domingo, 2 de diciembre de 2012

Códice Calixtino Libro IV (Traducción)





Turpin, por la gracia de dios arzobispo de Reims y constante compañero del emperador Carlomagno en España, a Luitprando, Dean de Aquisgran, salud en Cristo
Puesto que ha poco, mientras me hallaba en Viena algo enfermo por las cicatrices de las heridas, me mandasteis que os escribiera cómo nuestro emperador, el famisísimo Carlomagno, liberó del poder de los sarracenos la tierra española y gallega, no dudo escribir puntualmente, y enviarlos a vuestra fraternidad, los principales de sus admirables y sus laudables triunfos sobre los sarracenos españoles, que he visto con mis proipios ojos al recorrer durante catorce años España y Galicia en unión de él y de sus ejércitos.
Puesto que vuestra autoridad no ha podido encontrar completas, según me escribisteis, las hazañas que el rey realizó en España, divulgadas en la crónica real de San Dionisio, sabed, pues, que su autor, o por la prolija narración de tantos hechos o por que, estando ausente de España, los ignorase, en modo alguno escribió en ella detalladamente y, sin embargo, en nada difiere de ella este volumen. Que viváis con salud y seáis grato al Señor.
Asi sea.


Libro IV Capítulo I

Aparición de Santiago al emperador Carlomagno

El gloriosísimo apóstol de Cristo, Santiago, mientras los otros apóstoles y discípulos del Señor fueron a diversas regiones del mundo, predicó el primero, según se dice, en Galicia. Después, sus discípulos, muerto el apóstol por el rey Herodes y trasladado su cuerpo desde Jerusalén a Galicia por mar, predicaron en la misma Galicia; pero los mismos Gallegos más tarde, dejándose llevar por sus pecados, abandonaron la fe hasta el tiempo de Carlomagno, emperador de los romanos, de los franceses, de los teutones y de los demás pueblos, y pérfidamente se apartaron de ella.
Mas Carlomagno, después que con múltiples trabajos por muchas regiones del orbe adquirió, con el poder de su invencible brazo y fortificado con divinos auxilios, distintos reinos, a saber, Inglaterra, (8), Lorena, Borgoña, Italia, Bretaña y los demás países, así como innumerables ciudades de un mar al otro, y las arrancó de manos de los sarracenos y las sometió al imperio cristiano, fatigado por tan penosos trabajos y sudores, se propuso no emprender más guerras y darse un descanso.
Y en seguida vió en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de Frisia (9) y, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania, pasaba directamente por Gascuña, Vasconia, Navarra y España hasta Galicia, en donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de Santiago. Y como Carlomagno lo mirase algunas veces cada noche, comenzó a pensar con gran frecuencia qué significaría.
Y mientras con gran interés pensaba esto, un caballero de apariencia espléndida y mucho más hermosa de lo que decirse puede, se le apareció en un sueño durante la noche, diciéndole:
---¿Qué haces, hijo mío?
A lo cual dijo él:
--¿Quién eres, señor?
--Yo soy--contestó--Santiago apóstol, discípulo de Cristo, hijo de Zebedeo, hermano de Juan el Evangelista, a quien con su inefable gracia se dignó elegir el Señor, junto al mar de Galilea, para predicar a los pueblos; al que mató con la espada el rey Herodes, y cuyo cuerpo descansa ignorado en Galicia, todavía vergonzosamente oprimida por los sarracenos. Por esto me asombro enormemente de que no hayas liberado de los sarracenos mi tierra, tú que tantas ciudades y tierras has conquistado. Por lo cual te hago saber que así como el Señor te hizo el más poderoso de los reyes de la tierra, igualmente te ha elegido entre todos para preparar mi camino y liberar mi tierra de manos de los musulmanes, y conseguirte por ello una corona de inmarcesible gloria. El camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y sarcófago. Y después de ti irán alli peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del Señor, sus virtudes y las maravillas que obró. Y en verdad que irán desde tus tiempos hasta el fin de la presente edad. Ahora, pues, marcha cuanto antes puedas, que yo seré tu auxiliador en todo; y por tus trabajos te conseguiré del Señor en los cielos una corona, y hasta el fin de los siglos será tu nombre alabado.
De esta manera se apareció a Carlomagno por tres veces el santo Apóstol. Así, pues, oído esto, confiando en la promesa apostólica y, tras habérsele reunido muchos ejércitos, entró en España para combatir a las gentes infieles.


Libro IV Capítulo II

Las tropas de Carlomagno asedian Pamplona

La primera ciudad que sitió fue Pamplona. La asedió durante tres meses, mas no pudo tomarla, porque estaba fortificadísima con inexpugnables murallas. Entonces elevó sus preces al Señor, diciendo:
--Señor Jesucristo, por cuya fe he venido a combatir en estas tierras a un pueblo infiel, concédeme el conquistar esta ciudad para gloria de tu nombre. ¡Oh Santiago!, si es verdad que te apareciste a mí, concédeme el conquistarla.
Entonces, por concesión de Dios y a ruegos de Santiago, quebradas de raíz, cayeron las murallas. A los sarracenos que quisieron bautizarse les conservó la vida y a los que se negaron, los pasó a cuchillo. Divulgadas estas maravillas, en todas partes los sarracenos se sometían a Carlomagno a su paso, le enviaban tributos, se le entregaban ellos y sus ciudades, y toda aquella tierra se le hizo tributaria. Se admiraba la gente sarracena al ver a los de Galia, verdaderamente espléndidos, bien vestidos y de elegante aspecto; y tras haber depuesto las armas, los recibirían honrosa y pacíficamente.
Después de haber visitado la tumba de Santiago, llegó a Padrón sin hallar resistencia y clavó una lanza en el mar, dando gracias a Dios y a Santiago por haberle llevado hasta allí, y dijo que ya no podía ir más adelante. A los gallegos, pues, que tras la predicación de Santiago y de sus discípulos, se habían convertido a la infidelidad de los paganos, los regeneró con la gracia del bautismo por manos del arzobispo Turpín; entiéndase bien, a los que quisieron convertirse a la fe y que no estaban bautizados todavía, pues a los que no quisieron acogerse a ella, o los acuchilló o los esclavizó bajo el poder de los cristianos. Después recorrió toda España de mar a mar.


Libro IV Capitulo III

De los nombres de las ciudades de España.

La ciudades y pueblos más grandes que entonces adquirió en Galicia se denominan vulgarmente así: Viseo, Lamego, Dumio, Coimbra, Lugo, Oresne, Iria, Tuy, Montadoñedo, Braga, la metropolitana; la ciudad de Santa María de Guimaräes, Coruña, Compostela, aunque todavía pequeña entonces.
En España: Alcalá, Guadalajara, Talamanca, Uceda, Olmedo, Canales, Madrid, Maqueda, Santa Olalla, Talavera, que es fructífera; Medinaceli, esto es ciudad alta; Berlanga, Osma, Sigüenza, Segovia, que es grande; Avila, Salamanca, Sepúlveda, Toledo, Calatrava, Badajoz, Trujillo, Talavera, Guadiana, Mérida, Zamora, Palencia, Lucena Ventosa, que se llama Arcos; Estella, Calatayud, Milagro, Tudela, Zaragoza, que se llama Cesaraugusta; Pamplona, Bayona, Jaca, Huesca, la de las noventa torres; Tarazona, Barbastro, Rosas, Seo de Urgel, Elna, Girona, Barcelona, Tarragona, Lleida, Tortosa, la muy fuerte plaza de Berbegal, la plaza fuerte de Carbona, la de Oreja y la de Algayat; la ciudad de Adania, Isipalida, Escalona, la costa de Málaga, la costa de Burriana, la comarca de Cutanda; la ciudad de Ubeda, la de Baeza, Petroissa, en la que se hace una plata muy buena; Valencia, Denia, Játiva, Granada, Sevilla, Córdoba, Abla, Guadix, en donde cuyo sepulcro un olivo que florece milagrosamente se adorna con frutos maduros todos los años en el día de su fiesta, esto es, el dia 15 de mayo; la ciudad de Bizerta, en la que hay unos guerreros muy valerosos que son llamados vulgarmente Arrabit; la isla de Mallorca, la ciudad de Bugía, que según costumbre tiene un rey; la isla de Gelves, orán, ciudad que está en Berbería; Menorca, Ibiza, Fomentera, Alcoroz, Almería, Almuñecar, Gibraltar, Carteya, Ceuta, que se encuentra en las regiones de España donde está el estrecho, e igualmente Algeciras y Tarifa.
Aún más, toda la tierra española, es decir, Andalucía, Portugal, la tierra de los serranos, la de los pardos, Castilla, la tierra de moros, Navarra, Alava, Vizcaya, Vasconia y Pallars, se someten al imperio de Carlomagno.
Todas las ciudades, unas sin lucha, otras con grandes batallas e insuperable estrategia, las conquistó entonces, excepto la mencionada Lucerna, fortidificadísima ciudad que está en Valverde y que no pudo tomar hasta lo último. Pero finalmente llegó junto a ella, la sitió y mnatuvo el sitio por espacio de cuatro meses, y tras elevar sus preces a Dios y a Santiago, cayeron sus murallas y permanece inhabitable hasta hoy en día, pues en medio de ella surgió un estanque de aguas negras en donde se encuentran grandes peces negros. Sin embargo, algunas de las referidas ciudades las conquistaron antes de Carlomagno otros reyes galos y emperadores teutones, y se conviertieron después al rito de los paganos hasta la llegada de aquél. Y después de su muerte, muchos reyes y príncipes combatieron a los sarracenos en España; pues Clodoveo, primer rey cristiano de los Francos, Clotario, Dagoberto, Pipino, Carlos Martel, Carlos el Calvo, Ludovico y Carlomán en parte conquistaron España en sus tiempos. Estas son las ciudades que él maldijo después de conquistarlas con laborioso esfuerzo y por ello hasta hoy sin habitantes: Lucerna Ventosa, Caparra, Adania.



Libro IV Capítulo IV

Los ídolos e imágenes que encontró entonces en España los destruyó completamente, excepto el ídolo que hay en tierras de Andalucía y que se llama Salam de Cádiz. Cádiz se llama propiamente el lugar en que se halla: Salam en lengua arábiga quiere decir Dios.
Dicen los sarracenos que este ídolo lo fabricó personalmente Mahoma, a quien ellos adoran, durante su vida, como símbolo suyo, y escondió en él con su arte mágica una legión de demonios que con tanta energía lo poseen, que nunca ha podido ser roto por nadie; pues cuando se le acerca algún sarraceno para adorar o rogar a Mahoma, queda incólume. Si se detiene sobre él cualquier ave, muere instantaneamente.
Hay, pues, en la orilla del mar una antigua piedra, hermosamente labrada con labores arábigas, y que sobresale de la tierra grande y cuadrada por abajo, estrecha por arriba, tan alta cunato suele elvarse el cuervo en el aire, y sobre la que se alza la imagen aquella, de excelente bronce, tallada en forma de hombre, enhiesta sobre sus pies y que, orientada al mediodía, tiene en su mano derecha una enorme llave. Y esta llave, como los mismos sarracenos dicen, caerá de sus manos el año en que nazca en la Galia el futuro rey, que en los últimos tiempos, subyugará a las leyes cristianas toda la tierra española. En seguida que vean la llave caída, huirán todos, tras esconder en tierra sus tesoros.


Libro IV Capítulo V

Con el oro que a Carlomagno dieron los reyes y príncipes de España, enriqueció la basílica de Santiago, en cuyas tierras se había detenido entonces tres años; instituyó en ella un obispo y canónigos, según la regla de San Isidoro, obispo y confesor, y la dotó dignamente de campañas, paños, libros y más ornamentos. Del restante oro, pues, y de la innumerable plata que sacó de España, a su regreso de ella levantó muchas iglesias, a saber: la iglesia de Santa María Virgen que hay en Aquisgran, y la basílica de Santiago en la misma ciudad; la iglesia de Santiago que está en la ciudad de Béziers; la basílica del mismo santo en Toulouse, y la que hay en Gascuña, entre la ciudad que vulgarmente se llama Aix y San Juan de París enre el río Sena y Montmartre, e innumerables abadías que por todo el mundo hizo.


Libro IV Capítulo VI

Aigolando se apodera de España

Vuelto por fin Carlomagno a Galia, cierto rey pagano de Africa, llamado Aigolando, con sus ejércitos conquistó la tierra de España, tras arrojar de las plazas fuertes y ciudades, y darles muerte, a las guarniciones cristianas que Carlomagno había dejado para protejer aquella tierra. Oídas estas noticias, de nuevo Carlomagno con muchos ejércitos volvió a España. Y con él mandaba los ejércitos Milón de Anglers.


Libro IV Capitulo VII

Pero hemos de referir qué gran ejemplo se dignó mostrarnos entonces el Señor a todos nosotros, acerca de los que injustamente retienen las limosnas de los difuntos.
Estando acampado el ejército de Carlomagno en Bayona, ciudad de los vascos, cierto caballero llamado Romarico, que se hallaba muy enfermo y a punto de morir, tras recibir de un sacerdote la absolución y la Eucaristía, ordenó a un pariente suyo que vendiese el caballo que tenía y que distribuyese su precio a los clérigos y a los pobres. Y a su muerte, aquel pariente, estimulado por la codicia, vendió el caballo en cien sueldos, y gastó el precio velozmente en comida, bebida y vestidos.
Pero como los castigos del divino Juez suelen seguir de cerca a las malas acciones, una noche, pasados treinta días, se le apareció en sueños el difunto y le dijo:
- Puesto que te encomendé todas mis cosas para que las dieses en limosna por la redención de mi alma, sábete que todos mis pecados me han sido perdonados ante Dios; pero como retuviste injustamente mi limosna, entiende que he padecido durante treinta días las penas infernales; y sabe, pues, que mañana serás colocado tú en el mismo lugar del infierno de donde yo he salido, y yo me sentaré en el paraíso.
Y dicho esto, desapareció el difunto, y el vivo despertó temblando. Y como a la mañana temprano estuviese contando a todos cuanto había oído, y todo el ejército comentando tan singular hecho, se oyeron de pronto en el aire, sobre él, unos gritos como rugidos de leones, de lobos y de bueyes, y en seguida fué arrebatado vivo y sano por los demonios en medio de los circunstantes, con aquellos mismos alaridos. ¿ Y qué más ? Se le buscó durante cuatro días a través de montes y valles por infantes y jinetes, y no se le encontró en parte alguna. Finalmente, cuando doce días mas tarde caminaba nuestro ejército por la desierta tierra de Navarra y Alava, encontró su cuerpo exánime y despedazado en lo alto de un risco, cuya falda se encontraba a trs leguas del mar y distaba de la citada ciudad cuatro jornadas. Los demonios, pues, habían arrojado allí su cuerpo y habían arrastrado su alma a los infiernos. Por lo cual sepan los que retienen injustamente las limosnas de los difuntos encomendadas a ellos para su reparto, que serán castigados eternamente.


Libro IV Capítulo VIII

Sahagún: Carlomagno contra Aigolando, y las lanzas que reverdecieron

Luego, pues, empezaron Carlomagno y Milón con sus ejércitos a buscar por España a Aigolando. Y como lo buscasen cuidadosamente, lo encontraron en la tierra llamada de Campos, junto al río que se llama Cea, en unos prados, es decir, en un lugar llano muy bueno, en donde después se construyó por mandato y con la ayuda de Carlomagno, la grande y hermosa basílica de los santos mártires Facundo y Primitivo, en la que descansan los cuerpos de estos mártires, y se fundó una abadía de monjes y se levantó un grande y riquísimo pueblo en el mismo lugar.
Al acercarse, pues los ejércitos de Carlomagno, Aigolando lo retó a combatir como él quisiera: o veinte contra veinte, o cuarenta contra cuarenta, o cien contra cien, o mil contra mil, o dos contra dos, o uno contra uno. En seguida fueron enviados por Carlomagno cien soldados contra cien de Aigolando, y fueron muertos los sarracenos. Después son enviados por Aigolando otros cien contra cien, y también fueron muertos los sarracenos. Luego envió Aigolando doscientos contra doscientos, e inmediatamente fueron muertos todos los moros. Por último Aigolando mandó dos mil contra dos mil, de los cuales fueron muertos una parte, y otra huyó. Pero al tercer día Aigolando echó las suertes secretamente, y descubrió la derrota de Carlomagno. Y le desafió a entablar betalla campal con él al día siguiente, si quería, lo que fué aceptado por ambos.
Hubo entonces algunos de los cristianos que al preparar con todo cuidado sus armas de combate la víspera de la batalla, clavaron sus lanzas, enhiestas, en tierra delante del campamento, es decir en los prados junto al citado río, y a la mañana siguiente los que en el próximo encuentro habían de recibir la palma de martirio por la fe de Dios, las encontraron adornadas con cortezas y hojas; y presos de indecible admiración y atribuyendo tan gran milagro a la divina gracia, las cortaron a ras del suelo, y las raíaces que quedaron en la tierra a modo de plantel engendraron de sí más tarde grandes bosques que todavía existen en aquel lugar. Pues muchas de sus lanzas eran de madera de fresno. Cosa admirable y grande alegría, magno provecho aquel para las almas y enorme daño para los cuerpos. Pero, qué mas? Aquel día se trabó la batalla entre ambos bandos, y en ella fueron muertos cuarenta mil cristianos: y el duque Milón, padre de Rolando, con aquellos cuyas lanzas reverdecieron, alcanzó la palma del martirio; y el caballo de Carlomagno fué muerto. Entonces Carlomagno, pies en tierra con dos mil infantes cristianos, desenvainó su espada, llamada Joyosa, en medio de las filas de sarracenos y partió a muchos por mitad. Al atardecer de aquel día volveron a sus campamentos cristianos y sarracenos. Al dia siguiente vinieron a socorrer a Carlomagno cuatro marqueses de las tierras de Italia con cuatro mil guerreros. Apenas los reconoció Aigolando, volviendo grupas, se retiró a las tierras de León , y Carlomagno con sus ejércitos regresó entonces a la Galia.
En la referida batalla puede entenderse la salvación de los combatientes de Cristo; pues de la misma manera que los soldados de Carlomagno cuando iban a pelear, prepararon antes del combate sus armas para la lucha, así también nosotros debemos preparar nuestras armas, esto es, las buenas virtudes, para luchar contra los vicios. Quien oponga, pues, la fue contra la herética maldad, o la caridad contra el odio, o la largueza contra la avaricia, o la humildad contra la soberbia, o la castidad contra la lujuria, o la oración asidua contra la demoníaca tención, o la pobreza contra la opulencia, o la perseverancia contra la inconstancia, o el silencio contra los denuestos, o la obediencia contra la humana rebeldía, tendrá su lanza florida y vencedora el día del juicio de Dios. Oh!, cuan feliz y hermosa será en el reino de los cielos, el alma del vencedor que luchó debidamente contra los vicios en la tierra! Nadie será coronado, sino quien haya luchado como es debido. Y como los guerreros de Carlomagno murieron en el combate por la fe de Cristo, de la misma manera también debemos nosotros morir para los vicios y vivir para las santas virtudes en el mundo hasta que merezcamos tener la florida palma del triunfo en el reino celestial.


Libro IV Capítulo IX

Después Aigolando reunió innumerables gentes, los sarracenos, los moros, los moabitas, los etíopes, los serranos, los pardos, los africanos, los persas; a Texufín, rey de los árabes; a Burrabel, rey de Alejandria;a Avito, rey de Bugía; a Ospino, rey de Gelves; a Fatimón, rey de Berbería; a Alí, rey de Marruecos; a Afingio, rey de Mallorca; a Maimon, rey de la Meca; a Ebrahim, rey de Sevilla; a Almanzor de Córdoba, y fué hasta la ciudad gascona de Agen y la tomó. Luego mandó a Carlomagno que viniera pacíficamente junto a él con una pequeña escolta de soldados, prometiéndole sesenta caballos cargados de oro y plata y de los demás tesoros, con la sola condición de someterse a su imperio. Decía esto porque quería conocerlo para poder después matarlo en combate. Pero advirtiéndolo Carlomagno fué con dos mil de los más esforzados hasta unos cuatro millas y los ocultó allí, y llegó con sólo sesenta guerreros hasta un monte que está cerca de la ciudad, y desde donde puede verse ésta. Y allí los dejó y, cambiados sus ésplendidos vestidos, sin lanza, atravesado el escudo sobre la espalda como acostumbran los emisarios en tiempo de guerra, con un solo guerrero llegó a la ciudad. En seguida, saliendo algunos de la ciudad se llegaron hasta ellos preguntándoles qué buscaban.
- Somos emisarios, dijeron, del famoso rey Carlomagno, enviados a vuestro rey Aigolando.
Y ellos los llevaron a la ciudad, ante Aigolando; y le dijeron:
- Carlomagno nos envía a ti, porque él mismo ha venido, como has mandado, con sesenta guerreros, y quiere militar bajo tus banderas y convertirse en vasallo tuyo, si quieres darle lo que has prometido. Así pues, de la misma manera ven pacíficamente hasta él con sesenta de los tuyos y háblale.
Entonces se armó Aigolando y les dijo que volviesen junto a Carlomagno y le dijesen que esperase. No pensaba Aigolando que era Carlomagno quien le hablaba. Carlomagno, en cambio, lo conoció entonces, y exploró la ciudad y vió por qué parte era más debil para conquistarla y los reyes que en ella había, y volvió junto a los sesenta guerreros que había dejado atrás, con los que regresó junto a los dos mil.
Aigolando, pues, los siguió rápidamente con siete mil caballeros queriendo matar a Carlomagno, pero advirtiéndolo ellos emprendieron la huída. Después Carlomagno volvió a la Galia y la sitió, y mantuvo el sitio por espacio de seis meses. Pero al séptimo mes, dispuestas ya por Carlomagno junto al muro las catapultas y las ballestas, los manteletes y los arietes con todos los demás ingenios de combate, así como torres de madera, cierta noche Aigolando con los reyes y sus nobles salió ocultamente por cloacas y pasadizos, y atravesando el río Garona, que está juntoa la ciudad, escapó de las manos de Carlomagno. Pues al día siguiente Carlomagno entró triunfalmente en la ciudad. Entonces parte de los sarracenos fueron acuchillados; otros se evadieron a través de Garona con gran ímpetu. Sin embargo, diez mil sarracenos fueron pasados a cuchillo.


Libro IV Capítulo X

Después Aigolando fué a la ciudad de Saintes, que entonces yacía bajo el imperio de los sarracenos, y allí se detuvo con los suyos. Pero Carlomagno lo siguió, y le mandó que entregase la ciudad. El, empero, no quiso entregarla, sino que salió a combate contra aquél, con la condición de que la ciudad sería de quien venciese al otro. La víspera, pues, del combate, por la tarde, estando ya dispuestos los campamentos, las mesnadas y los escuadrones, en unos prados que están entre el castillo que se llama Talaburgo y la ciudad, junto al río llamado Charente, clavaron algunos cristianos sus lanzas enhiestas en tierra ante el campamento. Y al día siguiente, los que en la inmediata batalla habían de recibir la palma del martirio por la fe de Cristo, encontraron sus lanzas adornadas con cortezas y hojas. Y ellos se alegraron en verdad por tan grande milagro de Dios, y habiendo arrancado sus lanzas de tierra, reunidos todos juntos entraron los primeros en el combate y mataron a muchos sarracenos; mas por último fueron coronados con el martirio. Su ejército contaba hasta cuatro mil. Y también fué muerto el caballo de Carlomagno; quien agobiado por la fortaleza de los paganos, tras recobrar fuerzas con sus ejércitos, luchando a pie mató a muchos de aquéllos. Que no pudiendo soportar su combatividad, huyeron a la ciudad, fatigados por tantos como habían matado. Carlomagno, pues, los persiguió, sitió la ciudad, a la noche siguiente Aigolando emprendió la fuga con sus ejércitos a través del río. Pero advirtiéndolo Carlomagno los persiguió y mató al rey de Gelves y al de Bugía y a otros muchos paganos, hasta cerca de cuatro mil.


Libro IV Capítulo XI

Entonces Aigolando atravesó los puertos de Cize y llegó a Pamplona y mandó a lo largo y ancho del país que se le reuniesen todos sus ejércitos. Y mandó que en toda la Galia todos los siervos que estaban sometidos a los abusos de sus malvados señores, redimida la servidumbre de sus personas y pagado el laudemio, quedasen libres para siempre con toda su descendencia presente y venidera. Y ordenó que nunca más fuesen siervos de gente bárbara alguna aquellos francos que fueran con él a España para combatir a los infieles. Pero aún más. Perdonó también a todos los que encontró encerrados en las cárceles; y enriqueció a los que halló pobres, vistió a los desnudos, apaciguó a los malévolos, realzó con apropiados honores a los desheredados; armó honrosamente caballeros a todos los duchos en las armas y a los escuderos; y a los que había apartado justamente de su amistad, arrepentido por amor de Dios, los volvió sinceramente a ella; para marchar a España se los asoció todos, amigos y enemigos, nacionales y extranjeros. Y a los que el rey admitía para combatir al pueblo infiel, a éstos yo, Turpín, con la autoridad del Señor y con nuestra bendición y absolución, perdonaba de todos sus pecados.
Entonces reunidos ciento treinta y cuatro mil guerreros, marchó a España contra Aigolando. Estos son los nombres de los más grandes adalides que con él estuvieron: Yo, Turpín, Arzobispo de Reims, que con las oportunas palabras de Cristo fortalecía al pueblo fiel y le animaba al combate, le ansolvía de sus pecados, y en ocasiones combatía a los sarracenos con mis propias armas; Rolando, caudillo de los ejércitos, conde de Le Mans y señor de Blaye, sobrino de Carlomagno e hijo del duque Milón de Anglers y de Berta, hermana de Carlomagno, con cuatro mil hombres de guerra; hubo sin embargo otro Rolando, al que ahora he de silenciar; Oliveros, caudillo de los ejércitos, caballero valerosísimo, muy experto en la guerra, potentísimo por su brazo y su espada, conde asimismo de Gennes, hijo del conde Reniero, con tres mil guerreros; Estulto, conde de Langres e hijo del conde Odón, con tres mil hombres; Arestiano, rey de los bretones, con siete mil hombres de armas; pero en tiempos de éste había en Bretaña otro rey, del que ahora no se hace mención completa; Engelero, duque de Aquitania, con cuatro mil mil guerreros. Estos eran hábiles en toda suerte de armas, sobre todo con arcos y saetas. En tiempos de este Engelero había otro conde de Aquitania, concretamente en la ciudad de Poitiers, de quien no se ha de hablar ahora. este Engelero, pues, de linaje gascón, era duque de la ciudad de Aquitania, que está situada entre Limoges, Bourges y Poitiers, y a la que César Augusto fundó en aquellas tierras y llamó Aquitania, a cuyo dominio también sometió a Bourges, Limoges, Poitiers, Saintes y Angulema con sus provincias, por lo que toda aquella tierra se llama Aquitania. Esta ciudad, pues, falta de su duque después de la muerte de Engelero, se convirtió en unerial, porque todos sus ciudadanos murieron peleando en roncesvalles y ningunos otros quisieron ya habitarla. Gaiferos, rey de Burdeos, con tres mil guerreros, partió para España con Carlomagno: Gelero, Gelino, Salomón; Gandelbodo, rey de Frisia, con siete mil caballeros; Hoel, conde de la ciudad que vulgarmente se llama Nantes, con dos mil héroes; Arnaldo de Belanda, con otros dos mil; Naimo, duque de Baviera, con diez mil héroes; Ogier, rey de Dacia, con diez mil héroes. A éste lo celebra hasta hoy mismo una canción de gesta, pues hizo innumerables proezas. Lamberto, príncipe de Bourges, con dos mil hombres; Sansón, duque de Borgoña, con diez mil héroes; Constantino, prefecto de Roma, con veinte mil caballeros; Reinaldos de Montalbán, Gualterio de Termes, Guillermo, Garín duque de Lorena, con cuatro mil hombres; Begón, Alberico, el borgoñon; Beraldo de Nublis, Guinardo, Esturmito, Tedrico, Yvorio, Berenguer, Atón, Ganelón, que después resultó traidor. Y el ejército de sus propias tierrass era de cuarenta mil caballeros y de innumerables infantes.
Los citados son varones famosos, héroes y guerreros los más poderosos entre los poderosos del universo, los más fuertes entre los fuertes, próceres de Cristo que propagan la fe cristiana en el mundo. Pues así como Nuestro Señor Jesucristo junto con sus doce apóstoles y discípulos, conquistó el mundo, de la misma manera Carlomagno, rey de los franceses y emperador de los romanos, con estos guerreros ganó España para honra del nombre de Dios. Entonces se reúnen todos los ejércitos en las landas de Burdeos. Cubrían, pues, toda aquella tierra en dos jornadas a la redonda. Su estruendo y ruido se oía a doce millas de distancia.
Y Arnaldo de Belanda atravesó el primero los puertos de Cize y llegó a Pamplona. En seguida le siguió el conde Estulto con su ejército. Después fueron el rey Arestiano y el duque Engelero con sus ejércitos; inmediatamente después fué el rey Gandelbodo con su ejército. Después llegaron el rey Ogier y Constantino con sus ejércitos. Por último llegó Carlomagno con todos los otros ejércitos; y cubrieron toda la tierra desde el río Runa hasta el monte que por el camino de Santiago dista de la ciudad tres leguas. Tardaron ocho días en atravesar los puertos. Mientras tanto mandó Carlomagno a Aigolando, que estaba en la ciudad, a la que había reedificado y fortificado de nuevo, que se le entregase o que saliese a batalla contra él. Aigolando, pues, vió que no podía sostener la ciudad contra aquél, y prefirió salir a combatir que morir vergonzosamente en ella. Entonces pidió a Carlomagno que le concediese una tregua hasta que su ejército saliese de la ciudad y se dispusiese para la batalla; y que hablase con él cara a cara. Pues Aigolando deseaba ver a Carlomagno.


Libro IV Capítulo XII

Así pues, concedidas las treguas entre ellos, salió Aigolando con sus ejércitos de la ciudad y, dejándolos junto a ésta, fué con sesenta de sus magnates a una milla de distancia de la ciudad. Y los ejércitos de Aigolando y de Carlomagno estaban entonces en un espléndido llano que hay junto a la ciudad, y que de ancho y de largo tiene seis millas. El camino de Santiago separaba a los dos ejércitos. Entonces Carlomagno dijo a Aigolando:
- Tú eres Aigolando, el que me arrebataste alevosamente mi tierra. Con el invencible brazo del poder de Dios conquisté la tierra de España y de Gascuña, las subyugé a las leyes cristianas y sometí todos los reyes a mi imperio. Pero tú, al volver yo a la Galia, mataste a los critianos de Dios, devastaste mis ciudades y castillos y pasaste a sangre y fuego toda mi tierra, por todo lo cual te expongo ahora mis grandes quejas.
Apenas reconoció Aigolando su lengua árabe que Carlomagno no hablaba, se admiró y alegró mucho. Pues Carlomagno había aprendido la lengua sarracena en la ciudad de Toledo, en la que había vivido algún tiempo de joven. Entonces Aigolando contestó a Carlomagno:
- Te ruego me digas por qué quitaste a nuestro pueblo una tierra que no te corresponde por derecho hereditario, y que no poseyeron ni tu padre, ni tu abuelo, ni tu bisabuelo, ni tu tatarabuelo.
- Por esto, replicó Carlomagno; porque Nuestro Señor Jesucristo, creador del cielo y de la tierra, eligió entre todas los pueblos al nuestro, es decir, al cristianismo, y estableció que dominase sobre todos los pueblos del mundo, y por esto he sometido a nuestra religión, en cuanto me ha sido posible, a tu pueblo sarraceno.
- Es muy indigno, dijo Aigolando, que mi pueblo esté sometido al tuyo, siendo así que nuestra religión es mejor que la vuestra. Nosotros tenemos a Mahoma, que fué un profeta de Dios enviado a nosotros por El, y cuyos preceptos cumplimos; es más tenemos dioses omnipotentes, que por mandato de Mahoma nos descubren el futuro, a los cuales reverenciamos y por los que vivimos y reinamos.
- En eso yerras, Aigolando, replicó Carlomagno; porque los mandamientos de Dios los guardamos nosotros; vosotros observáis los vanos preceptos de un hombre vano; nosotros creemos en dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y lo adoramos; vosotros creéis en el diablo y lo adoráis en vuestros ídolos. Nuestras almas, por la fe que tenemos, van después de la muerte al paraíso y a la vida eterna; las vuestras marchan al infierno. De donde se muestra que nuestra religión es mejor quela vuestra. Por lo cual, recibe el bautismo tú y tu pueblo, y vive, o ven a combatir contra mí y recibe una afrentosa muerte.
- Lejos de mí, contestó Aigolando, el recibir el bautismo y el renegar de Mahoma, mi Dios omnipotente; antes al contrario, pelearemos yo y mi pueblo contra ti y el tuyo , a condición de que si nuestra religión es más grata a Dios que la vuestra, os venzamos; y, si vuestra religión es mejor que la nuestra, nos venzáis. Y se llenen eternamente de oprobio los vencidos, y de fama y gloria los vencedores. Además, si es vencido mi pueblo, yo recibiré el bautismo, si sobrevivo.
Lo cual fué concedido por ambas partes. Inmediatamente se eligieron en el campo de batalla veinte caballeros cristianos contra veinte sarracenos, y comenzaron a combatir con la condición citada. Pero ¿ Qué más ? Al punto fueron muertos todos los sarracenos. Después se enviaron cuarenta y fueron muertos sarracenos. Luego se mandaron cien ontra cien y todos los moros fueron muertos. De nuevo se envían cien contra cien y al instante los cristianos, que retrocedían, fueron muertos, porque huyeron temiendo morir.
Estos, pues, representan el tipo de lso fieles soldados de Cristo, porque los que quieren pelear por la fe de Dios, de ninguna manera deben retroceder. Y así como aquéllos fueron muertos porque huyeron hacia atrás, así también los fieles de Cristo, que deben luchar valientemente contra los vicios, si retroceden, morirán vergonzosamente en ellos. Pero los que luchan bien contra los vicios matarán prestamente a los enemigos, esto es, a los demonios, que los manejan. No será coronado nadie, dice el Apóstol, sino quien haya luchado debidamente.
Después se envían doscientos contra doscientos y en seguida son muertos todos los sarracenos. Finalmente se envían mil contra mil, y al punto son muertos todos los sarracenos. Entonces, concedida una tregua por ambas partes, llegó Aigolando para hablar a Carlomagno, afirmando que la religión de los cristianos era mejor que la de los sarracenos. Y prometió a Carlomagno que al día siguiente recibirá el bautismo él y su pueblo. Así, pues, volvió a sus gentes y dijo a los reyes y magnates que él quería recibir el bautismo. Y mandó a todas sus gentes que se bautizasen todos. Lo cual unos consintieron y otros rehusaron.


Libro IV Capítulo XIII


Al día siguiente hacia las nueve, dada tregua para ir y volver, llegó junto a Carlomagno Aigolando para bautizarse. Apenas vió a Carlomagno que estaba comiendo a la mesa, y muchas otras dispuestas a su alrededor, y a unos sentados a ellas vestidos con traje de caballeros, a otros cubiertos con el negro hábito monacal, a estos vestidos con el blanco hábito de los canónigos, a aquéllos, cubiertos con el de clérigos y otros vestidos con distintos trajes, preguntó a Carlomagno qué clase de gentes eran cada una de aquéllas. Y Carlomagno le dijo:
- Aquellos que ves vestidos con mantos de un solo color son los obispos y sacerdotes de nuestra religión, que nos enseñan sus preceptos, nos absuelven de los pecados y nos dan la bendición del Señor. Los que ves con hábito negro son los monjes y abades, más santos que aquéllos, los cuales nunca cesan de implorar por nosotros a la Majestad del Señor. Los que ves con hábito blanco se llaman canónigos regulares, los cuales observan la regla de los mejores santos, e igualmente oran por nosotros y cantan las misas matutinas y las horas del Señor.
Mientras tanto, viendo Aigolando en cierto sitio trece pobres vestidos con trajes miserables, sentados en tierra y comiendo sin mesa ni manteles una pobre comida y bebida, preguntó qué clase de hombres eran. Y el mismo Carlomagno dijo:
- Esta es la gente de Dios, nuncios de Nuestro Señor Jesucristo, a los que en número de doce como los apóstoles del Señor tenemos costumbre de dar de comer cada día.
Entonces Aigolando respondió:
- Los que viven a tu alrededor son felices, son los tuyos, y comen, beben y se visten abundantemente; aquellos, en cambio, que dices son completamente de tu Dios y que aseguras que son sus enviados, ¿por qué perecen de hambre, se visten mal, se les arroja lejos de ti, y se les trata vergonzosamente? Mal sirve a su Señor quien tan vergonzosamente? Mal sirve a su Señor quien tan vergonzosamente recibe a sus enviados. Gran vergüenza hace a su Dios quien así trata a sus siervos. Ahora demuestras que es falsa esa religión tuya que decías era buena.
Y recibió su permiso, volvió a los suyos y, negándose a bautizarse, le desafió para el día siguiente. Entendiendo entonces Carlomagno que Aigolando renunció a bautizarse a causa de los pobres quienes vió maltratar, cuidó diligentemente a todos los que encontró en el ejército, los vistió muy bien y les proporcionó honrosamente comida y bebida.
De aquí hay que deducir cuán gran culpa adquiere cualquier cristiano que no atiende a lso pobres con todo cuidado. Si Carlomagno por haber tratado mal a los pobres perdió para el bautismo a aquel rey y a su pueblo, ¿ qué será el día del juicio final de aquellos que los maltrataron aquí ?Cuán terrible oirán la voz del Señor diciendo: "Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno. Porque tuve hambre y no me disteis de comer", etc. Pues hay que tener presente que la religión del Señor y su fe poco valen en el cristiano si no se traducen en obras, como lo afirma el Apóstol al decir: "Así como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin buenas obras está muerta en sí misma". Lo mismo que el rey pagano rechazó el bautismo porque no vió en Carlomagno las rectas obras del bautismo, igualmente temo que el Señor repudie en nosotros la fe del bautismo el dia del juicio por no encontrar sus obras.


Libro IV Capítulo XIV

Al día siguiente acudieron armados todos los de ambas partes al campo de batalla para pelear con la consabida condición de las dos religiones. Y el ejército de Carlomagno constaba de ciento treinta y cuatro mil hombres, y el de Aigolando de cien mil. Los cristia-nos formaron cuatro líneas y los sarracenos cinco; la primera de las cuales, que acudió al combate en primer término, fué vencida en seguida. Después avanzó el segundo escuadrón de sarracenos, y al punto fué vencido. Luego que vieron los sarracenos su derrota, se reu-nieron todos juntos y Aigolando se colocó en medio de ellos. Y al ver esto los cristianos, los rodearon por todas partes. Por una los cercó Arnaldo de Belanda con su ejército, por otra el conde Estulto con el suyo, por otra Arestiano con el suyo, por otra el rey Gandelbodo con el suyo, por otra el rey Oiger con el suyo, por otra el rey Constantino con el suyo y por otra Carlomagno con sus innumerables ejércitos. Enotnces Arnaldo de Belanda se arrojó el primero con su ejército sobre ellos, y mató y derribó a todos a diestra y siniestra hasta llegar junto a Aigolando que estaba en medio, y briosamente lo mató con su propia espada. Inmediatamente se profujo un gran clamor de todos, y por todas partes se lanzaron los cristianos sobre los sarracenos y los mataron a todos salvo el rey de Sevilla y Almanzor de Córdoba. Estos, con unos pocos escuadrones de sarracenos, huyeron. Tanta efusión de sangre hubo aquel día, que los vencedores nadaban en sangre hasta las monturas. Todos los sarracenos que se encontraron en la ciudad fueron muertos.
He aquí que Carlomagno luchó contra Aigolando en defensa de la fe cristiana, y lo mató. Por lo cual se demuestra que la religión cristiana aventaja por su bondad a todos los ritos y religiones de todo el mundo. A todo sobrepasa y se eleva sobre los ángeles. Oh cristiano, si guardas bien en tu corazón y cumples con tus obras exactamente en cuanto te sea posible, serás ensalzado sobre los ángeles con tu cabeza, Jesucristo, de quien eres un miembro. Si quieres subir, cree firmemente, pues todo es posible para el que cree, dice el Señor.
Entonces Carlomagno, tras reagrupar sus ejércitos, se alegró de tan gran triunfo y llegó hasta Puente Arga, en el camino de Santiago, y allí acampó.


Libro IV Capítulo XV

Entonces algunso cristianos, codiciando el botín de los muertos, retrocedieron aquella noche, sin saberlo Carlomagno, hasta el campo de batalla en que yacían los cadáveres, y cargados con oro y plata y con diversos tesoros emprendieron el regreso hacia Carlomagno. Entonces Almanzor de Córdoba, que con otros sarracenos que habían huído de la batalla estaba escondido entre los montes, los mató a todos, y ni uno de ellos siquiera quedó. Y el número de los que fueron muertos casi llegaba a mil.
Estos, pues, representan un tipo de combatientes de Cristo. Pues así como ellos después que vencieron a sus enemigos volvieron junto a los cadáveres por codícia, y fueron muertos por los enemigos, de la misma manera algunos fieles que han vencido sus vicios y han recibido la absolución, no deben volver de nuevo a los cadáveres, esto es, a los vicios, no vayan a ser muertos con desdichado fin por los enemigos, es decir, por los demonios. Y así como aquellos que perdieron la vida presente y recibieron vergonzosa muerte al retroceder para expoliar a los otros, así tambien cualquier religioso que haya abandonado el siglo y se dedique luego a los negocios del mundo, perderá la vida celestial y se acarreará la muerte eterna.


Libro IV Capítulo XVI

Al dia siguiente, pues, se le anunció a Carlomagno que en Monjardín un príncipe de los navarros, llamdo Furre, quería combatir contra él. Al llegar, pues, Carlomagno a Monjardín, el príncipe aquel se dispuso a lidiar contra él al dia siguiente. En consecuencia, Carlomagno la víspera de la batalla pidió a Dios que le mostrase aquellos de los usyos que iban a morir en el combate. Al dia siguiente, pues, armados ya los ejércitos de Carlomagno, apareció en los hombres de los que morían, es decir, detrás sobre la loriga, la silueta en rojo de la cruz del Señor. Y al verlos Carlomagno los escondió en su tienda para que no muriesen en la batalla. "Cuan incomprensibles son los juicios de Dios y cuán inescrutables sus caminos". ¿ Pues qué más ? Terminada la batalla y muerto Furre con tres mil navarros y sarracenos, encontró Carlomagno muertos a los que por precaución había escondido. Y casi era ciento cincuenta. ¡ Oh bienaventurada tropa de luchadores de Cristo !, aunque la espada del perseguidor no la segó, sin embargo no perdió la palma del martirio. Entonces Carlomagno tomó el castillo de Monjardín y toda la tierra navarra.


Libro IV  Capítulo XVII

Nájera: Rolando contra Ferragut

En seguida se le anunció a Carlomagno que en Nájera había un gigante del linaje de Goliath, llamado Ferragut, que había venido de las tierras de Siria, enviado con veinte mil turcos por el emir de Babilonia para combatirle. El no temía las lanzas ni la saetas, y poseía la fuerza de cuarenta forzudos. Por lo cual acudió Carlomagno a Nájera en seguida.
Apenas supo Ferragut su llegada, salió de la ciudad y los retó a singular combate, es decir un caballero contro otro. Entonces le fue enviado por Carlomagno en primer lugar el dacio Ogier, a quien el gigante, en cuanto lo vio solo en el campo, se acercó pausadamente y con su brazo derecho lo cogió con todas sus armas, y a la vista de todos lo llevó ligeramente a la ciudad, como si fuera una mansa oveja. Pues medía casi doce codos de estatura, su cara tenía casi un codo de largo, su nariz un palmo, sus brazos y piernas cuatro codos, y los dedos tres palmos.
Luego Carlomagno mandó a combatirle a Reinaldos de Montalbán, y en seguida con un solo brazo se lo llevó a la cárcel de su ciudad. Después se envió al rey de Roma Constantino y al conde Hoel, y a los dos al mismo tiempo, uno a la derecha y otro a la izquierda, los metió a la cárcel. Por último se enviaron veinte luchadores, de dos en dos, e egualmente los encarceló. Visto esto y en medio de la general expectación, no se atrevió Carlomagno a mandar a nadie para luchar con él.
Sin embargo Rolando, apenas consiguió permiso del rey, se acercó al gigante, dispuesto a combatirle. Pero entonces el gigante lo cogió con sólo su mano derecha y lo colocó delante de él sobre su caballo. Y al llevarlo hacia la ciudad, Rolando, recobradas sus fuerzas y confiando en el Señor, lo cogió por la barba y en seguida lo echó hacia atrás sobre el caballo, y los dos al mismo tiempo cayeron derribados al suelo. E igualmente ambos se levantaron de tierra inmediatamente y montaron en sus caballos. Entonces Rolando con su espada desenvainada, pensando matar al gigante, partió por mitad de un solo tajo a su caballo. Y como Ferragut quedase desmontado y le lanzase grandes amenazas mientras blandía en su mano la desenvainada espada, Rolando, con la suya, golpeó al gigante en el brazo con que la manejaba y no lo hirió, pero le arrancó la espada de la mano. Entonces Ferragut, perdida la espada, creyendo pegarle a Rolando con el puño cerrado, golpeó en la frente a su caballo, y el animal murió al instante. Finalmente a pie y sin espadas lucharon con los puños y con piedras hasta las tres de la tarde.
Al atardecer, Ferragut consiguió treguas de Rolando hasta el día siguiente. Entonces concertaron que al otro día acudirían los dos al combate sin caballos ni lanzas. Y acordada la lucha por ambas partes, cada uno regresó a su propio albergue. Al amenecer del día siguiente llegaron a pie, cada uno por su parte, al campo de batalla, como se había acordado. Ferragut llevó consigo la espada, pero de nada le valió, pues Rolando se había llevado un bastón largo y retorcido con el que le estuvo pegando todo el día y sin embargo no le hirió. Hasta el mediodía y sin que a veces se defendiese le golpeó también con grandes y redondas piedras que abundantemente había en el campo, y no pudo herirle en modo alguno.
Entonces conseguidas treguas de Rolando, vencido del sueño comenzó a dormir Ferragut. Y Rolando, como cumplido caballero que era, puso una piedra bajo su cabeza para que durmiese más a gusto. Ningún cristiano, pues, ni aun el mismo Rolando, se atrevía a matarlo entonces, porque se hallaba establecido entre ellos que si un cristiano concedía treguas a un sarraceno, o un sarraceno a un cristiano, nadie le haría daño. Y si alguien rompía deslealmente la tregua concedida, era muerto en seguida. Ferragut, pues, cuando hubo dormido bastante, se despertó, y Rolando se sentó a su lado y comenzó a preguntarle cómo era tan fuerte y robusto que no temía espadas, piedras ni bastones.
--Porque tan sólo por el ombligo puedo ser herido, contestó el gigante.
Hablaba él en español, lengua que Rolando entendía bastante bien. Entonces el gigante comenzó a mirar a Rolando y a preguntarle así:
--Y tú, cómo te llamas?
--Rolando, contestó este.
__De qué linaje eres que tan esforzadamente me combates?, preguntó.
Y Rolando dijo: Soy oriundo del linaje de los francos.
Y Ferragut instistió: De qué religión son los francos?
Y respondió Rolando: Cristianos somos, por la gracia de Dios, y a las órdenes de Cristo estamos, por cuya fe combatimos con todas nuestras fuerzas.
Entonces, al oir el nombre de Cristo, dijo el pagano: Quién es ese Cristo en quien crees?
Y Rolando exclamó: El Hijo de Dios Padre, que nació de virgen, padeció en la cruz, fue sepultado, de los infiernos resucitó al tercer día y volvió a la derecha de Dios Padre en el cielo.
Entonces Ferragut replicó: Nosotros creemos que el Creador del cielo y de la tierra es un solo Dios, y no tuvo hijo ni padre. Es decir, que así como no fué engendrado por nadie, tampoco a nadie engendró. Luego Dios es uno y no trino.
- Verdad es, dijo Rolando, que es uno; pero al decir que no es trino te apartas de la fe. Si crees en el Padre, cree en el Hijo y en el Espíritu Santo. Pues el mismo Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, permaneciendo, sin embargo, uno en tres personas.
- Si dices, contestó Ferragut, que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, hay, pues, tres dioses, lo que no es posible, y no un solo Dios.
- De ninguna manera, replicó Rolando, sino que te afirmo que Dios es uno y trino. Y efectivamente así es. Todas las tres personas son igualmente eternas e iguales entre sí. Cual el Padre así es el Hijo y el Espíritu Santo. En las personas está la propiedad en la esencia la unidad y en la majestad se adora la igualdad. Los ángeles en el cielo adoran a Dios uno y trino, y Abraham vió a tres y adoró a uno.
- Demuestrame eso, atajó el gigante, cómo tres son uno solo.
- Te lo demostraré, dijo Rolando, mediante ejemplos humanos. Como en la cítara al tocar hay tres cosas, a saber, el arte, las cuerdas y las manos, y sin embargo es una cítara, así también en Dios hay tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y es un solo Dios. Y como en la almendra hay tres cosas, cáscara, piel y fruto, y a pesar de ello sólos una almendra. de la misma manera en Dios hay tres personas y un solo Dios. En el sol hay tres, claridad, brillo y calor, y sin embargo sólo un sol existe. En la rueda del carro hay tres partes, a saber, el cubo, los rayos y la pinas, y sin embargo forman una sola rueda. En ti mismo hay tres elementos, cuerpo, miembros y alma, y a pesar de ello eres un solo hombre. De la misma manera resulta que en Dios hay unidad y trinidad.
- Ahora, dijo Ferragut, entiendo que Dios es uno y trino pero ahún no sé cómo el Padre engendró al Hijo, cual aseguras.
- ¿ Crees, pregutnó Rolando, que Dios creó a Adán ?
- Lo creo, respondió el gigante.
- De la misma manera, pues, dijo Rolando, que Adán no fué engendrado por nadie y sin embargo engendró hijos, así también Dios Padre por nadie fué engendrado y, no obstante, por obra divina, antes del comienzo de los tiempos, engendró inefablemente de sí mismo, según quiso, al Hijo.
Y el gigante dijo: De acuerdo con lo que dices; pero no comprendo en absoluto cómo se hizo hombre quien era Dios.
- El mismo que de la nada creó el cielo, la tierra y todas las cosas, contestó Rolando,hizo que su Hijo se encarnase en una virgen, no por obra de varón, sino de su Espíritu Santo.
- No acabo de entender, replicó el gigante, cómo sin obra de varón pudo nacer, como dices, del vientre de una virgen.
Y Rolando le dijo: Dios que creó a Adán sin necesidad de otro hombre, hizo que su Hijo naciese de una virgen sin intervención de hombre alguno. Y como de Dios Padre nació sin madre, de la misma manera nació de madre sin padre humano. Pues tal es el nacimiento digno de Dios.
- Difícilmente alcanzo sin rubor, repus el gigante, cómo una virgen pudo concebir sin obra de varón.
- Aquel, respondió Rolando, que hace nacer el gorgojo en el grabo del haba y el gusano en el árbol y en el barro, y que hace tener prole sin acción del macho a muchos peces y pájaros, a las abejas y serpientes, Ese mismo hizo que una virgen intacta engendrase sin concurso humano al hombre Dios. Quien, como dije, hizo el primer hombre sin necesidad de otro, fácilmente pudo hacer que su Hijo, hecho hombre, naciese de una virgen sin concurso de varón.
- Bien puede ser, dijo Ferragut, que naciese de una virgen, pero si fué hijo de Dios de ninguna manera pudo, como aseguras, morir en la cruz. Pudo, como dices, nacer, pero, si fué Dios, no pudo en absoluto morir, pues Dios nunca muere.
- Bien dicho, replicó Rolando, que pudo nacer de virgen. Luego, en cuanto hombre, nació. Si, como hombre, pues todo el que nace, muere. Si hay que creer en su Natividad, en consecuencia hay que creer en su muerte y Resurrección.
- ¿ Por qué, exclamó Ferragut, hay que creer en su Resurrección ?
- Porque, dijo Rolando, el que nace, muere; y el que muere resucita al tercer día.
Entonces el gigante se admiró mucho al oír esto, y le dijo:
- Rolando, ¿ por qué me dices tanta tontería ? Es imposible que un hombre muerto vuleva de nuevo a la vida.
- No sólo el Hijo de Dios, respondió Rolando, resucitó de entre los muertos, sino también todos los hombres que ha habido desde el principio hasta el fin, han de resucitar ante su tribunal y desde el principio hasta el fin, han de resucitar ante su tribunal y recibirán la recompensa de sus méritos, según cada uno haya obrado bien o mal. El mismo Dios que hace crecer hasta lo alto al pequeño arbol, y hace revivir, crecer y fructificar en la tierra al grano de trigo, muerto y podrido, hará que todos con su propia carne y espíritu resuciten de la muerte a la vida el día del juicio. Compara la misterios naturaleza del león. Si el león vivifica con su aliento a los tres dias a sus cachorros muertos, ¿ Por qué admirarse si Dios Padre resucitó a su Hijo de entre los muertos al tercer día ? Y si el Hijo de Dios volvió a la vida, no debe parecerte nuevo, puesto que muchos muertos también volvieron a ella antes de su Resurrección. Si Elías y Eliseo resucitaron muertos fácilmente, muchos difuntos antes, fácilmente resurgió de entre los muertos, y no pudo, de ninguna manera, ser retenido por la muerte, pues la misma muerte huye de Aquel a cuya voz una muchedumbre de muertos resucitó.
Entonces Ferragut dijo: Ya voy vislumbrando lo que dices, pero no sé todavía cómo pudo entrar en los cielos, como tú dijiste.
- Quien fácilmente descendió del cielo, dijo Rolando, fácilmente subió a los cielos. Quien fácilmente resucitó por sí mismo, con igual facilidad entró en el cielo. Compara estos varios ejemplos. Ves la rueda del molino: cuanto desciende de las alturas a lo profundo otro tanto asciende desde lo hondo a lo alto. El ave que vuela en el aire sube tanto como descendió. Tú mismo, si acaso bajaste de un monte, bien puedes volver de nuevo al sitio de que descendiste. El sol salió ayer por oriente y se puso por poniente, e igualmente hoy volvió a salir por el mismo lugar. Luego el Hijo de Dios volvió allá de donde vino.
--Entonces, concluyó Ferragut, lucharé contigo, a condición de que si es verdadera esa fe que sostienes, sea yo vencido, y si es falsa, lo seas tú. Y el pueblo del vencido se llene eternamente de oprobio, y el del vencedor en cambio de honor y gloria eternos.
--Sea, asintió Rolando.
Y así se reemprendió el combate con mayor vigor por ambas partes, y en seguida Rolando atacó al pagano. Entonces, roto el bastón de Rolando, se lanzó contra él el gigante y cogiéndolo ligeramente lo derribó al suelo debajo de sí. Inmediatamente conoció Rolando que ya no podía de ningún modo evadirse de aquél, y empezó a invocar en su auxilio al Hijo de la Santísima Virgen María y, gracias a Dios, se irguió un poco y se revolvió bajo el gigante, y echó mano a su puñal, se lo clavó en el ombligo y escapó de él.
Entonces el gigante comenzó a invocar a su dios con voz estentórea, diciendo: Mahoma, Mahoma, dios mío, socórreme que ya muero. Y en seguida, acudiendo los sarracenos a estas voces, le cogieron y llevaron en brazos hacia la ciudad. Rolando, empero, ya había vuelto incólume a los suyos. Entonces los cristianos, junto con los sarracenos que llevaban a Ferragut, entraron en brioso ataque en la ciudadela que estaba sobre el poblado. Y de esta manera murió el gigante, se tomó la ciudad y el castillo, y se sacó de la prisión a los luchadores.


Libro IV Capítulo XVIII

Al poco tiempo llegó a oídos de nuestro emperador que en Córdoba le esperaban para combatirle el rey de Sevilla, Ebrahim, y Almanzor, que anteriormente habían escapado de la batalla de Pamplona. Y habían llegado en su auxilio, guerreros de siete ciudades, a saber, de Sevilla, Granada, Játiva, Denia, Ubeda, Abla y Baeza. Entonces dispuso Carlomagno ir a pelear contra ellos. Así pues, al acercarse a Córdoba con sus ejércitos, salieron con los suyos a los citados reyes, armados contra él, a tres millas de la ciudad. Y los sarracenos eran unos diez mil; los nuestros, en cambio alrededor de siete mil.
Entonces distribuyó Carlomagno su ejército en tres cuerpos, el primero de los cuales estava formado por los caballeros más esforzados, el segundo por los infantes y el último por los demás caballeros. Y los sarracenos hicieron igual. Y al acercarse, cuando lo mandó Carlomagno, el primer escuadrón de nuestros caballeros contra el primero de paganos, avanzaron delante de cada jinete de éstos sendos infantes que llevaban máscaras muy extrañas, que golpeaban fuerte con las manos. Y apenas los caballos de nuestros guerreros oyeron las voces y ruidos de aquellos y vieron sus terribles aspectos, muy espantados empezaron a huir como enloquecidos. Y corriendo con la velocidad de la saeta, huían, y de ningún modo los guerreros de nuestros ejércitos vieron huir al primero, se dieron a la fuga.
Entonces los sarracenos, muy alegres, persiguieron a paso lento a los nuestros, hasta que llegamos a un monte que dista de la ciudad casi dos millas. Allí, pues, todos reunidos nos abroquelamos en nosotros mismos, esperándolos para el combate. Y viéndolo ellos volvieron un poco atrás. En seguida colocamos nuestras tiendas, permaneciendo allí hasta el día siguiente. A la mañana siguiente, pues, tomada una determinación con todos los guerreros, Carlomagno mandó que todos los caballeros de nuestro ejército tapasen con lienzos y paños la cabeza de sus caballos para que no viesen las máscaras de los infieles y que de la misma manera les taponasen fuertemente los oídos con unos recios paños para que no oyesen el ruido de los timbales. ¡ Oh grande y admirable ingenio ! Apenas cerrados los ojos y oídos de los caballos, marcharon confiadamente al combate, despreciando los engañosos ruidos de los impíos. Entonces todos los nuestros al mismo tiempo los combatieron sin interrupción de la mañana a la noche y mataron a muchos de ellos, pero no pudieron todavía vencerlos por completo. Y todos los sarracenos estaban reunidos, y en medio de ellos había un carro. Entonces cortó con su propia espada el mástil que sostenía el estandarte, y en seguida todos los sarracenos comenzaron a huir dispersos por todas partes. Inmediatamente en medio de la general refriega y de la mayor gritería, fueron muertos ocho mil sarracenos, entre ellos el rey de Sevilla; y Almanzor con dos mil sarracenos entró en la ciudad y la fortificó. Pero vencido por fin al día siguiente, entregó la ciudad a nuestro emperador, bajo la condición de recibir el bautismo, someterse a las órdenes de Carlomagno y tenerla por recibida de él en adelante. Hechas, pues estas cosas, distribuyó Carlomagno las tierras y provincias de España a sus caballeros y gentes, es decir, a los que querían quedar en aquella tierra. Dió Navarra y Vasconia a los bretones, Castilla a los francos, la tierra de Nájera y Zaragoza a los griegos e italianos que había en nuestro ejército, Aragón a los poitevinos, Andalucía que está junto al mar a los teutones, y Portugal a los dacios y flamencos. Los francos no quisieron habitar Galicia porque les parecía fragosa. Nadie hubo luego en España que se atreviese a combatir a Carlomagno.


Libro IV Capítulo XIX

Entonces, licenciados sus mayores ejércitos, fué Carlomagno a la tierra de Santiago en España, e hizo cristianos a los habitantes que en ella encontró; pues a los que volvían a la infidelidad de los sarracenos, o los pasó a cuchillo o los desterró a la Galia. Entonces estableció obispos y presbíteros en las ciudades, y reunido en la ciudad de Compostela un concilio de obispos y príncipes determinó por amor a Santiago que todos los prelados, príncipes y reyes crsitianos, tanto españoles como gallegos, presentes y futuros, obedeciesen al obispo de Santiago. En Iria no estableció obispo porque no la tuvo por ciudad, sino que mandó fuese villa sujeta a la sede compostelana. Entonces en el mismo concilio, yo, Turpín, arzobispo de Reims, a ruegos de Carlomagno, consagré fastuosamente con sesenta obispos la basílica y el altar de Santiago. Y sometió el rey a la misma iglesia toda la tierra española y gallega, y se la dió en dote, mandando que cada poseedor de cualquier casa de toda España y Galicia, diese cada año cuatro monedas obligatoriamente, y quedasen libres de toda servidumbre por orden del rey. Y en ella se celbren a menudo los concilios de los obispos de toda España; y en honor del apóstol del Señor se otorgasen por manos del obispo de la misma ciudad los báculos episcopales, y la coronas reales. Y que si en otras ciudades por los pecados de los pueblos faltasen la fe o los preceptos del Señor, se reconcilien allí con el consejo del mismo obispo. Y con razón se concede que la fe se reconcilie y establezca en aquella venerable iglesia, porque de la misma manera que por San Juan Evangelista, hermano de Santiago, se estableció en oriente la fe de Cristo y una sede apóstolica en Efeso, así también en la parte occidental del reino de Dios fué establecida por Santiago la misma fe y una sede apostólica en Galicia. Estas son sin duda alguna las sedes apostólicas: Efeso, que está a la derecha en el terrenal reino de Cristo, y Compostela, que está a la izquierda, sedes que en la división de las provincias correspondientes a estos dos hijos de Zebedeo. Pues ellos habían pedido al Señor sentarse en su reino, uno a su derecha, otro a su izqquierda.
Tres sedes postólicas principales sobre todas suele con razón la cristiandad venerar especialmente en el muno, a saber: la romana, la gallega y la de Efeso. Pues como el Señor distinguió entre todos los apóstoles a tres, a saber: Pedro, Santiago y Juan, a los cuales reveló más claramente que a los demás, según consta en los Evangelios, sus designios, de la misma manera determinó que estas tres sedes fuesen a causa de ellos reverenciadas sobre todas las demás del mundo. Y con razón se dice que éstas son las sedes principales, porque así como estos tres apóstoles aventajaron a los demás en dignidad, igualmente los sacrosantos lugares en que predicaron y fueron enterrados deben justamente aventajar por la excelencia de su dignidad a todas las sedes del mundo entero. Con razón se considera a Roma como la primera sede apostólica, pues Pedro, el príncipe de los apóstoles, la consagró con su predicación, con su propia sangre y con su sepultura. Compostela se tiene justamente por la segunda sede, porque Santiago, que fué entre los demás apóstoles el mayor después de San Pedro, por su especial dignidad, honor y calidad, y en los cielos tiene la primacía sobre ellos, la santificó primero con su predicación antiguamente, y laureado con el martirio la consagró con su sacratísima sepultura y ahora la ilustra con sus milagros y no cesa de enriquecerla constantemente con sus permanentes beneficios. En verdad se dice que la tercera sede es Efeso, porque San Juan Evangelista compuso en ella su Evangelio que empieza "In principio erat verbum", en un concilio de los obispos que él mismo había establecido en las otras ciudades, a los que también en su Apocalipsis llama ángeles, y la consagró con sus predicaciones y milagros y con la basílica que en ella edificó e incluso con su propia sepultura. Si pues, algunas cuestiones divinas o humanas quizá no pueden por su gravedad dilucidarse en las otras sedes del orbe, en estas tres sedes deben con razón ser tratadas y definidas. Así pues, Galicia, libre muy pronto de sarracenos, por la gracia de Dios y de Santiago y con el auxilio de Carlomagno, permanece distinguida hasta hoy en la fe cristiana.


Libro IV Capítulo XX

Y era el rey Carlomagno de pelo castaño, faz bermeja, cuerpo proporcionado y hermoso, pero de terrible mirada. Su estatura medía ocho pies, pero suyos, que eran muy largos. Era anchísimo de hombros, proporcionado de cintura y vientre, de brazos y piernas gruesos, de miembros muy fuertes todos ellos, soldado arrojadísimo y muy diestro en el combate. Su cara tenía palmo y medio de longitud, uno su barba y casi medio la nariz. Y su frente media un pie y sus ojos, semejantes a los del león, brillaban como ascuas. Sus cejas medían medio palmo. Cualquier hombre a quien él en un rapto de ira mirase con sus abiertos ojos, quedaba instantáneamente aterrorizado. Nadie podía estar tranquilo ante su tribunal, si él le miraba con sus penetrantes ojos. El cinturon con que se ceñía tenía extendido oho palmos, sin contar lo que colgaba. Tomaba poco pan en la comida, pero se comía la cuarta parte de un carnero o dos gallinas o un ganso, o bien un lomo de cerdo o un pavo o una grulla o una liebre entera. Bebía poco vino, sino, sobriamente, agua. Tenía tal fuerza que co su espada partía de un solo tajo a un caballero armado, enemigo suyo se entiende, montando a caballo, desde la cabeza hasta la silla juntamente con su cabalgadura. Enderezaba sin esfuerzo con sus manos cuatro herraduras al mismo tiempo. Levantaba rápidamente desde el suelo hasta su cabeza con una sola mano a un caballero armado y colocado de pie sobre la palma. Y era muy espléndido en sus mercedes, muy recto en sus juicios, elocuente en sus palabras. Mientras estuvo en España su corte principalmente, sólo en cuatro solemnidades al año llevaba la corona real y el cetro, a saber: el día de Navidad, el de Pascua y el de Pentecostés, y el día de Santiago. Delante de su trono se ponía una espada desnuda, a la manera imperial. Cada noche había siempre alrededor de su lecho ciento veinte esforzados cristianos para guardarle, cuarenta de los cuales, a saber: diez a la cabcera, diez a los pies, dies a la derecha y otros diez a la izquierda, hacían la vela al principio de la noche, teniendo la espada desnuda en la mano derecha y un cirio encendido en la izquierda. De igual manera hacían la segunda guardia otros cuarenta. E igualmente otros cuarenta hacían la tercera vela de la noche, mientras los demás dormían.
Quiza a alguien le guste oír con más detalle sus grandes gestas, pero contarlas es para mí grande y abrumadora empresa. No puedo describir como Galafre, emir de Toledo, le armó caballero en el palacio de Toledo cuando en su niñez estaba desterrado en dicha ciudad y cómo después el mismo Carlomagno, por amistad hacia el citado Galafre, mató en combate a Bramante, grande y soberbio rey de los sarracenos, enemigo de Galafre, y cómo conquistó diversas tierras y las ciudades que las embellecían, y las sometió al nombre de Dios, y como estableció por el mundo muchas abadías e iglesias y cómo colocó en arcas de oro y plata los cuerpos y reliquias de muchos santos sacándolos de sus sepultura, y como se trajo consigo el madero de la cruz que repartió entre muchas iglesias. Antes se agotan la mano y la pluma que su historia. Sin embargo, voy a decir brevemente cómo volvió de España a la Galia, después de la liberación de la tierra gallega.


Libro IV Capítulo XXI

Después que el famosísimo emperador Carlomagno conquistó en aquellos días toda España para gloria del Señor y de su apóstol Santiago, de regreso de España, se detuvo con sus ejércitos en Pamplona. Y vivían entonces en Zaragoza dos reyes sarracenos, a sbaer: Marsilio y su hermano Beligando, enviados a España desde Persia por el emir de Babilonia, los cuales estaban sometidos al imperio de Carlomagno y le servían gustosamente en todo, pero con lealtad fingida. Y Carlomag-no les ordenó por medio de Ganelón que recibiesen el bautismo o que le enviasen un tributo. En-tonces le mandaron treinta caballos cargados de oro y plata y de tesoros españoles, y cuarenta caballos cargados de vino dulcísimo y puro para beber sus caballeros, y mil hermosas sarracenas para su deleite. A Ganelón, empero, le ofrecieron fraudulentamente veinte caballos cargados de oro, plata y telas preciosas para que pusiera en sus manos a los caballeros a fin de matarlos. Y él se avino y recibió aquel dinero. Así pues, acordado entre ellos el malvado pacto de traición, volvió Ganelón al lado de Carlomagno y le dió los tesoros que los reyes le habían enviado, diciendo que Marsilio quería hacerse cristiano y preparaba su viaje para ir a la Galia al lado de Carlomagno, y que allí recibiría el bautismo y en adelante gobernaría toda la tierra de España en su nombre.
Los más nobles caballeros, solamente el vino le aceptaron, mas de ninguna manera las mujeres: pero se las tomaron los inferiores. Entonces Carlomagno, dando crédito a las palabras de Ganelón, determinó atravesar los puertos de Cize y volver a la Galia. Luego, por consejo de Ganelón, madó a sus preferidos, su sobrino Rolando, conde de Le Mans y de Blaye, y a Oliveros, conde de Gennes, que con los más nobles caballeros y veinte mil cristianos formasen la retarguardia en Roncesvalles, mientras el mismo Carlomagno atravesaba con los otros ejércitos los puertos nombrados. Y de este modo se hizo. Pero porque en las noches precedentes, ebrios algunos con el vino sarraceno, fornicaron con las mujeres paganas y también con las cristianas que muchos se habían traído consigo de la Galia, se acarrearon la muerte. ¿ Pues qué más ? Mientras Carlomagno con veinte mil cristianos y Ganelón y Turpín atravesaban los puertos, y los antes dichos formaban la retaguardia, Marsilio y Beligando, con cincuenta mil sarracenos, salieron al amanecer de los bosques y collados, donde por consejo de Ganelón habían estado escondidos durante dos días y otras tantas noches, y dividieron sus fuerzas en dos partes: una de veinte mil y otra de treinta mil. La de veinte mil comenzó primero a atacar de pronto a los nuestros por la espalda. En seguida los nuestros se volvieron contra ellos, combatiéndolos desde la madrugada hasta las nueve; todos cayeron. Ni tan sólo uno de los veinte mil escapó. Inmediatamente los otros treinta mil atacaron a los nuestros fatigados y rendidos por tan gran batalla, y los mataron a todos desde el primero al útlimo. Ni uno tan sólo de los veinte mil cristianos se salvó. Unos fueron atravesados con lanzas, otros degollados con espadas, éstos partidos con hachas, aquéllos acribillados con saetas y venablos, unos sucumbieron a garrotazos, otros fueron desollados vivos con cuchillos, otros quemados al fuego y otros, en fin, colgados de los árboles. Allí murieron todos los caballeros excepto Rolando, Balduino, Turpín, Tedrico y Ganelón. Balduino y Tedrico, dispersos por los montes, se escondieron primero y huyeron más tarde. Entonces los sarracenos retrocedieron una legua.
Podria preguntarse ahora por qué permitió el Señor que los que no habían fornicado con las mujeres encontraran la muerte con los que se embriagaron y fornicaron. En verdad, permitió el Señor que encontrasen las muerte los que no se embriagaron ni fornicaron, porque no quiso que volviesen más a su patria para que por acaso no incurriesen en algunos pecados. Ya que quisootorgarles por sus trabajos la corons del reino celestial mediante su muerte. Los que habían fornicado permitió que encontraran la muerte, porque quiso borrar sus pecados mediante su muerte en combate. Y no debe decirse que Dios celmentísimo no remunerase los pasados trabajos de quellos que en su última hora invocaron su nombre confesando sus pecados. Aunque fornicaron, murieron sin embargo por el nombre de Cristo. No se permite, pues, más a los que van a combatir que lleven sus esposas u otras mujeres. Pues algunos príncipes terrenos, como Darío y Antonio marcharon al combate antiguamente en compañía de sus mujeres y ambos murieron en él, Darío vencido por Alejandro, Antonio por Octaviano Augusto. Por lo cual a nadie se permite llevar mujer al ejército porque es un estorbo para el alma y para el cuerpo. Los que se emborracharon y fornicaron representan a los sacerdotes y varones que luchan contra los vicios, a los que no está permitido embriagarse y de ninguna manera cohabitar con mujeres. Porque si lo hacen habitualmente, caídos quizá también en otros vicios, serán desgraciadamente muertos por sus enemigos, es decir, por los demonios, y llevados al infierno.
Así, pues, como terminado el combate volviese Rolando solo hacia los paganos a fin de explorar, y estuviese todavía lejos de ellos, encontró a un sarraceno negro, herido de la batalla, escondido en el bosque, y tras cogerlo vivo lo dejó fuertemente atado con cuatro cuerdas a un árbol. Entonces subió a un monte y los observó y vió que eran muchos, y volvió atrás por el camino de Roncesvalles por donde iban los que deseaban atravesar el puerto. Entonces tocó su trompa de marfil, a cuyo toque se le reunieron unos cien cristianos, con los que regresó a través de los bosques hacia los sarracenos hasta el que había dejado atado, y prontamente le desató de sus ligaduras y levantó la espada desnuda sobre su cabeza diciendo: Si vienes conmigo y me señalas a Marsilio, te dejaré marchar vivo; si no, te mataré. Pues ahún no conocía Rolando a Marsilio. En seguida marchó el sarraceno con él y le mostró entre los ejércitos sarracenos, de lejos, a Marsilio con su caballo alazán y su escudo redondo. Entonces Rolando lo soltó y animado al combate, recobradas las fuerzas con la ayuda de Dios, con los que tenía consigo se lanzó de pronto sobre los sarracenos y vió entre ellos uno que era de mayor estatura que los otros, y de un solo tajo con su propia espada le partió por la mitad a él y a su caballo de arriba a abajo, de forma que una parte del sarraceno y de su caballo cayó a la derechza y la otra a la izquierda. Y cuando los sarracenos vieron esto, abandonando a Marsilio con unos pocos en el campo de batalla, comenzaron a huir por todas partes. En seguida Rolando, confiando en el poder divino, se adentró entre las filas de sarracenos, derribandolos a derecha e izquierda, y alcanzó a Marsilio que huía, y con la poderosa ayuda de Dios lo mató entre otros. En aquella ocasión murieron en el mismo combate los cien compañeros de Rolando que habían llevado consigo, y el mismo Rolando resultó herido de cuatro lanzadas y gravemente golpeado a pedradas; apenas Beligando supo la muerte de Marsilio abandonó con los sarracenos aquellos parajes. Tedrico, pues, Balduino y algunos otros cristianos, se escondían como ya dijimos, dispersos y aterrorizados por todo el bosque, otros en cambio atravesaban los puertos. Pero Carlomagno con sus ejércitos ya habían traspasado las cumbres de los montes e ignoraba lo acaecido a su espalda.
Entonces Rolando, fatigado por tan gran batalla, lamentando la muerte de los cristianos y de tantos héroes, angustiado por las grandes heridas y golpes recibidos por él de los sarracenos, llegó solo a través del bosque hasta el pie del puerto Cize y allí bajo un árbol y junto a un peñasco de mármol que se alzaba en un ameno prado sobre Roncesvalles, descendió del caballo. Todavía tenía consigo una espada suya de hermosísima factura, corte fortísimo, inflexible resistencia y resplandeciente con su intenso brillo, que se llamaba Durandarte. Este nombre se interpreta como "con ella da golpes duros", o bien como "duramente golpea con ella al sarraceno", pues no puede romperse de ningún modo. Antes fallará el brazo que la espada. Y habiéndola desenvainado y teniéndola en la mano, exclamó con voz empañada por las lágrimas, mientras la miraba :
- ¡ Oh ! hermosísima espada, de brillo nunca oscurecido, de armónicas proporciones y fortaleza inquebrantable, de blanquísimo puño de marfil, espléndida cruz de oro y dorada superficie; adornada con un pomo de berilo y esculpida con la entrañable leyenda del y la emblema del inmenso nombre de Dios; de bien probada punta y aureolada con la virtud divina ¿Quién usará en adelante de tu fortaleza ? ¿ Quién te poseerá luego ? ¿ Quien te tendrá y será tu dueño ? Quien te posea no será vencido, no quedará atónito ni se mostrará timorato por miedo a los enemigos, no se atemorizará por ninguna fantasía, sino que confiará siempre en la protección de Dios, y se verá asistido por el auxilio divino. Tú destruyes a los sarracenos, matas al pueblo infiel, enalteces la religión cristiana y procuras la alabanza de Dios y la gloria y fama de todos. ¡ Oh ! Cuántas veces con tu ayuda defendí el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, cuántas veces maté enemigos de Cristo, cuántos sarracenos acuchillé y cuántos judios y demás infieles destruí para exaltar la fe cristiana. Tú cumples la justicia de Dios y arrancas del cuerpo el pie y la mano acostumbrados al robo. Cuantas con tu ayuda arranqué la vida a un pérfido judío o a un sarraceno, otras tantas pienso haber vengado la sangre de Cristo. ¡ Oh ! espada felicísima, de rapida estocada, que no tuvo nunca par ni lo tendrá en lo futuro. Quién te fabricó, ni antes ni luego hizo otra semejante. Nunca jamás pudo sobrevivir quién resultó algo herido por ti. Mucho me duele si fueses a parar a manos de un cobarde o apocado, y mucho más que te tocase algún infiel o sarraceno. Y tras estas palabras, por temor de que cayese en manos de los sarracenos, dió tres golpes con ella al peñón de mármol con la intención de destruirla. Peró ¿Qué más? En dos trozos, de arriba a abajo se partió la roca y la espada de doble filo quedó intacta.
Después comenzó a atronar el espacio con los fuertes sonidos de su trompa, por si se le reunían algunos de los cristianos que por temor a los sarracenos se escondían en los bosques, o por si acaso regresaban a su lado los que ya habían pasado los puertos y asistían a su muerte, se hacían cargo de su espada y su caballo y perseguían a los sarracenos para combatirlos. Entonces tocó su trompa de marfil con tal ardor y tanta fuerza, que se cuenta que la trompa se rajó por la mitad con la violencia de su soplido y se le rompieron las venas y los nervios del cuello. Y su sonido llegó entonces, conducido por los ángeles, hasta los oídos de Carlomagno, que con su ejército se había detenido en Valcarlos, lugar que distaba de Rolando ocho millas hacia Gascuña. Carlomagno quiso regresar en seguida a su lado para auxiliarle, pero Ganelón, cómplice de la muerte de Rolando, le dijo: No vuelvas atrás, mi rey y señor, pues Rolando acostumbra a tocar la trompa todos los días por cualquier cosa. Ten la seguridad de que ahora no necesita de tu auxilio, sino que por afición a la caza camina Rolando persiguiendo alguna fiera por los bosques y tocando su trompa. ¡Oh! engañosa respuesta ! ¡Oh malvado consejo de Ganelón, comparable a la traición del traidor Judas ! Y como yaciese Rolando sobre la hierba de un prado y desease de modo indecible un arroyuelo donde aplacar su sed, al llegar Balduino le indicó que le trajese agua. Y éste, como buscase agua por todas partes y no la encontrase, viéndole próximo a la muerte le bendijo y, temiendo caer en manos de los sarracenos, montó en su caballo y, abando- nándoles, marchó tras el ejército de Carlomagno. Y al marcharse aquél, llegó en seguida Tedrico, y comenzó a llorarle mucho, diciéndole que fortaleciese su alma con la fe de la confesión.
Rolando había recibido de un sacerdote aquel mismo día, antes de entrar en combate, la Eucaritía y la absolución de sus pecados. Pues había la costumbre de que todos los luchadores fortaleciesen sus almas con la Eucaritía y la confesión recibidas de manos de los sacerdotes, obispos y monjes que allí estaban, en combate. Entonces, elevando los ojos al cielo, Rolando, mártir de Cristo, dijo:
- Señor mío Jesucristo, por cuya fe abandoné mi patria, vine a estas bárbaras tierras para exaltar la cristiandad, gané, protegido con tu auxilio, muchas batallas a los infieles y soporté innumerables golpes, desdichas, muchas heridas, oprobios, burlas, fatigas, calores, fríos, hambre, sed y ansiedades: en esta hora te encomiendo mi alma. Como por mí te has dignado nacer de Virgen, padecer en la cruz, morir, ser sepultado, resucitar de los infiernos al tercer día, y como quisiste subir a los cielos, que nunca abandonaste con la presencia real de tu espíritu, así también dígnate librar mi alma de la muerte eterna. Yo confieso que soy reo y pecador, más de lo que decirse puede; peró Tú que eres clementísimo dispensador de todos los pecados y que te compadeces de todos y nada de lo que hiciste odias, y que, disimulando los pecados de los hombres que a Ti vuelven, das eternamente al olvido los crímenes del pecador el día en que se vuelve a Ti y se arrepiente; Tú, que perdonaste a los nivitas, dejaste marchar a la mujer cogida en adulterio, perdonaste a la Magdalena y ante las lágrimas de Pedro lo absolviste, y al confesar el buen ladrón le abriste las puertas del paraíso, no me deniegues a mí el perdón de mis pecados. Perdona cuanto de pecaminoso hay en mí y dignate a reconfortar mi alma con el descanso eterno. Pues Tú eres Aquel para quien nuestros cuerpos al morir no perecen, sino que cambian en algo mejor; quien separas nuestra alma del cuerpo y la envías a mejor vida, quien dijiste que prefieres la vida del pecador a su muerte. Creo íntimamente y públicamente confieso que quieres sacar a mi alma de esta vida para, después de mi muerte, hacerla vivir en otra mejor. Tendrá, en verdad, mejores sentidos e inteligencia que ahora. En el cielo poseera tanto mejores cualidades cuanto la sombra difiere del hombre.
Luego se cogió con sus manos la propia carne a la altura de su pecho y de su corazón, como el mismo Tedrico contó después, y comenzó a decir con lacrimosos gemidos:
- Señor mío Jesucristo, Hijo de Dios vivo y de Santa María Virgen, de todo corazón confieso y creo que Tú, Redentor mío, vives, y que el último día resucitaré de la tierra, y que con esta misma carne te veré, Dios y Salvador mío.
Y agarrando firmemente con las manos su carne aún lacerandosela, dijo por tres veces:
- Y con esta misma carne veré a mi Dios y Salvador. Y se puso las manos sobre los ojos, y de igual manera dijo tres veces:
Y estos mismos ojos le verán. Y abriéndolos de nuevo comenzó a mirar el cielo, a fortalecer todos sus miembros y su pecho con la señal de la santa cruz, y a decir :
- Todo lo terrenal pierde valor para mí; pues ahora, con la gracia de Dios, veo lo que el ojo no alcanza ni el oído percibe y no llega al corazón del hombre; lo que Dios preparó para los que le aman.
Por último, elevando sus manos al Señor, pidió también por los que murieron en el referido combate, diciendo:
- Muévase tu misericordia, Señor, por tus fieles que hoy han muerto en combate. Desde lejanas partes vinieron a estas tierras bárbaras para combatir al pueblo infiel, exaltar tu santo nombre, vengar tu preciosa sangre y declarar tu fe. Ahora, pues, yacen muertos por ti a manos de los sarracenos; peró tú, Señor, limpia clementemente sus manchas y dígnate arrancar sus almas de los tormentos del infierno. Envíales tus santos arcángeles para que saquen sus almas del lugar de las tinieblas y las lleven al reino celestial para que con tus santos mártires puedan reinar eternamente contigo, que vives y reinas con Dios Padre y Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Así sea.
Y en seguida, mientras se alejaba Tedrico, con esta confesión y estas preces, el alma feliz del bienaventurado mártir Rolando salió de su cuerpo y fué transportada por los ángeles al eterno descanso, donde reina y goza para siempre, unida por la dignidad de sus méritos a los coros de santos mártires.
No es oportuno llorar con vanos lamentos al hombre
Que por su muerte a morar fué a la celeste mansión.
Noble de antiguo linaje por padres y abuelos viniendo,
Más por sus propios hechos sobre los astros está.
Distinguidísimo y por su nobleza de nadie segundo.
Por su vivir egregio era el primero siempre.
Cultivador de los templos, su canto era grato a las gentes,
Y medicina eficaz fué de los males patrios.
Vida del clero, de viudas tutor y pan de indigentes,
Para los pobres largo, pródigo en huéspedes fué.
Tanto en sagradas iglesias y tanto gastó con los pobres,
Para enviar al cielo oro del cual fuera en pos.
Con la doctrina en el pecho, cual cofre lleno de libros,
Como de fuente viva todos podían beber.
Sabio en consejos y de alma piadosa y palabra serena,
Que por amor ssería padre de todo el mundo.
Cima gloriosa y ornato sagrado y fecunda lumbrera,
En galardón del cual toda virtud milita.
Y que por méritos tales llevado a la gloria celeste,
No le oprime tumba, mora en la casa de Dios.
Pues ¿Qué más? Mientras el alma del bienaventurado mártir Rolando salía del cuerpo y yo, Turpín, en el lugar de Valcarlos celebraba, con asistencia del rey, la misa de difuntos en el mismo día precisamente, es decir, el 16 de junio, arrebatado en éxtasis, vi unos coros que cantaban en el cielo, sin saber qué era aquello. Y cuando atravesaron los cielos, he aquí que tras ellos pasó ante mí una formación de negros guerreros, que parecían volver de una razia y llevaban el botín, a quienes pregunté en seguida:
- ¿Qué llevais? Nosotros -dijeron- llevamos al infierno a Marsilio; a vuestro héroe lo lleva con otros muchos San Miguel al cielo.
Entonces, celebrada la misa, dije rápidamente al rey:
-En verdad, rey, sábete que el alma de Rolando con las almas de otros muchos cristianos, las lleva el arcángel San Miguel al cielo, pero desconozco en absoluto de qué muerte murió. Y en cambio, los demonios llevan a los ardientes infiernos el alma de cierto Marsilio, junto con las de muchos malvados.
Mientras decía esto, apareció Balduino en el caballo de Rolando y nos contó todo lo sucedido, y que había dejado a Rolando agonizante acostado junto a un peñasco en el monte. Y luego volviendo atrás todos, con enorme griterío de todo el ejército, fué Carlomagno el primero en descubrir a Rolando exánime, echado boca arriba, con los brazos puestos en forma de cruz sobre el pecho; y echándose sobre él comenzó a llorar con lastimeros gemidos y sollozos incomparables y con innumerables suspiros, a golpearse las manos, a arañarse la cara con la uñas, a mesarse la barba y el pelo, y no podía articular palabra. Y dijo llorando con fuertes voces:
- ¡Oh! brazo derecho de mi cuerpo, barba la mejor, prez de los galos, espada de la justicia, lanza inflexible, loriga incorruptible, escudo de salvación, comparable en virtud a Judas Macabeo, parecido a Sansón, semejante a Saúl y Jonatán por la fortuna de tu justa muerte, aguerrido paladín, el más diestro en el combate, el más fuerte entre los fuertes, de linaje real, destructor de los sarracenos, defensor de los cristianos, muralla de los clérigos, báculo de los huérfanos, sostén de las viudas, apoyo de pobre y ricos, alivio de las iglesias, lengua incapaz de mentir nunca, jefe de los galos, capitán de los ejércitos cristianos, ¿por qué no muero contigo?; ¿por qué te veo muerto?; ¿por qué me dejas triste e inane? ¡Desgraciado de mí! ¿Qué haré? Vive con los ángeles, gozando con los coros de mártires, alégrate con todos los santos. Te lloraré eternamente, como David lloró a Saúl, Jonatán y Adsalón, y se dolió por ellos.
Tú retornando a la patria nos dejas en un mundo triste;
Vas a morar en la luz mientras aquí lloramos.
Con seis lustros de vida de bien y además ochoc años,
Arrebatado al suelo, junto a los astros vuelves.
Al regresar convidado a las paradisíacas mesas,
Por lo que gime el mundo gózase honrado el cielo.
Con estas palabras y otras semejantes lloró Carlomagno a Rolando mientras vivió. Y en seguida, en el mismo sitio en que yacía Rolando muerto fijó aquella noche Carlomagno sus reales con su ejército, y ungió el cuerpo exánime con bálsamo, mirra y áloe, y todos celebraron honrosamente grandes exequias con cánticos, lloros y rezos, a su alrededor, encendidas luces y fuegos por los bosques durante toda aquella noche.
Al amanecer del día siguiente se dirigieron armados al lugar en que se había dado la batalla y en que yacían muertos los combatientes de Roncesvalles, y cada uno encontró a sus respectivos amigos, a unos completamente exánimes, a otros todavía vivos, pero heridos de muerte. A Oliveros, que había pasado de esta vida a otra mejor, le hallaron echado en el suelo extendido en figura de cruz con cuatro palos fijos en tierra, atado fuertemente con cuatro cuerdas, despellejado con cuchillo muy afilados desde el cuello hasta las uñas de los pies y de las manos, atravesado por flechas, saetas, lanzas y espadas, y rudamente apaleado y magullado. El clamor, el llanto y los gritos de los que se lamentaban era inmenso, pues cada uno lloraba a su amigo. Con sus clamore llenaban todo el bosque y el valle. Entonces, juró el rey por el Rey omnipotente, que no cesaría de perseguir a los paganos hasta encontrarlos. En seguida, mientras él con su ejército corría tras ellos, el sol se quedó inmovil y aquel día se prolongó durante casi tres días, y los encontró junto al río llamado Ebro, descansado y comiendo junto a Zaragoza. Después de matar a cuatro mil de ellos, volvió nuestro rey con los suyos a Roncesvalles.
Pero ¿qué más? Trasladados los muertos, enfermos y heridos al sitio en que yacía Rolando, empezó a averiguar Carlomagno si era verdad o no que Ganelón había traicionado a los guerreros como muchos afirmaban. Puso, pues, en seguida para pelear y si era verdad o no que Ganelón había traicionado a los guerreros, como muchos afirmaban. Puso, pues, en seguida para pelear y esclarecer en el campo de batalla la mentira o verdad de esto, a la vista de todos, a dos caballeros armados:: Pinabel por Ganelón y Tedrico por sí mismo; y este último mató en seguida a Pinabel. Y así demostrada la traición de Ganelón, mandó Carlomagno que se le atase a los cuatro caballos más salvajes de todo el ejército y se le arrastrase a todas partes a la vez y fuese descuartizado. En seguida se le ató a cuatro caballos y los montaron sendo escuderos, que los aguijoneaban. Uno, espoleando al caballo, arrastró parte de su cuerpo hacia oriente; otro se llevó de igual manera hacia poniente otra parte; un tercero hacia el norte, y el último hacia el mediodía. Y así murió Ganelón, descuartizado en todos sus miembros.
Entonces, sus respectivos amigos perfumaron con distintos aromas los cuerpos de los muertos. Unos los ungieron diligentemente con mirra, otros con bálsamo, otros con sal. Quien viera cuántos abrían por el vientre los cuerpos de muchos, y limpiaban las heces, y al no tener otros perfumes los llenaban de sal, lloraría con el corazón compungido.
Unos hacían ataúdes de madera para transportarlos, otros los transportaban sobre caballos, éstos se los llevaban a cuestas, aquéllos a mano, otros llevaban a los heridos y enfermos en parihuelas sobre los hombros. A unos les enterraban allí mismo, otros los llevaban hasta la Galia o a su propio lugar, otros los llevaban hasta que entraban en putrefacción, y entonces los enterraban.
Y había por entonces dos cementerios principalmente sagrados, uno junto a Arlés, en Aliscamps, otro en Burdeos, que consagró el Señor por manos de los siete santos obispos Maximino, de Aix; Trófimo, de Arlés; Paulo, de Narbona; Saturnino, de Toulouse; Frontón, de Périgueux; Marcial, de Limoges, y Eutropio, de Saintes, en los cuales la mayor parte de aquéllos fué enterrada. Y los que murieron sin herida de espada, en la batalla de Monjardín, fueron enterrados en estos cementerios, ungidos con perfumes.
Al bienaventurado Rolando, transportado en féretro de oro sobre dos mulas y cubierto de ricos paños, le llevó Carlomagno hasta Blaye, y le enterró honrosamente en la iglesia de San Román, que él mismo en otro tiempo había construído, y en la que había establecido canónigos regulares; y le colgó su espada a la cabecera y su trompa de marfil a los pies, para honor de Cristo y de su honorosa milicia. Pero alguien trasladó después indignamente la trompa a la iglesia de San Severino, en Burdeos. ¡Feliz la riquísima ciudad de Blaye, que se honra con tan gran huésped, se alegra con el solaz de su cuerpo y se fortifica con su auxilio!
En Berlín fueron enterrados Oliveros, Gandebodo, rey de Frisia, Ogier, rey de Dacia, Arestiano, rey de Bretaña, Garín, duque de Lorena, y otros muchos. ¡Feliz la exigua villa de Berlín, donde tantos héroes yacen! En Burdeos, en el cementerio de San Severino, fueron enterrados Gaiferos, rey de Bourges, Gelero, Gelino, Reinaldos de Montalbán, Gualterio de Termes, Guillermo, Bergón y otros cinco mil. El cnode Hoel, con otros muchos bretones, fué enterrado en Nantes, su ciudad. Así enterrados estos héroes y repartido en Nantes, su ciudad. Así enterrados estos héroes y repartidas por la salvación de sus almas a los pobres doce onzas de plata y otros tantos talentos de oro, así como ropas y alimentos acórdandose Carlomagno de Judas Macabeo, por amor de Roldán, dió en alodio para las necesidades de la misma iglesia toda la tierra que se extendía en seis millas a la redonda de la iglesia de San Román de Blaye y toda la ciudad de Blaye con todo lo que le pertenece, e incluso el mar que está junto a ella; y mandó a los canónigos que en adelante no prestasen a ninguna persona humana más deberes de servidumbre, sino que solamente en sufragio del alma de su sobrino y de sus compañeros todos los años el día de su muerte vistiesen a treinta pobres con todas las ropas necesarias y les diesen de comer, y que todos los canónigos, tanto actuales como futuros, cantasen diligentemente y con devoción treinta salterios y otras tantas misas con las vísperas y los demás oficios completos de difuntos todos los años el día antes de su fiesta, no sólo por ellos, sino también por todos los que en España hubiesen recibido el martirio o lo recibieren en adelante por el amor divino, para que sus coronas merezcan ser hechas partícipes de la gloria. Y ellos pometieron bajo juramento que se haría esto.
Luego, pues, Carlomagno y yo, saliendo de Blaye con algunas de nuestras fuerzas camino de Toulouse, a través de Gascuña, nos dirigimos a Arlés. Allí, pues, encontramos los ejércitos borgoñes, que se habían separado de nosotros en Ostabat y por Morlaàs y Toulouse habían venido con sus muertos y heridos, a los que en caballos, literas y coches los habían traído consigo allí para enterrarlos entonces en el cementerio de Aliscamps. En el cual fueron enterrados entonces por nuestras propias manos Estulto, conde de Langres, Salomón, Sansón, duque de Borgoña, Arnaldo de Belanda, el borgoñón Alberico, Guinardo, Esturmito, Atón, Tedrico, Yvorio, Berado de Nublis, Berenguer y Naimo, duque de Baviera, con otros diez mil. El prefecto Constantino, trasladado por mar, fué enterrado en Roma con otros muchos romanos y apulios. Y por sus almas dió Carlomagno a los pobres en Arñés doce mil onzas de plata y otros tantos talentos de oro.


Libro IV Capítulo XXII

Tras de esto nos dirigimos juntos a Viena, donde me quedé, fatigado por las cicatrices de las heridas, por los golpes, contusiones y muchas calamidades que soporté en España, y el rey, un poco débil, se fué con sus ejércitos a París. Entonces, reunido un concilio de obispos y príncipes en la basílica de San Dionisio, como acción de gracias porque Dios le había dado fuerzas para vencer a las gentes paganas, dió en predio a su iglesia toda Francia, como antes el apóstol San Pablo y el papa Clemente la habían ofrecido a San Dionisio para su apostolado. Y mandó que todos los reyes y obispos de Francia, presentes y futuros, obedeciesen en Cristo al pastor de su iglesia. Y que sin su consejo los reyes no fuesen coronados. De nuevo dió luego en predio a la misma iglesia muchísimos dones, ordenando que los respectivos propietarios de cada casa de toda Galia diesen anualmente cuatro monedas de plata para la construcción de la iglesia, e hizo libres a todos los siervos que daban voluntariamente esta cantidad. Entonces, estando junto al cuerpo de San Dionisio, le imploró que elevase sus preces al Señor por la salvacion de los que gustosamente daban aquel dinero e igualmente por los cristianos que habian abandonado sus bienes por amor de Dios y en España habían recibido la corona del martirio en las guerras con los sarracenos. Así pues, a la noche siguiente, mientras el rey dormía se le apareció San Dionisio y le despertó, diciendole: - He conseguido del Señor el perdón de todos sus pecasdos para los que, animados por tu consejo y por el ejemplo de tu bondad, en las guerras de los sarracenos en España han muerto o morirán, y para los que han dado o darán dinero para la construcción de mi iglesia, la curación de su más grave herida.
Referido esto por el rey, los pueblos daban gustosamente el dinero de su tan beneficiosa promesa, y quien la entregaba con más gusto era llamado en todas partes franco de San Dionisio, porque por orden del rey quedaba libre de toda servidumbre. De aquí surgió la costumbre de que se llame ahora Francia la tierra que antes se llamaba Galia, es decir, libre de toda servidumbre de gentes extrañas. Por lo cual el franco es considerado como libre, porque se le debe sobre todos los demas pueblos el honor y el poder. Entonces el rey Carlomagno se dirigió hacia Aquisgrán en tierras de Lieja y construyó en dicha ciudad unos baños constantemente cálidos y dotados de agua caliente y fría, y adornó dignamente con oro, plata y todos los ornamentos eclesiásticos la iglesia de la Virgen Santa María que allí había edificado, y mandó que se la decorase con historias del Antiguo y Nuevo Testamento, e igualmente que el palacio que también había levantado junto a aquélla fuese pintado con diversas alegorías. Se representaron de modo admirable, pues, las batallas que él mismo ganó en España y las siete artes liberales, entre otras cosas:
A saber, la Grámatica, que es madre de todas las artes, por la cual se conocen todos los escritos divinos y humanos, que enseña cuántas y cuáles letras deben emplearse y con qué letra se escribe, y qué letras hay que asignar a cada parte y sílaba, y en dónde hay que poner diptongo, como muestran los dos libros de ortografía que se consideran los primeros entre los demás. Ortografía es la ciencia del recto escribir; pues el griego ortho en latín se dice rectus; graphia, scriptura . Por este arte entienden los lectores de la Santa Iglesia lo que leen; y el que la ignora, ciertamente lee, pero de ninguna manera entiende por completo, como el que no tiene la llave del tesoro y no sabe lo que dentro se esconde.
Allí se representa la Música, que es la ciencia de cantar bien y correctamente, con la que también se celebran y adornan los divinos oficios de la iglesia, por lo que en más estima se la tiene. Con este arte, pues, cantan y tocan los cantores en la iglesia. Quien la ignora, puede ciertamente mugir a estilo de los bueyes, pero no puede conocer los módulos y tonos de la voz. Como el que hace líneas con una regla torcida en un pergamino, así emite su voz. Y se ha de saber que el canto no se ajusta a la música si no se escribe en cuatro líneas. Por medio de este arte también el salterio de diez cuerdas y la cítara, con las largas trompetas y los címbalos, con el tímpano, el coro y el órgano. Por ella se hicieron todos los instrumentos musicales. Este arte fué creado en un principio por las voces y cantos divinos de los ángeles. Pues ¿quién duda que las voces de los que en la iglesia cantan ante el altar de Cristo, emitidas con dulzura, se mezclan en los cielos con las de los ángeles ? Pues el libro de los sacramentos dice así: "Te suplicamos que recibas nuestros cánticos unidos a los suyos", es decir, a los de los ángeles. Desde la tierra hasta los oídos del sumo Rey se eleva la voz de los que cantan dignamente. En este arte se contienen grandes secretos y misterios. Pues las cuatro líneas en que se escribe y las ocho notas en que se contiene, designan las cuatro virtudes: prudencias, fortaleza, templanza y justicia, y las ocho bienaventuranzas con las que nuestra alma se fortifica y adorna.
En el palacio del rey se representa la Dialéctica, que enseña a distinguir lo verdadero de lo falso, a disputar, a tratar de la naturaleza de las palabras, a confundir a los necios, a ser elocuentes a los sabios. Si en ella pones firmemente el pie, no te obligarán a retirarlo.
La Retórica, que enseña a hablar sabia y convenientemente, plácida, pulcra y correctamente. Rhetos en griego significa elocuente. Pues el arte hace fecundo y elocuente a quien lo sabe.
Allí se pinta la Geometría, que es la medida de la tierra; pues la tierra se llama ge en griego; la medida, metros. Este arte enseña a medir los espacios de tierras, montes, valles y mares, las millas y las leguas. Y al que plenamente la entiende, al ver la extensión de cualquier región, tierra, lugar, campo, provincia o ciudad, sabe en cuántas brazas, pies o millas de longitud y anchura puede medirse. Mediante ella midieron los senadores, al construirlas, a Roma y a las demás ciudades antiguas, y los mojones y caminos de ciudad a ciudad, y en otro tiempo midieron los hijos de Israel, con la medida de la distribución, la anchura y la longitud de las tierras prometida. También de ella se valen los labradores, a pesar de su ignorancia, para medir y trabajar las tierras y las viñas, los prados, los bosques y los campos.
También se representa la Aritmética, que trata de los números de todas las cosas. Quien la domina plenamente, cuando ve una torre o un elevado muro, sabe cuántas piedras tienen, o cuántas gotas de agua hay en una vasija, o cuántas monedas en un montón, o cuántos hombres o miles de hombres hay en un ejército. Aunque sin conocerla, de ella se valen los canteros al construir altas torres y murallas.
En la obra real se representa la Astronomía, que es la observación de las estrellas, por la que se conocen los sucesos buenos y malos, tanto pasados como presentes, acaecidos en otras partes, incluso los futuros. Quien plenamente la domina prevé lo que le ha de suceder cuando desea ponerse en viaje o hacer algo grande. Por ella conocieron en Roma los senadores la muerte de los hombres y las guerras llevadas a cabo en territorios extranjeros. Por ella también supieron los Magos y Herodes, al aparecer la estrella, que había nacido Cristo.
Cada una de estas siete artes tiene una hija a ella sometida, o sea un tratado de la misma. La nigromancia, de la que se derivan la piromancia y la hidromancia y el libro sagrado, o mejor execrado, no se representa en el real palacio, porque no se la considera arte liberal. Pues puede saberse libremente, pero no en modo alguno practicarse sin la intervención de los demonios, y por ello se la considera arte espúrea. Lo que se demuestra también con su propio nombre; pues el griego mancia , significa adivinación: nigro, negra. De donde nigromancia quiere decir adivinación negra que se lleva a los que la emplean a las oscuras cárceles de los demonios. El griego piros significa fuego; ydros, agua. Por lo que pyromancia significa adivinación por el fuego e ydromancia, por el agua, porque llevan a los que las practican al fuego y a las aguas del averno. De ahí que el profeta Job dice: "Del excesivo calor pasarán a las aguas de nieve". Por lo cual quien quiera que lea este fiel libro de Turpín procure evitarla. Pues el emblema de la nigromancia dice asi: Comienza la muerte del alma.
Después de un corto tiempo me fué dada a conocer la muerte del rey Carlomagno de esta manera. Estando en Viena cierto día, arrebatado y extasiado con mis preces ante el altar de la iglesia, al cantar el salmo Dios, ven en mi ayuda, me di cuenta de que ante mí pasaban y se dirigían hacia Lorena innumerables ejércitos de negros soldados. Y cuando todos ellos habían pasado adelante me fijé en uno que parecía un etíope y seguía a los demás a paso lento, un poco rezagado, y le dije:
- ¿A donde vais?
- A Aquisgrán - respondió - nos dirigimos, a la muerte de Carlomagno, cuya alma deseamos precipitar en el infierno.
Y al punto le dije:
- Te conjuro en nombre de Nuestro Señor Jesucristo a que no te niegues a volver a mí al terminar tu viaje.
Luego al poco tiempo, apenas acabado el salmo, comenzaron a pasar de vuelta ante mi altar en el mismo orden. Y dije al último, a quién primeramente había hablado:
- Qué habéis hecho?
Y contestó el demonio:
- Un gallego descabezado echó en la balanza tantas y tantas piedras e innumerables vigas de sus basílicas, que las buenas obras pesaron e innumerables vigas de sus basílicas, que las buenas obras pesaron más que los pecados. Y así nos arrebató el alma y la entregó en manos del sumo Rey.
Y dicho esto, desapareció el demonio. Y así comprendí que aquel mismo Carlomag-no había abandonado este mundo y que, con la protección de Santiago, de quien muchas iglesias había construído, había llevado con razón a los reinos celestiales. Pues yo había conseguido de él anteriormente, es decir, el día en que nos separamos en Viena, que a ser posible me enviasen la noticia de su muerte si le sobrevenía a él antes de mi fallecimiento. Igualmente había conseguido él de mí que le comunicase la mía. Por lo cual, estando aque-jado por la enfermedad y acordándose de tan importante promesa, odenó a un cierto caba-llero servidor suyo antes de morir, que cuando viere su muerte, me la comunicase en seguida.
Pero ¿qué más? Quince días después de su muerte supe por el mismo mensajero que desde el momento en que regresó de España hasta el día de su fallecimiento había estado constantemente enfermo y que en sufragio de los ya citados difuntos el día mimso en que habían recibido el martirio por amor de Dios, a saber, el 16 de junio, había solido dar todos los años de su vida a los pobres doce mil onzas de plata y otros tantos talentos de oro, e igualmente ropas y alimentos, y que había hecho antar otros tantos salterios y misas y vísperas; y que había hecho cantar otros tantos salterios y misas y vísperas; y que había abandonado esta vida el mismo día y hora en que tuve yo la visión, es decir, el 28 de enero del año de la encarnación del Señor 814; y supe que había sido enterrado con toda pompa en Aquisgrán en tierras de Lieja, en la iglesia rotonda de la Virgen Santa MAría, que él mismo había construído; y oí decir que en los tres años antes de su muerte se habían producido estas señales: Sucedió, pues, que el sol y la luna se oscurecieron durante siete días antes de su muerte. Que su nombre, a saber, KAROLUS PRINCEPS, que estaba escrito dentro en la pared de la citada iglesia, casi se borró del todo por sí mismo. El pórtico que había entre la iglesia y el palacio se derrumbó por completo y espontaneamente el día de la Ascensión del Señor. El puente de madera que afanosamente había construido en Maguncia sobre las aguas del Rhin en siete años, fué totalmente devorado por un incendio. Y cierto día, mientras él marchaba de un lugar a otro, he aquí que de pronto oscureció y que la llama de una gran hoguera pasó velozmente ante sus ojos de derecha a izquierda, por lo que muy asustado y atónito cayó del caballo por un lado y la azcona que llevaba en la mano por el otro. En seguida le socorrieron sus acompañantes y lo levantaron del suelo con sus manos. Así, pues, creo que ahora participa de la corona de los antedichos mártires, cuyos trabajos sabemos que compartió con ellos.
En este ejemplo se da a entender que quien una iglesia construye se gana el reino de Dios, es arrancado, como Carlomagno, a los demonios y colocado en el reino celestial por intercesión de los santos cuyas iglesias levantó.


Libro IV Capítulo XXIII

Pero es muy digno de traer a la memoria entre otras cosas para gloria de Nuestro Señor Jesucristo un magnífico caso que, según se dice, le aconteció al bienaventurado Rolando durante su vida, antes de entrar en España. Estando, pues, el conde Rolando, venerable varón, sitiando durante seis años con innumerables ejércitos de cristianos la ciudad de Grenoble, llegó veloz un mensajero anunciándole que Carlomagno, su tío, se encontraba acosado por el asedio de tres reyes, a saber, los de los vandálos, sajones y frisones, y de todos sus ejércitos en cierto castillo del territorio de la ciudad de Worms; y que le mandaban y pedía que le auxiliase en seguida con sus ejércitos y le librase de los paganos. Entonces el sobrino, triste por la ansiedad de su querido tio, deseó meditar antes qué convendría más que hiciese, o abandonar la ciudad por la que tantos trabajos había sufrido y librar a su tío, o dejar éste y conquistar la ciudad y someterla a Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh varón laudable en todo que dudaba por piedad y estaba angustiado por la indecisión entre dos fortunas! Pero oigamos atentamente lo que el venerable héroe hizo.
Pasa tres días sin comer ni beber en oración devota con su ejército e invoca a Dios en su auxilio, diciendo: Señor Jesucristo, Hijo del altísimo Padre, que dividiste en partes el mar Rojo y a través de él condujiste a Israel, y en él anegaste justamente al Faraón, e hiciste pasar a tu pueblo por el desierto; que derrotaste a los pueblos enemigos suyos y mataste a los fuertes reyes Seón de los amorreos y Og de Basán y a todos los reyes de Canaán, y todas sus tierras las diste en herencia a Israel, tu pueblo; y que todas sus tierras las diste en herencia a Israel, tu pueblo; y que los muros de Jericó derribaste sin combate ni intervención del humano ingenio, con sólo una aparatosa marcha a su alrededor al son de las trompetas; Tú, Señor, destruye la fortaleza de esta ciudad, quebranta con tu potente mano y tu invencible brazo todas sus defensas para que el pueblo pagano que en su rudeza no cree en ti sepa que Tú eres el Dios vivo, el más fuerte de todos los reyes, el omnipotente, auxiliador y defensor de los cristianos, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reinas Dios por infinitos siglos de siglos.
Y ¿a qué más? Hechas estas preces, habiendo caído al tercer día los muros de la ciudad por todas las partes sin intervención humana, y destruídos y ahuyentados los paganos,a legre el conde Rolando se dirigió rápidamente con sus ejércitos hacia Carlomagno en tierra de Alemania y lo libró de los lazos de los enemigos con la poderosa virtud de Dios. Esto fué hecho por el Señor y resulta admirable a nuestros ojos.
Tú de estos versos lector, a Turpín deséale bien
de la divina piedad siempre ayudándole. Amén.


Libro IV Capítulo XXIV

CALIXTO, PAPA, SOBRE EL HALLAAZGO DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO TURPIN, OBIPO Y MARTIR
El bienaventurado Turpín, arzobispo de Reims, mártir de Cristo, viviendo en Viena poco tiempo después de la muerte del rey Carlomagno, aquejado por los dolores de sus heridas y trabajos descansó en el Señor con digna muerte y fué allí enterrado primeramente en cierta iglesia junto a la ciudad, más alla del Ródano, o sea hacia oriente. Y en nuestra época algunos de nuestros clérigos encontraron en un hermoso sarcófago su santísimo cuerpo revestido con las ropas episcopales y ahún incorrupto con su propia piel y huesos; y desde aquella iglesia que estaba devastada, lo trajeron a la parte de acá del Ródano, a la misma ciudad, y lo enterraron en otra iglesia en donde ahora se venera. Ahora posee en el cielo la corona de victoria que con muchos trabajos adquirió en la tierra. Se ha de creer que los que en España recibieron el martirio por la fe de Cristo, son coronados merecidamente en el cielo. Y aunque Carlomagno y Turpín no recibieron la muerte en Roncesvalles junto con Roldán y Oliveros y con los demás mártires, sin embargo, no son desposeídos de la corona eterna de éstos, quienes, mientras vivieron, sintieron los dolores de las llagas, golpes y trabajos que recibieron con aquéllos en el combate. "Si somos compañeros en la pasión - dice el Apóstol- también lo seremos en la consolación".
Rolando quiere decir rótulo de la ciencia, porque instruído en todas las ciencias aventajó a todos los reyes y príncipes. Oliveros significa héroe de la misericordia, porque fué clemente y misericordioso sobre todos; clemente en palabras, en obras y en la especie de su martirio, Carlos significa luz de la carne, porque sobrepasó en la claridad de todas las virtudes y ciencias a todos los reyes carnales después de Cristo. Turpín quiere decir muy pulcro o no torpe, porque nunca realizó obras o profirió palabras torpes, sino siempre honestas. El 16 de junio, es decir, el día en que desde este mundo ascendieron junto al Señor, debe celebrarse el oficio de difuntos, a saber: vísperas y misa de requiem con las exequias y horas propias, no sólo por los guerreros de Carlomagno difuntos, sino también por todos los que desde el tiempo del mismo Carlomagno hasta hoy en día sufrieron el martirio por la fe de Cristo en España y en Tierra Santa. Qué y cuánto acostumbró a repartir Carlomagno a los pobres en sufragio del alma de aquéllos el día de su pasión puede encontrarse leyendo más arriba.


Libro IV Capítulo XXV

CALIXTO PAPA
He de consignar para la posteridad lo que aconteció en Galicia tras la muerte de Carlomagno. Como después de la muerte de Carlomagno la tierra de Galicia descansase en una paz prolongada durante mucho tiempo, por instigación del demonio surgió un cierto sarraceno, Almanzor de Córdoba, que decía que él conquistaría y sometería a las leyes del Islam la tierra gallega y española, que Carlomagno había en otro tiempo arrebatado a sus antecesores. Entonces, habiendo reunido muchos ejércitos, llegó, devastando las tierras de la patria por todas partes, hasta la ciudad de Santiago y robó por la fuierza todo lo que en ella encontró. Igualmente devastó por completo e indignamente la basílica del Apóstol y se llevó de ellas lo códices, las mesas de plata, las campanas y los demás ornamentos. Y habiéndose albergados en ella los sarracenos con sus caballos, aquella gente curel empezó a evacuar alrededor y en el mismo altar del Apóstol. Por lo cual, por castigo divino, algunos de ellos, atacados por una descomposición de vientre, cuanto tenían en el cuerpo lo echaban afuera por la parte trasera. En cambio otros perdían la luz de los ojos y andaban errantes, como ciegos, por la basilica y la ciudad.
Pero ¿qué más? Enfermo de este mismo mal, Almanzor en persona, también completamente cegado, por consejo de cierto cautivo suyo, sacerdote de la misma basílica, comenzó a invocar en su auxilio al Dios de los cristianos, diciendo estas palabras: - Oh Dios de los cristianos, Dios de Santiago, Dios de María, Dios de Pedro, Dios de Martín, Dios de todos los cristianos, si me vuelves a mi primitiva salud, renegaré de Mahoma, mi Dios, y ya no volveré a robar a la patria del gran Santiago. Oh Santiago, varón grande, si das la salud a mi vientre y a mis ojos, devolveré todo cuanto quité a tu iglesia. Entonces a los quince días, una vez devueltas duplicadas todas las cosas, Almanzor, recobrada la salud, se retiró de la tierra de Santiago, prometiendo que no volvería a sus tierras para robar y diciendo que el Dios de los cristianos era grande y Santiago un gran varón.
Luego, pues, devastando las tierras de España, llegó a la villa que vulgarmente se llama Orniz, en la que había una bellísima y muy buena basílica de San Román con riquísimos paños y códice, cruces de plata y telas bordadas de oro. Y al llegar a ella el inicuo Almanzor robó cuanto en ella encontró y de igual suerte devastó la villla. Y habiéndose albergado con sus ejércitos en esta villa, cierto capitán de sus huestes que entró en la iglesia vió las bellísimas columnas de piedra que sutentaban el techo de la iglesia y cuyos capiteles estaban plateados y dorados, y estimulado por su odio y crueldad, clavó una cuña de hierro entre una columna y su basa. Y al goilpear fuertemente aquella cuña con un martillo de hierro, tratando de derrumbar toda la iglesia, el hombre se convirtió en piedra por providencia de Dios. Y esta piedra con forma humana subsiste hasta el día en la misma iglesia y tiene el mismo color que tenía la túnica del sarraceno entonces. También suelen contar los peregrinos que allá van a rezar, que la piedra hiede. Cuando Almanzor vió esto, dijo a sus caballeros:
Grande, temible y digno de gloria es el Dios de los cristianos, pues tiene tales discípulos que aún tras dejar esta vida castigan, sin embargo, a los vivos que se les rebelan, de tal modo que a unos quitan la luz de los ojos, otro lo convierten en piedra muda. Santiago me arrebató la luz de los ojos; San Román transformó a un hombre en piedra. Pero Santiago me devolvió la vista, pero San Román no quiere devolverme mi hombre. Huyamos, pues, de estas tierras.
Entonces, confundido, se marchó el pagano con sus ejércitos. Y no hubo luego en mucho tiempo quien se atreviese a invadir la patria de Santiago. Sepan, pues, que se condenarán eternamente quienes en adelante inquieten a su tierra. En cambio los que la guarden del poder de los sarracenos, serán recompensados con la gloria celestial.


Libro IV Capítulo XXVI

EMPIEZA LA EPISTOLA DEL SANTO PAPA CALIXTO ACERCA DE LA CRUZADA DE ESPAÑA, QUE POR TODOS HA DE SER DIFUNDIDA EN TODAS PARTES
Calixto, obispo, siervo de los siervos de Dios, a los obispos, sus queridos hermanos de Cristo, y a las demás `personas de la santa iglesia, y a todos los cristianos tanto presentes como futuros, universalmente saluda y da la bendición apostólica.
HAbeís oído con frequencia, oh carísimos, cuántos males, calamidades y angustias han solido producir los sarracenos en España a nustros hermanos cristianos. No hay nadie que pueda contar cuántas iglesias, castillos y tierras devastaron, y cuántos cristianos, monjes, clérigos o legos, mataron, o vendieron como esclavos en bárbaras y lejanas tierras, o bien los tuvieron aherrojados con cadenas o los angustiaron con varios tormentos. No puede decirse con palabras cuántos cuerpos de santos mártires, es decir, de obispos, abades, sacerdotes y demás cristianos yacen enterrados junto a la ciudad de Huesca y en el Campo Laudable, en el de Litera y en otros territorios limítrofes de cristianos y sarracenos, en donde hubo guerras. Yacen a millares. Por esto os suplico, hijos mios, que entienda vuestra caridad cuánta importancia tiene el ir a España a pelear con los sarracenos y con cuántas gracias serán remunerados los que voluntariamente allá fueren. Pues ya es sabido que Carlomagno, rey de los galos, el más famoso sobre todos los demás reyes, estableció la cruzada en España, combatiendo con innumerables trabajos a los pueblos infieles, y que su compañero el bienaventurado Turpín, arzobispo de Reims, según se cuenta en su gesta, robustecido con la autoridad de Dios, en un concilio de todos los obispos de toda la Galia y Lorena reunidos en Reims, ciudad de los galos, concedió indulgencia plenaria a todos los que entonces fueron y a los que en lo sucesivo vayan a combatir en España al pueblo infiel, a aumentar la cristiandad, liberar a los cautivos cristianos, y a sufrir allí el martirio por amor de Dios. Todos los varones apostólicos que, después, hasta nuestro tiempo hubo, corroboraron esto mismo y es testigo el santo papa Urbano, ilustre varón, que en el concilio de Clermont en la Galia, con asistencia de cien obispos, aseguró esto mismo, cuando dispuso la cruzada de Jerusalén, según consta el códice de la historia jerosolimitana. Esto mismo también Nos corroboramos y confirmamos: que todos los que marchen como arriba dijimos, con el signo de la cruz del Señor en los hombros, a combatir al pueblo infiel en España o Tierra Santa, sean absueltos de todos sus pecados de que se hayan arrepentido y confesado a sus sacerdotes, y sean bendecidos por parte de Dios y de los Sanos apóstoles San Pedro, San Pablo y Santiago, y de todos los santos, y con nuestra apostólica bendición y que se merezcan ser coronados en el reino celestial, junto con los santos mártires que desde el principio de la cristiandad hasta el fin de los siglos recibieron o han de recibir la palma del martirio. Nunca hubo en verdad en otro tiempo tanta necesidad de ir allá, como en la actualidad. Por lo cual encarecida y universalmente mandamos que todos los obispos y prelados en sus sínodos y concilios y en las solemnidades de las iglesias no dejen de anunciar principalmente, y sobre los demás mandatos apostólicos, esto; exhortado también a sus presbíteros a que en las iglesias lo comuniquen a sus feligreses. Y si hacen esto gustosamente sean remunerados en el cielo con igual recompensa que los que van allá. Y quienquiera que esta epístola llevare transcrita de uno a otro lugar o de una iglesia a otra y la predicare a todos públicamente sea recompensado con la gloria eterna. Así pues, los que aquí anuncien esto y los que marchen allá, hayan paz continua, honra y alegría, la victoria de los combatientes, fortaleza, larga vida, salud y gloria. Lo cual se digne conceder Nuestro Señor Jesucristo, cuyo reino e imperio permanece sin fin por los siglos de los siglos. Amén. Hágase. Hágase. Hágase.
Dada en Letrán, Alégrate, Jerusalén, reunidos cien obispos en concilio.
Leasé y expóngase por lo menos esta epístola a la atención de los fieles después del Evangelio durante todos y cada uno de los domingos desde Pascua hasta la fecha de San Juan Bautista.
Tienda clementemente la mano de su gran misericordia al copista y al lector de este códice Nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

ACABA EL LIBRO 4























domingo, 25 de noviembre de 2012

Códice Calixtino Libro III (Traducción)

 


 

Libro III

Pròlogo

EMPIEZA EL PROLOGO DEL BIENAVENTURADO PAPA CALIXTO SOBRE LA GRAN TRASLACION DE SANTIAGO

No he querido excluir de mi códice la traslación de Santiago, puesto que en ella se narran tantos prodigios y testimonios para gloria de Nuestro Señor Jesucristo y del Apóstol, y porque tampoco difiere gran cosa de la carta que se intitula con el nombre de San León. Más sépase que Santiago tuvo muchos discípulos, pero doce especiales. A tres se dice que los eligió en tierras de Jerusalén; de los cuales, Hermógenes, nombrado obispo, y Fileto, archidiácono, después de su martirio en Antioquía, adornados con muchos milagros, descansaron de su santa vida en el Señor; y el bienaventurado Josías, maestresala de Herodes, murió en compañía del Apóstol, laureado con el martirio.
A nueve, empero, se dice que los eligió el Apóstol en Galicia durante su vida; siete de los cuales, mientras los otros dos se quedaban en Galicia para predicar, fueron con él a Jerusalén, y después de su pasión trajeron su cuerpo por mar a Galicia; y acerca de ellos escribió San Jerónimo en su Martirologio, cual lo aprendió del bienaventurado Cromacio, que, después de sepultado en Galicia el cuerpo de Santiago, fueron ordenados con las ínfulas episcopales en Roma por los apóstoles Pedro y Pablo, y fueron enviados a predicar la palabra de Dios a las Españas, todavía sometidas al error gentil. Finalmente, pues, tras haber ilustrado a muchos pueblos con su predicación, murieron precisamente el día quince de Mayo, Torcuato en Acci, Tesifonte en Vergi, Segundo en Abula, Indalecio en Urci, Cecilio en Iliberis, Hesiquio en Garcesa, Eufrasio en Iliturgis.
Perdura hasta hoy un estupendo milagro en testimonio de su preciosa muerte. Pues, como se dice en la vigilia de su ya citada solemnidad, en la ciudad de Guadix junto al sepulcro de San Torcuato, detrás de la iglesia, todos los años un olivo que florece milagrosamente, se adorna con sus maduros frutos, de los que al punto se saca el aceite con que se encienden las lámparas ante su venerable altar.
Los otros dos discípulos, en cambio, a saber, Atanasio y Teodoro, fueron enterrados, como se consigna en la misma carta de San León, junto al cuerpo del Apóstol, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Y a nadie debe parecer que Atanasio sea Hesiquio, puesto que Hesiquio es uno, y otro distinto Atanasio.
Pero hemos de decir qué sucedió en nuestro tiempo a cierto peregrino de Santiago respecto del libro de esta translación. Cierto clérigo conocido mío, devoto y peregrino de Santiago, queriendo llevar consigo a su patria esta traslación con algunos otros milagros del Apóstol, encargó en la misma ciudad de Santiago que se los escribiese a un copista llamado Fernando y pagó como precio veinte rotomagenses. Y como él, después de pagar el precio y recibir la copia, se pusiera a leerlo en voz baja arrinconado en un ángulo de la basílica apostólica, encontró en su faltriquera tantas monedas como al copista había dado; y no creyó que mortal alguno se los pusiera allí, sino que lo hizo el apóstol milagrosamente. por lo cual se cree que el santo Apóstol es generosísimo remunerador mediante gracias celestiales, puesto que tan pronto remuneró a su siervo con las terrenas.

FIN DEL PROLOGO

 

Libro III Capítulo I

 

EMPIEZA LA TRASLACION DEL APOSTOL SANTIAGO HERMANO DEL APOSTOL Y EVANGELISTA SAN JUAN QUE SE CELEBRA EL DIA TREINTA DE DICIEMBRE, DE QUE MANERA FUE LLEVADO DESDE JERUSALEN A GALICIA

Después de la pasión de Nuestro Salvador y del gloriosísimo triunfo de su misma Resurrección, y luego de su admirable Ascensión, cuando subió hasta el trono de su Padre y del Espíritu Paráclito también; tras la efusión de las lenguas de fuego sobre los apóstoles, los dicípulos que El mismo había elegido, iluminados con los rayos de la sabiduría e inspirados por la gracia celestial, dieron a conocer con su predicación el nombre de Cristo por todas partes, a los pueblos y naciones. Y entre el insigne número de aquéllos, el santo de admirable virtud, el bienaventurado por su vida, el maravilloso por su virtud, el esclarecido por su ingenio, el brillante por su oratoria, fue Santiago, cuyo hermano Juan es conocido como evangelista y apóstol. Y a aquél, en verdad, le fué concedida por obra divina, tanta gracia, que incluso el mismo Señor de la gloria inestimable no desdeñó transfigurarse con su incomparable claridad sobre el monte Tabor ante su vista, y en presencia también de Pedro y Juan, verídicos testigos.
El, pues, mientras los otros iban a diversas regiones del mundo, llevado a las costas de España por voluntad de Dios, predicando enseñó la divina palabra a las gentes que allí vivían y la tenían por patria. Y habiéndose detenido allí algún tiempo, mientras fructificaba entre espinas la pequeña semilla que quería recoger entonces, se cuenta que confiado en Cristo eligió siete discípulos, cuyos nombres son estos: Torcuato, Segundo, Indalecio, Tesifonte, Eufrasio, Cecilio, Hesiquio, para con su ayuda extirpar de raíz, arrancándola, la cizaña, y confiar en condiciones más favorables la semilla de la divina palabra a una tierra que permanecía estéril de largo tiempo.
Y al acercarse su último día se dirigió rápidamente a Jerusalén, de cuyo amical consuelo no se privó a ninguno de los citados discípulos. Y mientras una perversa muchedumbre de saduceos y fariseos lo rodea, le plantea, seducida por la vieja astucia de la serpiente, innumerables problemas sobre Cristo. Pero inspirado por la gracia del Espíritu Santo, su elocuencia no es superada por nadie; por lo que la rugiente ira de aquélla se exacerba incitada con mayor violencia contra él. Y con el estímulo del odio hasta tal punto se enciende y enloquece, que es cogido por la cruel injusticia y vehemencia de los iracundos, y es llevado a presencia de Herodes para recibir la muerte. Y condenado por una encarnizada sentencia de muerte, y bañado en el charco de su rosada sangre, coronado con triunfal martirio, vuela al cielo, laureado con inmarcesibles laureles.
Sus discípulos, apoderándose furtivamente del cuerpo del maestro, con gran trabajo y extraordinaria rapidez lo llevan a la playa, encuentran una nave para ellos preparada, y embarcándose en ella, se lanzan a la alta mar, y en siete días llegan al puerto de Iria, que está en Galicia, y a remo alcanzan la deseada tierra. Y no se ha de dudar que entonces dieron al Autor de las cosas muchísimas gracias y entonaron las merecidísimas alabanzas, tanto por tan gran beneficio como Dios les había concedido, cuanto porque habían evitado sin daño alguno los ataques de los piratas, los peligrosos choques con los escollos y las negras simas de las encrespadas olas. Así, pues, confiados en tal y tan grande protector, dirigen sus pensamientos a las demás cosas necesarias para sus fines e intentan descubrir qué sitio había elegido el Señor para sepulcro de su mártir.
Emprendida, pues, la marcha hacia oriente, trasladan el sagrado féretro a un pequeño campo de cierta señora llamada Lupa, que distaba de la ciudad unas cinco millas, y lo dejan allí. Inquiriendo quién era el dueño de aquel terreno, lo averiguan por indicación de unos nativos y procuran vehemente y ardientemente encontrar a la que buscaban. Yendo, por último, al encuentro de la mujer a hablar con ella, y contándole el asunto tal como se desarrolló, le piden que les dé un pequeño templo en donde ella había colocado un ídolo para adorarlo, y que era también muy concurrido por los descarriados creyentes de la absurda gentilidad.
Y aquélla, nacida de nobilísima estirpe, y viuda por intervención de la suerte suprema, aunque se había entregado sacrílegamente a la superstición, no olivdando su nobleza, renunciaba al matrimonio con los que pretendían, tanto nobles, como plebeyos, para que una especie de adulterio no manchase su primer tálamo conyugal. Y considerando ella constantemente sus palabras y su petición, antes de dar respuesta alguna, medita en lo profundo de su corazón de qué manera los entregará a una cruel muerte, y les contesta, por último, ensañándose hipócritamente:
"Id, dijo; buscad el rey que vive en Dugio, y pedidle un lugar para disponer la sepultura a vuestro muerto".
Obedeciendo sus indicaciones, unos velan con el ritual funerario el cuerpo del apóstol en un lugar, y otros llegan lo más rápidamente posible al palacio real, y conducidos a presencia del rey le saludan según la etiqueta regia, y le cuentan en detalle quiénes y de dónde son y por qué habían venido. El rey, pues, aunque al principio de su exposición les oía atento y benévolo, sin embargo, atónito por un increíble estupor, dudando qué había de hacer e inspirado por diabólica sugestión ordena, en el colmo de la crueldad, que ocultamente se les prepare una emboscada y que se mate a los siervos de Dios. Pero, no obstante, descubierto esto por voluntad de Dios, marchándose secretamente, escapan huyendo con rapidez.
Cuando se informó al rey de su fuga, conmovido por enconadísima ira, e imitando la ferocidad de un león rabioso, con los que estaban en su corte persigue pertinazmente el rastro de los fugitivos siervos de Dios. Y como ya hubiese llegado al extremo de estar a punto de ser muertos a manos de los empedernidos perseguidores, atraviesan, inquietos éstos, tranquilos aquéllos, un puente sobre cierto río, y en un solo y mismo momento, por súbita determinación de Dios omnipotente, se resquebrajan los cimientos del puente que atravesaban, y se desploma desde lo alto a lo profundo del río, completamente derruído. Y así el ponderado juicio del Rey Eterno decretó que ni uno tan sólo de toda la turbamulta de perseguidores sobreviviese para contar en el palacio del rey lo que había sucedido.
Los santos varones, pues, volviendo la cabeza al ruido de las armas y piedras que se desplomaban, ensalzan las grandezas de Dios dignas de ser pregonadas, al ver los cuerpos de los magnates y sus caballos y arreos militares rodar miserablemente bajo las aguas del río, de la misma manera que en otro tiempo lo había experimentado el ejército faraónico. En consecuencia, ayudados y salvados por la auxiliadora diestra de Dios, y animados y enardecidos por aquel suceso, recorren el salvador camino hasta la casa de la citada matrona y le muestran cómo la exasperada determinación del rey había querido perderles con la muerte, y lo que Dios había hecho contra él para su castigo.
Luego, con insistentes ruegos, le piden que ceda la precitada casa dedicada a los demonios, para consagrarla a Dios. Le aconsejaban e insitían que rechazase aquellos ídolos artificiales que ni podían aprovecharle a ella, ni dañar a otros, ni ver con los ojos, oír con los oídos u oler con la nariz, y que no se servían en absoluto de ninguno de sus miembros. Y su mente conmovida porque ante el hundimiento del rey en el río temía por la muerte de sus parientes y allegados, y por esto incapaz como suele suceder en las cosas humanas, de una sana determinación, tramaba una burda estratagema, simulando, frente a la opinión corriente, no considerarlos como embaucadores.
Mientras ellos la urgían con sus ruegos con mayor vehemencia todavía, a que suministrase parte del pequeño predio para enterrar el cuerpo del santísimo varón, ideada una nueva y desusada estratagema, creyendo poder matarlos con algún engaño, habló de esta manera: "Puesto que, dijo, veo vuestra intención tan decididamente inclinada a eso, y que no queréis desisitir de ella, id y cog unos bueyes mansos que tengo en un monte, y acarreando con ellos lo que os parezca de más utilidad y cuanto necesitéis, edificad el sepulcro. Si os faltasen alimentos, procuraré liberalmente dároslos a vosotros y a ellos".
Oyendo esto los apostólicos varones y sin percibir la hipocresía de la mujer, se marchan dando las gracias, llegan al monte y descubren algo distinto que no esperaban. Pues al pisar los linderos del monte, de pronto un enorme dragón, por cuyas frecuentes incursiones se hallaban entonces desiertas las viviendas de las aldeas próximas, saliendo de su propia guarida, se lanza, echando fueggo, sobre los santos varones que ardían en amor de Dios, dispuesto a atacarlos y amenazándolos con la muerte. Mas acordándose ellos de las doctrinas de la fe, oponen impávidamente la defensa de la cruz, le obligan a retroceder haciéndole frente y, al no poder resisitir el signo de la Cruz del Señor, revienta por mitad del vientre.
Y terminado este encuentro, levantando los ojos al cielo dan la gracias al Sumo Rey desde lo más hondo de su corazón. Finalmente, para arrojar de allí completamente la multitud de demonios, exorcizan el agua y la esparcen sobre todo el monte por todas partes. Este monte, pues, llamado antes el Ilicino, como i dijéramos el que seduce, porque con anterioridad a aquel tiempo sostenían allí el culto del demonio muchos hombres malhadadamente seducidos, fué llamado por ellos Monte Sacro, es decir, monte sagrado.
Y al ver desde allí corretear los bueyes que arteramente se les había prometido, los contemplan bravos y mugientes, corneando el suelo con su elevada testuz, y golpeando fuertemente la tierra con las pezuñas. Y de pronto, mientras corriendo unos tras otros por la dehesa representaban una crruel amenaza de muerte con su peligrosísima carrera, tanta mansedumbre y lentitud se apoderó de ellos, que los que al principio se acercaban corriendo para ocasionar una catástrofe impulsados por su atroz bravura, luego con la cerviz baja confían espontáneamente su cornamenta en manos de los santos varones.
Los portadores del santo cuerpo, acariciando a los animales que se habían convertido de salvajes en dóciles, sin tardanza les colocan encima los yugos y, marchando por el camino más recto, entran en el palacio de la mujer con los bueyes uncidos. Ella, ciertamente, estupefacta, reconociendo los admirables milagros, movida por estas tres evidentes señales, se aviene a su petición, y perdida su insolencia, tras haberles entregado la pequeña casa y haberse regenerado con el triple nombre de la fe, se convierte en creyente del nombre de Cristo con toda su familia. Y así, instruída por inspiración de Dios en las verdades de la fe, destruye y rompe resueltamente los ídolos que antes, engañada por su fantástico error, había adorado humilde y sumisa, y derriba deshace los templos que en sus dominios había. Y cavado profundamente el suelo, tras haber sido aquéllos destruídos y convertidos en menudo polvo, se contruye un sepulcro, magnífica obra de cantería, en donde depositan con artificioso ingenio el cuerpo del apóstol. Y en el mismo lugar se edifica una iglesia del tamaño de aquél que, adornada con un altar, abre una venturosa entrada al pueblo devoto.
Instruídos después de algún tiempo los pueblos en el conocimiento de la fe por los discípulos del apóstol, al fructificar primeramente los campos regados por el celestial rocío, en poco tiempo creció la fecunda mies multiplicada por Dios. Dos discípulos del maestro, mientras por reverencia hacia él vigilan incesantemente el citado sepulcro con gran cariño como celosos guardianes, al pagar su deuda a la NAturaleza, llegado el incierto término de la vida, exhalaron su espíritu con venturosa muerte, y alegremente llevaro su alma al cielo. Y no abandonándolos su egregio maestro, logró por gracia divina colocarlos con él, en el cielo y en la tierra, y revestido con purpúrea estola y adornado con una corona, brilla con sus discípulos en la corte celestial él, que no abandonará a los desgraciados que se acojan a su inefable protección. Con el auxilio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuyo reino e imperio dura eternamente por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro III Capítulo II

EMPIEZA LA CARTA DEL PAPA SAN LEÓN ACERCA DEL TRASLADO DE SANTIAGO APÓSTOL, QUE SE CELEBRA EL DIA TREINTA DE DICIEMBRE

Sepa vuestra fraternidad, dilectísimos rectores de toda la cristiandad, cómo fué trasladado a España, a las tierras de Galicia, el cuerpo entero del muy bienaventurado apóstol Santiago. Después de la Ascensión a los cielos de nuestro Salvador, y de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, en el curso del undécimo año desde la misma Pasión de Cristo, en el tiempo de los ázimos, el bienaventurado apóstol Santiago, tras visitar las sinagogas de los judíos, fué preso en Jerusalén por el pontífice Abiatar, y condenado a muerte, junto con su discípulo Josías, por orden de Herodes.
 Por temor a los judíos fué recogido durante la noche el cuerpo del bienaventurado apóstol Santiago por sus discípulos, que, guiados por un ángel del Señor, llegaron a Jafa, junto a la orilla del mar. Y como allí dudasen a su vez acerca de lo que debían hacer, de pronto apareció, por designio de Dios, una nave preparada. Y con gran alegría suben a ella llevando al discípulo de nuestro Redentor, e hinchadas las velas por vientos favorables, navegando con gran tranquilidad sobre las olas del mar, llegaron al puerto de Iria, alabando la clemencia de nuestro Salvador. En su alegría, entonaron allí este verso de David: "Fué el mar tu camino y tu snda la inmensidad de las aguas".
Una vez desembarcados, dejaron el muy bienaventurado cuerpo que transportaban en un pequeño predio llamado Libredón, distante ocho millas de la citada ciudad, y en donde ahora se venera. Y en este lugar encontraron un grandísimo ídolo construído por los paganos. Rebuscando por allí encontraron una cripta, en la que había herramientas con las que los canteros suelen construir las casas.
Así, pues, los mismos discípulos, con gran alegría, derruyeron el citado ídolo y lo redujeron a menudo polvo. Después, cavando profundamente, colocaron unos cimientos firmísimos y levantaron sobre ellos una pequeña construcción abovedada, en donde construyeron un sepulcro de cantería, en el que, con artificioso ingenio, se guarda el cuerpo del Apóstol. Se edifico encima una iglesia de reducidas dimensiones, que adornada con un altar abre al devoto pueblo una venturosa entrada a su sagrado altar. Tras la inhumación del santísimo cuerpo, entonaron alabanzas al Rey de los cielos, cantando estos versos de David: "Se alegrará el justo en el señor y confiarà en El, y se gloriarán todos los rectos de corazón". Y luego: "El justo estará en eterna memoria y no temerá la mala nueva".
Después de algún tiempo, instruídos los pueblos en el conocimiento de la fe por los discípulos del mismo Apóstol, en breve creció la fecunda mies multiplicada por Dios. Tomada, pues, una prudente resolución, dos discípulos, uno de los cuales se llamaba Teodoro y el otro Atanasio, quedaron allí para custodiar aquel preciosísimo tesoro, es decir, el venerable cuerpo de Santiago. Los otros discípulos, en cambio, guiados por Dios, se esparcieron por las Españas para predicar.
Como dijimos, aquellos dos discípulos, inseparables por reverencia hacia su maestro, mientras con todo cariño vigilaban sin interrupción el citado sepulcro, mandaron que, después de su muerte, fuesen enterrados por los cristianos junto a su maestro, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y así, llegado el término de la vida, al pagar su deuda a la Naturaleza, expiraron con venturosa muerte, y alegremente llevaron sus almas al cielo. Y no abandonaándolos su egregio maestro, logró, por gracia divina, colocarlos con él en el cielo y en la tierra, y adornado con su estola purpúrea y una corona, goza en la corte celestial con sus discípulos, él, que protegerá a los desgraciados que se acojan a su invencible protección, con el auxilio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuyo reino e imperio con el Padre y el Espíritu Santo dura eternamente por los siglos de los siglos. Así sea.


Libro III Capitulo III

CALIXTO, PAPA, ACERCA DE LAS TRES SOLEMNIDADES DE SANTIAGO
El evangelista San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, cuenta que el apóstol San Pedro en los días de la Pascua fué encarcelado por Herodes, cuando dice: "Eran, pues, los días de los ázimos, etc." y que Santiago fué muerto antes de la Pascua por el mismo Herodes, a saber, en tiempo del hambre que se predijo por el profeta Agabo y que acaeció bajo el emperador romano Claudio. Dice, pues así: "Por aquel tiempo puso el rey Herodes sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia; mató, pues, por la espada a Santiago, hermano de Juan". Señala el tiempo del martirio de Santiago e incluso los personajes de la época, pero calla el día exacto. Y este día, aunque antes había sido desconocido de todos durante mucho tiempo, sin embargo le fué indicado a cierto fiel, conocido mío, en una visión espiritual. En la noche de la vigilia de la Anunciación de Santa María, le pareció que mientras Santiago era conducido a un palacio para ser juzgado en el consejo de Herodes, se produjo un gran altercado entre la plebe de los judíos y de los gentiles, porque decían unos que el piadoso apóstol no debía ser muerto, y otros afirmaban, por el contrario, que sí. Finalmente, juzgado por Herodes en inicuo juicio, es conducido por manos de los nefandos herodianos fuera de la ciudad, al lugar del martirio, atado con sogas al cuello, y degollado.
Y en seguida un personaje que parecía un prelado, llorándolo dolorosa y dulcemente, habló así de él a la plebe en el palacio real, diciendo: Hacia la hora tercia fué juzgado y hacia la nona, como Cristo, fué muerto.Es decir, en igual día y hora que el Maestro, murió también el discípulo. Unos iban a sus negocios o a sus quehaceres; él en cambio, iba a su digno trabajo; esto es, a merecer la corona del martirio. Otros marchaban a comer y a beber, él iba a recibir el indefectible alimento de la vida eterna, que le había sido antes prometido por el Señor de esta manera: "CIertamente beberéis mi cáliz".
Pero primero San Jerónimo, en el martirologio que escribió para los santos obispos Cromacio y Heliodoro, dice que su muerte ha de celebrarse el día octavo de las calendas de agosto; después el bienaventurado papa Alejandro mandó celebrarla ese mismo día, cuando estableció también la festividad de San Pedro ad Vincula el día primero de agosto. Porque en este día ciertamente, como se dice en las historias romanas, el mismo papa guardó las cadenas de San Pedro, que mucho antes habían sido llevadas de Jerusalén a Roma por la emperatriz Eudoxia, en la basílica del propio santo, tras haberlas rociado con agua bendita y ólco santo, y ordenó celebrar en honor de San Pedro y en sustitución de ellas las solemnidades que, según su costumbre, celebraban antes los gentiles en honor de César Augusto, porque el mismo César había vencido en las calendas del mes sextil, es decir, el 1º de agosto, a Antonio y Cleopatra mordida por el áspid. Asimismo en tal día la hija de cierto príncipe romano llamado Quirino, por consejo del referido papa, que estaba encarcelado por el mismo Quirinio, besó las cadenas de San Pedro y se curó de la grave enfermedad que padecía; y el santo papa salió de la cárcel, dándole satisfacciones el mismo Quirino. Finalmente, Beda el Venerable, elocuente doctor de la Santa Iglesia, corroboró que la muerte de Santiago debe celebrarse en dicho día, al escribir y decir en su Martirologio:
Julio se alegra llevando en las dos veces cuartas calendas
a Santiago el hermano de Juan con su fiesta obligada.
Así, pues, padeció martirio el día 25 de marzo, el 25 de julio fué llevado desde Iria a Compostela y fué sepultado el 30 de diciembre. Porque la obra de su sepulcro duró desde el mes de agosto hasta el de diciembre.
Con razón, pues, la Santa Iglesia acostumbró a celebrar en los citados días las solemnidades de la muerte de Santiago y de San Pedro ad Vincula, pues si celebrase estas fiestas alrededor de Pascua, los establecidos oficios pascuales o cuaresmales del día que coincidieran aquellas solemnidades, se abandonarían sin razón. Muchas veces la Anunciación de la bienaventurada Virgen María, que debe celebrarse el día veinticinco de marzo, cayó entre el Domingo de Ramos y Pascua o en la semana de Resurrección y no pudo en modo alguno celebrarse del todo.
La fiesta de los milagros de Santiago, cual el del hombre que se había dado muerte a sí mismo y al que resucitó el santo apóstol, y los demás milagros que hizo, fiesta que suele celebrarse el día tres de octubre, la mandó piadosamente celebrar San Anselmo. Y Nos confirmamos esto mismo. Se dice que el famoso emperador hispano, Alfonso, figno de buena memoria, ordenó celebrar entre los gallegos, antes de ser corroborada por nuestra autoridad, la festividad de la traslación y elección de Santiago el día treinta de diciembre. Creía que la solemnidad de la traslación no era menos insigne que la de la muerte, puesto que en ella el pueblo gallego recibió con gran alegría el corporal consuelo del discípulo del Señor.
En esta fiesta, ciertamente, el venerable rey solía ovrecer durante la misa, según costumbre, sobre el venerado altar del Apóstol, doce marcas de plata y otros tantos talentos de oro, en honor de los doce apóstoles; y además solía dar a sus caballeros las pagas y las recompensas, y vestirlos con trajes y capas de seda; armaba caballeros a los escuderos, presentaba a los nuevos caballeros y convidaba a todos cuantos llegaban, tanto conocidos como desconocidos, con diversos manjares, y no cerraba a pobre alguno las puertas de su palacio, sino que solía advertir a sus pregoneros que convocasen con el sonido de sus clarines a todos para comer, con motivo de tan gran festividad.
El, pues, revestido con los atributos reales, rodeado por los escuadrones de caballeros y por los diferentes órdenes de adalides y condes, marchaba en este día en procesión alrededor de la basilica de Santiago con el ceremonial real de las fiestas.
El admirable cetro de plata del imperio hispano que el venerable rey llevaba en las manos, refulgía, incrustado de flores de oro, de labores diversas y de toda suerte de piedras preciosas. La diadema de oro, con la que el potentísimo rey se coronaba para honra del Apóstol, estaba decorada con flores esmaltadas y labores nieladas, con toda clase de piedras preciosas y con lucidísimas imágenes de animales y aves. La espada de doble filo, que era llevada desnuda delante del rey, brillaba con sus doradas flores y su resplandeciente leyenda, su pomo de oro y su cruz de plata.
Delante de él marchaba dignamente el obispo de Santiago vestido de pontifical, cubierto con la blanca mitra, calzado con doradas andalias, adornado con su anillo de oro, puestos los blancos guantes y con el pontifical báculo de marfil, y rodeado por los demás obispos.
También el clero que ante él avanzaba iba adornado con venberables ornatos, pues las capas de seda con las que se revestían los setenta y dos canónigos compostelanos estaban admirablemente trabajadas con piedras preciosas y broches de plata, con flores de oro y magníficos flecos por todo alrededor. Unos se cubrían con damáticas de seda, que estaban adornadas desde los hombros hasta abajo con franjas bordadas de oro de marvillosa belleza. Otros se ataviaban además con collares de oro incrustados con toda clase de piedras preciosas y se adornaban lujosamente con bandas recamadas de oro, con riquísimas mitras, hermosas sandalias, áureos ceñidores, estolas bordadas en oro y manípulos recamados de perlas.
¿Qué más? Con toda suerte de piedras preciosas y con gran abundancia de oro y plata se adornaban exquisitamente los clérigos del coro. Unos llevaban en sus manos candelabros, otros incensarios de plata, éstos cruces doradas, aquéllos paños tejidos de oro y tachonados de toda suerte de piedras preciosas; unos cajas llenas de reliquias de muchos santos, aquéllos filacterias, otros, en fin, batutas de oro o marfil, a propósito para los cantores, y cuya extremidad embellecía un ónice, un berilo, un zafiro, un carbunclo, una esmeralda o cualquier otra piedra preciosa. Otros llevaban colocadas encima de unos carros de plata, dos mesas de plata sobredorada, en las cuales el devoto pueblo ponía cirios encendidos.
A éstos seguía el pueblo devoto, es decir, los caballeros, gobernadores, optimates, nobles, condes, ya nacionales, ya extranjeros, vestidos con trajes de gala. Los coros de venerables mujeres, vestidos con trajes de gala. Los coros de venerables mujeres que les eguían, se cubrían y adonaban con borceguíes dorados, con pieles de marta cebellina, armiño y zorro; con briales de seda, pellizas grises, mantos escarlata por fuera y variados por dentro, con lunetas de oro, collares, horquillas, brazaletes, pendientes en las orejas, cadenas, anillos, perlas, espejos, ceñidosres de oro, cintas de seda, velos, lazos, tocas; con trenzas sujetas por hilos de oro, y demás variedades de vestidos.


Libro III Capítulo IV

ACERCA DE LAS CARACOLAS DE SANTIAGO

Se cuenta que siempre que la melodía de la caracola de Santiago, que suelen llevar consigo los peregrinos, resuena en los oídos de las gentes, se aumenta en ellas la devoción de la fe, se rechazan lejos todas las insidias del enemigo; el fragor de las granizadas, la agitación de las borrascas, el ímpetu de las tempestas se suavizan en truenos de fiesta; los soplos de los vientos se contienen saludable y moderadamente; las fuerzas del aire se abaten.

FIN DEL LIBRO TERCERO.



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...