Turpin,
por la gracia de dios arzobispo de Reims y constante
compañero del emperador Carlomagno en España, a
Luitprando, Dean de Aquisgran, salud en Cristo
Puesto
que ha poco, mientras me hallaba en Viena algo enfermo por las
cicatrices de las heridas, me mandasteis que os escribiera
cómo nuestro emperador, el famisísimo Carlomagno,
liberó del poder de los sarracenos la tierra
española y gallega, no dudo escribir puntualmente, y
enviarlos a vuestra fraternidad, los principales de sus admirables
y sus laudables triunfos sobre los sarracenos españoles,
que he visto con mis proipios ojos al recorrer durante catorce
años España y Galicia en unión de él y
de sus ejércitos.
Puesto
que vuestra autoridad no ha podido encontrar completas,
según me escribisteis, las hazañas que el rey
realizó en España, divulgadas en la crónica
real de San Dionisio, sabed, pues, que su autor, o por la prolija
narración de tantos hechos o por que, estando ausente de
España, los ignorase, en modo alguno escribió en
ella detalladamente y, sin embargo, en nada difiere de ella este
volumen. Que viváis con salud y seáis grato al
Señor.
Asi sea.
Libro IV Capítulo I
Aparición de Santiago al emperador Carlomagno
El
gloriosísimo apóstol de Cristo, Santiago, mientras
los otros apóstoles y discípulos del Señor
fueron a diversas regiones del mundo, predicó el primero,
según se dice, en Galicia. Después, sus
discípulos, muerto el apóstol por el rey Herodes y
trasladado su cuerpo desde Jerusalén a Galicia por mar,
predicaron en la misma Galicia; pero los mismos Gallegos
más tarde, dejándose llevar por sus pecados,
abandonaron la fe hasta el tiempo de Carlomagno, emperador de los
romanos, de los franceses, de los teutones y de los demás
pueblos, y pérfidamente se apartaron de ella.
Mas
Carlomagno, después que con múltiples trabajos por
muchas regiones del orbe adquirió, con el poder de su
invencible brazo y fortificado con divinos auxilios, distintos
reinos, a saber, Inglaterra, (8), Lorena, Borgoña, Italia,
Bretaña y los demás países, así como
innumerables ciudades de un mar al otro, y las arrancó de
manos de los sarracenos y las sometió al imperio cristiano,
fatigado por tan penosos trabajos y sudores, se propuso no
emprender más guerras y darse un descanso.
Y
en seguida vió en el cielo un camino de estrellas que
empezaba en el mar de Frisia (9) y, extendiéndose entre
Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania, pasaba directamente
por Gascuña, Vasconia, Navarra y España hasta
Galicia, en donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de
Santiago. Y como Carlomagno lo mirase algunas veces cada noche,
comenzó a pensar con gran frecuencia qué
significaría.
Y
mientras con gran interés pensaba esto, un caballero de
apariencia espléndida y mucho más hermosa de lo que
decirse puede, se le apareció en un sueño durante la
noche, diciéndole:
---¿Qué
haces, hijo mío?
A
lo cual dijo él:
--¿Quién
eres, señor?
--Yo
soy--contestó--Santiago apóstol, discípulo de
Cristo, hijo de Zebedeo, hermano de Juan el Evangelista, a quien
con su inefable gracia se dignó elegir el Señor,
junto al mar de Galilea, para predicar a los pueblos; al que
mató con la espada el rey Herodes, y cuyo cuerpo descansa
ignorado en Galicia, todavía vergonzosamente oprimida por
los sarracenos. Por esto me asombro enormemente de que no hayas
liberado de los sarracenos mi tierra, tú que tantas
ciudades y tierras has conquistado. Por lo cual te hago saber que
así como el Señor te hizo el más poderoso de
los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre todos para
preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes,
y conseguirte por ello una corona de inmarcesible gloria. El
camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde
estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército
a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi
camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y
sarcófago. Y después de ti irán alli
peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el
perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del
Señor, sus virtudes y las maravillas que obró. Y en
verdad que irán desde tus tiempos hasta el fin de la
presente edad. Ahora, pues, marcha cuanto antes puedas, que yo
seré tu auxiliador en todo; y por tus trabajos te
conseguiré del Señor en los cielos una corona, y
hasta el fin de los siglos será tu nombre alabado.
De
esta manera se apareció a Carlomagno por tres veces el
santo Apóstol. Así, pues, oído esto,
confiando en la promesa apostólica y, tras habérsele
reunido muchos ejércitos, entró en España
para combatir a las gentes infieles.
Libro IV Capítulo II
Las tropas de Carlomagno asedian Pamplona
La
primera ciudad que sitió fue Pamplona. La asedió
durante tres meses, mas no pudo tomarla, porque estaba
fortificadísima con inexpugnables murallas. Entonces
elevó sus preces al Señor, diciendo:
--Señor
Jesucristo, por cuya fe he venido a combatir en estas tierras a un
pueblo infiel, concédeme el conquistar esta ciudad para
gloria de tu nombre. ¡Oh Santiago!, si es verdad que te
apareciste a mí, concédeme el conquistarla.
Entonces,
por concesión de Dios y a ruegos de Santiago, quebradas de
raíz, cayeron las murallas. A los sarracenos que quisieron
bautizarse les conservó la vida y a los que se negaron, los
pasó a cuchillo. Divulgadas estas maravillas, en todas
partes los sarracenos se sometían a Carlomagno a su paso,
le enviaban tributos, se le entregaban ellos y sus ciudades, y
toda aquella tierra se le hizo tributaria. Se admiraba la gente
sarracena al ver a los de Galia, verdaderamente
espléndidos, bien vestidos y de elegante aspecto; y tras
haber depuesto las armas, los recibirían honrosa y
pacíficamente.
Después
de haber visitado la tumba de Santiago, llegó a
Padrón sin hallar resistencia y clavó una lanza en
el mar, dando gracias a Dios y a Santiago por haberle llevado
hasta allí, y dijo que ya no podía ir más
adelante. A los gallegos, pues, que tras la predicación de
Santiago y de sus discípulos, se habían convertido a
la infidelidad de los paganos, los regeneró con la gracia
del bautismo por manos del arzobispo Turpín;
entiéndase bien, a los que quisieron convertirse a la fe y
que no estaban bautizados todavía, pues a los que no
quisieron acogerse a ella, o los acuchilló o los
esclavizó bajo el poder de los cristianos. Después
recorrió toda España de mar a mar.
Libro IV Capitulo III
De los nombres de las ciudades de España.
La
ciudades y pueblos más grandes que entonces adquirió
en Galicia se denominan vulgarmente así: Viseo, Lamego,
Dumio, Coimbra, Lugo, Oresne, Iria, Tuy, Montadoñedo,
Braga, la metropolitana; la ciudad de Santa María de
Guimaräes, Coruña, Compostela, aunque todavía
pequeña entonces.
En
España: Alcalá, Guadalajara, Talamanca, Uceda,
Olmedo, Canales, Madrid, Maqueda, Santa Olalla, Talavera, que es
fructífera; Medinaceli, esto es ciudad alta; Berlanga,
Osma, Sigüenza, Segovia, que es grande; Avila, Salamanca,
Sepúlveda, Toledo, Calatrava, Badajoz, Trujillo, Talavera,
Guadiana, Mérida, Zamora, Palencia, Lucena Ventosa, que se
llama Arcos; Estella, Calatayud, Milagro, Tudela, Zaragoza, que se
llama Cesaraugusta; Pamplona, Bayona, Jaca, Huesca, la de las
noventa torres; Tarazona, Barbastro, Rosas, Seo de Urgel, Elna,
Girona, Barcelona, Tarragona, Lleida, Tortosa, la muy fuerte plaza
de Berbegal, la plaza fuerte de Carbona, la de Oreja y la de
Algayat; la ciudad de Adania, Isipalida, Escalona, la costa de
Málaga, la costa de Burriana, la comarca de Cutanda; la
ciudad de Ubeda, la de Baeza, Petroissa, en la que se hace una
plata muy buena; Valencia, Denia, Játiva, Granada, Sevilla,
Córdoba, Abla, Guadix, en donde cuyo sepulcro un olivo que
florece milagrosamente se adorna con frutos maduros todos los
años en el día de su fiesta, esto es, el dia 15 de
mayo; la ciudad de Bizerta, en la que hay unos guerreros muy
valerosos que son llamados vulgarmente Arrabit; la isla de
Mallorca, la ciudad de Bugía, que según costumbre
tiene un rey; la isla de Gelves, orán, ciudad que
está en Berbería; Menorca, Ibiza, Fomentera,
Alcoroz, Almería, Almuñecar, Gibraltar, Carteya,
Ceuta, que se encuentra en las regiones de España donde
está el estrecho, e igualmente Algeciras y Tarifa.
Aún
más, toda la tierra española, es decir,
Andalucía, Portugal, la tierra de los serranos, la de los
pardos, Castilla, la tierra de moros, Navarra, Alava, Vizcaya,
Vasconia y Pallars, se someten al imperio de Carlomagno.
Todas
las ciudades, unas sin lucha, otras con grandes batallas e
insuperable estrategia, las conquistó entonces, excepto la
mencionada Lucerna, fortidificadísima ciudad que
está en Valverde y que no pudo tomar hasta lo
último. Pero finalmente llegó junto a ella, la
sitió y mnatuvo el sitio por espacio de cuatro meses, y
tras elevar sus preces a Dios y a Santiago, cayeron sus murallas y
permanece inhabitable hasta hoy en día, pues en medio de
ella surgió un estanque de aguas negras en donde se
encuentran grandes peces negros. Sin embargo, algunas de las
referidas ciudades las conquistaron antes de Carlomagno otros
reyes galos y emperadores teutones, y se conviertieron
después al rito de los paganos hasta la llegada de
aquél. Y después de su muerte, muchos reyes y
príncipes combatieron a los sarracenos en España;
pues Clodoveo, primer rey cristiano de los Francos, Clotario,
Dagoberto, Pipino, Carlos Martel, Carlos el Calvo, Ludovico y
Carlomán en parte conquistaron España en sus
tiempos. Estas son las ciudades que él maldijo
después de conquistarlas con laborioso esfuerzo y por ello
hasta hoy sin habitantes: Lucerna Ventosa, Caparra, Adania.
Libro IV Capítulo IV
Los
ídolos e imágenes que encontró entonces en
España los destruyó completamente, excepto el
ídolo que hay en tierras de Andalucía y que se llama
Salam de Cádiz. Cádiz se llama propiamente el lugar
en que se halla: Salam en lengua arábiga quiere decir
Dios.
Dicen
los sarracenos que este ídolo lo fabricó
personalmente Mahoma, a quien ellos adoran, durante su vida, como
símbolo suyo, y escondió en él con su arte
mágica una legión de demonios que con tanta
energía lo poseen, que nunca ha podido ser roto por nadie;
pues cuando se le acerca algún sarraceno para adorar o
rogar a Mahoma, queda incólume. Si se detiene sobre
él cualquier ave, muere instantaneamente.
Hay,
pues, en la orilla del mar una antigua piedra, hermosamente
labrada con labores arábigas, y que sobresale de la tierra
grande y cuadrada por abajo, estrecha por arriba, tan alta cunato
suele elvarse el cuervo en el aire, y sobre la que se alza la
imagen aquella, de excelente bronce, tallada en forma de hombre,
enhiesta sobre sus pies y que, orientada al mediodía, tiene
en su mano derecha una enorme llave. Y esta llave, como los mismos
sarracenos dicen, caerá de sus manos el año en que
nazca en la Galia el futuro rey, que en los últimos
tiempos, subyugará a las leyes cristianas toda la tierra
española. En seguida que vean la llave caída,
huirán todos, tras esconder en tierra sus tesoros.
Libro IV Capítulo V
Con
el oro que a Carlomagno dieron los reyes y príncipes de
España, enriqueció la basílica de Santiago,
en cuyas tierras se había detenido entonces tres
años; instituyó en ella un obispo y
canónigos, según la regla de San Isidoro, obispo y
confesor, y la dotó dignamente de campañas,
paños, libros y más ornamentos. Del restante oro,
pues, y de la innumerable plata que sacó de España,
a su regreso de ella levantó muchas iglesias, a saber: la
iglesia de Santa María Virgen que hay en Aquisgran, y la
basílica de Santiago en la misma ciudad; la iglesia de
Santiago que está en la ciudad de Béziers; la
basílica del mismo santo en Toulouse, y la que hay en
Gascuña, entre la ciudad que vulgarmente se llama Aix y San
Juan de París enre el río Sena y Montmartre, e
innumerables abadías que por todo el mundo hizo.
Libro IV Capítulo VI
Aigolando se apodera de España
Vuelto
por fin Carlomagno a Galia, cierto rey pagano de Africa, llamado
Aigolando, con sus ejércitos conquistó la tierra de
España, tras arrojar de las plazas fuertes y ciudades, y
darles muerte, a las guarniciones cristianas que Carlomagno
había dejado para protejer aquella tierra. Oídas
estas noticias, de nuevo Carlomagno con muchos ejércitos
volvió a España. Y con él mandaba los
ejércitos Milón de Anglers.
Libro IV Capitulo VII
Pero
hemos de referir qué gran ejemplo se dignó
mostrarnos entonces el Señor a todos nosotros, acerca de
los que injustamente retienen las limosnas de los difuntos.
Estando
acampado el ejército de Carlomagno en Bayona, ciudad de los
vascos, cierto caballero llamado Romarico, que se hallaba muy
enfermo y a punto de morir, tras recibir de un sacerdote la
absolución y la Eucaristía, ordenó a un
pariente suyo que vendiese el caballo que tenía y que
distribuyese su precio a los clérigos y a los pobres. Y a
su muerte, aquel pariente, estimulado por la codicia,
vendió el caballo en cien sueldos, y gastó el precio
velozmente en comida, bebida y vestidos.
Pero
como los castigos del divino Juez suelen seguir de cerca a las
malas acciones, una noche, pasados treinta días, se le
apareció en sueños el difunto y le dijo:
-
Puesto que te encomendé todas mis cosas para que las dieses
en limosna por la redención de mi alma, sábete que
todos mis pecados me han sido perdonados ante Dios; pero como
retuviste injustamente mi limosna, entiende que he padecido
durante treinta días las penas infernales; y sabe, pues,
que mañana serás colocado tú en el mismo
lugar del infierno de donde yo he salido, y yo me sentaré
en el paraíso.
Y
dicho esto, desapareció el difunto, y el vivo
despertó temblando. Y como a la mañana temprano
estuviese contando a todos cuanto había oído, y todo
el ejército comentando tan singular hecho, se oyeron de
pronto en el aire, sobre él, unos gritos como rugidos de
leones, de lobos y de bueyes, y en seguida fué arrebatado
vivo y sano por los demonios en medio de los circunstantes, con
aquellos mismos alaridos. ¿ Y qué más ? Se le
buscó durante cuatro días a través de montes
y valles por infantes y jinetes, y no se le encontró en
parte alguna. Finalmente, cuando doce días mas tarde
caminaba nuestro ejército por la desierta tierra de Navarra
y Alava, encontró su cuerpo exánime y despedazado en
lo alto de un risco, cuya falda se encontraba a trs leguas del mar
y distaba de la citada ciudad cuatro jornadas. Los demonios, pues,
habían arrojado allí su cuerpo y habían
arrastrado su alma a los infiernos. Por lo cual sepan los que
retienen injustamente las limosnas de los difuntos encomendadas a
ellos para su reparto, que serán castigados
eternamente.
Libro IV Capítulo VIII
Sahagún: Carlomagno contra Aigolando, y las lanzas que reverdecieron
Luego,
pues, empezaron Carlomagno y Milón con sus ejércitos
a buscar por España a Aigolando. Y como lo buscasen
cuidadosamente, lo encontraron en la tierra llamada de Campos,
junto al río que se llama Cea, en unos prados, es decir, en
un lugar llano muy bueno, en donde después se
construyó por mandato y con la ayuda de Carlomagno, la
grande y hermosa basílica de los santos mártires
Facundo y Primitivo, en la que descansan los cuerpos de estos
mártires, y se fundó una abadía de monjes y
se levantó un grande y riquísimo pueblo en el mismo
lugar.
Al
acercarse, pues los ejércitos de Carlomagno, Aigolando lo
retó a combatir como él quisiera: o veinte contra
veinte, o cuarenta contra cuarenta, o cien contra cien, o mil
contra mil, o dos contra dos, o uno contra uno. En seguida fueron
enviados por Carlomagno cien soldados contra cien de Aigolando, y
fueron muertos los sarracenos. Después son enviados por
Aigolando otros cien contra cien, y también fueron muertos
los sarracenos. Luego envió Aigolando doscientos contra
doscientos, e inmediatamente fueron muertos todos los moros. Por
último Aigolando mandó dos mil contra dos mil, de
los cuales fueron muertos una parte, y otra huyó. Pero al
tercer día Aigolando echó las suertes secretamente,
y descubrió la derrota de Carlomagno. Y le desafió a
entablar betalla campal con él al día siguiente, si
quería, lo que fué aceptado por ambos.
Hubo
entonces algunos de los cristianos que al preparar con todo
cuidado sus armas de combate la víspera de la batalla,
clavaron sus lanzas, enhiestas, en tierra delante del campamento,
es decir en los prados junto al citado río, y a la
mañana siguiente los que en el próximo encuentro
habían de recibir la palma de martirio por la fe de Dios,
las encontraron adornadas con cortezas y hojas; y presos de
indecible admiración y atribuyendo tan gran milagro a la
divina gracia, las cortaron a ras del suelo, y las raíaces
que quedaron en la tierra a modo de plantel engendraron de
sí más tarde grandes bosques que todavía
existen en aquel lugar. Pues muchas de sus lanzas eran de madera
de fresno. Cosa admirable y grande alegría, magno provecho
aquel para las almas y enorme daño para los cuerpos. Pero,
qué mas? Aquel día se trabó la batalla entre
ambos bandos, y en ella fueron muertos cuarenta mil cristianos: y
el duque Milón, padre de Rolando, con aquellos cuyas lanzas
reverdecieron, alcanzó la palma del martirio; y el caballo
de Carlomagno fué muerto. Entonces Carlomagno, pies en
tierra con dos mil infantes cristianos, desenvainó su
espada, llamada Joyosa, en medio de las filas de sarracenos y
partió a muchos por mitad. Al atardecer de aquel día
volveron a sus campamentos cristianos y sarracenos. Al dia
siguiente vinieron a socorrer a Carlomagno cuatro marqueses de las
tierras de Italia con cuatro mil guerreros. Apenas los
reconoció Aigolando, volviendo grupas, se retiró a
las tierras de León , y Carlomagno con sus ejércitos
regresó entonces a la Galia.
En
la referida batalla puede entenderse la salvación de los
combatientes de Cristo; pues de la misma manera que los soldados
de Carlomagno cuando iban a pelear, prepararon antes del combate
sus armas para la lucha, así también nosotros
debemos preparar nuestras armas, esto es, las buenas virtudes,
para luchar contra los vicios. Quien oponga, pues, la fue contra
la herética maldad, o la caridad contra el odio, o la
largueza contra la avaricia, o la humildad contra la soberbia, o
la castidad contra la lujuria, o la oración asidua contra
la demoníaca tención, o la pobreza contra la
opulencia, o la perseverancia contra la inconstancia, o el
silencio contra los denuestos, o la obediencia contra la humana
rebeldía, tendrá su lanza florida y vencedora el
día del juicio de Dios. Oh!, cuan feliz y hermosa
será en el reino de los cielos, el alma del vencedor que
luchó debidamente contra los vicios en la tierra! Nadie
será coronado, sino quien haya luchado como es debido. Y
como los guerreros de Carlomagno murieron en el combate por la fe
de Cristo, de la misma manera también debemos nosotros
morir para los vicios y vivir para las santas virtudes en el mundo
hasta que merezcamos tener la florida palma del triunfo en el
reino celestial.
Libro IV Capítulo IX
Después
Aigolando reunió innumerables gentes, los sarracenos, los
moros, los moabitas, los etíopes, los serranos, los pardos,
los africanos, los persas; a Texufín, rey de los
árabes; a Burrabel, rey de Alejandria;a Avito, rey de
Bugía; a Ospino, rey de Gelves; a Fatimón, rey de
Berbería; a Alí, rey de Marruecos; a Afingio, rey de
Mallorca; a Maimon, rey de la Meca; a Ebrahim, rey de Sevilla; a
Almanzor de Córdoba, y fué hasta la ciudad gascona
de Agen y la tomó. Luego mandó a Carlomagno que
viniera pacíficamente junto a él con una
pequeña escolta de soldados, prometiéndole sesenta
caballos cargados de oro y plata y de los demás tesoros,
con la sola condición de someterse a su imperio.
Decía esto porque quería conocerlo para poder
después matarlo en combate. Pero advirtiéndolo
Carlomagno fué con dos mil de los más esforzados
hasta unos cuatro millas y los ocultó allí, y
llegó con sólo sesenta guerreros hasta un monte que
está cerca de la ciudad, y desde donde puede verse
ésta. Y allí los dejó y, cambiados sus
ésplendidos vestidos, sin lanza, atravesado el escudo sobre
la espalda como acostumbran los emisarios en tiempo de guerra, con
un solo guerrero llegó a la ciudad. En seguida, saliendo
algunos de la ciudad se llegaron hasta ellos preguntándoles
qué buscaban.
-
Somos emisarios, dijeron, del famoso rey Carlomagno, enviados a
vuestro rey Aigolando.
Y
ellos los llevaron a la ciudad, ante Aigolando; y le dijeron:
-
Carlomagno nos envía a ti, porque él mismo ha
venido, como has mandado, con sesenta guerreros, y quiere militar
bajo tus banderas y convertirse en vasallo tuyo, si quieres darle
lo que has prometido. Así pues, de la misma manera ven
pacíficamente hasta él con sesenta de los tuyos y
háblale.
Entonces
se armó Aigolando y les dijo que volviesen junto a
Carlomagno y le dijesen que esperase. No pensaba Aigolando que era
Carlomagno quien le hablaba. Carlomagno, en cambio, lo
conoció entonces, y exploró la ciudad y vió
por qué parte era más debil para conquistarla y los
reyes que en ella había, y volvió junto a los
sesenta guerreros que había dejado atrás, con los
que regresó junto a los dos mil.
Aigolando,
pues, los siguió rápidamente con siete mil
caballeros queriendo matar a Carlomagno, pero advirtiéndolo
ellos emprendieron la huída. Después Carlomagno
volvió a la Galia y la sitió, y mantuvo el sitio por
espacio de seis meses. Pero al séptimo mes, dispuestas ya
por Carlomagno junto al muro las catapultas y las ballestas, los
manteletes y los arietes con todos los demás ingenios de
combate, así como torres de madera, cierta noche Aigolando
con los reyes y sus nobles salió ocultamente por cloacas y
pasadizos, y atravesando el río Garona, que está
juntoa la ciudad, escapó de las manos de Carlomagno. Pues
al día siguiente Carlomagno entró triunfalmente en
la ciudad. Entonces parte de los sarracenos fueron acuchillados;
otros se evadieron a través de Garona con gran
ímpetu. Sin embargo, diez mil sarracenos fueron pasados a
cuchillo.
Libro IV Capítulo X
Después
Aigolando fué a la ciudad de Saintes, que entonces
yacía bajo el imperio de los sarracenos, y allí se
detuvo con los suyos. Pero Carlomagno lo siguió, y le
mandó que entregase la ciudad. El, empero, no quiso
entregarla, sino que salió a combate contra aquél,
con la condición de que la ciudad sería de quien
venciese al otro. La víspera, pues, del combate, por la
tarde, estando ya dispuestos los campamentos, las mesnadas y los
escuadrones, en unos prados que están entre el castillo que
se llama Talaburgo y la ciudad, junto al río llamado
Charente, clavaron algunos cristianos sus lanzas enhiestas en
tierra ante el campamento. Y al día siguiente, los que en
la inmediata batalla habían de recibir la palma del
martirio por la fe de Cristo, encontraron sus lanzas adornadas con
cortezas y hojas. Y ellos se alegraron en verdad por tan grande
milagro de Dios, y habiendo arrancado sus lanzas de tierra,
reunidos todos juntos entraron los primeros en el combate y
mataron a muchos sarracenos; mas por último fueron
coronados con el martirio. Su ejército contaba hasta cuatro
mil. Y también fué muerto el caballo de Carlomagno;
quien agobiado por la fortaleza de los paganos, tras recobrar
fuerzas con sus ejércitos, luchando a pie mató a
muchos de aquéllos. Que no pudiendo soportar su
combatividad, huyeron a la ciudad, fatigados por tantos como
habían matado. Carlomagno, pues, los persiguió,
sitió la ciudad, a la noche siguiente Aigolando
emprendió la fuga con sus ejércitos a través
del río. Pero advirtiéndolo Carlomagno los
persiguió y mató al rey de Gelves y al de
Bugía y a otros muchos paganos, hasta cerca de cuatro
mil.
Libro IV Capítulo XI
Entonces
Aigolando atravesó los puertos de Cize y llegó a
Pamplona y mandó a lo largo y ancho del país que se
le reuniesen todos sus ejércitos. Y mandó que en
toda la Galia todos los siervos que estaban sometidos a los abusos
de sus malvados señores, redimida la servidumbre de sus
personas y pagado el laudemio, quedasen libres para siempre con
toda su descendencia presente y venidera. Y ordenó que
nunca más fuesen siervos de gente bárbara alguna
aquellos francos que fueran con él a España para
combatir a los infieles. Pero aún más.
Perdonó también a todos los que encontró
encerrados en las cárceles; y enriqueció a los que
halló pobres, vistió a los desnudos, apaciguó
a los malévolos, realzó con apropiados honores a los
desheredados; armó honrosamente caballeros a todos los
duchos en las armas y a los escuderos; y a los que había
apartado justamente de su amistad, arrepentido por amor de Dios,
los volvió sinceramente a ella; para marchar a
España se los asoció todos, amigos y enemigos,
nacionales y extranjeros. Y a los que el rey admitía para
combatir al pueblo infiel, a éstos yo, Turpín, con
la autoridad del Señor y con nuestra bendición y
absolución, perdonaba de todos sus pecados.
Entonces
reunidos ciento treinta y cuatro mil guerreros, marchó a
España contra Aigolando. Estos son los nombres de los
más grandes adalides que con él estuvieron: Yo,
Turpín, Arzobispo de Reims, que con las oportunas palabras
de Cristo fortalecía al pueblo fiel y le animaba al
combate, le ansolvía de sus pecados, y en ocasiones
combatía a los sarracenos con mis propias armas; Rolando,
caudillo de los ejércitos, conde de Le Mans y señor
de Blaye, sobrino de Carlomagno e hijo del duque Milón de
Anglers y de Berta, hermana de Carlomagno, con cuatro mil hombres
de guerra; hubo sin embargo otro Rolando, al que ahora he de
silenciar; Oliveros, caudillo de los ejércitos, caballero
valerosísimo, muy experto en la guerra, potentísimo
por su brazo y su espada, conde asimismo de Gennes, hijo del conde
Reniero, con tres mil guerreros; Estulto, conde de Langres e hijo
del conde Odón, con tres mil hombres; Arestiano, rey de los
bretones, con siete mil hombres de armas; pero en tiempos de
éste había en Bretaña otro rey, del que ahora
no se hace mención completa; Engelero, duque de Aquitania,
con cuatro mil mil guerreros. Estos eran hábiles en toda
suerte de armas, sobre todo con arcos y saetas. En tiempos de este
Engelero había otro conde de Aquitania, concretamente en la
ciudad de Poitiers, de quien no se ha de hablar ahora. este
Engelero, pues, de linaje gascón, era duque de la ciudad de
Aquitania, que está situada entre Limoges, Bourges y
Poitiers, y a la que César Augusto fundó en aquellas
tierras y llamó Aquitania, a cuyo dominio también
sometió a Bourges, Limoges, Poitiers, Saintes y Angulema
con sus provincias, por lo que toda aquella tierra se llama
Aquitania. Esta ciudad, pues, falta de su duque después de
la muerte de Engelero, se convirtió en unerial, porque
todos sus ciudadanos murieron peleando en roncesvalles y ningunos
otros quisieron ya habitarla. Gaiferos, rey de Burdeos, con tres
mil guerreros, partió para España con Carlomagno:
Gelero, Gelino, Salomón; Gandelbodo, rey de Frisia, con
siete mil caballeros; Hoel, conde de la ciudad que vulgarmente se
llama Nantes, con dos mil héroes; Arnaldo de Belanda, con
otros dos mil; Naimo, duque de Baviera, con diez mil
héroes; Ogier, rey de Dacia, con diez mil héroes. A
éste lo celebra hasta hoy mismo una canción de
gesta, pues hizo innumerables proezas. Lamberto, príncipe
de Bourges, con dos mil hombres; Sansón, duque de
Borgoña, con diez mil héroes; Constantino, prefecto
de Roma, con veinte mil caballeros; Reinaldos de Montalbán,
Gualterio de Termes, Guillermo, Garín duque de Lorena, con
cuatro mil hombres; Begón, Alberico, el borgoñon;
Beraldo de Nublis, Guinardo, Esturmito, Tedrico, Yvorio,
Berenguer, Atón, Ganelón, que después
resultó traidor. Y el ejército de sus propias
tierrass era de cuarenta mil caballeros y de innumerables
infantes.
Los
citados son varones famosos, héroes y guerreros los
más poderosos entre los poderosos del universo, los
más fuertes entre los fuertes, próceres de Cristo
que propagan la fe cristiana en el mundo. Pues así como
Nuestro Señor Jesucristo junto con sus doce
apóstoles y discípulos, conquistó el mundo,
de la misma manera Carlomagno, rey de los franceses y emperador de
los romanos, con estos guerreros ganó España para
honra del nombre de Dios. Entonces se reúnen todos los
ejércitos en las landas de Burdeos. Cubrían, pues,
toda aquella tierra en dos jornadas a la redonda. Su estruendo y
ruido se oía a doce millas de distancia.
Y
Arnaldo de Belanda atravesó el primero los puertos de Cize
y llegó a Pamplona. En seguida le siguió el conde
Estulto con su ejército. Después fueron el rey
Arestiano y el duque Engelero con sus ejércitos;
inmediatamente después fué el rey Gandelbodo con su
ejército. Después llegaron el rey Ogier y
Constantino con sus ejércitos. Por último
llegó Carlomagno con todos los otros ejércitos; y
cubrieron toda la tierra desde el río Runa hasta el monte
que por el camino de Santiago dista de la ciudad tres leguas.
Tardaron ocho días en atravesar los puertos. Mientras tanto
mandó Carlomagno a Aigolando, que estaba en la ciudad, a la
que había reedificado y fortificado de nuevo, que se le
entregase o que saliese a batalla contra él. Aigolando,
pues, vió que no podía sostener la ciudad contra
aquél, y prefirió salir a combatir que morir
vergonzosamente en ella. Entonces pidió a Carlomagno que le
concediese una tregua hasta que su ejército saliese de la
ciudad y se dispusiese para la batalla; y que hablase con
él cara a cara. Pues Aigolando deseaba ver a Carlomagno.
Libro IV Capítulo XII
Así
pues, concedidas las treguas entre ellos, salió Aigolando
con sus ejércitos de la ciudad y, dejándolos junto a
ésta, fué con sesenta de sus magnates a una milla de
distancia de la ciudad. Y los ejércitos de Aigolando y de
Carlomagno estaban entonces en un espléndido llano que hay
junto a la ciudad, y que de ancho y de largo tiene seis millas. El
camino de Santiago separaba a los dos ejércitos. Entonces
Carlomagno dijo a Aigolando:
-
Tú eres Aigolando, el que me arrebataste alevosamente mi
tierra. Con el invencible brazo del poder de Dios conquisté
la tierra de España y de Gascuña, las subyugé
a las leyes cristianas y sometí todos los reyes a mi
imperio. Pero tú, al volver yo a la Galia, mataste a los
critianos de Dios, devastaste mis ciudades y castillos y pasaste a
sangre y fuego toda mi tierra, por todo lo cual te expongo ahora
mis grandes quejas.
Apenas
reconoció Aigolando su lengua árabe que Carlomagno
no hablaba, se admiró y alegró mucho. Pues
Carlomagno había aprendido la lengua sarracena en la ciudad
de Toledo, en la que había vivido algún tiempo de
joven. Entonces Aigolando contestó a Carlomagno:
-
Te ruego me digas por qué quitaste a nuestro pueblo una
tierra que no te corresponde por derecho hereditario, y que no
poseyeron ni tu padre, ni tu abuelo, ni tu bisabuelo, ni tu
tatarabuelo.
-
Por esto, replicó Carlomagno; porque Nuestro Señor
Jesucristo, creador del cielo y de la tierra, eligió entre
todas los pueblos al nuestro, es decir, al cristianismo, y
estableció que dominase sobre todos los pueblos del mundo,
y por esto he sometido a nuestra religión, en cuanto me ha
sido posible, a tu pueblo sarraceno.
-
Es muy indigno, dijo Aigolando, que mi pueblo esté sometido
al tuyo, siendo así que nuestra religión es mejor
que la vuestra. Nosotros tenemos a Mahoma, que fué un
profeta de Dios enviado a nosotros por El, y cuyos preceptos
cumplimos; es más tenemos dioses omnipotentes, que por
mandato de Mahoma nos descubren el futuro, a los cuales
reverenciamos y por los que vivimos y reinamos.
-
En eso yerras, Aigolando, replicó Carlomagno; porque los
mandamientos de Dios los guardamos nosotros; vosotros
observáis los vanos preceptos de un hombre vano; nosotros
creemos en dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y lo
adoramos; vosotros creéis en el diablo y lo adoráis
en vuestros ídolos. Nuestras almas, por la fe que tenemos,
van después de la muerte al paraíso y a la vida
eterna; las vuestras marchan al infierno. De donde se muestra que
nuestra religión es mejor quela vuestra. Por lo cual,
recibe el bautismo tú y tu pueblo, y vive, o ven a combatir
contra mí y recibe una afrentosa muerte.
-
Lejos de mí, contestó Aigolando, el recibir el
bautismo y el renegar de Mahoma, mi Dios omnipotente; antes al
contrario, pelearemos yo y mi pueblo contra ti y el tuyo , a
condición de que si nuestra religión es más
grata a Dios que la vuestra, os venzamos; y, si vuestra
religión es mejor que la nuestra, nos venzáis. Y se
llenen eternamente de oprobio los vencidos, y de fama y gloria los
vencedores. Además, si es vencido mi pueblo, yo
recibiré el bautismo, si sobrevivo.
Lo
cual fué concedido por ambas partes. Inmediatamente se
eligieron en el campo de batalla veinte caballeros cristianos
contra veinte sarracenos, y comenzaron a combatir con la
condición citada. Pero ¿ Qué más ? Al
punto fueron muertos todos los sarracenos. Después se
enviaron cuarenta y fueron muertos sarracenos. Luego se mandaron
cien ontra cien y todos los moros fueron muertos. De nuevo se
envían cien contra cien y al instante los cristianos, que
retrocedían, fueron muertos, porque huyeron temiendo
morir.
Estos,
pues, representan el tipo de lso fieles soldados de Cristo, porque
los que quieren pelear por la fe de Dios, de ninguna manera deben
retroceder. Y así como aquéllos fueron muertos
porque huyeron hacia atrás, así también los
fieles de Cristo, que deben luchar valientemente contra los
vicios, si retroceden, morirán vergonzosamente en ellos.
Pero los que luchan bien contra los vicios matarán
prestamente a los enemigos, esto es, a los demonios, que los
manejan. No será coronado nadie, dice el Apóstol,
sino quien haya luchado debidamente.
Después
se envían doscientos contra doscientos y en seguida son
muertos todos los sarracenos. Finalmente se envían mil
contra mil, y al punto son muertos todos los sarracenos. Entonces,
concedida una tregua por ambas partes, llegó Aigolando para
hablar a Carlomagno, afirmando que la religión de los
cristianos era mejor que la de los sarracenos. Y prometió a
Carlomagno que al día siguiente recibirá el bautismo
él y su pueblo. Así, pues, volvió a sus
gentes y dijo a los reyes y magnates que él quería
recibir el bautismo. Y mandó a todas sus gentes que se
bautizasen todos. Lo cual unos consintieron y otros rehusaron.
Libro IV Capítulo XIII
Al
día siguiente hacia las nueve, dada tregua para ir y
volver, llegó junto a Carlomagno Aigolando para bautizarse.
Apenas vió a Carlomagno que estaba comiendo a la mesa, y
muchas otras dispuestas a su alrededor, y a unos sentados a ellas
vestidos con traje de caballeros, a otros cubiertos con el negro
hábito monacal, a estos vestidos con el blanco
hábito de los canónigos, a aquéllos,
cubiertos con el de clérigos y otros vestidos con distintos
trajes, preguntó a Carlomagno qué clase de gentes
eran cada una de aquéllas. Y Carlomagno le dijo:
-
Aquellos que ves vestidos con mantos de un solo color son los
obispos y sacerdotes de nuestra religión, que nos
enseñan sus preceptos, nos absuelven de los pecados y nos
dan la bendición del Señor. Los que ves con
hábito negro son los monjes y abades, más santos que
aquéllos, los cuales nunca cesan de implorar por nosotros a
la Majestad del Señor. Los que ves con hábito blanco
se llaman canónigos regulares, los cuales observan la regla
de los mejores santos, e igualmente oran por nosotros y cantan las
misas matutinas y las horas del Señor.
Mientras
tanto, viendo Aigolando en cierto sitio trece pobres vestidos con
trajes miserables, sentados en tierra y comiendo sin mesa ni
manteles una pobre comida y bebida, preguntó qué
clase de hombres eran. Y el mismo Carlomagno dijo:
-
Esta es la gente de Dios, nuncios de Nuestro Señor
Jesucristo, a los que en número de doce como los
apóstoles del Señor tenemos costumbre de dar de
comer cada día.
Entonces
Aigolando respondió:
-
Los que viven a tu alrededor son felices, son los tuyos, y comen,
beben y se visten abundantemente; aquellos, en cambio, que dices
son completamente de tu Dios y que aseguras que son sus enviados,
¿por qué perecen de hambre, se visten mal, se les
arroja lejos de ti, y se les trata vergonzosamente? Mal sirve a su
Señor quien tan vergonzosamente? Mal sirve a su
Señor quien tan vergonzosamente recibe a sus enviados. Gran
vergüenza hace a su Dios quien así trata a sus
siervos. Ahora demuestras que es falsa esa religión tuya
que decías era buena.
Y
recibió su permiso, volvió a los suyos y,
negándose a bautizarse, le desafió para el
día siguiente. Entendiendo entonces Carlomagno que
Aigolando renunció a bautizarse a causa de los pobres
quienes vió maltratar, cuidó diligentemente a todos
los que encontró en el ejército, los vistió
muy bien y les proporcionó honrosamente comida y
bebida.
De
aquí hay que deducir cuán gran culpa adquiere
cualquier cristiano que no atiende a lso pobres con todo cuidado.
Si Carlomagno por haber tratado mal a los pobres perdió
para el bautismo a aquel rey y a su pueblo, ¿ qué
será el día del juicio final de aquellos que los
maltrataron aquí ?Cuán terrible oirán la voz
del Señor diciendo: "Apartaos de mí, malditos; id al
fuego eterno. Porque tuve hambre y no me disteis de comer", etc.
Pues hay que tener presente que la religión del
Señor y su fe poco valen en el cristiano si no se traducen
en obras, como lo afirma el Apóstol al decir: "Así
como el cuerpo sin el espíritu está muerto,
así también la fe sin buenas obras está
muerta en sí misma". Lo mismo que el rey pagano
rechazó el bautismo porque no vió en Carlomagno las
rectas obras del bautismo, igualmente temo que el Señor
repudie en nosotros la fe del bautismo el dia del juicio por no
encontrar sus obras.
Libro IV Capítulo XIV
Al
día siguiente acudieron armados todos los de ambas partes
al campo de batalla para pelear con la consabida condición
de las dos religiones. Y el ejército de Carlomagno constaba
de ciento treinta y cuatro mil hombres, y el de Aigolando de cien
mil. Los cristia-nos formaron cuatro líneas y los
sarracenos cinco; la primera de las cuales, que acudió al
combate en primer término, fué vencida en seguida.
Después avanzó el segundo escuadrón de
sarracenos, y al punto fué vencido. Luego que vieron los
sarracenos su derrota, se reu-nieron todos juntos y Aigolando se
colocó en medio de ellos. Y al ver esto los cristianos, los
rodearon por todas partes. Por una los cercó Arnaldo de
Belanda con su ejército, por otra el conde Estulto con el
suyo, por otra Arestiano con el suyo, por otra el rey Gandelbodo
con el suyo, por otra el rey Oiger con el suyo, por otra el rey
Constantino con el suyo y por otra Carlomagno con sus innumerables
ejércitos. Enotnces Arnaldo de Belanda se arrojó el
primero con su ejército sobre ellos, y mató y
derribó a todos a diestra y siniestra hasta llegar junto a
Aigolando que estaba en medio, y briosamente lo mató con su
propia espada. Inmediatamente se profujo un gran clamor de todos,
y por todas partes se lanzaron los cristianos sobre los sarracenos
y los mataron a todos salvo el rey de Sevilla y Almanzor de
Córdoba. Estos, con unos pocos escuadrones de sarracenos,
huyeron. Tanta efusión de sangre hubo aquel día, que
los vencedores nadaban en sangre hasta las monturas. Todos los
sarracenos que se encontraron en la ciudad fueron muertos.
He
aquí que Carlomagno luchó contra Aigolando en
defensa de la fe cristiana, y lo mató. Por lo cual se
demuestra que la religión cristiana aventaja por su bondad
a todos los ritos y religiones de todo el mundo. A todo sobrepasa
y se eleva sobre los ángeles. Oh cristiano, si guardas bien
en tu corazón y cumples con tus obras exactamente en cuanto
te sea posible, serás ensalzado sobre los ángeles
con tu cabeza, Jesucristo, de quien eres un miembro. Si quieres
subir, cree firmemente, pues todo es posible para el que cree,
dice el Señor.
Entonces
Carlomagno, tras reagrupar sus ejércitos, se alegró
de tan gran triunfo y llegó hasta Puente Arga, en el camino
de Santiago, y allí acampó.
Libro IV Capítulo XV
Entonces
algunso cristianos, codiciando el botín de los muertos,
retrocedieron aquella noche, sin saberlo Carlomagno, hasta el
campo de batalla en que yacían los cadáveres, y
cargados con oro y plata y con diversos tesoros emprendieron el
regreso hacia Carlomagno. Entonces Almanzor de Córdoba, que
con otros sarracenos que habían huído de la batalla
estaba escondido entre los montes, los mató a todos, y ni
uno de ellos siquiera quedó. Y el número de los que
fueron muertos casi llegaba a mil.
Estos,
pues, representan un tipo de combatientes de Cristo. Pues
así como ellos después que vencieron a sus enemigos
volvieron junto a los cadáveres por codícia, y
fueron muertos por los enemigos, de la misma manera algunos fieles
que han vencido sus vicios y han recibido la absolución, no
deben volver de nuevo a los cadáveres, esto es, a los
vicios, no vayan a ser muertos con desdichado fin por los
enemigos, es decir, por los demonios. Y así como aquellos
que perdieron la vida presente y recibieron vergonzosa muerte al
retroceder para expoliar a los otros, así tambien cualquier
religioso que haya abandonado el siglo y se dedique luego a los
negocios del mundo, perderá la vida celestial y se
acarreará la muerte eterna.
Libro IV Capítulo XVI
Al
dia siguiente, pues, se le anunció a Carlomagno que en
Monjardín un príncipe de los navarros, llamdo Furre,
quería combatir contra él. Al llegar, pues,
Carlomagno a Monjardín, el príncipe aquel se dispuso
a lidiar contra él al dia siguiente. En consecuencia,
Carlomagno la víspera de la batalla pidió a Dios que
le mostrase aquellos de los usyos que iban a morir en el combate.
Al dia siguiente, pues, armados ya los ejércitos de
Carlomagno, apareció en los hombres de los que
morían, es decir, detrás sobre la loriga, la silueta
en rojo de la cruz del Señor. Y al verlos Carlomagno los
escondió en su tienda para que no muriesen en la batalla.
"Cuan incomprensibles son los juicios de Dios y cuán
inescrutables sus caminos". ¿ Pues qué más ?
Terminada la batalla y muerto Furre con tres mil navarros y
sarracenos, encontró Carlomagno muertos a los que por
precaución había escondido. Y casi era ciento
cincuenta. ¡ Oh bienaventurada tropa de luchadores de Cristo
!, aunque la espada del perseguidor no la segó, sin embargo
no perdió la palma del martirio. Entonces Carlomagno
tomó el castillo de Monjardín y toda la tierra
navarra.
Libro IV Capítulo XVII
Nájera: Rolando contra Ferragut
En
seguida se le anunció a Carlomagno que en Nájera
había un gigante del linaje de Goliath, llamado Ferragut,
que había venido de las tierras de Siria, enviado con
veinte mil turcos por el emir de Babilonia para combatirle. El no
temía las lanzas ni la saetas, y poseía la fuerza de
cuarenta forzudos. Por lo cual acudió Carlomagno a
Nájera en seguida.
Apenas
supo Ferragut su llegada, salió de la ciudad y los
retó a singular combate, es decir un caballero contro otro.
Entonces le fue enviado por Carlomagno en primer lugar el dacio
Ogier, a quien el gigante, en cuanto lo vio solo en el campo, se
acercó pausadamente y con su brazo derecho lo cogió
con todas sus armas, y a la vista de todos lo llevó
ligeramente a la ciudad, como si fuera una mansa oveja. Pues
medía casi doce codos de estatura, su cara tenía
casi un codo de largo, su nariz un palmo, sus brazos y piernas
cuatro codos, y los dedos tres palmos.
Luego
Carlomagno mandó a combatirle a Reinaldos de
Montalbán, y en seguida con un solo brazo se lo
llevó a la cárcel de su ciudad. Después se
envió al rey de Roma Constantino y al conde Hoel, y a los
dos al mismo tiempo, uno a la derecha y otro a la izquierda, los
metió a la cárcel. Por último se enviaron
veinte luchadores, de dos en dos, e egualmente los
encarceló. Visto esto y en medio de la general
expectación, no se atrevió Carlomagno a mandar a
nadie para luchar con él.
Sin
embargo Rolando, apenas consiguió permiso del rey, se
acercó al gigante, dispuesto a combatirle. Pero entonces el
gigante lo cogió con sólo su mano derecha y lo
colocó delante de él sobre su caballo. Y al llevarlo
hacia la ciudad, Rolando, recobradas sus fuerzas y confiando en el
Señor, lo cogió por la barba y en seguida lo
echó hacia atrás sobre el caballo, y los dos al
mismo tiempo cayeron derribados al suelo. E igualmente ambos se
levantaron de tierra inmediatamente y montaron en sus caballos.
Entonces Rolando con su espada desenvainada, pensando matar al
gigante, partió por mitad de un solo tajo a su caballo. Y
como Ferragut quedase desmontado y le lanzase grandes amenazas
mientras blandía en su mano la desenvainada espada,
Rolando, con la suya, golpeó al gigante en el brazo con que
la manejaba y no lo hirió, pero le arrancó la espada
de la mano. Entonces Ferragut, perdida la espada, creyendo pegarle
a Rolando con el puño cerrado, golpeó en la frente a
su caballo, y el animal murió al instante. Finalmente a pie
y sin espadas lucharon con los puños y con piedras hasta
las tres de la tarde.
Al
atardecer, Ferragut consiguió treguas de Rolando hasta el
día siguiente. Entonces concertaron que al otro día
acudirían los dos al combate sin caballos ni lanzas. Y
acordada la lucha por ambas partes, cada uno regresó a su
propio albergue. Al amenecer del día siguiente llegaron a
pie, cada uno por su parte, al campo de batalla, como se
había acordado. Ferragut llevó consigo la espada,
pero de nada le valió, pues Rolando se había llevado
un bastón largo y retorcido con el que le estuvo pegando
todo el día y sin embargo no le hirió. Hasta el
mediodía y sin que a veces se defendiese le golpeó
también con grandes y redondas piedras que abundantemente
había en el campo, y no pudo herirle en modo alguno.
Entonces
conseguidas treguas de Rolando, vencido del sueño
comenzó a dormir Ferragut. Y Rolando, como cumplido
caballero que era, puso una piedra bajo su cabeza para que
durmiese más a gusto. Ningún cristiano, pues, ni aun
el mismo Rolando, se atrevía a matarlo entonces, porque se
hallaba establecido entre ellos que si un cristiano
concedía treguas a un sarraceno, o un sarraceno a un
cristiano, nadie le haría daño. Y si alguien
rompía deslealmente la tregua concedida, era muerto en
seguida. Ferragut, pues, cuando hubo dormido bastante, se
despertó, y Rolando se sentó a su lado y
comenzó a preguntarle cómo era tan fuerte y robusto
que no temía espadas, piedras ni bastones.
--Porque
tan sólo por el ombligo puedo ser herido, contestó
el gigante.
Hablaba
él en español, lengua que Rolando entendía
bastante bien. Entonces el gigante comenzó a mirar a
Rolando y a preguntarle así:
--Y
tú, cómo te llamas?
--Rolando,
contestó este.
__De
qué linaje eres que tan esforzadamente me combates?,
preguntó.
Y
Rolando dijo: Soy oriundo del linaje de los francos.
Y
Ferragut instistió: De qué religión son los
francos?
Y
respondió Rolando: Cristianos somos, por la gracia de Dios,
y a las órdenes de Cristo estamos, por cuya fe combatimos
con todas nuestras fuerzas.
Entonces,
al oir el nombre de Cristo, dijo el pagano: Quién es ese
Cristo en quien crees?
Y
Rolando exclamó: El Hijo de Dios Padre, que nació de
virgen, padeció en la cruz, fue sepultado, de los infiernos
resucitó al tercer día y volvió a la derecha
de Dios Padre en el cielo.
Entonces
Ferragut replicó: Nosotros creemos que el Creador del cielo
y de la tierra es un solo Dios, y no tuvo hijo ni padre. Es decir,
que así como no fué engendrado por nadie, tampoco a
nadie engendró. Luego Dios es uno y no trino.
-
Verdad es, dijo Rolando, que es uno; pero al decir que no es trino
te apartas de la fe. Si crees en el Padre, cree en el Hijo y en el
Espíritu Santo. Pues el mismo Dios es Padre, Hijo y
Espíritu Santo, permaneciendo, sin embargo, uno en tres
personas.
-
Si dices, contestó Ferragut, que el Padre es Dios, que el
Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, hay, pues,
tres dioses, lo que no es posible, y no un solo Dios.
-
De ninguna manera, replicó Rolando, sino que te afirmo que
Dios es uno y trino. Y efectivamente así es. Todas las tres
personas son igualmente eternas e iguales entre sí. Cual el
Padre así es el Hijo y el Espíritu Santo. En las
personas está la propiedad en la esencia la unidad y en la
majestad se adora la igualdad. Los ángeles en el cielo
adoran a Dios uno y trino, y Abraham vió a tres y
adoró a uno.
-
Demuestrame eso, atajó el gigante, cómo tres son uno
solo.
-
Te lo demostraré, dijo Rolando, mediante ejemplos humanos.
Como en la cítara al tocar hay tres cosas, a saber, el
arte, las cuerdas y las manos, y sin embargo es una cítara,
así también en Dios hay tres, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, y es un solo Dios. Y como en la almendra
hay tres cosas, cáscara, piel y fruto, y a pesar de ello
sólos una almendra. de la misma manera en Dios hay tres
personas y un solo Dios. En el sol hay tres, claridad, brillo y
calor, y sin embargo sólo un sol existe. En la rueda del
carro hay tres partes, a saber, el cubo, los rayos y la pinas, y
sin embargo forman una sola rueda. En ti mismo hay tres elementos,
cuerpo, miembros y alma, y a pesar de ello eres un solo hombre. De
la misma manera resulta que en Dios hay unidad y trinidad.
-
Ahora, dijo Ferragut, entiendo que Dios es uno y trino pero
ahún no sé cómo el Padre engendró al
Hijo, cual aseguras.
-
¿ Crees, pregutnó Rolando, que Dios creó a
Adán ?
-
Lo creo, respondió el gigante.
-
De la misma manera, pues, dijo Rolando, que Adán no
fué engendrado por nadie y sin embargo engendró
hijos, así también Dios Padre por nadie fué
engendrado y, no obstante, por obra divina, antes del comienzo de
los tiempos, engendró inefablemente de sí mismo,
según quiso, al Hijo.
Y
el gigante dijo: De acuerdo con lo que dices; pero no comprendo en
absoluto cómo se hizo hombre quien era Dios.
-
El mismo que de la nada creó el cielo, la tierra y todas
las cosas, contestó Rolando,hizo que su Hijo se encarnase
en una virgen, no por obra de varón, sino de su
Espíritu Santo.
-
No acabo de entender, replicó el gigante, cómo sin
obra de varón pudo nacer, como dices, del vientre de una
virgen.
Y
Rolando le dijo: Dios que creó a Adán sin necesidad
de otro hombre, hizo que su Hijo naciese de una virgen sin
intervención de hombre alguno. Y como de Dios Padre
nació sin madre, de la misma manera nació de madre
sin padre humano. Pues tal es el nacimiento digno de Dios.
-
Difícilmente alcanzo sin rubor, repus el gigante,
cómo una virgen pudo concebir sin obra de varón.
-
Aquel, respondió Rolando, que hace nacer el gorgojo en el
grabo del haba y el gusano en el árbol y en el barro, y que
hace tener prole sin acción del macho a muchos peces y
pájaros, a las abejas y serpientes, Ese mismo hizo que una
virgen intacta engendrase sin concurso humano al hombre Dios.
Quien, como dije, hizo el primer hombre sin necesidad de otro,
fácilmente pudo hacer que su Hijo, hecho hombre, naciese de
una virgen sin concurso de varón.
-
Bien puede ser, dijo Ferragut, que naciese de una virgen, pero si
fué hijo de Dios de ninguna manera pudo, como aseguras,
morir en la cruz. Pudo, como dices, nacer, pero, si fué
Dios, no pudo en absoluto morir, pues Dios nunca muere.
-
Bien dicho, replicó Rolando, que pudo nacer de virgen.
Luego, en cuanto hombre, nació. Si, como hombre, pues todo
el que nace, muere. Si hay que creer en su Natividad, en
consecuencia hay que creer en su muerte y Resurrección.
-
¿ Por qué, exclamó Ferragut, hay que creer en
su Resurrección ?
-
Porque, dijo Rolando, el que nace, muere; y el que muere resucita
al tercer día.
Entonces
el gigante se admiró mucho al oír esto, y le
dijo:
-
Rolando, ¿ por qué me dices tanta tontería ? Es
imposible que un hombre muerto vuleva de nuevo a la vida.
-
No sólo el Hijo de Dios, respondió Rolando,
resucitó de entre los muertos, sino también todos
los hombres que ha habido desde el principio hasta el fin, han de
resucitar ante su tribunal y desde el principio hasta el fin, han
de resucitar ante su tribunal y recibirán la recompensa de
sus méritos, según cada uno haya obrado bien o mal.
El mismo Dios que hace crecer hasta lo alto al pequeño
arbol, y hace revivir, crecer y fructificar en la tierra al grano
de trigo, muerto y podrido, hará que todos con su propia
carne y espíritu resuciten de la muerte a la vida el
día del juicio. Compara la misterios naturaleza del
león. Si el león vivifica con su aliento a los tres
dias a sus cachorros muertos, ¿ Por qué admirarse si
Dios Padre resucitó a su Hijo de entre los muertos al
tercer día ? Y si el Hijo de Dios volvió a la vida,
no debe parecerte nuevo, puesto que muchos muertos también
volvieron a ella antes de su Resurrección. Si Elías
y Eliseo resucitaron muertos fácilmente, muchos difuntos
antes, fácilmente resurgió de entre los muertos, y
no pudo, de ninguna manera, ser retenido por la muerte, pues la
misma muerte huye de Aquel a cuya voz una muchedumbre de muertos
resucitó.
Entonces
Ferragut dijo: Ya voy vislumbrando lo que dices, pero no sé
todavía cómo pudo entrar en los cielos, como
tú dijiste.
-
Quien fácilmente descendió del cielo, dijo Rolando,
fácilmente subió a los cielos. Quien
fácilmente resucitó por sí mismo, con igual
facilidad entró en el cielo. Compara estos varios ejemplos.
Ves la rueda del molino: cuanto desciende de las alturas a lo
profundo otro tanto asciende desde lo hondo a lo alto. El ave que
vuela en el aire sube tanto como descendió. Tú
mismo, si acaso bajaste de un monte, bien puedes volver de nuevo
al sitio de que descendiste. El sol salió ayer por oriente
y se puso por poniente, e igualmente hoy volvió a salir por
el mismo lugar. Luego el Hijo de Dios volvió allá de
donde vino.
--Entonces,
concluyó Ferragut, lucharé contigo, a
condición de que si es verdadera esa fe que sostienes, sea
yo vencido, y si es falsa, lo seas tú. Y el pueblo del
vencido se llene eternamente de oprobio, y el del vencedor en
cambio de honor y gloria eternos.
--Sea,
asintió Rolando.
Y
así se reemprendió el combate con mayor vigor por
ambas partes, y en seguida Rolando atacó al pagano.
Entonces, roto el bastón de Rolando, se lanzó contra
él el gigante y cogiéndolo ligeramente lo
derribó al suelo debajo de sí. Inmediatamente
conoció Rolando que ya no podía de ningún
modo evadirse de aquél, y empezó a invocar en su
auxilio al Hijo de la Santísima Virgen María y,
gracias a Dios, se irguió un poco y se revolvió bajo
el gigante, y echó mano a su puñal, se lo
clavó en el ombligo y escapó de él.
Entonces
el gigante comenzó a invocar a su dios con voz
estentórea, diciendo: Mahoma, Mahoma, dios mío,
socórreme que ya muero. Y en seguida, acudiendo los
sarracenos a estas voces, le cogieron y llevaron en brazos hacia
la ciudad. Rolando, empero, ya había vuelto incólume
a los suyos. Entonces los cristianos, junto con los sarracenos que
llevaban a Ferragut, entraron en brioso ataque en la ciudadela que
estaba sobre el poblado. Y de esta manera murió el gigante,
se tomó la ciudad y el castillo, y se sacó de la
prisión a los luchadores.
Libro IV Capítulo XVIII
Al
poco tiempo llegó a oídos de nuestro emperador que
en Córdoba le esperaban para combatirle el rey de Sevilla,
Ebrahim, y Almanzor, que anteriormente habían escapado de
la batalla de Pamplona. Y habían llegado en su auxilio,
guerreros de siete ciudades, a saber, de Sevilla, Granada,
Játiva, Denia, Ubeda, Abla y Baeza. Entonces dispuso
Carlomagno ir a pelear contra ellos. Así pues, al acercarse
a Córdoba con sus ejércitos, salieron con los suyos
a los citados reyes, armados contra él, a tres millas de la
ciudad. Y los sarracenos eran unos diez mil; los nuestros, en
cambio alrededor de siete mil.
Entonces
distribuyó Carlomagno su ejército en tres cuerpos,
el primero de los cuales estava formado por los caballeros
más esforzados, el segundo por los infantes y el
último por los demás caballeros. Y los sarracenos
hicieron igual. Y al acercarse, cuando lo mandó Carlomagno,
el primer escuadrón de nuestros caballeros contra el
primero de paganos, avanzaron delante de cada jinete de
éstos sendos infantes que llevaban máscaras muy
extrañas, que golpeaban fuerte con las manos. Y apenas los
caballos de nuestros guerreros oyeron las voces y ruidos de
aquellos y vieron sus terribles aspectos, muy espantados empezaron
a huir como enloquecidos. Y corriendo con la velocidad de la
saeta, huían, y de ningún modo los guerreros de
nuestros ejércitos vieron huir al primero, se dieron a la
fuga.
Entonces
los sarracenos, muy alegres, persiguieron a paso lento a los
nuestros, hasta que llegamos a un monte que dista de la ciudad
casi dos millas. Allí, pues, todos reunidos nos
abroquelamos en nosotros mismos, esperándolos para el
combate. Y viéndolo ellos volvieron un poco atrás.
En seguida colocamos nuestras tiendas, permaneciendo allí
hasta el día siguiente. A la mañana siguiente, pues,
tomada una determinación con todos los guerreros,
Carlomagno mandó que todos los caballeros de nuestro
ejército tapasen con lienzos y paños la cabeza de
sus caballos para que no viesen las máscaras de los
infieles y que de la misma manera les taponasen fuertemente los
oídos con unos recios paños para que no oyesen el
ruido de los timbales. ¡ Oh grande y admirable ingenio !
Apenas cerrados los ojos y oídos de los caballos, marcharon
confiadamente al combate, despreciando los engañosos ruidos
de los impíos. Entonces todos los nuestros al mismo tiempo
los combatieron sin interrupción de la mañana a la
noche y mataron a muchos de ellos, pero no pudieron todavía
vencerlos por completo. Y todos los sarracenos estaban reunidos, y
en medio de ellos había un carro. Entonces cortó con
su propia espada el mástil que sostenía el
estandarte, y en seguida todos los sarracenos comenzaron a huir
dispersos por todas partes. Inmediatamente en medio de la general
refriega y de la mayor gritería, fueron muertos ocho mil
sarracenos, entre ellos el rey de Sevilla; y Almanzor con dos mil
sarracenos entró en la ciudad y la fortificó. Pero
vencido por fin al día siguiente, entregó la ciudad
a nuestro emperador, bajo la condición de recibir el
bautismo, someterse a las órdenes de Carlomagno y tenerla
por recibida de él en adelante. Hechas, pues estas cosas,
distribuyó Carlomagno las tierras y provincias de
España a sus caballeros y gentes, es decir, a los que
querían quedar en aquella tierra. Dió Navarra y
Vasconia a los bretones, Castilla a los francos, la tierra de
Nájera y Zaragoza a los griegos e italianos que
había en nuestro ejército, Aragón a los
poitevinos, Andalucía que está junto al mar a los
teutones, y Portugal a los dacios y flamencos. Los francos no
quisieron habitar Galicia porque les parecía fragosa. Nadie
hubo luego en España que se atreviese a combatir a
Carlomagno.
Libro IV Capítulo XIX
Entonces,
licenciados sus mayores ejércitos, fué Carlomagno a
la tierra de Santiago en España, e hizo cristianos a los
habitantes que en ella encontró; pues a los que
volvían a la infidelidad de los sarracenos, o los
pasó a cuchillo o los desterró a la Galia. Entonces
estableció obispos y presbíteros en las ciudades, y
reunido en la ciudad de Compostela un concilio de obispos y
príncipes determinó por amor a Santiago que todos
los prelados, príncipes y reyes crsitianos, tanto
españoles como gallegos, presentes y futuros, obedeciesen
al obispo de Santiago. En Iria no estableció obispo porque
no la tuvo por ciudad, sino que mandó fuese villa sujeta a
la sede compostelana. Entonces en el mismo concilio, yo,
Turpín, arzobispo de Reims, a ruegos de Carlomagno,
consagré fastuosamente con sesenta obispos la
basílica y el altar de Santiago. Y sometió el rey a
la misma iglesia toda la tierra española y gallega, y se la
dió en dote, mandando que cada poseedor de cualquier casa
de toda España y Galicia, diese cada año cuatro
monedas obligatoriamente, y quedasen libres de toda servidumbre
por orden del rey. Y en ella se celbren a menudo los concilios de
los obispos de toda España; y en honor del apóstol
del Señor se otorgasen por manos del obispo de la misma
ciudad los báculos episcopales, y la coronas reales. Y que
si en otras ciudades por los pecados de los pueblos faltasen la fe
o los preceptos del Señor, se reconcilien allí con
el consejo del mismo obispo. Y con razón se concede que la
fe se reconcilie y establezca en aquella venerable iglesia, porque
de la misma manera que por San Juan Evangelista, hermano de
Santiago, se estableció en oriente la fe de Cristo y una
sede apóstolica en Efeso, así también en la
parte occidental del reino de Dios fué establecida por
Santiago la misma fe y una sede apostólica en Galicia.
Estas son sin duda alguna las sedes apostólicas: Efeso, que
está a la derecha en el terrenal reino de Cristo, y
Compostela, que está a la izquierda, sedes que en la
división de las provincias correspondientes a estos dos
hijos de Zebedeo. Pues ellos habían pedido al Señor
sentarse en su reino, uno a su derecha, otro a su izqquierda.
Tres
sedes postólicas principales sobre todas suele con
razón la cristiandad venerar especialmente en el muno, a
saber: la romana, la gallega y la de Efeso. Pues como el
Señor distinguió entre todos los apóstoles a
tres, a saber: Pedro, Santiago y Juan, a los cuales reveló
más claramente que a los demás, según consta
en los Evangelios, sus designios, de la misma manera
determinó que estas tres sedes fuesen a causa de ellos
reverenciadas sobre todas las demás del mundo. Y con
razón se dice que éstas son las sedes principales,
porque así como estos tres apóstoles aventajaron a
los demás en dignidad, igualmente los sacrosantos lugares
en que predicaron y fueron enterrados deben justamente aventajar
por la excelencia de su dignidad a todas las sedes del mundo
entero. Con razón se considera a Roma como la primera sede
apostólica, pues Pedro, el príncipe de los
apóstoles, la consagró con su predicación,
con su propia sangre y con su sepultura. Compostela se tiene
justamente por la segunda sede, porque Santiago, que fué
entre los demás apóstoles el mayor después de
San Pedro, por su especial dignidad, honor y calidad, y en los
cielos tiene la primacía sobre ellos, la santificó
primero con su predicación antiguamente, y laureado con el
martirio la consagró con su sacratísima sepultura y
ahora la ilustra con sus milagros y no cesa de enriquecerla
constantemente con sus permanentes beneficios. En verdad se dice
que la tercera sede es Efeso, porque San Juan Evangelista compuso
en ella su Evangelio que empieza "In principio erat verbum", en un
concilio de los obispos que él mismo había
establecido en las otras ciudades, a los que también en su
Apocalipsis llama ángeles, y la consagró con sus
predicaciones y milagros y con la basílica que en ella
edificó e incluso con su propia sepultura. Si pues, algunas
cuestiones divinas o humanas quizá no pueden por su
gravedad dilucidarse en las otras sedes del orbe, en estas tres
sedes deben con razón ser tratadas y definidas. Así
pues, Galicia, libre muy pronto de sarracenos, por la gracia de
Dios y de Santiago y con el auxilio de Carlomagno, permanece
distinguida hasta hoy en la fe cristiana.
Libro IV Capítulo XX
Y
era el rey Carlomagno de pelo castaño, faz bermeja, cuerpo
proporcionado y hermoso, pero de terrible mirada. Su estatura
medía ocho pies, pero suyos, que eran muy largos. Era
anchísimo de hombros, proporcionado de cintura y vientre,
de brazos y piernas gruesos, de miembros muy fuertes todos ellos,
soldado arrojadísimo y muy diestro en el combate. Su cara
tenía palmo y medio de longitud, uno su barba y casi medio
la nariz. Y su frente media un pie y sus ojos, semejantes a los
del león, brillaban como ascuas. Sus cejas medían
medio palmo. Cualquier hombre a quien él en un rapto de ira
mirase con sus abiertos ojos, quedaba instantáneamente
aterrorizado. Nadie podía estar tranquilo ante su tribunal,
si él le miraba con sus penetrantes ojos. El cinturon con
que se ceñía tenía extendido oho palmos, sin
contar lo que colgaba. Tomaba poco pan en la comida, pero se
comía la cuarta parte de un carnero o dos gallinas o un
ganso, o bien un lomo de cerdo o un pavo o una grulla o una liebre
entera. Bebía poco vino, sino, sobriamente, agua.
Tenía tal fuerza que co su espada partía de un solo
tajo a un caballero armado, enemigo suyo se entiende, montando a
caballo, desde la cabeza hasta la silla juntamente con su
cabalgadura. Enderezaba sin esfuerzo con sus manos cuatro
herraduras al mismo tiempo. Levantaba rápidamente desde el
suelo hasta su cabeza con una sola mano a un caballero armado y
colocado de pie sobre la palma. Y era muy espléndido en sus
mercedes, muy recto en sus juicios, elocuente en sus palabras.
Mientras estuvo en España su corte principalmente,
sólo en cuatro solemnidades al año llevaba la corona
real y el cetro, a saber: el día de Navidad, el de Pascua y
el de Pentecostés, y el día de Santiago. Delante de
su trono se ponía una espada desnuda, a la manera imperial.
Cada noche había siempre alrededor de su lecho ciento
veinte esforzados cristianos para guardarle, cuarenta de los
cuales, a saber: diez a la cabcera, diez a los pies, dies a la
derecha y otros diez a la izquierda, hacían la vela al
principio de la noche, teniendo la espada desnuda en la mano
derecha y un cirio encendido en la izquierda. De igual manera
hacían la segunda guardia otros cuarenta. E igualmente
otros cuarenta hacían la tercera vela de la noche, mientras
los demás dormían.
Quiza
a alguien le guste oír con más detalle sus grandes
gestas, pero contarlas es para mí grande y abrumadora
empresa. No puedo describir como Galafre, emir de Toledo, le
armó caballero en el palacio de Toledo cuando en su
niñez estaba desterrado en dicha ciudad y cómo
después el mismo Carlomagno, por amistad hacia el citado
Galafre, mató en combate a Bramante, grande y soberbio rey
de los sarracenos, enemigo de Galafre, y cómo
conquistó diversas tierras y las ciudades que las
embellecían, y las sometió al nombre de Dios, y como
estableció por el mundo muchas abadías e iglesias y
cómo colocó en arcas de oro y plata los cuerpos y
reliquias de muchos santos sacándolos de sus sepultura, y
como se trajo consigo el madero de la cruz que repartió
entre muchas iglesias. Antes se agotan la mano y la pluma que su
historia. Sin embargo, voy a decir brevemente cómo
volvió de España a la Galia, después de la
liberación de la tierra gallega.
Libro IV Capítulo XXI
Después
que el famosísimo emperador Carlomagno conquistó en
aquellos días toda España para gloria del
Señor y de su apóstol Santiago, de regreso de
España, se detuvo con sus ejércitos en Pamplona. Y
vivían entonces en Zaragoza dos reyes sarracenos, a sbaer:
Marsilio y su hermano Beligando, enviados a España desde
Persia por el emir de Babilonia, los cuales estaban sometidos al
imperio de Carlomagno y le servían gustosamente en todo,
pero con lealtad fingida. Y Carlomag-no les ordenó por
medio de Ganelón que recibiesen el bautismo o que le
enviasen un tributo. En-tonces le mandaron treinta caballos
cargados de oro y plata y de tesoros españoles, y cuarenta
caballos cargados de vino dulcísimo y puro para beber sus
caballeros, y mil hermosas sarracenas para su deleite. A
Ganelón, empero, le ofrecieron fraudulentamente veinte
caballos cargados de oro, plata y telas preciosas para que pusiera
en sus manos a los caballeros a fin de matarlos. Y él se
avino y recibió aquel dinero. Así pues, acordado
entre ellos el malvado pacto de traición, volvió
Ganelón al lado de Carlomagno y le dió los tesoros
que los reyes le habían enviado, diciendo que Marsilio
quería hacerse cristiano y preparaba su viaje para ir a la
Galia al lado de Carlomagno, y que allí recibiría el
bautismo y en adelante gobernaría toda la tierra de
España en su nombre.
Los
más nobles caballeros, solamente el vino le aceptaron, mas
de ninguna manera las mujeres: pero se las tomaron los inferiores.
Entonces Carlomagno, dando crédito a las palabras de
Ganelón, determinó atravesar los puertos de Cize y
volver a la Galia. Luego, por consejo de Ganelón,
madó a sus preferidos, su sobrino Rolando, conde de Le Mans
y de Blaye, y a Oliveros, conde de Gennes, que con los más
nobles caballeros y veinte mil cristianos formasen la retarguardia
en Roncesvalles, mientras el mismo Carlomagno atravesaba con los
otros ejércitos los puertos nombrados. Y de este modo se
hizo. Pero porque en las noches precedentes, ebrios algunos con el
vino sarraceno, fornicaron con las mujeres paganas y
también con las cristianas que muchos se habían
traído consigo de la Galia, se acarrearon la muerte. ¿
Pues qué más ? Mientras Carlomagno con veinte mil
cristianos y Ganelón y Turpín atravesaban los
puertos, y los antes dichos formaban la retaguardia, Marsilio y
Beligando, con cincuenta mil sarracenos, salieron al amanecer de
los bosques y collados, donde por consejo de Ganelón
habían estado escondidos durante dos días y otras
tantas noches, y dividieron sus fuerzas en dos partes: una de
veinte mil y otra de treinta mil. La de veinte mil comenzó
primero a atacar de pronto a los nuestros por la espalda. En
seguida los nuestros se volvieron contra ellos,
combatiéndolos desde la madrugada hasta las nueve; todos
cayeron. Ni tan sólo uno de los veinte mil escapó.
Inmediatamente los otros treinta mil atacaron a los nuestros
fatigados y rendidos por tan gran batalla, y los mataron a todos
desde el primero al útlimo. Ni uno tan sólo de los
veinte mil cristianos se salvó. Unos fueron atravesados con
lanzas, otros degollados con espadas, éstos partidos con
hachas, aquéllos acribillados con saetas y venablos, unos
sucumbieron a garrotazos, otros fueron desollados vivos con
cuchillos, otros quemados al fuego y otros, en fin, colgados de
los árboles. Allí murieron todos los caballeros
excepto Rolando, Balduino, Turpín, Tedrico y
Ganelón. Balduino y Tedrico, dispersos por los montes, se
escondieron primero y huyeron más tarde. Entonces los
sarracenos retrocedieron una legua.
Podria
preguntarse ahora por qué permitió el Señor
que los que no habían fornicado con las mujeres encontraran
la muerte con los que se embriagaron y fornicaron. En verdad,
permitió el Señor que encontrasen las muerte los que
no se embriagaron ni fornicaron, porque no quiso que volviesen
más a su patria para que por acaso no incurriesen en
algunos pecados. Ya que quisootorgarles por sus trabajos la corons
del reino celestial mediante su muerte. Los que habían
fornicado permitió que encontraran la muerte, porque quiso
borrar sus pecados mediante su muerte en combate. Y no debe
decirse que Dios celmentísimo no remunerase los pasados
trabajos de quellos que en su última hora invocaron su
nombre confesando sus pecados. Aunque fornicaron, murieron sin
embargo por el nombre de Cristo. No se permite, pues, más a
los que van a combatir que lleven sus esposas u otras mujeres.
Pues algunos príncipes terrenos, como Darío y
Antonio marcharon al combate antiguamente en
compañía de sus mujeres y ambos murieron en
él, Darío vencido por Alejandro, Antonio por
Octaviano Augusto. Por lo cual a nadie se permite llevar mujer al
ejército porque es un estorbo para el alma y para el
cuerpo. Los que se emborracharon y fornicaron representan a los
sacerdotes y varones que luchan contra los vicios, a los que no
está permitido embriagarse y de ninguna manera cohabitar
con mujeres. Porque si lo hacen habitualmente, caídos
quizá también en otros vicios, serán
desgraciadamente muertos por sus enemigos, es decir, por los
demonios, y llevados al infierno.
Así,
pues, como terminado el combate volviese Rolando solo hacia los
paganos a fin de explorar, y estuviese todavía lejos de
ellos, encontró a un sarraceno negro, herido de la batalla,
escondido en el bosque, y tras cogerlo vivo lo dejó
fuertemente atado con cuatro cuerdas a un árbol. Entonces
subió a un monte y los observó y vió que eran
muchos, y volvió atrás por el camino de Roncesvalles
por donde iban los que deseaban atravesar el puerto. Entonces
tocó su trompa de marfil, a cuyo toque se le reunieron unos
cien cristianos, con los que regresó a través de los
bosques hacia los sarracenos hasta el que había dejado
atado, y prontamente le desató de sus ligaduras y
levantó la espada desnuda sobre su cabeza diciendo: Si
vienes conmigo y me señalas a Marsilio, te dejaré
marchar vivo; si no, te mataré. Pues ahún no
conocía Rolando a Marsilio. En seguida marchó el
sarraceno con él y le mostró entre los
ejércitos sarracenos, de lejos, a Marsilio con su caballo
alazán y su escudo redondo. Entonces Rolando lo
soltó y animado al combate, recobradas las fuerzas con la
ayuda de Dios, con los que tenía consigo se lanzó de
pronto sobre los sarracenos y vió entre ellos uno que era
de mayor estatura que los otros, y de un solo tajo con su propia
espada le partió por la mitad a él y a su caballo de
arriba a abajo, de forma que una parte del sarraceno y de su
caballo cayó a la derechza y la otra a la izquierda. Y
cuando los sarracenos vieron esto, abandonando a Marsilio con unos
pocos en el campo de batalla, comenzaron a huir por todas partes.
En seguida Rolando, confiando en el poder divino, se
adentró entre las filas de sarracenos, derribandolos a
derecha e izquierda, y alcanzó a Marsilio que huía,
y con la poderosa ayuda de Dios lo mató entre otros. En
aquella ocasión murieron en el mismo combate los cien
compañeros de Rolando que habían llevado consigo, y
el mismo Rolando resultó herido de cuatro lanzadas y
gravemente golpeado a pedradas; apenas Beligando supo la muerte de
Marsilio abandonó con los sarracenos aquellos parajes.
Tedrico, pues, Balduino y algunos otros cristianos, se
escondían como ya dijimos, dispersos y aterrorizados por
todo el bosque, otros en cambio atravesaban los puertos. Pero
Carlomagno con sus ejércitos ya habían traspasado
las cumbres de los montes e ignoraba lo acaecido a su espalda.
Entonces
Rolando, fatigado por tan gran batalla, lamentando la muerte de
los cristianos y de tantos héroes, angustiado por las
grandes heridas y golpes recibidos por él de los
sarracenos, llegó solo a través del bosque hasta el
pie del puerto Cize y allí bajo un árbol y junto a
un peñasco de mármol que se alzaba en un ameno prado
sobre Roncesvalles, descendió del caballo. Todavía
tenía consigo una espada suya de hermosísima
factura, corte fortísimo, inflexible resistencia y
resplandeciente con su intenso brillo, que se llamaba Durandarte.
Este nombre se interpreta como "con ella da golpes duros", o bien
como "duramente golpea con ella al sarraceno", pues no puede
romperse de ningún modo. Antes fallará el brazo que
la espada. Y habiéndola desenvainado y teniéndola en
la mano, exclamó con voz empañada por las
lágrimas, mientras la miraba :
-
¡ Oh ! hermosísima espada, de brillo nunca oscurecido,
de armónicas proporciones y fortaleza inquebrantable, de
blanquísimo puño de marfil, espléndida cruz
de oro y dorada superficie; adornada con un pomo de berilo y
esculpida con la entrañable leyenda del
y la
emblema del inmenso nombre de Dios; de bien probada punta y
aureolada con la virtud divina ¿Quién usará en
adelante de tu fortaleza ? ¿ Quién te poseerá
luego ? ¿ Quien te tendrá y será tu
dueño ? Quien te posea no será vencido, no
quedará atónito ni se mostrará timorato por
miedo a los enemigos, no se atemorizará por ninguna
fantasía, sino que confiará siempre en la
protección de Dios, y se verá asistido por el
auxilio divino. Tú destruyes a los sarracenos, matas al
pueblo infiel, enalteces la religión cristiana y procuras
la alabanza de Dios y la gloria y fama de todos. ¡ Oh !
Cuántas veces con tu ayuda defendí el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo, cuántas veces maté
enemigos de Cristo, cuántos sarracenos acuchillé y
cuántos judios y demás infieles destruí para
exaltar la fe cristiana. Tú cumples la justicia de Dios y
arrancas del cuerpo el pie y la mano acostumbrados al robo.
Cuantas con tu ayuda arranqué la vida a un pérfido
judío o a un sarraceno, otras tantas pienso haber vengado
la sangre de Cristo. ¡ Oh ! espada felicísima, de
rapida estocada, que no tuvo nunca par ni lo tendrá en lo
futuro. Quién te fabricó, ni antes ni luego hizo
otra semejante. Nunca jamás pudo sobrevivir quién
resultó algo herido por ti. Mucho me duele si fueses a
parar a manos de un cobarde o apocado, y mucho más que te
tocase algún infiel o sarraceno. Y tras estas palabras, por
temor de que cayese en manos de los sarracenos, dió tres
golpes con ella al peñón de mármol con la
intención de destruirla. Peró ¿Qué
más? En dos trozos, de arriba a abajo se partió la
roca y la espada de doble filo quedó intacta.
Después
comenzó a atronar el espacio con los fuertes sonidos de su
trompa, por si se le reunían algunos de los cristianos que
por temor a los sarracenos se escondían en los bosques, o
por si acaso regresaban a su lado los que ya habían pasado
los puertos y asistían a su muerte, se hacían cargo
de su espada y su caballo y perseguían a los sarracenos
para combatirlos. Entonces tocó su trompa de marfil con tal
ardor y tanta fuerza, que se cuenta que la trompa se rajó
por la mitad con la violencia de su soplido y se le rompieron las
venas y los nervios del cuello. Y su sonido llegó entonces,
conducido por los ángeles, hasta los oídos de
Carlomagno, que con su ejército se había detenido en
Valcarlos, lugar que distaba de Rolando ocho millas hacia
Gascuña. Carlomagno quiso regresar en seguida a su lado
para auxiliarle, pero Ganelón, cómplice de la muerte
de Rolando, le dijo: No vuelvas atrás, mi rey y
señor, pues Rolando acostumbra a tocar la trompa todos los
días por cualquier cosa. Ten la seguridad de que ahora no
necesita de tu auxilio, sino que por afición a la caza
camina Rolando persiguiendo alguna fiera por los bosques y tocando
su trompa. ¡Oh! engañosa respuesta ! ¡Oh malvado
consejo de Ganelón, comparable a la traición del
traidor Judas ! Y como yaciese Rolando sobre la hierba de un prado
y desease de modo indecible un arroyuelo donde aplacar su sed, al
llegar Balduino le indicó que le trajese agua. Y
éste, como buscase agua por todas partes y no la
encontrase, viéndole próximo a la muerte le bendijo
y, temiendo caer en manos de los sarracenos, montó en su
caballo y, abando- nándoles, marchó tras el
ejército de Carlomagno. Y al marcharse aquél,
llegó en seguida Tedrico, y comenzó a llorarle
mucho, diciéndole que fortaleciese su alma con la fe de la
confesión.
Rolando
había recibido de un sacerdote aquel mismo día,
antes de entrar en combate, la Eucaritía y la
absolución de sus pecados. Pues había la costumbre
de que todos los luchadores fortaleciesen sus almas con la
Eucaritía y la confesión recibidas de manos de los
sacerdotes, obispos y monjes que allí estaban, en combate.
Entonces, elevando los ojos al cielo, Rolando, mártir de
Cristo, dijo:
-
Señor mío Jesucristo, por cuya fe abandoné mi
patria, vine a estas bárbaras tierras para exaltar la
cristiandad, gané, protegido con tu auxilio, muchas
batallas a los infieles y soporté innumerables golpes,
desdichas, muchas heridas, oprobios, burlas, fatigas, calores,
fríos, hambre, sed y ansiedades: en esta hora te encomiendo
mi alma. Como por mí te has dignado nacer de Virgen,
padecer en la cruz, morir, ser sepultado, resucitar de los
infiernos al tercer día, y como quisiste subir a los
cielos, que nunca abandonaste con la presencia real de tu
espíritu, así también dígnate librar
mi alma de la muerte eterna. Yo confieso que soy reo y pecador,
más de lo que decirse puede; peró Tú que eres
clementísimo dispensador de todos los pecados y que te
compadeces de todos y nada de lo que hiciste odias, y que,
disimulando los pecados de los hombres que a Ti vuelven, das
eternamente al olvido los crímenes del pecador el
día en que se vuelve a Ti y se arrepiente; Tú, que
perdonaste a los nivitas, dejaste marchar a la mujer cogida en
adulterio, perdonaste a la Magdalena y ante las lágrimas de
Pedro lo absolviste, y al confesar el buen ladrón le
abriste las puertas del paraíso, no me deniegues a
mí el perdón de mis pecados. Perdona cuanto de
pecaminoso hay en mí y dignate a reconfortar mi alma con el
descanso eterno. Pues Tú eres Aquel para quien nuestros
cuerpos al morir no perecen, sino que cambian en algo mejor; quien
separas nuestra alma del cuerpo y la envías a mejor vida,
quien dijiste que prefieres la vida del pecador a su muerte. Creo
íntimamente y públicamente confieso que quieres
sacar a mi alma de esta vida para, después de mi muerte,
hacerla vivir en otra mejor. Tendrá, en verdad, mejores
sentidos e inteligencia que ahora. En el cielo poseera tanto
mejores cualidades cuanto la sombra difiere del hombre.
Luego
se cogió con sus manos la propia carne a la altura de su
pecho y de su corazón, como el mismo Tedrico contó
después, y comenzó a decir con lacrimosos
gemidos:
-
Señor mío Jesucristo, Hijo de Dios vivo y de Santa
María Virgen, de todo corazón confieso y creo que
Tú, Redentor mío, vives, y que el último
día resucitaré de la tierra, y que con esta misma
carne te veré, Dios y Salvador mío.
Y
agarrando firmemente con las manos su carne aún
lacerandosela, dijo por tres veces:
-
Y con esta misma carne veré a mi Dios y Salvador. Y se puso
las manos sobre los ojos, y de igual manera dijo tres veces:
Y
estos mismos ojos le verán. Y abriéndolos de nuevo
comenzó a mirar el cielo, a fortalecer todos sus miembros y
su pecho con la señal de la santa cruz, y a decir :
-
Todo lo terrenal pierde valor para mí; pues ahora, con la
gracia de Dios, veo lo que el ojo no alcanza ni el oído
percibe y no llega al corazón del hombre; lo que Dios
preparó para los que le aman.
Por
último, elevando sus manos al Señor, pidió
también por los que murieron en el referido combate,
diciendo:
-
Muévase tu misericordia, Señor, por tus fieles que
hoy han muerto en combate. Desde lejanas partes vinieron a estas
tierras bárbaras para combatir al pueblo infiel, exaltar tu
santo nombre, vengar tu preciosa sangre y declarar tu fe. Ahora,
pues, yacen muertos por ti a manos de los sarracenos; peró
tú, Señor, limpia clementemente sus manchas y
dígnate arrancar sus almas de los tormentos del infierno.
Envíales tus santos arcángeles para que saquen sus
almas del lugar de las tinieblas y las lleven al reino celestial
para que con tus santos mártires puedan reinar eternamente
contigo, que vives y reinas con Dios Padre y Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Así sea.
Y
en seguida, mientras se alejaba Tedrico, con esta confesión
y estas preces, el alma feliz del bienaventurado mártir
Rolando salió de su cuerpo y fué transportada por
los ángeles al eterno descanso, donde reina y goza para
siempre, unida por la dignidad de sus méritos a los coros
de santos mártires.
- No es oportuno llorar con vanos lamentos al hombre
- Que por su muerte a morar fué a la celeste mansión.
- Noble de antiguo linaje por padres y abuelos viniendo,
- Más por sus propios hechos sobre los astros está.
- Distinguidísimo y por su nobleza de nadie segundo.
- Por su vivir egregio era el primero siempre.
- Cultivador de los templos, su canto era grato a las gentes,
- Y medicina eficaz fué de los males patrios.
- Vida del clero, de viudas tutor y pan de indigentes,
- Para los pobres largo, pródigo en huéspedes fué.
- Tanto en sagradas iglesias y tanto gastó con los pobres,
- Para enviar al cielo oro del cual fuera en pos.
- Con la doctrina en el pecho, cual cofre lleno de libros,
- Como de fuente viva todos podían beber.
- Sabio en consejos y de alma piadosa y palabra serena,
- Que por amor ssería padre de todo el mundo.
- Cima gloriosa y ornato sagrado y fecunda lumbrera,
- En galardón del cual toda virtud milita.
- Y que por méritos tales llevado a la gloria celeste,
- No le oprime tumba, mora en la casa de Dios.
Pues
¿Qué más? Mientras el alma del bienaventurado
mártir Rolando salía del cuerpo y yo, Turpín,
en el lugar de Valcarlos celebraba, con asistencia del rey, la
misa de difuntos en el mismo día precisamente, es decir, el
16 de junio, arrebatado en éxtasis, vi unos coros que
cantaban en el cielo, sin saber qué era aquello. Y cuando
atravesaron los cielos, he aquí que tras ellos pasó
ante mí una formación de negros guerreros, que
parecían volver de una razia y llevaban el botín, a
quienes pregunté en seguida:
-
¿Qué llevais? Nosotros -dijeron- llevamos al infierno
a Marsilio; a vuestro héroe lo lleva con otros muchos San
Miguel al cielo.
Entonces,
celebrada la misa, dije rápidamente al rey:
-En
verdad, rey, sábete que el alma de Rolando con las almas de
otros muchos cristianos, las lleva el arcángel San Miguel
al cielo, pero desconozco en absoluto de qué muerte
murió. Y en cambio, los demonios llevan a los ardientes
infiernos el alma de cierto Marsilio, junto con las de muchos
malvados.
Mientras
decía esto, apareció Balduino en el caballo de
Rolando y nos contó todo lo sucedido, y que había
dejado a Rolando agonizante acostado junto a un peñasco en
el monte. Y luego volviendo atrás todos, con enorme
griterío de todo el ejército, fué Carlomagno
el primero en descubrir a Rolando exánime, echado boca
arriba, con los brazos puestos en forma de cruz sobre el pecho; y
echándose sobre él comenzó a llorar con
lastimeros gemidos y sollozos incomparables y con innumerables
suspiros, a golpearse las manos, a arañarse la cara con la
uñas, a mesarse la barba y el pelo, y no podía
articular palabra. Y dijo llorando con fuertes voces:
-
¡Oh! brazo derecho de mi cuerpo, barba la mejor, prez de los
galos, espada de la justicia, lanza inflexible, loriga
incorruptible, escudo de salvación, comparable en virtud a
Judas Macabeo, parecido a Sansón, semejante a Saúl y
Jonatán por la fortuna de tu justa muerte, aguerrido
paladín, el más diestro en el combate, el más
fuerte entre los fuertes, de linaje real, destructor de los
sarracenos, defensor de los cristianos, muralla de los
clérigos, báculo de los huérfanos,
sostén de las viudas, apoyo de pobre y ricos, alivio de las
iglesias, lengua incapaz de mentir nunca, jefe de los galos,
capitán de los ejércitos cristianos, ¿por
qué no muero contigo?; ¿por qué te veo muerto?;
¿por qué me dejas triste e inane? ¡Desgraciado de
mí! ¿Qué haré? Vive con los
ángeles, gozando con los coros de mártires,
alégrate con todos los santos. Te lloraré
eternamente, como David lloró a Saúl, Jonatán
y Adsalón, y se dolió por ellos.
- Tú retornando a la patria nos dejas en un mundo triste;
- Vas a morar en la luz mientras aquí lloramos.
- Con seis lustros de vida de bien y además ochoc años,
- Arrebatado al suelo, junto a los astros vuelves.
- Al regresar convidado a las paradisíacas mesas,
- Por lo que gime el mundo gózase honrado el cielo.
Con
estas palabras y otras semejantes lloró Carlomagno a
Rolando mientras vivió. Y en seguida, en el mismo sitio en
que yacía Rolando muerto fijó aquella noche
Carlomagno sus reales con su ejército, y ungió el
cuerpo exánime con bálsamo, mirra y áloe, y
todos celebraron honrosamente grandes exequias con
cánticos, lloros y rezos, a su alrededor, encendidas luces
y fuegos por los bosques durante toda aquella noche.
Al
amanecer del día siguiente se dirigieron armados al lugar
en que se había dado la batalla y en que yacían
muertos los combatientes de Roncesvalles, y cada uno
encontró a sus respectivos amigos, a unos completamente
exánimes, a otros todavía vivos, pero heridos de
muerte. A Oliveros, que había pasado de esta vida a otra
mejor, le hallaron echado en el suelo extendido en figura de cruz
con cuatro palos fijos en tierra, atado fuertemente con cuatro
cuerdas, despellejado con cuchillo muy afilados desde el cuello
hasta las uñas de los pies y de las manos, atravesado por
flechas, saetas, lanzas y espadas, y rudamente apaleado y
magullado. El clamor, el llanto y los gritos de los que se
lamentaban era inmenso, pues cada uno lloraba a su amigo. Con sus
clamore llenaban todo el bosque y el valle. Entonces, juró
el rey por el Rey omnipotente, que no cesaría de perseguir
a los paganos hasta encontrarlos. En seguida, mientras él
con su ejército corría tras ellos, el sol se
quedó inmovil y aquel día se prolongó durante
casi tres días, y los encontró junto al río
llamado Ebro, descansado y comiendo junto a Zaragoza.
Después de matar a cuatro mil de ellos, volvió
nuestro rey con los suyos a Roncesvalles.
Pero
¿qué más? Trasladados los muertos, enfermos y
heridos al sitio en que yacía Rolando, empezó a
averiguar Carlomagno si era verdad o no que Ganelón
había traicionado a los guerreros como muchos afirmaban.
Puso, pues, en seguida para pelear y si era verdad o no que
Ganelón había traicionado a los guerreros, como
muchos afirmaban. Puso, pues, en seguida para pelear y esclarecer
en el campo de batalla la mentira o verdad de esto, a la vista de
todos, a dos caballeros armados:: Pinabel por Ganelón y
Tedrico por sí mismo; y este último mató en
seguida a Pinabel. Y así demostrada la traición de
Ganelón, mandó Carlomagno que se le atase a los
cuatro caballos más salvajes de todo el ejército y
se le arrastrase a todas partes a la vez y fuese descuartizado. En
seguida se le ató a cuatro caballos y los montaron sendo
escuderos, que los aguijoneaban. Uno, espoleando al caballo,
arrastró parte de su cuerpo hacia oriente; otro se
llevó de igual manera hacia poniente otra parte; un tercero
hacia el norte, y el último hacia el mediodía. Y
así murió Ganelón, descuartizado en todos sus
miembros.
Entonces,
sus respectivos amigos perfumaron con distintos aromas los cuerpos
de los muertos. Unos los ungieron diligentemente con mirra, otros
con bálsamo, otros con sal. Quien viera cuántos
abrían por el vientre los cuerpos de muchos, y limpiaban
las heces, y al no tener otros perfumes los llenaban de sal,
lloraría con el corazón compungido.
Unos
hacían ataúdes de madera para transportarlos, otros
los transportaban sobre caballos, éstos se los llevaban a
cuestas, aquéllos a mano, otros llevaban a los heridos y
enfermos en parihuelas sobre los hombros. A unos les enterraban
allí mismo, otros los llevaban hasta la Galia o a su propio
lugar, otros los llevaban hasta que entraban en
putrefacción, y entonces los enterraban.
Y
había por entonces dos cementerios principalmente sagrados,
uno junto a Arlés, en Aliscamps, otro en Burdeos, que
consagró el Señor por manos de los siete santos
obispos Maximino, de Aix; Trófimo, de Arlés; Paulo,
de Narbona; Saturnino, de Toulouse; Frontón, de
Périgueux; Marcial, de Limoges, y Eutropio, de Saintes, en
los cuales la mayor parte de aquéllos fué enterrada.
Y los que murieron sin herida de espada, en la batalla de
Monjardín, fueron enterrados en estos cementerios, ungidos
con perfumes.
Al
bienaventurado Rolando, transportado en féretro de oro
sobre dos mulas y cubierto de ricos paños, le llevó
Carlomagno hasta Blaye, y le enterró honrosamente en la
iglesia de San Román, que él mismo en otro tiempo
había construído, y en la que había
establecido canónigos regulares; y le colgó su
espada a la cabecera y su trompa de marfil a los pies, para honor
de Cristo y de su honorosa milicia. Pero alguien trasladó
después indignamente la trompa a la iglesia de San
Severino, en Burdeos. ¡Feliz la riquísima ciudad de
Blaye, que se honra con tan gran huésped, se alegra con el
solaz de su cuerpo y se fortifica con su auxilio!
En
Berlín fueron enterrados Oliveros, Gandebodo, rey de
Frisia, Ogier, rey de Dacia, Arestiano, rey de Bretaña,
Garín, duque de Lorena, y otros muchos. ¡Feliz la
exigua villa de Berlín, donde tantos héroes yacen!
En Burdeos, en el cementerio de San Severino, fueron enterrados
Gaiferos, rey de Bourges, Gelero, Gelino, Reinaldos de
Montalbán, Gualterio de Termes, Guillermo, Bergón y
otros cinco mil. El cnode Hoel, con otros muchos bretones,
fué enterrado en Nantes, su ciudad. Así enterrados
estos héroes y repartido en Nantes, su ciudad. Así
enterrados estos héroes y repartidas por la
salvación de sus almas a los pobres doce onzas de plata y
otros tantos talentos de oro, así como ropas y alimentos
acórdandose Carlomagno de Judas Macabeo, por amor de
Roldán, dió en alodio para las necesidades de la
misma iglesia toda la tierra que se extendía en seis millas
a la redonda de la iglesia de San Román de Blaye y toda la
ciudad de Blaye con todo lo que le pertenece, e incluso el mar que
está junto a ella; y mandó a los canónigos
que en adelante no prestasen a ninguna persona humana más
deberes de servidumbre, sino que solamente en sufragio del alma de
su sobrino y de sus compañeros todos los años el
día de su muerte vistiesen a treinta pobres con todas las
ropas necesarias y les diesen de comer, y que todos los
canónigos, tanto actuales como futuros, cantasen
diligentemente y con devoción treinta salterios y otras
tantas misas con las vísperas y los demás oficios
completos de difuntos todos los años el día antes de
su fiesta, no sólo por ellos, sino también por todos
los que en España hubiesen recibido el martirio o lo
recibieren en adelante por el amor divino, para que sus coronas
merezcan ser hechas partícipes de la gloria. Y ellos
pometieron bajo juramento que se haría esto.
Luego,
pues, Carlomagno y yo, saliendo de Blaye con algunas de nuestras
fuerzas camino de Toulouse, a través de Gascuña, nos
dirigimos a Arlés. Allí, pues, encontramos los
ejércitos borgoñes, que se habían separado de
nosotros en Ostabat y por Morlaàs y Toulouse habían
venido con sus muertos y heridos, a los que en caballos, literas y
coches los habían traído consigo allí para
enterrarlos entonces en el cementerio de Aliscamps. En el cual
fueron enterrados entonces por nuestras propias manos Estulto,
conde de Langres, Salomón, Sansón, duque de
Borgoña, Arnaldo de Belanda, el borgoñón
Alberico, Guinardo, Esturmito, Atón, Tedrico, Yvorio,
Berado de Nublis, Berenguer y Naimo, duque de Baviera, con otros
diez mil. El prefecto Constantino, trasladado por mar, fué
enterrado en Roma con otros muchos romanos y apulios. Y por sus
almas dió Carlomagno a los pobres en Arñés
doce mil onzas de plata y otros tantos talentos de oro.
Libro IV Capítulo XXII
Tras
de esto nos dirigimos juntos a Viena, donde me quedé,
fatigado por las cicatrices de las heridas, por los golpes,
contusiones y muchas calamidades que soporté en
España, y el rey, un poco débil, se fué con
sus ejércitos a París. Entonces, reunido un concilio
de obispos y príncipes en la basílica de San
Dionisio, como acción de gracias porque Dios le
había dado fuerzas para vencer a las gentes paganas,
dió en predio a su iglesia toda Francia, como antes el
apóstol San Pablo y el papa Clemente la habían
ofrecido a San Dionisio para su apostolado. Y mandó que
todos los reyes y obispos de Francia, presentes y futuros,
obedeciesen en Cristo al pastor de su iglesia. Y que sin su
consejo los reyes no fuesen coronados. De nuevo dió luego
en predio a la misma iglesia muchísimos dones, ordenando
que los respectivos propietarios de cada casa de toda Galia diesen
anualmente cuatro monedas de plata para la construcción de
la iglesia, e hizo libres a todos los siervos que daban
voluntariamente esta cantidad. Entonces, estando junto al cuerpo
de San Dionisio, le imploró que elevase sus preces al
Señor por la salvacion de los que gustosamente daban aquel
dinero e igualmente por los cristianos que habian abandonado sus
bienes por amor de Dios y en España habían recibido
la corona del martirio en las guerras con los sarracenos.
Así pues, a la noche siguiente, mientras el rey
dormía se le apareció San Dionisio y le
despertó, diciendole: - He conseguido del Señor el
perdón de todos sus pecasdos para los que, animados por tu
consejo y por el ejemplo de tu bondad, en las guerras de los
sarracenos en España han muerto o morirán, y para
los que han dado o darán dinero para la construcción
de mi iglesia, la curación de su más grave
herida.
Referido
esto por el rey, los pueblos daban gustosamente el dinero de su
tan beneficiosa promesa, y quien la entregaba con más gusto
era llamado en todas partes franco de San Dionisio, porque por
orden del rey quedaba libre de toda servidumbre. De aquí
surgió la costumbre de que se llame ahora Francia la tierra
que antes se llamaba Galia, es decir, libre de toda servidumbre de
gentes extrañas. Por lo cual el franco es considerado como
libre, porque se le debe sobre todos los demas pueblos el honor y
el poder. Entonces el rey Carlomagno se dirigió hacia
Aquisgrán en tierras de Lieja y construyó en dicha
ciudad unos baños constantemente cálidos y dotados
de agua caliente y fría, y adornó dignamente con
oro, plata y todos los ornamentos eclesiásticos la iglesia
de la Virgen Santa María que allí había
edificado, y mandó que se la decorase con historias del
Antiguo y Nuevo Testamento, e igualmente que el palacio que
también había levantado junto a aquélla fuese
pintado con diversas alegorías. Se representaron de modo
admirable, pues, las batallas que él mismo ganó en
España y las siete artes liberales, entre otras cosas:
A
saber, la Grámatica, que es madre de todas las artes, por
la cual se conocen todos los escritos divinos y humanos, que
enseña cuántas y cuáles letras deben
emplearse y con qué letra se escribe, y qué letras
hay que asignar a cada parte y sílaba, y en dónde
hay que poner diptongo, como muestran los dos libros de
ortografía que se consideran los primeros entre los
demás. Ortografía es la ciencia del recto escribir;
pues el griego ortho en latín se dice rectus;
graphia, scriptura . Por este arte entienden los
lectores de la Santa Iglesia lo que leen; y el que la ignora,
ciertamente lee, pero de ninguna manera entiende por completo,
como el que no tiene la llave del tesoro y no sabe lo que dentro
se esconde.
Allí
se representa la Música, que es la ciencia de cantar bien y
correctamente, con la que también se celebran y adornan los
divinos oficios de la iglesia, por lo que en más estima se
la tiene. Con este arte, pues, cantan y tocan los cantores en la
iglesia. Quien la ignora, puede ciertamente mugir a estilo de los
bueyes, pero no puede conocer los módulos y tonos de la
voz. Como el que hace líneas con una regla torcida en un
pergamino, así emite su voz. Y se ha de saber que el canto
no se ajusta a la música si no se escribe en cuatro
líneas. Por medio de este arte también el salterio
de diez cuerdas y la cítara, con las largas trompetas y los
címbalos, con el tímpano, el coro y el
órgano. Por ella se hicieron todos los instrumentos
musicales. Este arte fué creado en un principio por las
voces y cantos divinos de los ángeles. Pues
¿quién duda que las voces de los que en la iglesia
cantan ante el altar de Cristo, emitidas con dulzura, se mezclan
en los cielos con las de los ángeles ? Pues el libro de los
sacramentos dice así: "Te suplicamos que recibas nuestros
cánticos unidos a los suyos", es decir, a los de los
ángeles. Desde la tierra hasta los oídos del sumo
Rey se eleva la voz de los que cantan dignamente. En este arte se
contienen grandes secretos y misterios. Pues las cuatro
líneas en que se escribe y las ocho notas en que se
contiene, designan las cuatro virtudes: prudencias, fortaleza,
templanza y justicia, y las ocho bienaventuranzas con las que
nuestra alma se fortifica y adorna.
En
el palacio del rey se representa la Dialéctica, que
enseña a distinguir lo verdadero de lo falso, a disputar, a
tratar de la naturaleza de las palabras, a confundir a los necios,
a ser elocuentes a los sabios. Si en ella pones firmemente el pie,
no te obligarán a retirarlo.
La
Retórica, que enseña a hablar sabia y
convenientemente, plácida, pulcra y correctamente. Rhetos
en griego significa elocuente. Pues el arte hace fecundo y
elocuente a quien lo sabe.
Allí
se pinta la Geometría, que es la medida de la tierra; pues
la tierra se llama ge en griego; la medida, metros. Este arte
enseña a medir los espacios de tierras, montes, valles y
mares, las millas y las leguas. Y al que plenamente la entiende,
al ver la extensión de cualquier región, tierra,
lugar, campo, provincia o ciudad, sabe en cuántas brazas,
pies o millas de longitud y anchura puede medirse. Mediante ella
midieron los senadores, al construirlas, a Roma y a las
demás ciudades antiguas, y los mojones y caminos de ciudad
a ciudad, y en otro tiempo midieron los hijos de Israel, con la
medida de la distribución, la anchura y la longitud de las
tierras prometida. También de ella se valen los labradores,
a pesar de su ignorancia, para medir y trabajar las tierras y las
viñas, los prados, los bosques y los campos.
También
se representa la Aritmética, que trata de los
números de todas las cosas. Quien la domina plenamente,
cuando ve una torre o un elevado muro, sabe cuántas piedras
tienen, o cuántas gotas de agua hay en una vasija, o
cuántas monedas en un montón, o cuántos
hombres o miles de hombres hay en un ejército. Aunque sin
conocerla, de ella se valen los canteros al construir altas torres
y murallas.
En
la obra real se representa la Astronomía, que es la
observación de las estrellas, por la que se conocen los
sucesos buenos y malos, tanto pasados como presentes, acaecidos en
otras partes, incluso los futuros. Quien plenamente la domina
prevé lo que le ha de suceder cuando desea ponerse en viaje
o hacer algo grande. Por ella conocieron en Roma los senadores la
muerte de los hombres y las guerras llevadas a cabo en territorios
extranjeros. Por ella también supieron los Magos y Herodes,
al aparecer la estrella, que había nacido Cristo.
Cada
una de estas siete artes tiene una hija a ella sometida, o sea un
tratado de la misma. La nigromancia, de la que se derivan la
piromancia y la hidromancia y el libro sagrado, o mejor execrado,
no se representa en el real palacio, porque no se la considera
arte liberal. Pues puede saberse libremente, pero no en modo
alguno practicarse sin la intervención de los demonios, y
por ello se la considera arte espúrea. Lo que se demuestra
también con su propio nombre; pues el griego mancia
, significa adivinación: nigro, negra. De donde
nigromancia quiere decir adivinación negra que se lleva a
los que la emplean a las oscuras cárceles de los demonios.
El griego piros significa fuego; ydros, agua. Por lo que
pyromancia significa adivinación por el fuego e ydromancia,
por el agua, porque llevan a los que las practican al fuego y a
las aguas del averno. De ahí que el profeta Job dice: "Del
excesivo calor pasarán a las aguas de nieve". Por lo cual
quien quiera que lea este fiel libro de Turpín procure
evitarla. Pues el emblema de la nigromancia dice asi: Comienza la
muerte del alma.
Después
de un corto tiempo me fué dada a conocer la muerte del rey
Carlomagno de esta manera. Estando en Viena cierto día,
arrebatado y extasiado con mis preces ante el altar de la iglesia,
al cantar el salmo Dios, ven en mi ayuda, me di cuenta de
que ante mí pasaban y se dirigían hacia Lorena
innumerables ejércitos de negros soldados. Y cuando todos
ellos habían pasado adelante me fijé en uno que
parecía un etíope y seguía a los demás
a paso lento, un poco rezagado, y le dije:
-
¿A donde vais?
-
A Aquisgrán - respondió - nos dirigimos, a la muerte
de Carlomagno, cuya alma deseamos precipitar en el infierno.
Y
al punto le dije:
-
Te conjuro en nombre de Nuestro Señor Jesucristo a que no
te niegues a volver a mí al terminar tu viaje.
Luego
al poco tiempo, apenas acabado el salmo, comenzaron a pasar de
vuelta ante mi altar en el mismo orden. Y dije al último, a
quién primeramente había hablado:
-
Qué habéis hecho?
Y
contestó el demonio:
-
Un gallego descabezado echó en la balanza tantas y tantas
piedras e innumerables vigas de sus basílicas, que las
buenas obras pesaron e innumerables vigas de sus basílicas,
que las buenas obras pesaron más que los pecados. Y
así nos arrebató el alma y la entregó en
manos del sumo Rey.
Y
dicho esto, desapareció el demonio. Y así
comprendí que aquel mismo Carlomag-no había
abandonado este mundo y que, con la protección de Santiago,
de quien muchas iglesias había construído,
había llevado con razón a los reinos celestiales.
Pues yo había conseguido de él anteriormente, es
decir, el día en que nos separamos en Viena, que a ser
posible me enviasen la noticia de su muerte si le
sobrevenía a él antes de mi fallecimiento.
Igualmente había conseguido él de mí que le
comunicase la mía. Por lo cual, estando aque-jado por la
enfermedad y acordándose de tan importante promesa,
odenó a un cierto caba-llero servidor suyo antes de morir,
que cuando viere su muerte, me la comunicase en seguida.
Pero
¿qué más? Quince días después de
su muerte supe por el mismo mensajero que desde el momento en que
regresó de España hasta el día de su
fallecimiento había estado constantemente enfermo y que en
sufragio de los ya citados difuntos el día mimso en que
habían recibido el martirio por amor de Dios, a saber, el
16 de junio, había solido dar todos los años de su
vida a los pobres doce mil onzas de plata y otros tantos talentos
de oro, e igualmente ropas y alimentos, y que había hecho
antar otros tantos salterios y misas y vísperas; y que
había hecho cantar otros tantos salterios y misas y
vísperas; y que había abandonado esta vida el mismo
día y hora en que tuve yo la visión, es decir, el 28
de enero del año de la encarnación del Señor
814; y supe que había sido enterrado con toda pompa en
Aquisgrán en tierras de Lieja, en la iglesia rotonda de la
Virgen Santa MAría, que él mismo había
construído; y oí decir que en los tres años
antes de su muerte se habían producido estas
señales: Sucedió, pues, que el sol y la luna se
oscurecieron durante siete días antes de su muerte. Que su
nombre, a saber, KAROLUS PRINCEPS, que estaba escrito dentro en la
pared de la citada iglesia, casi se borró del todo por
sí mismo. El pórtico que había entre la
iglesia y el palacio se derrumbó por completo y
espontaneamente el día de la Ascensión del
Señor. El puente de madera que afanosamente había
construido en Maguncia sobre las aguas del Rhin en siete
años, fué totalmente devorado por un incendio. Y
cierto día, mientras él marchaba de un lugar a otro,
he aquí que de pronto oscureció y que la llama de
una gran hoguera pasó velozmente ante sus ojos de derecha a
izquierda, por lo que muy asustado y atónito cayó
del caballo por un lado y la azcona que llevaba en la mano por el
otro. En seguida le socorrieron sus acompañantes y lo
levantaron del suelo con sus manos. Así, pues, creo que
ahora participa de la corona de los antedichos mártires,
cuyos trabajos sabemos que compartió con ellos.
En
este ejemplo se da a entender que quien una iglesia construye se
gana el reino de Dios, es arrancado, como Carlomagno, a los
demonios y colocado en el reino celestial por intercesión
de los santos cuyas iglesias levantó.
Libro IV Capítulo XXIII
Pero
es muy digno de traer a la memoria entre otras cosas para gloria
de Nuestro Señor Jesucristo un magnífico caso que,
según se dice, le aconteció al bienaventurado
Rolando durante su vida, antes de entrar en España.
Estando, pues, el conde Rolando, venerable varón, sitiando
durante seis años con innumerables ejércitos de
cristianos la ciudad de Grenoble, llegó veloz un mensajero
anunciándole que Carlomagno, su tío, se encontraba
acosado por el asedio de tres reyes, a saber, los de los
vandálos, sajones y frisones, y de todos sus
ejércitos en cierto castillo del territorio de la ciudad de
Worms; y que le mandaban y pedía que le auxiliase en
seguida con sus ejércitos y le librase de los paganos.
Entonces el sobrino, triste por la ansiedad de su querido tio,
deseó meditar antes qué convendría más
que hiciese, o abandonar la ciudad por la que tantos trabajos
había sufrido y librar a su tío, o dejar éste
y conquistar la ciudad y someterla a Nuestro Señor
Jesucristo. ¡Oh varón laudable en todo que dudaba por
piedad y estaba angustiado por la indecisión entre dos
fortunas! Pero oigamos atentamente lo que el venerable
héroe hizo.
Pasa
tres días sin comer ni beber en oración devota con
su ejército e invoca a Dios en su auxilio, diciendo:
Señor Jesucristo, Hijo del altísimo Padre, que
dividiste en partes el mar Rojo y a través de él
condujiste a Israel, y en él anegaste justamente al
Faraón, e hiciste pasar a tu pueblo por el desierto; que
derrotaste a los pueblos enemigos suyos y mataste a los fuertes
reyes Seón de los amorreos y Og de Basán y a todos
los reyes de Canaán, y todas sus tierras las diste en
herencia a Israel, tu pueblo; y que todas sus tierras las diste en
herencia a Israel, tu pueblo; y que los muros de Jericó
derribaste sin combate ni intervención del humano ingenio,
con sólo una aparatosa marcha a su alrededor al son de las
trompetas; Tú, Señor, destruye la fortaleza de esta
ciudad, quebranta con tu potente mano y tu invencible brazo todas
sus defensas para que el pueblo pagano que en su rudeza no cree en
ti sepa que Tú eres el Dios vivo, el más fuerte de
todos los reyes, el omnipotente, auxiliador y defensor de los
cristianos, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y
reinas Dios por infinitos siglos de siglos.
Y
¿a qué más? Hechas estas preces, habiendo
caído al tercer día los muros de la ciudad por todas
las partes sin intervención humana, y destruídos y
ahuyentados los paganos,a legre el conde Rolando se dirigió
rápidamente con sus ejércitos hacia Carlomagno en
tierra de Alemania y lo libró de los lazos de los enemigos
con la poderosa virtud de Dios. Esto fué hecho por el
Señor y resulta admirable a nuestros ojos.
Tú
de estos versos lector, a Turpín deséale bien
de
la divina piedad siempre ayudándole. Amén.
Libro IV Capítulo XXIV
CALIXTO, PAPA, SOBRE EL HALLAAZGO DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO
TURPIN, OBIPO Y MARTIR
El
bienaventurado Turpín, arzobispo de Reims, mártir de
Cristo, viviendo en Viena poco tiempo después de la muerte
del rey Carlomagno, aquejado por los dolores de sus heridas y
trabajos descansó en el Señor con digna muerte y
fué allí enterrado primeramente en cierta iglesia
junto a la ciudad, más alla del Ródano, o sea hacia
oriente. Y en nuestra época algunos de nuestros
clérigos encontraron en un hermoso sarcófago su
santísimo cuerpo revestido con las ropas episcopales y
ahún incorrupto con su propia piel y huesos; y desde
aquella iglesia que estaba devastada, lo trajeron a la parte de
acá del Ródano, a la misma ciudad, y lo enterraron
en otra iglesia en donde ahora se venera. Ahora posee en el cielo
la corona de victoria que con muchos trabajos adquirió en
la tierra. Se ha de creer que los que en España recibieron
el martirio por la fe de Cristo, son coronados merecidamente en el
cielo. Y aunque Carlomagno y Turpín no recibieron la muerte
en Roncesvalles junto con Roldán y Oliveros y con los
demás mártires, sin embargo, no son
desposeídos de la corona eterna de éstos, quienes,
mientras vivieron, sintieron los dolores de las llagas, golpes y
trabajos que recibieron con aquéllos en el combate. "Si
somos compañeros en la pasión - dice el
Apóstol- también lo seremos en la
consolación".
Rolando
quiere decir rótulo de la ciencia, porque instruído
en todas las ciencias aventajó a todos los reyes y
príncipes. Oliveros significa héroe de la
misericordia, porque fué clemente y misericordioso sobre
todos; clemente en palabras, en obras y en la especie de su
martirio, Carlos significa luz de la carne, porque
sobrepasó en la claridad de todas las virtudes y ciencias a
todos los reyes carnales después de Cristo. Turpín
quiere decir muy pulcro o no torpe, porque nunca realizó
obras o profirió palabras torpes, sino siempre honestas. El
16 de junio, es decir, el día en que desde este mundo
ascendieron junto al Señor, debe celebrarse el oficio de
difuntos, a saber: vísperas y misa de requiem con las
exequias y horas propias, no sólo por los guerreros de
Carlomagno difuntos, sino también por todos los que desde
el tiempo del mismo Carlomagno hasta hoy en día sufrieron
el martirio por la fe de Cristo en España y en Tierra
Santa. Qué y cuánto acostumbró a repartir
Carlomagno a los pobres en sufragio del alma de aquéllos el
día de su pasión puede encontrarse leyendo
más arriba.
Libro IV Capítulo XXV
CALIXTO PAPA
He
de consignar para la posteridad lo que aconteció en Galicia
tras la muerte de Carlomagno. Como después de la muerte de
Carlomagno la tierra de Galicia descansase en una paz prolongada
durante mucho tiempo, por instigación del demonio
surgió un cierto sarraceno, Almanzor de Córdoba, que
decía que él conquistaría y sometería
a las leyes del Islam la tierra gallega y española, que
Carlomagno había en otro tiempo arrebatado a sus
antecesores. Entonces, habiendo reunido muchos ejércitos,
llegó, devastando las tierras de la patria por todas
partes, hasta la ciudad de Santiago y robó por la fuierza
todo lo que en ella encontró. Igualmente devastó por
completo e indignamente la basílica del Apóstol y se
llevó de ellas lo códices, las mesas de plata, las
campanas y los demás ornamentos. Y habiéndose
albergados en ella los sarracenos con sus caballos, aquella gente
curel empezó a evacuar alrededor y en el mismo altar del
Apóstol. Por lo cual, por castigo divino, algunos de ellos,
atacados por una descomposición de vientre, cuanto
tenían en el cuerpo lo echaban afuera por la parte trasera.
En cambio otros perdían la luz de los ojos y andaban
errantes, como ciegos, por la basilica y la ciudad.
Pero
¿qué más? Enfermo de este mismo mal, Almanzor
en persona, también completamente cegado, por consejo de
cierto cautivo suyo, sacerdote de la misma basílica,
comenzó a invocar en su auxilio al Dios de los cristianos,
diciendo estas palabras: - Oh Dios de los cristianos, Dios de
Santiago, Dios de María, Dios de Pedro, Dios de
Martín, Dios de todos los cristianos, si me vuelves a mi
primitiva salud, renegaré de Mahoma, mi Dios, y ya no
volveré a robar a la patria del gran Santiago. Oh Santiago,
varón grande, si das la salud a mi vientre y a mis ojos,
devolveré todo cuanto quité a tu iglesia. Entonces a
los quince días, una vez devueltas duplicadas todas las
cosas, Almanzor, recobrada la salud, se retiró de la tierra
de Santiago, prometiendo que no volvería a sus tierras para
robar y diciendo que el Dios de los cristianos era grande y
Santiago un gran varón.
Luego,
pues, devastando las tierras de España, llegó a la
villa que vulgarmente se llama Orniz, en la que había una
bellísima y muy buena basílica de San Román
con riquísimos paños y códice, cruces de
plata y telas bordadas de oro. Y al llegar a ella el inicuo
Almanzor robó cuanto en ella encontró y de igual
suerte devastó la villla. Y habiéndose albergado con
sus ejércitos en esta villa, cierto capitán de sus
huestes que entró en la iglesia vió las
bellísimas columnas de piedra que sutentaban el techo de la
iglesia y cuyos capiteles estaban plateados y dorados, y
estimulado por su odio y crueldad, clavó una cuña de
hierro entre una columna y su basa. Y al goilpear fuertemente
aquella cuña con un martillo de hierro, tratando de
derrumbar toda la iglesia, el hombre se convirtió en piedra
por providencia de Dios. Y esta piedra con forma humana subsiste
hasta el día en la misma iglesia y tiene el mismo color que
tenía la túnica del sarraceno entonces.
También suelen contar los peregrinos que allá van a
rezar, que la piedra hiede. Cuando Almanzor vió esto, dijo
a sus caballeros:
Grande,
temible y digno de gloria es el Dios de los cristianos, pues tiene
tales discípulos que aún tras dejar esta vida
castigan, sin embargo, a los vivos que se les rebelan, de tal modo
que a unos quitan la luz de los ojos, otro lo convierten en piedra
muda. Santiago me arrebató la luz de los ojos; San
Román transformó a un hombre en piedra. Pero
Santiago me devolvió la vista, pero San Román no
quiere devolverme mi hombre. Huyamos, pues, de estas tierras.
Entonces,
confundido, se marchó el pagano con sus ejércitos. Y
no hubo luego en mucho tiempo quien se atreviese a invadir la
patria de Santiago. Sepan, pues, que se condenarán
eternamente quienes en adelante inquieten a su tierra. En cambio
los que la guarden del poder de los sarracenos, serán
recompensados con la gloria celestial.
Libro IV Capítulo XXVI
EMPIEZA LA EPISTOLA DEL SANTO PAPA CALIXTO ACERCA DE LA
CRUZADA DE ESPAÑA, QUE POR TODOS HA DE SER DIFUNDIDA EN
TODAS PARTES
Calixto,
obispo, siervo de los siervos de Dios, a los obispos, sus queridos
hermanos de Cristo, y a las demás `personas de la santa
iglesia, y a todos los cristianos tanto presentes como futuros,
universalmente saluda y da la bendición
apostólica.
HAbeís
oído con frequencia, oh carísimos, cuántos
males, calamidades y angustias han solido producir los sarracenos
en España a nustros hermanos cristianos. No hay nadie que
pueda contar cuántas iglesias, castillos y tierras
devastaron, y cuántos cristianos, monjes, clérigos o
legos, mataron, o vendieron como esclavos en bárbaras y
lejanas tierras, o bien los tuvieron aherrojados con cadenas o los
angustiaron con varios tormentos. No puede decirse con palabras
cuántos cuerpos de santos mártires, es decir, de
obispos, abades, sacerdotes y demás cristianos yacen
enterrados junto a la ciudad de Huesca y en el Campo Laudable, en
el de Litera y en otros territorios limítrofes de
cristianos y sarracenos, en donde hubo guerras. Yacen a millares.
Por esto os suplico, hijos mios, que entienda vuestra caridad
cuánta importancia tiene el ir a España a pelear con
los sarracenos y con cuántas gracias serán
remunerados los que voluntariamente allá fueren. Pues ya es
sabido que Carlomagno, rey de los galos, el más famoso
sobre todos los demás reyes, estableció la cruzada
en España, combatiendo con innumerables trabajos a los
pueblos infieles, y que su compañero el bienaventurado
Turpín, arzobispo de Reims, según se cuenta en su
gesta, robustecido con la autoridad de Dios, en un concilio de
todos los obispos de toda la Galia y Lorena reunidos en Reims,
ciudad de los galos, concedió indulgencia plenaria a todos
los que entonces fueron y a los que en lo sucesivo vayan a
combatir en España al pueblo infiel, a aumentar la
cristiandad, liberar a los cautivos cristianos, y a sufrir
allí el martirio por amor de Dios. Todos los varones
apostólicos que, después, hasta nuestro tiempo hubo,
corroboraron esto mismo y es testigo el santo papa Urbano, ilustre
varón, que en el concilio de Clermont en la Galia, con
asistencia de cien obispos, aseguró esto mismo, cuando
dispuso la cruzada de Jerusalén, según consta el
códice de la historia jerosolimitana. Esto mismo
también Nos corroboramos y confirmamos: que todos los que
marchen como arriba dijimos, con el signo de la cruz del
Señor en los hombros, a combatir al pueblo infiel en
España o Tierra Santa, sean absueltos de todos sus pecados
de que se hayan arrepentido y confesado a sus sacerdotes, y sean
bendecidos por parte de Dios y de los Sanos apóstoles San
Pedro, San Pablo y Santiago, y de todos los santos, y con nuestra
apostólica bendición y que se merezcan ser coronados
en el reino celestial, junto con los santos mártires que
desde el principio de la cristiandad hasta el fin de los siglos
recibieron o han de recibir la palma del martirio. Nunca hubo en
verdad en otro tiempo tanta necesidad de ir allá, como en
la actualidad. Por lo cual encarecida y universalmente mandamos
que todos los obispos y prelados en sus sínodos y concilios
y en las solemnidades de las iglesias no dejen de anunciar
principalmente, y sobre los demás mandatos
apostólicos, esto; exhortado también a sus
presbíteros a que en las iglesias lo comuniquen a sus
feligreses. Y si hacen esto gustosamente sean remunerados en el
cielo con igual recompensa que los que van allá. Y
quienquiera que esta epístola llevare transcrita de uno a
otro lugar o de una iglesia a otra y la predicare a todos
públicamente sea recompensado con la gloria eterna.
Así pues, los que aquí anuncien esto y los que
marchen allá, hayan paz continua, honra y alegría,
la victoria de los combatientes, fortaleza, larga vida, salud y
gloria. Lo cual se digne conceder Nuestro Señor Jesucristo,
cuyo reino e imperio permanece sin fin por los siglos de los
siglos. Amén. Hágase. Hágase.
Hágase.
Dada
en Letrán, Alégrate, Jerusalén, reunidos cien
obispos en concilio.
Leasé
y expóngase por lo menos esta epístola a la
atención de los fieles después del Evangelio durante
todos y cada uno de los domingos desde Pascua hasta la fecha de
San Juan Bautista.
Tienda
clementemente la mano de su gran misericordia al copista y al
lector de este códice Nuestro Señor Jesucristo,
quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios
por los infinitos siglos de los siglos. Amén.
ACABA EL LIBRO 4