuando ya estaban
casi a sesenta codos de la nave, flotando sobre la ola y a viva
voz invocaron a Santiago, se le presentó en seguida el
santo Apóstol. Y en pie, con las plantas secas sobre las
aguas del mar, junto a ellos que en peligro clamaban, les dijo:
"No temáis, hijitos míos". Y al momento
ordenó al mar que devolviese a la nave a quienes
había arrebatado de ella injustamente, y a los marineros,
llamndo desde lejos, que detuviesen la nave. Y así
ocurrió. Detuvieron la nave los marineros, y el agua del
mar, gracias a los auxilios de Santiago, devolvió a
aquélla a todos los que había aslatado malamente,
nada mojados y abiertos aún el códeice donde el
sacerdote leía, y el Apóstol desapareció al
instante. Esto fué realizado por el Señor y es
admirable a nuestro ver.
Después,
aquel venerable prelado del Señor, arrancando a los
peligros marinos por el auxilio de Santiago, acudió al
gloriosísimo Apóstol en tierras de Galicia, y en su
honor dijo este responsorio, cantando alegre en el primer tono del
arte musical: "¡Oh tú de siempre auxiliador, de los
apóstoles honor, de los gallegos esplendor, de peregrinos
defensor, Santiago, de los vicios suplantador, de las cadenas de
las culpas suéltanos y al puerto de la salvación
condúcenos". Y dijo así en un versículo:
Tú que ayudas a los que a ti claman en peligro, tanto en el
mar como en la tierra, socórrenos ahora y en peligro de
muerte". Y repitió de nuevo: "Al puerto de la
salvación condúcenos". Lo cual se digne concedernos
Jesucristo nuestro Señor que con el Padre y el
Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos
de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo IX
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del soldado de Tabaria a quien dió el Apóstol
poder para vencer a los turcos y le liberó de una
enfermedad y del peligro del mar..
En
el año mil ciento tres de la encarnación del
Señor, cierto ilustre caballero de linaje francés,
famosísimo en Tabaria, en tierras de Jerusalén, hizo
voto de ir al sepulcro del apóstol Santiago, si éste
le daba fuerza para vencer y destruir a lso turcos en la guerra. Y
tanto poder le confirió el Apóstol por
concesión de Dios, que venció a todos los sarracenos
que con él combatieron. MAs como todo hombre se dice que es
falso, el caballero da al olvido lo que había ofrecido al
Apóstol; por lo cual cayó merecidamente enfermo de
muerte. Así, pues, cuando por su enfermedad no podía
ya hablar, se apareció Santiago a su escudero en
éxtasis, diciéndole que si su señor cumpliese
lo que había prometido el Apóstol, tendría en
seguida remedio. El caballero, al saber esto de labios de su
escudero, hizo al momento seña con la mano a los sacerdotes
que estaban presentes para que le diesen el báculo de
peregrino y el morral bendito. Y recibido esto, escapó a la
enfermedad que le dominaba y al punto emprendió el viaje a
Santiago, una vez provisto de los necesario.
Estando
ya embarcado, una terrible tempestad vino a poner la nave en
peligro, tanto que interrumpiendo ya en ella las olas del mar,
todos los pasjeros quedaban ahegados. Inmediatamente todos los
peregrinos, clamando a una voz: "Santiago, ayúdanos",
prometieron ir unos a su sepulcro y ofrecieron otros dar cada cual
una moneda para la obra de su basílica. Y habiendo recogido
en seguida estas monedas dicho caballero, se les apareció
al momento en la nave el santo Apóstol en forma humana, y
en su angustia les dijo: "No temáis, hios míos, pues
aquí estoy yo, a quien llamáis. Tened confianza en
Cristo y os vendrá la salvación ahora y en
adelante". Y ensguida eél mismo bajo las cuerdas de la
vela, echó las anclas, calmó la nave y dió
ordenes a la tempestad, y apaciguado al punto el mar,
desapareció. Tenía él una figura tal, a
saber, agradable y distinguida, como ninguno de ellos antes ni
después creía haber visto. Esto fué realizado
por el Señor y es admirable a nuestro ver. Luego, con un
viaje tranquilo, el barco llegó al puerto deseado, en
Apulia, con los peregrinos, a la basílica de Santiago en
tierras de Galicia, y hechó en el arca del santo para la
obra de su iglesia la colecta de dinero que había hecho.
Honor y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos.
Así sea.
Libro II Capítulo X
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del peregrino caído al mar a quien el Apóstol
sujetándole por el cogote, llevó hasta el puerto por
espacio de tres días.
En
el año mil ciento cuatro de la encarnación del
Señor, cierto peregrino que regresaba de Jerusalén,
mientras venía sentado sobre la borda de la nave para
defecar, cayó de allí a los abismos del mar.
Imploró a grandes voces el auxilio de Santiago, y otro
compañero le tiró al agua desde el barco su escudo
diciendo: "El gloriosísimo apóstol Santiago, cuyo
auxilio invocas, te socorra". Y habiendo recogido el escudo y
conducido milagrosamente por el Apóstol, nadando a
través de las aguas del mar tres días con tres
noches, y siguiendo la pista de la nave, llegó
incólume con los otros al puerto deseado y contó a
todos de qué manera Santiago, desde la hora en que le
invocó había ido delante de él
sosteniéndole continuamente con su mano por el cogote. Esto
fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro
ver. Honor y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos.
Así sea.
Libro II Capítulo XI
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
De Bernardo, a quien el Apóstol arrancó
milagrosamente de la cárcel.
En
el año mil ciento cinco de la encarnación del
Señor, un hombre llamado Bernardo fué preso por sus
enemigos en el castillos de Corzano, en Italia, diócesis de
Módena, atado con cadenas y arrojado a lo profundo de una
torre. E implorando día y noche los auxilios de Santiago
con voces continuas, se le apareció el gloriosísimo
Apóstol de Cristo y le dijo: "Ven y sígueme hasta
Galicia" Y rotas sus cadenas, desapareció. Inmediatamente
aquel peregrino, con las argollas colgadas del cuello,
subió hasta la cima de la torre sin ayuda humana y con el
auxilio de Santiago. ¿ Y qué más ? Desde lo
alto de la torre dió un salto afuera hasta el suelo, lo que
fué más de admirar que escapase a la muerte y cayese
sano y salvo de tal elevación. Esto fué realizado
por el Señor y es admirable a nuestro ver. Hono y gloria al
Rey de reyes por los siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del caballero a quien el Apóstol libró de una
enfermedad por el toque de una concha.
Corriendo
el año mil ciento seis de la encarnación del
Señor, a cierto caballero en tierras de Apulia se le
hinchó la garganta como un odre lleno de aire. Y como no
hallase en nigún mñedico remedio que le sanase,
confiado en Santiago apóstol dijo que si pudiese hallar
alguna concha de las que suelen llevar consigo los peregrinos que
regresan de Santiago y tocase con ella su garganta enferma,
tendría remedio inmediato. Y habiéndole encontrado
en casa cierto peregrino vecino suyo, tocó su garganta y
sanó, y marchó luego al sepulcro del Apóstol
en Galicia. Esto fué realizado por el Señor y es
admirable a nuestro ver. Honor y gloria al mismo Señor,
Padre e Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XIII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del caballero Dalmacio, a quien el Apóstol
justificó gracias a su peregrino Raimberto.
En
el año mil ciento treinta y cinco, cierto caballero del
Delfinado llamado Dalmacio de Chavannes, pegó injustamente
con el puño en la mejilla a su colono Raimberto que
contendía con él. Y decía Raimberto mientras
era golpeado por el caballero: Dios y Santiagho, ayudadme. Y
obrando al punto la divina venbganza, el caballero,
habiéndose retorcido y aun roto el brazo, quedó como
exánime postrado en el suelo, y absuelto por los
sacerdotes, pedíale perdón diciendo: Raimberto,
peregrino de Santiago, a ruegos de Raimberto, le devolvió
su salud primera por obra de la clemencia divina. Esto fué
realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Honor
y gloria al Rey de reyes por los siglos de los siglos. Así
sea.
Libro II Capítulo XIV
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del negociante a quien el Apóstol libró de la
cárcel.
En
el año mil ciento siete de la encarnación del
Señor, cierto mercader, queriendo ir a una feria con sus
mercaderías, acudió al señor de aquella
comarca a donde pensaba ir, que casualmente había llegado a
la ciudad en que vivía el mercader, a pedirle y rogarle que
le llevase consigo a aquella feria y le trajese salvo a su casa.
El señor, accediendo a su petición, le
prometió ue lo haría y le dió palabra de
honor. El mercader fiando, pues, en la palabra de hombre tan
distinguido, marchó con sus mercancías a aquella
tierra donde se celebraba la feria. MAs luego que aquel que le
había empeñado su palabra de guardarle a él
con sus bienes y de llevarle y traerle salvo las vió,
instigado por el demonio, cogió al mercader con sus cosas y
le encerró en una cárcel fuertemente atado.
Pero
éste trajo a la memoria innumerables milagros de Santiago,
que había oído a muchos, y le llamó en su
auxilio diciendo: Santiago, líbrame de esta cárcel y
prometo darme a ti con mis bienes. Santiago, habiendo escuchado
sus gemidos y súplicas, se le apareció una noche en
la cárcel, estando todavía despiertos los
guradianes, y le mandó que se levantase y le condujo hasta
lo alto de un torre. Esta se inclinó tanto que se le
vió poner su cima en tierra. Y apartándose de ella
sin salto ni daño, el mercader marchó libre de
ataduras. Los guardianes llegaron cerca de él
persiguiéndole, y no hallándole volvieron
atrás ofuscados. Pero las cadenas con que había
estado sujeto las llevó consigo a la basílica del
santo Apóstola Galicia, y hasta hoy, en testimonio de tan
grande hecho, están colgadas delante del altar del
gloriosísimo Santiago. Sea por ello para el Supremo Rey el
honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así
sea.
Libro II Capítulo XV
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del caballero a quien el santo Apóstol salvó en
la guerra, muertos ya o prisioneros sus compañeros.
Corriendo
el año mil ciento diez de la encarnación del
Señor, los caballeros de dos ciudades de Italia, enemigas
entre sí, trabaron combate. Y vencida una parte por la
otra, volvió las espaldas y emprendió la
huída en desorden. Mas cierto caballero entre ellos, que
solía venir al sepulcro de Santiago, viendo al huir que
parte de sus compañeros fugitivos eran apresados y parte
muertos, y desconfiando de salvar la vida, empezó a llamr a
Santiago en auxilio para que le valiese, ya casi sin voz, pero con
hondos gemidos. Y al fin, dijo con viva voz: Santiago, si te
dignas librarme del peligro que me amenaza, sin tardanza
iré presuroso a tu santuario, y con mi caballo, pues nada
tengo que más estime, me presentaré a ti.
Hechoa,
pues, la súplica, el gloriosísimo Santiago, que no
se niega a quienes piden con recto corazón, antes al
contrario, aucde en auxilio al punto, apareció entre
él y los enemigos, que siguiéndole con mayort
insistencia ansiaban alcanzarle, una vez que todos los
demás habían sido suprimidos por la espada o la
captura, y le libró, a lo largo de seis leguas que le
persiguieron, con la protección de su escudo. Y para que no
se atribuya este milagro más a las fuerzas del caballo que
a la gloria de Santiago, como suele hacerse por los que odian el
bien y atacan a la Iglesia, para alejar toda objeción de
éstos, resultó que aquel caballo no valía
veinte sueldos. El caballero, para no quedar deudor de su promesa,
acudió con su caballo a la presencia del santo
Apóstol, y a fin de cumplir enteramente lo que había
prometido, pese a la oposición de los guardianes, se
presentó ante las puertas del altar. Y con gozo por este
milagro, clérigos y seglares, acudiendo a la iglesia
según costumbre, dieron gracias a Dios con himnos y salmos.
Esto fué realizado por el Señor, y es admirable a
nuestro ver. Al mismo Señor honor y gloria por los siglos
de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XVI
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del caballero a quien en agonía de muerte, oprimido por
los demonios, liberó el Apóstol por medio del
báculo de un mendigo y el saquito de una mujercilla.
tres
caballeros de la diócess de Lyón y burgo de Donzy,
se comprometieron a visitar a Santiago apóstol en tierras
de Galicia para hacer oración y parteron. En el camino de
la misma peregrinación encontraron a una mujer que llevaba
en un saquito lo necesario para sí. Al ver a los caballeros
les rogó que se compadeciesen de ella y le llevasen el
hatillo en sus cabalgaduras, por amor del santo Apóstol,
aliviándole el trabajo de tan largo camino. Y uno de ellos,
accediendo a la petición de la peregrina, recogióle
el morral y se lo lelvaba. Luego, al llegar la noche, la mujer,
que seguía a los caballeros, tomaba del hatillo lo que
necesitaba y, al cantar los primeros gallos, cuando el saquito al
caballero, y así, expedita, caminaba más contenta.
De este modo el caballero, prestando un servicio a la mujer por
amor del Apóstol, se apresuraba hacia el deseado lugar de
oración.
Pero
cuando estaban a doce jornadas de la ciudad de Santiago
halló en el camino a un pobre enfermo, que dió en
pedirle que le cediera el caballo para montar y poder llegar hasta
Santiago. De otro modo moriría en el camino, ya que no
podía andar. Consintió el caballero, apeóse
del caballo, acomodó en él al mendigo y
sintió el caballero, apeóse del caballo,
acomodó en él al mendigo y tomó en la mano el
bordón de éste, llevando también al hombro el
hatillo de la mujer. Mas cuando así marchaba, agobiado por
el excesivo ardor del sol y el cansancio del largo camino,
empezó a sentirse enfermo. Al sentirse así,
considerando que en muchas cosas y muchas veces había
faltado mucho, soportó ecuánime la molestia por amor
del Apóstol yendo a pie hasta su sepulcro. Allí,
después de suplicarle y de tomar hospedaje, se
acostó con aquella indisposición que había
cogido en el camino, y por algunos días continuó
agravándose su enfermedad. Y viendo esto los otros
caballeros, compañeros suyos, se acercarona él y le
recomendaron que confesase sus pecados y procurase pedir lo que
importa al cristiano y se apresurase a prepara su fin.
Al
oír esto volvió la cara y no pudo responder. Y
así estuvo tres días sind ecir palabra, por lo que
sus compañeros se afligieron con pena muy honda, primero,
porque desesperaban de su salvación, y más
aún porque no podían procurar remedio a su alma. Mas
cierto día, cuando pensaban que iba a exhalar ya su
espíritu, estando ellos sentados alrededor aguardando su
muerte, suspiró profundamente y rompió a hablar
diciendo: Doy gracias a Dios y a Santiago mi señor, porque
ha quedado libre. Y al preguntar los presentes qué
quería decir, agregó: Desde Que senti que se me
agravaba la enfermedad, empecé a pensar para mí
calladamenete en confesar mis pecados, recibir la santa
unción y fortificarme recibiendo el cuerpo del
Señor. Pero mientras acordaba esto en silencio, vino de
repente sobre mí una multitud de negros espíritus
que me dominó hasta el punto de no poder indicar desde
aquel momento, ni con palabras ni por señas, lo que tocaba
a mi salvación. Yo bien entendía lo que
decíais, mas de nigún modo podía responder.
Pues los demonios que habían acudido, me apretaban unos la
lengua, otros me cerraban los ojos y también algunos me
volvían la cabeza y el cuerpo de acá para
allá a su capricho, aunque yo no quisiera.
Pero,
ahora, poco antes de que yo empezase a hablar, entró
aquí Santiago trayendo en la mano izquierda el hatillo que
yo cogí en el camino, de la mujer, y en la derecha, el
bordón del mendigo que yo traje mientras éste
cabalgaba en mi caballo el mismo día en que me
agarró la enfermedad. Tenía el bordón por
lanza y el hatillo por escudo de armas. Y viniendo en seguida
hacía mí, como indignado y furioso, intentó
alzar el bordón y pegar a los demonios que me tenían
sujeto. Mas ellos huyeron aterrados y, persiguiéndolos hizo
que salieran de aquí por aquel rincón. Y he
aquí que por el favor de Dios y de Santiago, libre de
ellos, que me oprimían y vejaban, puedo hablar. Pero mandad
aprisa por un sacerdote que me dé el viático de la
sagrada comunión, porque no se me permite permanecer por
más tiempo en esta vida.
Y
como hubiesen enviado, mientras aguardaba a que viniera,
aconsejó públicamente a uno de sus compañeros
diciéndole: Amigo, no sirvas más a tu señor
Grinio Calvo, a quien hasta aquí has seguido, pues
verdaderamente está condenado y pronto morirá de
mala muerte. Y que esto era sí l probó la realidad
de los hechos. Porque después que aquel peregrino
descansó en una buena muerte y fué llevado a la
sepultura, habiendo regresado los compañeros y contado lo
ocurrido, el mencionado Girino, apelidado Calvo, que era un hombre
rico, tuvo su relato por un sueño y no se enmendó de
su maldad en cosa alguna. Y no muchos días después
aconteció que al matar a un caballero atacándole con
sus armas, pareció también él mismo
traspasado por la lanza de aquél. Sea, pues el honor y la
gloria para el Rey de reyes, Nuestro Señor Jesucristo, por
los siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XVII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del peregrino que por amor del Apóstol se mató a
instigación del diablo y Santiago, con auxilio de la santa
madre de Dios, María, le volvió de la muerte a la
vida.
Cerca
de la ciudad de Lyon hay una aldea en la que moraba cierto joven
llamado Giraldo que formado en el oficio de peletero vivía
con el justo trabajo de sus manos y sustentaba a su madre, muerto
ya su padre.
Amaba
con pasión a Santiago a cuyo sepulcro solía acudir
todos los años para hacer su ofrenda. No tenía
mujer, sino que viviendo solo con su anciana madre llevaba vida
casta. Pero después de algún tiempo de continencia,
vencida al fin una vez por el placer de la carne, fornicó
con una jovenzuela. A la mañana siguiente, pues ya
tenía dispuesta su peregrinación, emprendió
el viaje a Santiago de Galicia con dos vecinos suyos y llevando
consigo un borrico. Y yendo de camino encontraron a un mendigo que
también iba a Santiago, al que por compañía y
más aún por amor al Apóstol llevaron con
ellos dándole los alimentos necesarios.
Así
marchando hicieron juntos y contentos varias jornadas. Mas el
diablo envidiando la pacífica y buena
compañía, se acercó ocultamente en figura
humana bastante honesta al joven que había fornicado en su
tierra y le dijo: «Sabes quién soy?»
«No», contestó éste. Y
añadió el demonio: «Soy el apóstol
Santiago a quien desde hace largotiempo sueles visitar y honrar
todos lo años con tus ofrendas. Has de saber que estaba muy
contento contigo, porque esperaba ciertamente muy bien de ti. Mas
hace poco, antes de salir de tu casa fornicaste con mujer y desde
entonces no te has arrepentido de ello ni has querido confesarlo.
Y así te pusiste en camino con tu pecado como si tu
peregrinación fuese grata a Dios y a mí. No es eso
lo que debe ser. Pues todo el que por mi amor quere peregrinar
debe manifestar antes sus pecados en una humilde confesión
y hacer luego penitencia de ellos pereginando. Y de quien obre de
otro modo la peregrinación será mal vista.»
Dicho
esto se devaneció de la vista del joven el cual
empezó a contristarse con lo oído y a formar
intención de volver a casa, confesarse con su cura y
regresar luego por el mismo camino. Pero mientra pensaba para
sí esto, en la misma forma con que había aparecido
antes vino el demonio y le dijo: «Qué es lo que
piensas en tus adentros, volver a tu casa y hacer penitencia para
tornar después a mí má dignament? Crees que
un pecado tan grande puede borrarse con tus ayunos o tus
lágrimas? Estás muy errado, cree en mis consejos y
te salvarás. Pues de otro modo no podrás
salvarte.
Aunque
hayas pecado, yo sin embargo te amo y por esto he venido a ti,
para darte un consejo tal que puedas salvarte con él si
quieres creerme.» A esto contestó el peregrino:
«Así pensaba, como dices; pero puesto que afirmas que
no me aprovechará para la salvación, dime lo que te
place para que pueda salvarme y de buena gana lo
cumpliré.» Y añadió aquél:
«Si deseas limpiarte totalmente de tu culpa, córtate
en seguida las partes viriles con las que pecaste.» Aterrado
por este consejo dijo el joven: «Si hago lo que me aconsejas
no podré vivir. Y se un suicida, lo cual he oído
muchas veces que es condenable ante Dios.»
Entonces
repuso el demonio riendo: «Oh tonto, qué poco sabes de
lo que puede aprovechar a tu salvación. Si de tal forma
murieses, sin duda pasarás a mí, porque castigando
tu culpa serás mártir. Oh si fuese tan sabio que no
dudases en matarte a ti mismo, yo vendría al momento con
una multitud de compañeros míos y recibiría
contento a tu alma para que permaneciera conmigo. Yo,
agregó, soy el apóstol Santigo que me cuido de ti;
haz como he dicho siquieres venir a reunirte conmigo y hallar
remedio para tu culpa.» Dicho lo cual el sencillo peregrino
se animó a llevar a cabo la fechoría y por la noche
cuando dormían sus compañeros sacó un
cuchillo y se amputó las partes viriles. Y vuelta luego la
mano alzó el hierro y echándol contra su punta se
traspasó el vientre.
Como
la sangre brotaba abundante y él hizo ruido al agitarse,
despertaron sus compañeros y le llamaron y preguntaron
qué tenía. Y como no les diera respuesta, ya que
agonizando daba los últimos suspiros, se levantan a prisa
consternado, encienden luces y encuentran al compañero
medio muerto y sin poder y responderles.
Asombrados
por ello y a la vez grandemente atemorizados de que pudiera
imputárseles la muerte de aquél, si por la
mañana se hallaban en el mismo lugar, emprenden la
huída y le dejan revolcado en su sangre, y al asno y al
pobre a quien daban de comer. Por la mañana cuando se
levantó la familia de la casa y halló al muerto, no
sabiendo de cierto a quién atribuir su muerte, llaman a los
vecinos y lo llevan a la iglesia para enterrarle. Lo depositan a
la puerta mientra preparan la fosa, porque seguía echando
sangre. Mas sin tardar mucho el muerto volvió en sí
y se sentó en el lecho fúnebre. Y al ver esto los
presentes huyen aterrados y gritando.
A
los gritos acuden las gentes alarmadas, preguntas qu é pasa
y oyen que un muerto ha vuelto a la vida. Y habiéndose
acercado a él y comenzado a hablarle, contó ante
todos con palab ra expedita lo que le había ocurrido
diciendo: «Yo a quien veis resucitado de la muerte amé
desde la infancia a Santiago y tenía costumbre de servirle
en cuanto pude. Pero ahora que había tederminado ir a su
sepulcro había llegado hasta este lugar, vino el diablo y
me engañó diciendo que era Santiago--y todo en el
orden en que se ha dicho lo expuso públicamente, y
añadió: Después que me quité la vida y
mi alma fué expulsada del cuerpo, vino a mí el mismo
maligno espíritu que me mabía engañado
trayendo consigo un gran tropel de demonios. Y al instante me
arrebataron sin compasión y llorando y dando lastimeras
voces me llevaron a los tormentos.
En
su marcha, se dirigieron hacia Roma. Pero cuando llegamos a un
bosque situado entre la ciudad y el pueblo que se llama Labicano
(3), Santiago que venía siguiéndonos llegó
volando a y apresando a los demonios dijo: De dónde
venís y adónde vais? Y contestaron ellos: Eh,
Santiago, a la verdad aquí nada te toca. Pues nos ha
creído tanto que se mató a sí mismo. Nosotros
le persuadimos, nosotros le engañamos, a nosotros no
pertenece. Mas él replicó: Nada respondéis de
lo que os pregunto, sino que os jactáis y alegráis
de haber engañado a un cristiano. Pero tendréis mala
recompensa, porque es un peregrino mío ese de cuya
posesión os jactáis. A lo menos no le
llevaréis impunemente. Y me parecía Santiago joven y
de aspecto gracioso, delgado y de colo quebrado, vulgarmente dicho
moreno.
Así,
pues, obligados por él llegamos a Roma, donde junto a la
iglesia de San Pedro Apóstol había un lugar verde y
espacioso en la llanura del aire, al que muchedumbre innumerable
de santos había venido a una asamblea. La presidía
la venerable Señor Madre de dios y siempre virgen
María y estaban sentados a derecha e ezquierda de ella
muchos e ilustre próceres. Yo me puse a contemplrarla con
el corazón muy conmovido, pues jamás en mi vida vi
tan hermosa criatura.
No
era alta, sino de mediana estatura, de bellísima cara, de
aspecto deleitable. Ante ella se presentó en seguida el
santo Apóstol, mi piadosísimo abogado, y delante de
todos clamó de qué manera me había vencido la
falacia de Satán. Y ella volviéndose al punto a los
demonios dijo: «Ah desagraciado, qué buscabais en un
peregrino de mi Señor e Hijo y de Santiago su leal? Y
podría bastaros con vuestra pena sin necesidad de
aumentarla por vuestra maldad.
Después
de hablar la Virgen santísima volvió sus ojos hacia
mí con clemencia. Entonces dominados los demonions por un
gran temor al decir todos los que presidían la asamblea que
habían obrado injustamente contra el Apóstol
engañándome, mandó la Señor que se me
volviese al cuerpo. Tomándome, pues, Santiago me
restituyó inmediatamente a este lugar. De esta manera he
muerto y he resucitado.» Oyendo esto los moradores del lugar
se regocijaron profundamente y en seguida le llevaron a sus casa y
le tuvieron consigo dres días dándole a conocer y
señalándole como en quien Dios había obrado
cosa tan insólita y admirable por mediación de
Santiago. Porque sus herida sanaron sin tardanza quedando
sólo cicatrices en su lugar. Y en el de las partes
genitales le creció la carne como una verruga, por la que
orinaba.
Terminados
los días que le retuvieron por alegría los
habitnates de aquel lugar, preparón su borrico y con su
compañero el pobre que había recogido en el camino
reanudó su viaje. Mas cuando y llegaba cerca del sepulcro
de Santiago, hete aquí que los compañeros que le
había dejado y que ya regresaban se encontraron con
él.
Y
cuando éstos desde lejos todavía vieron a los dos
que arreaban el asno, se dijero entre sí: «Aquellos
hombre se parecen a los compañeros que dejamos, uno muerto
y otro vivo. Y el animal que arrean tampoco se diferencia, por lo
que se ve, del que quedó con ellos. Pero luego que se
acercaron y se reconocieron mutuamente, al saber lo que
había pasado se alegraron sobremanera. Y habiendo vuelto a
su tierra contaron todo lo ocurrido.
Mas
el resucitado, después de regresar de Santiago,
confirmó de hecho lo que sus compañeros ya
habían contado. POrque lo divulgó por todas partes
como queda expuesto, enseño las cicatrices y hasta
dejó ver a muchos que así lo deseaban lo del sitio
más secreto. El reverendísimo Hugo, santo abad de
Cluny, vió con otros mucho a este hombre y todos los signos
de su muerte, y afirmó haberlo visto con frecuencia por
admiración, según se ha contado. Y nosotros por amor
del Apóstol para que no se borrase el recuerdo lo confiamos
a la escritura, ordenando a todos que en todas las iglesias
celebren con dignos oficios la festividad de tan gran milagro y de
los demás de Santiago el día tres de octubre. Sea,
pues, para el Rey de reyes, que se dignó realizar tales y
tan grandes cosas por su amado Santiago, el honor y la goria por
los siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XVIII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del conde de San Gil, a quien abrió el Apóstol
las puertas de hierro de su oratorio.
Hace
poco un conde de San Gil, llamado Poncio, vino con un hermano suyo
a Santiago en peregrinación. Y habiendo entrado en la
iglesia y no pudiendo entrar en el oratorio donde yace el cuerpo
del Apóstol, rogaron al sacristán que se lo abriese
para poder hacer las oraciones de la noche ante el sepulcro. Mas
viendo que sus ruegos no habían tenido éxito, pues
era costumbre que las puertas de dicho oratorio estuviesen cerrdas
desde la puesta del sol hasta el amanecer, se retiraron tristes a
su hospedería. Llegados a ella, mandan venir a todos los
peregrinos presentes que vinieran en su compañía, a
los cuales una vez presentes dijo el conde que deseaba entrar en
el sepulcro de Santiago si le acompañaban ellos con la
misma intención y si él mismo por ventura se dignaba
abrirles.
Aceptaron
unánimes y de buen grado, prepararon antorchas para la vela
y al llegar la noche entraron en la iglesia con ellas encendidas
en número de casi doscientos. Llegados ante el oratorio del
santo Apóstol le suplicaron así en alta voz: -
Gloriosísimo Santiago, apóstol de Dios, si te place
que hayamos venido a ti en romería, ábrenos tu
oratorio para que podamos hacer ante ti nuestra vigilia. ¡Y
cosa maravillosa! No habían acabado sus palabras y he
aquí que las puertas del oratorio sonaron con tal
estrépito que todos los presentes pensaron que se
habían hecho trizas.
Pero
examinadas se vió que los cerrojos, cerraduras y cadenas
con que estaban cerradas se habían roto y arrancado. Y
así las puertas, abiertas por una fuerza invisible y no por
mano de hombre, ofrecieron acceso a los peregrinos. Ellos entraron
contentísimos y regocijábanse tanto más con
este milagro cunato más evidentemente demostraron que el
santo Apóstol, soldado del más invicto Emperador,
vivía con toda certeza cuando tan pronto le vieron acudir a
su petición. Y aquí puede considerarse cuán
fácil es a un súplica piadosa, quien tan benigno
accedió a ésta de sus siervos. Así, pues,
ayúdenos tu clemencia, benignísimo Apóstol de
Dios, Santiago, para que así nos libremos de los
engaños de Satanás en el curso de la vida presente y
nos entreguemos al buen deseo de la patria celestial, al fin de
que con tu auxilio podamos alcanzarla por Cristo nuestro
Señor que vive y reina Dios por todos los siglos de los
siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XIX
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
De Esteban, obispo griego, a quien se apareció el santo
Apóstol y le reveló cosas futuras desconocidas.
Saben
todos los que moran en Compostela, ya clérigos, ya
seglares, que un varón llamado Esteban, dotado de virtudes
divinas, habiendo hecho dimisión de su obispado y dignidad
por amor de Santiago, vino desde tierras de Grecia al sepulcro de
este apóstol. Pues renunció a los atractivos de este
mundo para poder así entregarse a los preceptos divinos.
Rehusando, pues, a regresar a su patria, se acercó a los
guardianes del templo donde se guarda el valiosísimo
tesoro, honor de España, o sea el cuerpo de Santiago, y
postrándose a sus pies les pidió que, por el
preciosísimo amor del Apóstol, al que había
pospuesto los placeres de este mundo y terrenales delicias, le
concedieran dentro de la iglesia un lugar escondido donde poder
asiduamente dedicarse a la oración. Y no haciéndole
desprecio, aunque llevaba un hábito humilde y no
parecía obispo, sino un pobre peregrino, antes al contrario
consintiendo en su justa petición, le prepararon a manera
de celdita una choza construída de junco dentro de la
basílica del santo Apóstol, desde donde pudiese ver
de frente el altar: y allí con ayunos, vigilias y oraciones
día y noche llevaba una vida célibe y
santísima.
Mas
cierto dia cando estaba entregado a la oración como de
costumbre, una caterva de aldeanos que acudía a una fiesta
particular del preciosísimo Santiago y se puso ante el
altar junto a la celdita del santo varón, empezó a
rogar al Apóstol de Dios con estas palabras: - Santiago,
buen caballero, líbranos de los males presente y futuros. Y
el santo hombre de Dios llevando a mal que los aldeanos llamasen
al Apóstol caballero les increpó diciendo: -Aldeanos
tontos, gente necia, a Santiago debéis llamarle pescador y
no caballero. Y recordó aquello de que a la voz del
Señor le siguió dejando el oficio de pescador y
aquello de que fué hecho luego pescador de hombres. Pero en
la noche del mismo día en que el santo varón
había recordado esto de Santiago, se le apareció
él mismo vestido de blanquísimas ropas y no sin
ceñir armas que sobrepujaban en brillo a los rayos del sol,
como un perfecto caballero, y además con dos llaves en la
mano. Y habiéndole llamado tres veces le habló
así: - Esteban, siervo de Dios, que mandaste que no me
llamaran caballero, sino pescador; por eso te me aparezco en esta
forma para que no dudes más de que milito al servicio de
Dios y soy su campeón y en la lucha contra los sarracenos
precedo a lso cristianos y salgo vencedor por ellos.
He
conseguido del Señor ser protector y auxiliador de todos
los que me aman y me invocan de todo corazón en todos los
peligros. Y para que creas esto más firmemente con estas
llaves que tengo en la mano abriré mañana a las
nueve las puertas de la ciudad de Coimbra que lleva siete
años asediada por Fernando, rey de los cristianos, e
introduciendo a éstos en ella se la devolveré a su
poder. Dicho esto se desvaneció a sus ojos.
Al
día siguiente después de maitines llamó este
a la parte más sana tanto de los clérigos como de
los seglares y les contó exactamente lo que había
visto con sus ojos y oído con sus oídos. Y que era
cierto se demostró después con muchas pruebas; pues
anotaron el día y hora, de cuya verdad dieron testimonio
los mensajeros enviados por el rey después de tomada la
ciudad, que aseguraron que en tal fecha y hora se había
tomado. Conocida, pues, la verdad, el mencionado siervo de Dios
Esteban afirmó que Santiago daba la victoria a todos los
que en la milicia le invocaban y recomendó que le invocasen
todos los que luchan por la verdad. Por su parte a fin de
conseguir hacerse merecedor de su patrocinio, pasó
allí todo el tiempo de su vida al servicio de Dios; y
finalemnte en la basílica del santo Apóstol
recibió honrosa sepultura. Sea, pues para el supremo Rey el
honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así
sea.
Libro II Capítulo XX
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
De Guillermo, caballero cautivo a quien un conde pegó
con la espada en el cuello desnudo y no pudo herirle.
Después
de transcurrido mucho tiempo y cuando ya en el nuestro el glorioso
Santiago por sus muchos milagros resplandecía por todo el
orbe en todas direcciones, aconteció que entre los condes
de Fuente Calcaria y un caballero vasallo suyo llamado Guillermo
se suscitó una fuerte contienda. Habiendo salido
éste a caballo deicididamente a pelear contra el conde,
ambos con sus soldados se encontraron y trabaron combate. Pero
fallando la tropa del caballero, volvió la espada y hecho
prisionero él mismo fué llevado a la presencia del
conde. Y como mandase el conde que le degollaran, clamó en
alta voz el caballero: -Santiago, ayúdame y líbrame
de la espada del verdugo. Y tres veces soposrtó el golpe en
el cuello inclinado, alzando hacia el cielo las manos sin que en
él apareciese herida alguna.
Vinedo,
pues, el verdugo que no podía herirle con el filo de la
espada, dirigióle la punta contra el vientre para
atravesarle. Pero Santiago la embotó de tal manera que ni
aún sintió el choque de ella. Admirado el conde de
estas cosas con todos los que le acompañaban, mandó
que le necrrasen atado en un castillo. Mas al amanecer del
día siguiente, invocó a Santiago entre sus gemidos y
he aquí que el propio Apóstol poniéndose ante
él le dijo: -Heme aquí a quien llamaste. La casa
entonces se llenó de aroma y luz clarísima, tanto
que todos los soldados y demás que allí estaban se
creyeron instalados en la amenidad del paraíso. Y en medio
de tan resplandor, precediéndole Santiago y
llevándole de la mano, en presencia de todos y habiendo
quedado los guardias como ciegos, llegó el caballero hasta
la puerta trasera del castillo y, abierta ésta, continuaron
juntos hasta una milla fuera de las murallas. Así
ocurrió que este caballero, encendido al punto en amor a
Santiago, vino a visitar su cuerpo e iglesia el día de su
Traslación y contó exactamente todo como lo hemos
dicho. Esto fué realizado por el Señor y es
admirable a nuestro ver. Sea, pues para el supremo Rey el honor y
la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.
Libro II Capítulo XXI
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del lisiado, a quien se apareció el santo
Apóstol en su basílica y en seguida le volvió
al estado sano
En
nuestros tiempos cierto distinguido varón de Borgoña
llamado Guiberto que desde los catorce años estaba impedido
de los miembros de tal modo que no podía dar un paso,
marchó a Santiago en dos caballos suyos con su mujer y sus
criados. Habiéndose hospedado en el hospital del mismo
Apóstol, cerca de la iglesia, por no querer en otra parte,
fué aconsejado en un sueño que estuviera siempre en
oración en ella hasta que Santiago le estirase los miembros
encogidos. Pasó, pues, en vela en la basílica del
Apóstol dos noches y estando en oración la tercera,
vino Santiago y tomándole la mano le puso en pie. Y al
preguntarle quién era le respondió: -Soy Santiago,
apóstol de Dios. Luego el hombre restablecido en su salud
veló por trece días en la iglesia y contó
esto a todos por su propia boca. Esto fué realizado por el
Señor y es admirable a nuestro ver. Sea, pues, para el
supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
Así sea.
Libro II Capítulo XXII
MILAGRO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA CALIXTO
Del hombre que fué vendido trece veces y otras tantas
liberado por el Apóstol.
En
le año mil ciento de la encarnación del Señor
se cuenta que cierto ciudadano barcelonés vino en
peregrinación a la basílica de Santiago en tierra de
Galicia. Y habiendo pedido solamente al Apóstol que le
librase del cautiverio de sus enemigos, si por azar cayese en
él, una vez vuelto a su casa marchó a Sicilia por
causa de negocios y fué apresado en el mar por sarracenos.
¿Qué más ? Por ferias y mercados fué
vendido y comprado trece veces. Pero los que le compraban no
podían tenerle sujeto, porque Santiago le rompía las
cadenas y ligaduras. La primera vez fué vendido en
Corociana, la segunda en la ciudad de Iazera en Eslavonia, la
tercera en Blasia, la cuarta en Turcoplia, la quinta en Persia, la
sexta en la India, la séptima en Etiopía, la octava
en Alejandría, la novena en Africa, la décima en
Berbería, la undecima en Bizerta, la duodécima en
Bugía, la decima tercera en la ciudad de Almería,
donde habiendo sido atado duertemente por un sarraceno con dos
cadenas alrededor de las pirnas, al implorar el auxilio de
Santiago a voces se le apareció él mismo diciendo:
-Porque cuando en mi basílica solamente me pdiste la
liberación de tu cuerpo y no la salvación de tu
alma, has caído en estos peligros. Pero como el
Señor se ha apiadado de tí, me ha enviado para
sacarte de estas prisiones.
Quebrantadas
al instante por medio las cadenas, el santo Apóstol
desapareció de sus ojos. Y luego aquel hombre, liberado del
cautiverio, emprendió el regreso a tierra de cristianos por
las ciudades y castillos de los sarracenos abiertamente y a la
vista de ellos, llevando en sus manos un trozo de cadena en
testimonio de tan excelso milagro. Y cuando algún infiel la
salía al encuentro e intentaba aprisionarle, le msotraba el
trozo de cadena y el enemigo huía al momento.
También quisieron deovrarle al atravesar campos desiertos
manadas de leones, osos, leopardos y dragones, mas vista la cadena
que había tocado el Apóstol se alejaban de
él. A este hombre cunado venía de nuevo al santuario
de Santiago portando en sus manos la cadena y con los pies
desnudos y desollados le encontré yo mismo por cierto entre
Estella y Logroño y me contó todas estas cosas. En
este ejemplo deben, pues, comprenderse los que piden al
Señor y a sus santos o mujer o felicidad terrena u honores
o riqueza o la muerte de enemigos u otras cosas parecidas a
éstas, que sólo tocan al provecho del cuerpo, y no
la salvación del alma. Si puede pedirse lo necesario para
el cuerpo, debe pedirse más la vida del alma o sean las
virtudes como la fe, esperanza, caridad, castidad, paciencia,
templanza, hospitalidad, largueza, humildad, obediencia, paz,
perseverancia y otras semejantes, para que con ellas sea el alma
coronada en las moradas siderales. Lo cual se digne concedernos
Aquel cuyo reino e imperio perdura sin fin por los siglos de los
siglos. Así sea.
FIN DEL CODICE SEGUNDO
SEA PARA EL ESCRITOR LA GLORIA Y PARA EL LECTOR.